
La adivinación es un arte apolíneo, de esto existe una arraigada convicción en la concepción tradicional de la poesía. Apolo, hijo de Júpiter (Zeus) y de Latona (Leto), llamado también Febo (personificación del sol) es el dios de la poesía y de la profecía.
Por su parte, los poetas, según la genealogía de los dioses que versificó Hesíodo en su
Teogonía, son los hijos "de las Musas y del flechador Apolo" (v.95) Por la vía materna recibieron la facultad de recordar (pues las Musas son hijas de Mnemósine, es decir, de la memoria) y por la vía paterna, o sea, apolínea, recibieron el arte de la premonición, el don de atisbar el porvenir.
Hay en los poetas una veta de adivinos, de la cual ellos se sienten eventualmente conscientes y hasta llegan a proclamarlo en algunas ocasiones. Por más que ello suponga, más bien, una fatalidad. Pues lo que del futuro suele atisbar el poeta es aquello que atañe a su propio destino, sobre todo cuando es de signo trágico.
Estas facultades mánticas, o adivinatorias, del poeta han sido reconocidas desde antiguo, como podemos rastrear por testimonios suficientemente significativos, propios o ajenos. La misma palabra 'vaticinio' (que literalmente significa 'lo que canta el poeta') se entendió teñida de una connotación profética. Vaticinio se considera sinónimo de pronóstico.
Algunos poetas han incurrido en jactancia, al arrogarse una facultad mántica que probablemente no tenían. Los que de veras la tienen, la tienen a título de premonición, barrunto o pálpito, sin que puedan afirmar nada con certeza.
Esos atisbos del porvenir suelen vivirlos los poetas en forma de
presentimientos. Algo que intuyen aunque no puedan justificar, son corazonadas, presagios que nunca se le revelan con la seguridad de que han de acontecer. Y es mejor que sea así, pues no es conveniente saberse abocado a un destino trágico.
Más o menos oscuramente, los poetas se sienten a veces en posesión de la facultad mántica. Los testimonios en este sentido datan de muy antiguo. Así en un conocido fragmento de un texto de Píndaro, el poeta se ve a sí mismo como capacitado para interpretar oráculos:
Musa, di tu oráculo y yo seré tu profeta (fr.150)
En Horacio, en cambio, la facultad mántica atribuida al poeta se ve más bien con irónico escepticismo, como algo que el presunto adivino dice haber recibido de Apolo:
Divinare etenim magnus mihi donat Apollo* (Sat. 2.5.60)
Todavía en el pasado siglo, tan cercano aún, uno de los poetas franceses de las vanguardias, Guillaume Apollinaire (ya su propio apellido parece relacionarlo a propósito con el dios de la profecía) se presentaba como dotado de poderes mánticos:
Tu vois que flambe l'avenir.
Sache que je parle aujourd'hui
pour annoncer au monde entier
qu' en fin est né l'art de prédire.
(Ves que reverbera el porvenir.
Sábete que yo hablo hoy aquí
para anunciar al mundo entero
que por fín ha nacido el arte de predecir)
En fin, la relación entre poesía y profecía se puede considerar un tópico literario. A la tarea de determinar esa relación han dedicado tiempo algunos estudiosos y uno de los trabajos ya clásicos sobre el tema es
Poetry and Prophecy, de Nora Chadwick.Poseo una copia de este libro obtenida de la biblioteca tayloriana. No es lo que yo me esperaba sobre el particular.
Los resultados de las investigaciones en este sentido no contienen aportaciones decisivas acerca del asunto. Nos movemos en un terreno en el que no podemos trascender la mera conjetura.
Con todo, cabe afirmar que hay suficientes indicios que nos permiten establecer la hipótesis de que
poesía y premonición van, a menudo, asociadas. De que cabe establecer entre ambas una relación eventual, susceptible de ser apoyada con ejemplos.
Se da, efectivamente, en algunos poetas una especie de atisbo o vislumbre del futuro, especialmente en lo que atañe a su propio destino. Dos casos significativos en este sentido están representados por sendos poetas que mutuamente se atrajeron y se repelieron, sucesivamente, según la orientación de sus respectivos polos espirituales. Me estoy refiriendo a García Lorca y a Miguel Hernández.
Es fácil diagnosticar
a posteriori que ambos poetas tuvieron como una suerte de premonición de sus respectivos destinos.
El barrunto de ese
fatum que, como dijo Dámaso Alonso, en el caso de Lorca, "en la última y tremenda hora de su vida prevaleció aciagamente", se puede rastrear tanto en uno como en otro poeta; bien que de modo más personalizado en el autor de
El rayo que no cesa. El pálpito de una muerte temprana está ya en la fase inicial de la poesía del oriolano, en unos versos primerizos que hoy nos parecen sorprendentemente premonitorios:
Sabe
que me iré por el sendero,
muy pálido y muy ligero,
y que me iré muy temprano:
Tal vez no esté todavía
el sol en el meridiano.
Este presentimiento se hace recurrente a partir de la gran experiencia del amor, influido probablemente el poeta por la concepción aleixandrina del amor/destrucción. El símbolo del mar "que es el morir", según la intuición manriqueña, nos revela que el poeta es tremendamente lúcido acerca del presentimiento de la muerte prematura que le ronda:
Esposa, sobre tu esposo
suenan los pasos del mar.
Esta inminencia de la muerte presentida se asume, a veces, desde una perspectiva menos trágica, despojándola de sus trazos sombríos para aceptarla de una forma más llevadera, casi con un resignado humor. Entonces el poeta se declara "vecino de la muerte". La familiaridad con ella hace que su proximidad resulte menos temerosa. En la "Elegía a Federico García Lorca", Miguel alude a esta familiaridad con la muerte, confesándole a su admirado amigo, ya difunto:
Tú sabes, Federico García Lorca,
que soy de los que gozan de una muerte diaria.
Por su parte, Federico había asimilado la intuición de su propia tragedia, desplazándola hacia sus personajes. Las visiones premonitorias de muerte y asesinato que rondaban al propio poeta se fijan en los personajes de sus dramas y poemas. El sino trágico del poeta se refracta en muchos de estos personajes. Se diría que en ellos el poeta adopta los papeles drámáticos que representan su propia tragedia, ya prefigurada en ellos. Así, por ejemplo, en el "Romance sonámbulo", uno de los poemas del
Romancero gitano, el poeta dice:
Compadre, quiero morir
decentemente en mi cama,
de acero, si puede ser,
con las sábanas de holanda...
Pero también en el "Romance del Emplazado", del mismo libro, se cuenta un caso que presenta curiosas afinidades con la propia circunstancia del poeta. Al Emplazado le pronostican en junio su próximo fallecimiento:
El veinticinco de junio
le dijeron a El Amargo:
Ya puedes cortar si gustas
las adelfas de tu patio (...)
Porque dentro de dos meses
yacerás amortajado.
De modo que El Amargo murió en el mes de agosto, lo mismo que Federico. De suerte que podemos conjeturar que con una anticipación de ocho años (el Romancero gitano se publicó en 1928) el poeta había tenido algo así como un pálpito de su propio fin trágico.
Cabe, en efecto, imaginar que Federico anticipa en este caso la visión de su propia tragedia, y que está vislumbrando su propia muerte, ignominiosa y violenta, junto al barranco de Víznar.
El pasaje citado no es más que un ejemplo de entre los varios más que se podrían citar a este propósito. En todos ellos, como en los fragmentos de un espejo roto, se puede ver reflejada, multiplicadamente, la propia tragedia personal del poeta.
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* La ironía de Horacio se advierte sólo por el contexto con el verso anterior:
¡Oh, hijo de Laertes, lo que diré ocurrirá o no ocurrirá: / pues el gran Apolo me ha concedido el don de adivinarlo! (Se entiende que una de las dos cosas tiene que verificarse, por fuerza, ya que "tertium non datur".Pero, claro, aquí huelga la profecía. Por simple lógica sabemos que ha de ser así)