Un artículo de José Antonio Martín Pallín, publicado recientemente en El País, vuelve a replantear el problema que tiene pendiente la democracia española para hacer su despegue definitivo y poder homologarse a las democracias europeas que sufrieron regímenes totalitarios, como es el caso de España. A diferencia de Alemania o de Italia, que pudieron castigar a los mandatarios fascistas que las llevaron a la ruina, los crímenes del fascismo español no sólo han quedado impunes, sino que se pretende prolongar la Transición (el rodaje de la democracia) de forma que toda reivindicación de una condena formal del franquismo se niegue constantemente a quienes traten de poner de manifiesto la conculcación de todos los derechos civiles que supuso la dictadura. Lo que ésta vino a instaurar, por la espada y por la sangre, fue una subversión del orden jurídico, “a golpe de bandos de guerra”, una subversión que ponía ‘el mundo al revés’, el mundo del Derecho, visto con la óptica de la derecha: sirva de ejemplo ilustrativo el desplazamiento del principal delito de los sublevados, el de rebelión militar, aplicándolo al rival político: los militares fieles a la República fueron declarados ‘reos de rebelión militar’ y, quienes les apoyaban, ‘reos de auxilio a la rebelión’. El mundo al revés: el que lo dice lo es, afirma el dicho popular que refleja esta situación. La consigna, presuntamente patriótica, de la rebelión militar, el presuntuoso ¡Arriba España!, reflejaba la más triste situación real: la de una España patas arriba.
El supuesto caos republicano, que el llamado ‘Alzamiento’ pretendió corregir, consagró el verdadero caos de la arbitrariedad jurídica: los patriotas de la legalidad republicana pasaron a la categoría de antipatriotas, ante los nuevos patriotas del ‘arriba España’, ‘una, grande y libre’ y ‘por Dios y por España’.
Todos los simpatizantes de la República pasaron a ser ateos, enemigos de la religión, a estar vendidos a Rusia, a ser considerados antipatriotas. El levantamiento militar se convirtió en ‘Cruzada’, con el beneplácito de la jerarquía eclesiástica del momento y la consigna ‘por Dios y por España’ fue el salvoconducto moral de toda clase de crímenes y tropelías. La gran coartada de la guerra sirvió para justificar la matanza sistemática, generalizada, del rival político: los asesinados en la retaguardia morían ‘a consecuencia de heridas de guerra’, ‘por choque con la fuerza pública’ y otras muletillas por el estilo.
Todo este tinglado de la propaganda fascista no se desmontó (no se pudo desmontar) durante la vida del dictador. Y aún hoy día está resultando ineficaz el intento de relegar al olvido toda la maquinaria del régimen, de forma que quede erradicado definitivamente el franquismo de la faz de España.
En consecuencia, la implantación de la democracia en España sigue siendo una tarea incompleta, una cuestión pendiente.
Residuos y resabios del viejo poder franquista siguen instalados en nuestras instituciones, presuntamente democráticas. Así lo hemos podido comprobar recientemente con el caso del juez Garzón.
La justicia oficial de la democracia sigue protegiendo, post mortem, la ominosa memoria del dictador.
El supuesto caos republicano, que el llamado ‘Alzamiento’ pretendió corregir, consagró el verdadero caos de la arbitrariedad jurídica: los patriotas de la legalidad republicana pasaron a la categoría de antipatriotas, ante los nuevos patriotas del ‘arriba España’, ‘una, grande y libre’ y ‘por Dios y por España’.
Todos los simpatizantes de la República pasaron a ser ateos, enemigos de la religión, a estar vendidos a Rusia, a ser considerados antipatriotas. El levantamiento militar se convirtió en ‘Cruzada’, con el beneplácito de la jerarquía eclesiástica del momento y la consigna ‘por Dios y por España’ fue el salvoconducto moral de toda clase de crímenes y tropelías. La gran coartada de la guerra sirvió para justificar la matanza sistemática, generalizada, del rival político: los asesinados en la retaguardia morían ‘a consecuencia de heridas de guerra’, ‘por choque con la fuerza pública’ y otras muletillas por el estilo.
Todo este tinglado de la propaganda fascista no se desmontó (no se pudo desmontar) durante la vida del dictador. Y aún hoy día está resultando ineficaz el intento de relegar al olvido toda la maquinaria del régimen, de forma que quede erradicado definitivamente el franquismo de la faz de España.
En consecuencia, la implantación de la democracia en España sigue siendo una tarea incompleta, una cuestión pendiente.
Residuos y resabios del viejo poder franquista siguen instalados en nuestras instituciones, presuntamente democráticas. Así lo hemos podido comprobar recientemente con el caso del juez Garzón.
La justicia oficial de la democracia sigue protegiendo, post mortem, la ominosa memoria del dictador.