martes, febrero 27, 2007

POETAS EN SAN ATÓN (IV)


Juan Robles Febré se incorporó al Seminario Diocesano de San Atón hacia finales de los años 40 ó principios de los 50 del pasado siglo. Procedía de la congregación claretiana, principalmente dedicada a la enseñanza como medio de ejercer el apostolado. Su opción por el sacerdocio secular le llevó a ingresar en el seminario pacense para convalidar los estudios de Teología, orientados hacia el apostolado rural y la cura de almas.
Robles frisaba en los 30 años cuando se incorporó directamente a la comunidad de los teólogos. Enseguida supimos que había recalado entre nosotros un nuevo pupilo de las musas. Trascendió la noticia al resto de las comunidades.
Recuerdo a aquel Robles juvenil como un tanto friolero, atravesando presurosamente la terraza del Seminario Mayor (primera planta entrando, a la derecha) embozado en su bufanda. Como era de esperar, Robles adoptó, siguiendo la costumbre implantada por los poetas autóctonos, el correspondiente seudónimo. Ya teníamos el recuerdo reciente de Néstor Rodín y de Alas Adolfo, que probablemente aún estaba entre nosotros, como Nazario Ortiz. El recién llegado nos hizo saber que también él había recibido el bautismo en la fuente de Hipocrene, o de Castalia, y que su nombre de pila era David Uziel.
Tuve ocasión de charlar con él de poesía y de poetas y de intercambiar con él algunos artículos de periodistas admirados por mí y de otros, admirados por él. Recuerdo que le mostré varias fotos de poetas, recortadas de los periódicos, y que especialmente mostró su devoción entusiástica por Adriano del Valle. Esta admiración se vería posteriormente confirmada por mí, comprobando que Robles imitaba a del Valle, especialmente en la utilización de la décima. Recuerdo que hablamos de García Lorca (un nombre todavía casi tabú en aquellas fechas) y que me recomendó, como posible lectura para un futuro ministro del Señor, la obra titulada Marianita (sic) Pineda.
Yo ya conocía, sin embargo, por aquel entonces algún que otro de los romances ‘escabrosos’ del granadino, como, por ejemplo, el de “Preciosa y el aire”. Y sabía, por Lucio Molina (cuyo padre tenía un ejemplar de la primera edición del Romancero gitano (1928) que había un romance de contenido altamente peligroso que se titulaba “La casada infiel”.
Robles ejerció el ministerio sacerdotal en algunos pueblos de la diócesis pacense, por ejemplo, en Salvatierra de los Barros.
Pero su apostolado se ejercería, principalmente, a través de la poesía, de la cual fue promotor importantísimo desde su ministerio sacerdotal en la provincia pacense. La poesia religiosa tuvo en él un cultivador fervoroso, colaborando en la fundación de revistas poéticas como ‘Jaire’ y ‘Olalla’. Luego extendió su campo de influencia a la poesía profana, posibilitando que los creadores noveles publicasen sus versos en la colección “Cuadernos poéticos Kylix”, fundada por él.
Trabajó y cinceló el verso con tesón y con empeño, demostrando que también el poeta, si no nace, puede hacerse a fuerza de voluntad.
La lista de sus publicaciones es amplia. Entre sus muchos títulos hay dos expresamente dedicados a la ciudad de Badajoz. Poesía de circunstancias. Quizás sus mejores libros sean los escritos con motivo del IV Centenario de la muerte de San Juan de la Cruz (Fuente que mana y corre) y el dedicado a la commemoración de otra efeméride: la del V Centenario del Descubrimiento de América. Este poemario lleva por título Alta Mira de Gaviotas
Por supuesto que, entre su poesía de circunstancia, también tuvo ocasión de dedicarle algunos piropos a Zafra, a Sevilla la Chica, donde los claretianos tuvieron escuela de Teología en el pasado. Insertamos aquí, a titulo de muestra, una de sus décimas, en esta ocasión dedicada a la




Plaza Chica
La noche en la Plaza Chica
juega entre luz y color,
se recrea con la flor,
con los arcos se abanica.
El limpio jazmín suplica
y es el silencio romanza.
Esta bienaventuranza
que nos sabe a paz divina
la derrama en su hornacina
la Virgen de la Esperanza.
















lunes, febrero 12, 2007

POETAS EN SAN ATÓN (III)


Mi amigo Nacho Pavón, joven profesor de la Universidad de Extremadura, me ha facilitado recientemente, a petición mía, algunos datos, precisos y preciosos, acerca de la biografía y bibliografía de Pedro Belloso, párroco que fue de Alange, donde actualmente reside parte de las respectivas familias, la del párroco y la del informante. Para situar cronológicamente a Pedro Belloso (el “Alas Adolfo” de los años 40 y 50 en el Seminario de San Atón) encerramos aquí entre paréntesis los años del nacimiento y la muerte (1926-2004), la fecha de su ordenación sacerdotal (1950) y los títulos de los libros poéticos que publicó a lo largo de su vida. Estos son: Hombres de barro (1977), Campo y pueblo (1978), Entre encinas (1980), Brindis a media voz (1989) y en la obra colectiva Con Jesús hacia el Calvario (Almendralejo, 2002, edic. Tobías Medina Cledón) la colección de poemas “Visión poética del Vía Crucis”, pp. 69-107, con ilustraciones del artista italiano Emilio Nembrini, uno de los autores de los frescos de la Iglesia Parroquial de Almendralejo.
Pero, junto a esta obra publicada, más la dispersa en periódicos y revistas poéticas, Belloso ha dejado varios libros más, inéditos. Estos llevan por títulos los siguientes: Salterio de mis horas, De la luz recién nacida, Incompleta sinfonía de tu nombre, Calle y camino y, por último, una antología poética con el título Os dejo mi palabra (1957-1992)
De toda esta extensa obra yo conozco, a decir verdad, una muy pequeña parte: la que se contiene, principalmente, en su libro Entre encinas (1980) del que poseo un ejemplar dedicado de su puño y letra.
Poeta hondamente humano, Pedro Belloso, su maduración ha tenido lugar en contacto con sus feligreses, a lo largo de su ministerio sacerdotal en las diversas parroquias de la provincia para las que fue nombrado cura de almas. El “Alas Adolfo” que yo conocí era todavía un poeta en ciernes, en el que ya apuntaba, sin duda, una certera vocación poética.
Volví a reencontrarme con él en los años 80, en Zafra, donde recalaba con frecuencia cuando desde Puebla del Maestre viajaba hacia su pueblo natal, Alange. En Zafra tenía un amigo incondicional: el novelista Francisco Moreno Guerrero. Y, en un segundo plano, mi (in)modesta persona, de quien ya no se acordaba, pues yo era sólo un niño cuando él estaba ya en Teología.
He elegido, del libro Entre encinas, el poema titulado “La solterona”, en el que revela su ternura y simpatía hacia este arquetipo femenino, que ha conmovido la sensibilidad de los grandes poetas, como el Lorca de Doña Rosita la Soltera, o el lenguaje de las flores.
SOLTERONA
I
Se le ahogaron los años
en el pozo del tiempo.
Era joven, no fea,
con todos los derechos
a ser mujer completa
de algún hogar concreto.
Pero su honrada casta
pensó que “el paño bueno
en el arca se guarda”,
y se le fue su tiempo.
II
Y la joven, no fea,
sólo tiene derecho
a inventarse unos hijos
que engendra el pensamiento.
Porque “su paño” huele
a manzana a destiempo,
que se pudre en suspiros
en el arca del tiempo.
III
Y esta tarde-domingo
un ramo de silencios
a pasear llevaba
sobre su “paño bueno”.
Se le nota por fuera
lo que guarda por dentro.
Su risa es la protesta
al “qué dirán” del pueblo.
Porque su risa es llanto
que le asquea por dentro
tanta honradez de paño
podrido por el tiempo.
IV
La llaman solterona,
mujer y sin derechos
a sembrar en su carne
la semilla de un beso.
Tal su vida pasea
-“paño de puro bueno”-
por las tardes-domingos
de su aburrido tiempo.