Por mi parte, si algún reparo tuviera que oponer a esa resolución, sería el de su tardanza en adoptarse. La renovación del callejero fue una de las más tempranas reivindicaciones que pusieron en práctica algunos ayuntamientos a raíz de haberse aprobado la Constitución de 1978. Hacia el año siguiente, o un poco después (pero, en todo caso, antes de 1981, año del “tejerazo”) publicó el periódico HOY un artículo mío con el título de “Los otros caídos”, que ahora reproduzco aquí íntegramente. No recuerdo la fecha exacta de su publicación porque no guardé el recorte, despechado como estaba por habérmelo publicado con cortes y omisiones.
Recientemente, con ocasión de haberse aprobado en el Parlamento la Ley de la Memoria Histórica (con el voto en contra del partido de la oposición) se ha vuelto a activar aquella vieja reivindicación y se han sustituido los nombres de algunas calles por otros, no de signo contrario sino, simplemente, distinto. Según la noticia insertada en el HOY con fecha 11 de los corrientes, en la capital cacereña se han sustituido los nombres de las calles siguientes: Coronel Yagüe por Ciriaco Benavente (no son tan clerófobos los socialistas como siempre nos los han pintado), Alféreces Provisionales por Hernán Cortés, Capitán Luna por Ceclavín, Queipo de Llano por Río Po (el Tajo estaba más cerca), División Azul por Tintoretto (yo hubiera preferido Rubén Darío, por lo de Azul...), 18 de Julio por Cayo Norbano Flaco (¿algún pretor de la antigua Norba?), Belchite por Zaragoza, Brunete por Calatayud y, finalmente, Santa María de la Cabeza por Huesca. Aquí la santa esposa de san Isidro pagó el pato no porque fuera santa ni, mucho menos, esposa del patrón de Madrid, sino porque el nombre, más que para glorificarla a ella, se dio a la calle para perpetuar la memoria de una “gloriosa” (como todas las suyas) gesta del ejército de Franco (lo mismo que en el caso de Brunete y Belchite)
En general, creo que las calles han salido ganando con el cambio. Personalmente opino que el obispo Ciriaco Benavente es, con mucho, mejor persona que el sanguinario coronel que ordenó la masacre de Badajoz y el resto de la provincia. Y no digamos Queipo, el general de “los bigotes de alambre”, que dijo Miguel Hernández. El nombre de Río Po sustituye, con ventaja, al de este mentiroso compulsivo al que aludo en mi escrito del HOY aquí reproducido. Aunque no fuese más que porque el Po, en la región de la Emilia, es el mítico Éridano, al que Virgilio llamara “el rey de los ríos” (G.1.482)
Aquí va, finalmente, el viejo artículo del HOY, de hace 26 ó 27 años.
No escribo para abrir heridas ni para avivar rescoldos. Haya perdón y haya amnistía. Aunque amnistía está relacionada significativamente con amnesia, que es olvido, y éste es precisamente el que nos impiden los mismos que mantienen en la actualidad -¡todavía!- en los muros de las iglesias las listas de los que cayeron “por Dios y por la Patria”. Frente a esta alharaca de muertos pregonados por el antiguo régimen –para cohonestar, quizás, inconfesablemente, los propios crímenes—los otros caídos ¿van a seguir indefinidamente silenciados ? Las paredes de las iglesias fueron exclusivamente para los “buenos”, aquellos que habían caído en la nueva “cruzada”.
La Historia ha marchitado los viejos tópicos, que han terminado por desprenderse, como hojas secas. Y esas listas en las paredes son un anacronismo residual que perpetúa, llamativamente, la arbitrariedad.
Algo semejante ocurre con el ya manido tema (aunque esté de actualidad) de los nombres de las calles. Es cierto, como recientemente apuntaba el periodista Martín Ferrand, que los alcaldes de la democracia no deben restringir su gestión a sólo esos aderezos de fachada, como sería cambiar los rótulos de calles y plazas. Mezquina interpretación de la democracia sería contentarse con desmantelar esos signos externos de la pasada dictadura. Aunque también es verdad que Extremadura, “saqueada”, necesita de unas reformas en profundidad que no es factible realizar desde las corporaciones locales, sean del color que sean.
Quede, pues, como uno de los proyectos realizables a nivel local este de la “limpieza” de las calles y plazas, infestadas con la patronimia ominosa de los militares rebeldes, devolviéndoles los nombres que el pueblo les puso.
Hay nombres (y no tengo por qué citar expresamente ninguno) que deben desaparecer lo antes posible del callejero democrático. Así el de cierto famoso charlatán, artífice de la faramalla, a quien ya relegara en vida el mismo dictador. ¡Pretendía hacerle sombra!
Creemos, por tanto, aconsejable que se retiren esos últimos residuos publicitarios del régimen. Y nadie, imparcialmente, podrá interpretar estas sugerencias como fruto del revanchismo. Por el contrario, son sólo un paso más en favor de superar la vieja dicotomía de vencedores y vencidos.
Por lo demás, la mejor ofrenda que podemos hacer a los caídos, sean del lado que sean, es la de nuestra reconciliación. Por encima de las divergencias partidistas tenemos unos intereses comunes inmediatos, como son la defensa de nuestra región y su engrandecimiento cultural y económico. Particularmente en este último aspecto todos tenemos el acuciante deber de arrimar el hombro, para impedir que nuestra querida Extremadura siga siendo “saqueada”.
_____
* Publicado en HOY, con enmiendas y omisiones por parte de la Redacción, en fecha que no puedo precisar, entre 1979 y 1981 (antes del 23-F)