
La Asociación Literaria Huebra, de Aracena, ha editado recientemente un libro del poeta Carlos Sánchez Rodríguez, poeta del que ya nos hemos ocupado anteriormente en las páginas de este blog. El título del libro es El último otoño, y en él se nos ofrece una especie de relato novelado de la última etapa de Arias Montano en su retiro de Aracena, de la Peña, concretamente. Ese último otoño se refiere, sin duda, al del año anterior al de su muerte, ocurrida en julio del 1598. La placidez del retiro de la Peña, tan grata a nuestro biblista, hubo de verse turbada por el requerimiento del Rey, que pidió al arzobispo de Granada, Don Pedro de Castro, que se tuviese en cuenta la opinión de Arias Montano acerca de la autenticidad de los llamados Plomos del Sacromonte; y que no se tomase ninguna decisión sobre los referidos documentos sin que el sabio de Fregenal hubiese dado su veredicto. Sabía muy bien Felipe II que en tal coyuntura sólo podría fiarse de la sabiduría y la honradez de nuestro políglota.
El relato está alternativamente protagonizado por un narrador (capítulos pares) y por el propio Benito Arias Montano (capítulos impares) como únicas dramatis personae que intervienen en la narración. Hay que destacar, en este punto, el acierto del autor, que se mete en la piel del personaje y le da la máxima veracidad, en el tono comedido y prudente de las palabras que pone en boca de él.
Todo el relato está apoyado en datos con base histórica, en su mayoría. Y desfilan por sus páginas personajes de probada honradez e integridad moral, como el propio Arias Montano y, también, sus amigos como Pedro de Valencia, el arzobispo Méndez, natural de Salvatierra de los Barros; frente a ellos, los inevitables antagonistas, el contrapunto de los personajes intrigantes, que no actúan sino en provecho propio. Los que han preparado, seguramente, el fraude del que esperan obtener grandes beneficios. Los que, en definitiva, nunca perdonarán a Montano que haya impugnado la autenticidad de los Plomos, declarando que se trata, lisa y llanamente, de una falsificación.
El relato se lee con gusto, porque sabe urdir una historia interesante y refleja con todo acierto la honradez de unas almas nobles; todo ello sin demasiadas concesiones a lo fantástico, para lo que sirve de contrapunto el apoyo en el dato histórico. No sé de dónde toma el narrador algunos detalles de los numerosos que aporta y que contribuyen a dar veracidad a su relato. Pero, por ejemplo, los versos de Montano que aparecen reproducidos en la página 60, son auténticos sáficos, en los que el tercer verso, el sáfico, va seguido del adónico, tal como se consideraba en la antigüedad.
En fin, una gozada leer este libro de Carlos Sánchez. Desde aquí mi enhorabuena al autor y a los editores.
El relato está alternativamente protagonizado por un narrador (capítulos pares) y por el propio Benito Arias Montano (capítulos impares) como únicas dramatis personae que intervienen en la narración. Hay que destacar, en este punto, el acierto del autor, que se mete en la piel del personaje y le da la máxima veracidad, en el tono comedido y prudente de las palabras que pone en boca de él.
Todo el relato está apoyado en datos con base histórica, en su mayoría. Y desfilan por sus páginas personajes de probada honradez e integridad moral, como el propio Arias Montano y, también, sus amigos como Pedro de Valencia, el arzobispo Méndez, natural de Salvatierra de los Barros; frente a ellos, los inevitables antagonistas, el contrapunto de los personajes intrigantes, que no actúan sino en provecho propio. Los que han preparado, seguramente, el fraude del que esperan obtener grandes beneficios. Los que, en definitiva, nunca perdonarán a Montano que haya impugnado la autenticidad de los Plomos, declarando que se trata, lisa y llanamente, de una falsificación.
El relato se lee con gusto, porque sabe urdir una historia interesante y refleja con todo acierto la honradez de unas almas nobles; todo ello sin demasiadas concesiones a lo fantástico, para lo que sirve de contrapunto el apoyo en el dato histórico. No sé de dónde toma el narrador algunos detalles de los numerosos que aporta y que contribuyen a dar veracidad a su relato. Pero, por ejemplo, los versos de Montano que aparecen reproducidos en la página 60, son auténticos sáficos, en los que el tercer verso, el sáfico, va seguido del adónico, tal como se consideraba en la antigüedad.
En fin, una gozada leer este libro de Carlos Sánchez. Desde aquí mi enhorabuena al autor y a los editores.