martes, octubre 28, 2008

Insensibilidad de las instancias públicas

Transcribo, literalmente, la breve carta de Ian Gibson publicada en El País (27-10- 2008) acerca del hecho, que el autor califica de llamativo (y que lo es, en realidad) de que en Oviedo, precisamente en la calle donde se ubica la sede de la Fundación Príncipe de Asturias, aún persista el nombre del ominoso general Yagüe para designar dicha vía pública. ¿Nadie había reparado, hasta ahora, en ello? ¿Se puede consentir que el patronímico del matarife número uno, responsable directo de la represión en Extremadura, siga todavía vigente en el callejero de la Vetusta de Clarín? Esta Vetusta me asusta. Señores del Ayuntamiento: ¿De veras han reparado en que la persistencia de ese nombre, a estas alturas de la democracia, constituye un verdadero disparate , una falta de sensibilidad, una incuria (y hasta una injuria) intolerable para la democracia? He aquí el texto de Gibson:

Al margen del ya célebre auto del juez Garzón, ¿no denota una llamativa insensibilidad por parte de las instancias públicas y reales el que la calle ovetense donde la Fundación Príncipe de Asturias tiene su sede siga llevando el nombre del general Yagüe, de tan infausta memoria ... sobre todo por tierras extremeñas? Ian Gibson. Madrid.

miércoles, octubre 22, 2008

Requisitoria al franquismo

La democracia no puede adquirirse a costa de negar su propia esencia, incompatible, por principio, con la dictadura y, por ende, con el franquismo.
El actual encausamiento de éste, que ha puesto en marcha el juez Garzón, tropieza ahora con argumentos de tipo jurídico basados en anteriores concesiones al régimen, efectuadas bajo coacción de quienes tenían ‘la sartén por el mango’. Así, la Ley de Amnistía de 1977. Se puede pactar la amnistía, pero la amnesia no es pactable, o negociable. No se puede olvidar ‘por decreto’, por más que se pueda ‘perdonar por presión y en virtud de pacto’. La transición transigió (¡qué remedio!) y tuvo su parte de cambalache. El franquismo consintió en resignar poder a cambio de impunidad. Si los culpables de aquellos crímenes (sobre todo, los principales propulsores del Alzamiento) ya están bajo tierra y, en consecuencia, sus crímenes han prescrito, nadie va a pedir castigos y responsabilidades. Pero sí es exigible la damnatio memoriae (‘histórica’, en este caso, como la principal personada en la acusación) pidiendo la explícita condena de aquellos crímenes que escaparon a la acción de la justicia, impotente para castigarlos en su momento, y que lograron, como última violencia, arrancar por la fuerza su propia impunidad.
Si los partidos políticos que arribaron a la democracia como herederos directos del franquismo hubieran abjurado expresamente de la dictadura, como algo incompatible con la democracia y hubiesen posibilitado ese acuerdo común de condena del propio franquismo, que es exigencia irrenunciable de la democracia, tal vez no hubiera habido lugar a este encausamiento, emprendido por Garzón. La solución al conflicto hubiera sido política. Fue una buena ocasión y una señal de esperanza la condena unánime de la dictadura en la fecha 20-N-02. Pero ya sabemos cómo, más tarde, el PP, desde la oposición, recogió velas y contradijo esta condena en el Parlamento europeo, en 2006. Lo hizo por delegación de su representante Jaime Mayor Oreja.
No hubo entonces solución por la vía política y ahora se quiere entorpecer la emprendida por la vía judicial, con argumentos judiciales como el de la amnistía, en virtud de pactos alcanzados por extorsión: se resigna poder a cambio de impunidad y amnistía. Vale. ¿Pero también amnesia? Esto es lo disparatado, no la acción del juez Garzón.
Si éste sentó en el banquillo a un dictador foráneo, como Pinochet, ¿por qué no había de sentar, aunque fuera sólo simbólicamente, en el banquillo de la historia, a Franco y sus conmilitones, reos todos de crímenes impunes? Sólo se pide la satisfacción moral que pueda proporcionar la damnatio memoriae, la condena por parte de la ‘memoria histórica’.
No se trata de buscar culpables para meterlos en la cárcel. Se trata de que el salvoconducto de la impunidad no nos quiera hacer tragar lo inadmisible: lo del Alzamiento como Cruzada, ese infundio de la jerarquía eclesiástica que tan buenos resultados dio a la propaganda franquista para cohonestar sus crímenes.
No. El Alzamiento fue un golpe de Estado. Una rebelión contra un gobierno legítimamente constituido. Un delito de alta traición. Y, sobre todo, un exterminio sistemático del opositor político.
El problema pendiente de nuestra democracia es que no se ha facilitado la necesaria, imprescindible, catarsis a los vencidos y a sus descendientes y familiares. Ha faltado generosidad en este punto a los demócratas evolucionados del franquismo. Y sin esa catarsis la salud psíquica y política de los españoles será precaria. Y la convivencia, recelosa.
Hay que vomitar todo el ricino doctrinario y político que nos hicieron tragar. Eso que Cicerón llamaba el virus acerbitatis, el virus de la amargura de la memoria.

domingo, octubre 19, 2008

LA FALANGE AUTÉNTICA Y LA OTRA

La verdadera fatalidad de la Falange fue que al núcleo primitivo constituido por el fundador y sus simpatizantes, los llamados ‘camisas viejas’, se les unió, en los primeros meses de la sublevación militar, un contingente de advenedizos de ocasión, que eran por completo ajenos a los principios doctrinales del credo falangista, que eran extraños e incluso opuestos a esos principios; pero que consideraron a la Falange como banderín de enganche para, desde sus filas, tomar partido por la causa de los militares sublevados contra la República.

La mayoría de los que vistieron la camisa azul no tenía ni idea de la doctrina de José Antonio. Su adscripción a la Falange era meramente oportunista, sin adhesión a lo que pudiéramos llamar la buena fe del dogma jose-antoniano. Pues, aparte los posibles errores en que todo ser humano puede incurrir, no hay por qué negar un mínimo de rectitud y de honestidad, un propósito de ser útil a la sociedad, a las ideas fundamentales que propugnaba la Falange de José Antonio.

Una gran mayoría de quienes vistieron la camisa azul no veía en la Falange más que una forma de pronunciarse a favor del régimen, muchas veces, una manera de medrar, de adquirir influencia política.

Fue así como el régimen absorbió a la Falange, se sirvió de ella, con cierto menosprecio por su doctrina, operación que se consumó con el famoso Decreto de Unificación, lo que vino a suponer en cierto modo su anulación como ideario político.

Todo ese material de aluvión que se incorporó a la Falange no contribuyó más que a neutralizar la primitiva esencia de su doctrina. La Falange se convirtió en el disfraz ideológico del Régimen, y en verdadero compañero de viaje, del que se prescinde cuando ya no nos sirve.

Hubo falangistas a los que verdaderamente la Falange les resultaba un ‘coñazo’ (para utilizar una válvula de escape a la sinceridad, como la que recientemente hemos visto en un conocido líder político) Un mal chiste de aquellos tiempos definía a la falange como un cachondeo (un cacho [de] un deo: señalando le parte del dedo que llamamos ‘falange’)

Uno de estos ‘falangistas’ desdeñosos de la doctrina del fundador fue el poeta Foxá, que no se recataba de proclamar que él, por su circunstancia familiar, era lo más diametralmente opuesto a lo que postulaba el ideario falangista.

Muchas veces, entre bromas y veras, se sinceró con sus amigos acerca de lo que él pensaba en realidad de la Falange. Así uno de estos amigos, Juan Ignacio Luca de Tena, nos ha dejado un par de testimonios inequívocos en este sentido, en los que el aristócrata dejó constancia de lo que en realidad pensaba de la Falange. Una vez la definió, jocosamente, como “la hija adulterina de Carlos Marx y de Isabel la Católica”* O sea, Foxá veía en la Falange (la auténtica, claro) un ascendiente comunista.

Y en otra ocasión dijo que lo que menos le perdonaba él al comunismo es que lo hubiera impulsado a hacerse falangista (quizás por aquello de que ‘de dos males siempre es preferible elegir el menor’)
Cuando la Falange ha querido recuperar credibilidad ya era tarde. La Falange auténtica, que se pretendió resucitar en tiempos de la democracia, ha resultado estar muerta y bien muerta.

Y, lo que es peor (para sus escasos seguidores) nadie cree en su resurrección.
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* Cf. J.I. Luca de Tena, Mis amigos muertos, (Planeta, Barcelona, 1971) p. 256
Algunos falangistas de buena fe, tuvieron el arresto y la valentía de manifestar su discrepancia del sistema. Tal es el caso de Ridruejo. Y, tras él, otros falangistas de primera hora irían manifestando su alejamiento del régimen: Laín Entralgo y, de alguna manera, Antonio Tovar.

lunes, octubre 13, 2008

Carteles de posguerra

Ahí está. Es el cartel que he andado buscando por Internet y que hasta ahora no había encontrado. Es la vieja estampa de Santiago Matamoros puesta al día. Un soldado, se supone que del ejército que ha hecho entrar en cintura a España nuevamente, empuña una bandera victoriosa, mientras que a sus pies yace la bestia comunista derribada.

El cartel estuvo pegado mucho tiempo en la pared de la casa de los Manganés, primera de la calle del Medio, acera izquierda, en dirección al Pozo de Arriba. El flanco derecho de esta casa mira hacia la cruz de los Caídos. Y en ese lienzo de pared estuvo pegado este cartel que yo miraba a diario, cuando iba camino de la escuela.

La bestia comunista caracterizada de demonio, con sus cuernos, aparece en el suelo, gorda y pesada, con sus miembros y su vientre pintarrajeados con las siglas de los movimientos obreros UHP, CNT y alguna que otra, más o menos legible. Se advierte el emblema de la Falange, el yugo y las flechas, y la leyenda de ‘una, grande, libre’ y en la parte superior, el nombre de ESPAÑA, convertida ya en monopolio del fascismo.

Un ejemplo más, tosco y grosero, de la demonización del enemigo. El soldado de rostro anónimo bien podía representar a Franco. El ‘ángel’ de la épica pemaniana de guardarropía, con la bestia del comunismo abatida, derrotada, a sus pies.

Esa bestia representaba a los únicos caídos de Aceuchal, los que cayeron en la retaguardia, a manos de los paramilitares de la derecha y cuyas bajas se contabilizaron como bajas de guerra, no como asesinatos con el refrendo de unos mandos rebeldes. Guerra sucia, desde luego. Y para más INRI, se erigió una Cruz de los Caídos y se colgó una lista de nombres en la pared de la iglesia que mira hacia el monumento.

Hubo algún cura que no se prestó a secundar la pantomima. Y se negó en redondo a oficiar la ‘misa negra’ de los caídos, allí donde no había habido más caídos que los represaliados de izquierda. Fue por los años 60. Naturalmente, fue botado de allí. Ese cura se llama Benito y vive actualmente en Málaga. Y, lo más admirable, ¡sigue siendo cura!

Este cartel me recuerda mi niñez, que tuvo que pechar con todas esas humillaciones, entre ellas la de comprender que la causa vencida se pretendía rebajar a la categoría de lo diabólico.

domingo, octubre 12, 2008

Otras inscripciones del puente de Alcántara

Además de la inscripción existente sobre el dintel de la capilla, o templete, de San Julián, del que días atrás nos ocupábamos, existen varias inscripciones, referentes a restauraciones llevadas a cabo en diversas épocas. Reproducimos aquí las correspondientes a los reinados de Carlos V (1543) y la que se realizó en tiempos de Isabel II de Borbón, en 1859.

En el texto de la primera de estas inscripciones se lee: CAROLVS ∙ V ∙ IMP ∙ / CAESAR ∙ AVGVSTVS / HISPANIARVMQUE ∙ REX ∙ HVNC PON / TEM BELLIS ETAN/ TIQVITATE EX PAR/ TE DIRVPTVM/ RVINAMQVE / MINANTEM INS/ TAVRARI IVS/ SIT∙ ANNO DO/MINI∙ M∙D∙XLIII/IMPERII SVI XXIIII/ REGNI VERO XXVI

O sea: Carlos V, Emperador, César Augusto, y Rey de las Españas mandó restaurar este puente, en parte roto y amenazando ruina, por las guerras y por la antigüedad, en el año del Señor 1543, año vigésimo cuarto de su imperio y vigésimo sexto de su reinado.

La otra inscripción corresponde a la restauración realizada en el reinado de Isabel II, cuando se grabó de nuevo en mármol el texto de la vieja inscripción del templete, ya por entonces muy deteriorada y a duras penas legible, texto que reproducíamos en la fotografía aportada en aquella entrada de este blog.

Esta restitución se hizo a instancias de la Real Academia de la Historia y se llevó a cabo, como se ha dicho, en el año 1859. Para ello hubo que desmontar piedra por piedra al arco abovedado del puente. Las piedras se numeraron, de manera que, tras la reposición del arco derruido del puente, volvieran a ocupar el lugar que tenían previamente a la restauración. De todo lo cual se da cumplida información en la Noticia de las Actas de la Real Academia de la Historia, leída en junta pública de 1º de julio de 1860, por Don Pedro Sabán, en Madrid, año de 1860, apéndice 8º, págs. 1-5. El arquitecto que restituyó la obra de Lácer no fue indigno de su antecesor. Su nombre es Alejandro Millán.

El texto de la lápida que da noticia de esta restauración es como sigue:





ELISABETH.BORBONIA/HISPANIARVM∙REGINA/NORBENSEM∙PONTEM/ANTIQVAE PROVINCIAE/LUSITANIAE∙OPVS/ITERVM∙BELLO/INTERRVPTVM/TEMPORIS∙


VETVSTATE/PENE∙PROLAPSVM/RESTITVIT/ADITVM VTRINQVE/AMPLIFICAVIT/VIAM∙LATAM∙AD/VACCEOS∙FIERI∙IVSSIT/ANNO∙DOMINI/ M∙DCCC∙LIX



(
Isabel de Borbón, Reina de las Españas, restituyó el puente Norbense*, de la antigua provincia de Lusitania, obra por segunda vez destruida por la guerra y casi en ruinas por su antigüedad; amplió las entradas por uno y otro lado, mandó hacer una ancha carretera hacia los vaceos, en el año del Señor de 1859)

Otra de las inscripciones que se encuentran en el puente es la que enumera los municipios y pedanías de la antigüedad que contribuyeron a la construcción del puente (inscripción sobre la que ha realizado un documentado estudio Luís García Iglesias, en un trabajo que citábamos en nuestra anterior entrega sobre las inscripciones latinas del puente) y la que aparece en el frontispicio mismo del arco del arco abovedado sobre el puente.

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* Norba es el nombre que corresponde a la provincia de Cáceres. El gentilicio Norbense es correlativo de Pacense, referido este a la provincia de Badajoz.