
lunes, enero 30, 2012
DON LUIS MORENO MAYORAL, PADRE ESPIRITUAL Y PROFESOR EN SAN ATÓN

sábado, enero 28, 2012
LA VIRGEN TIROLESA



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* Naturalmente que los apóstoles no se expresarían en latín sino en arameo, que era la lengua nativa de Cristo. Pero los seminaristas utilizábamos preferentemente el latín de la Vulgata.
lunes, enero 23, 2012
MIGUEL HERNÁNDEZ Y LOS CUATRO ELEMENTOS
Escucha, ante todo, cuáles son las cuatro
raíces, o principios de todas las cosas:
el fuego, el agua, la tierra y el aire inmenso en lo alto.
De esta doctrina se hizo eco el poeta romano Lucrecio en su poema De rerum natura:
Hay quienes piensan que de cuatro cosas todo puede
tener su origen: del fuego, la tierra, el aire y el agua.
Miguel Hernández, desde muy joven en contacto directo con la naturaleza, se siente parte de ella y puede sentirse identificado con cada uno de esos ‘cuatro elementos’ a los que nos hemos referido. Examinemos algunos ejemplos.
El aire.- Bien en un sentido lúdico (en broma) o bien en un tono más trascendental, aunque de manera metafórica, el poeta se siente identificado con este elemento en su aspecto dinámico. Veamos sendos ejemplos:
El día que sientas un gran viento sobre las casas de Cox, que se lleve las tejas, di: “Ahí viene Miguel”... Además, ya sabes tú que uno, yo por ejemplo, tengo mucho aire natural y me llevo los papeles del suelo cuando paso andando...” (Carta a Josefina, O.C., p. 2.448)
Esto que aquí se dice en tono lúdico, pero dando a entender que el poeta se siente partícipe de ese dinamismo propio del viento, se convierte en una afirmación completamente seria, al tratar el autor de describir la fuerza motriz de la poesía, capaz de impulsar al pueblo a una acción determinada:
Los poetas somos viento del pueblo: nacemos para pasar soplados a través
de sus poros y conducir sus ojos y sus sentimientos hacia las cumbres más
hermosas. (M.H. Viento del pueblo, Prólogo a Vicente Aleixandre)
El agua.- Es, junto con la tierra, el elemento femenino, nutricio por excelencia. De la evaporación del mar, los lagos y los ríos, se eleva al cielo el agua y de allí desciende en forma de lluvia. En Virgilio (G. 2.325-7) encontramos una magnífica prosopopeya (personificación) por la cual se representa al Cielo como el esposo que copula con la Tierra en una feliz coyunda:
Entonces el padre omnipotente, el Cielo,
desciende al regazo de su feliz cónyuge
con la lluvia fecunda y, unido a su inmenso
cuerpo, alimenta con el suyo, grande, a las criaturas todas (G. 2.325-7)
El poeta se identifica con el elemento agua en una ocasión, comparándose con el río de su vega natal, el río Segura:
Tú eres una florida y dulce vega
y yo el caudal que la deslumbra y riega
con sus constantes joyas y atenciones.
¡Qué bien sufro mi mal, mi bien, contigo,
hecho un Segura de oro caricioso
que tu vega de amor cuida y consuela!
(HORTELANO –doliente, 219)
El fuego.- El elemento ígneo aparece en la vida del poeta de manera fulminante: en forma de rayo. El acontecimiento que consiste en enamorarse, lo vive el poeta lúcidamente como una premonición de la muerte. Resulta un tanto extraño, pero es así. Y aunque la naturaleza de las metáforas, como recurso poético, nos induzca a pensar que no se trata de un fuego ‘real’, sino de un fuego metafórico, no conviene olvidarse de que el fuego ‘analógico’, figurado, del amor, puede dar lugar a efectos analógicos proporcionales a los producidos por el fuego ‘real’. Se ha dicho, en más de una ocasión, que ‘se puede morir de amor’. En las concomitancias entre el amor y la muerte han insistido machaconamente los poetas desde tiempo inmemorial. Ya Leopardi dejó como prueba sus versos (traídos a colación por mí en anteriores ocasiones):
Fratelli a un tempo stesso amore e morte
ingenerò la sorte... (Canti, XXVII, 1-2)
Ese fuego metafórico llega a inspirar al poeta alguna que otra hipérbole como ésta:
No bastan cerraduras ni cementos, /no, a encadenar mi sangre de alquitrán inflamado, /capaz de despertar calentura en la nieve.
El amoroso fuego se aviva con la circunstancia de la guerra y con el viento del pueblo. El poeta también arde literalmente ante la urgencia del amor. Cárceles y fusiles, campañas y ausencias son obstáculo e impedimento frecuente a la consumación de ese amor. Fríos, privaciones, carencias, socavan su salud y le hunden definitivamente en la enfermedad, el verdugo lento, pero seguro, que le han asignado sus enemigos. El ‘carnívoro cuchillo’ metafórico se hace realidad, bajo la forma de un absceso pulmonar.
Llega el momento ya previsto y preconizado por el poeta:
ave o rayo secular,
corazón, que de la muerte
nadie ha de hacerme dudar.
El fuego consume finalmente al poeta, pero sobre todo, los sufrimientos incomportables de las cárceles y la terca, inmisericorde dureza de sus enemigos.
La tierra.-
después de la tierra, nadie”.
(C. y R. de ausencias, 117)
Después del amor, la tierra;
después de la tierra, todo. ("Después del amor", ibíd.)
La tierra, pues, está en el principio, como elemento originario: según el mito bíblico, Dios hizo a Adán del barro de la tierra (Gen. 2.7) y el poeta ratifica con su intuición ese texto bíblico, cuando dice de sí mismo:
Me llamo barro aunque Miguel me llame (El rayo..., 15)
La tierra es el elemento femenino de la naturaleza, junto con el agua. El vientre femenino es un símbolo ctónico (griego, ‘cthōn’, tierra). En él se deposita la semilla que dará origen a un nuevo ser. Para el poeta, la tierra presenta el doble atractivo de ser madre y esposa. La siembra y la fecundación, así como el abonado de la tierra son, correlativamente, tareas agrícolas. Y las herramientas de labor están simbolizadas en los genitales masculinos (“el arado y los bueyes”), mientras que el surco es imagen de la vulva.
Con estos prenotandos se entiende mejor que el poeta relacione coherentemente el amor y la muerte, el vientre femenino y la sepultura, el deseo de copular y el de morir:
Mi cuerpo pide el hoyo que promete la tierra,
el hoyo desde el cual daré mis privilegios de león y nitrato
a todas las raíces que me tiendan sus trenzas.
(“Vecino de la muerte”)
tu caudaloso vientre será mi sepultura. (“Hijo de la luz y la sombra”)
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Lo agrario y lo genésico están íntimamente relacionados en la poesía hernandiana; y lo mismo el amor con la muerte. Tierra de labranza es la mujer y tierra de labor el pecho del poeta enamorado:
...en él se dio el amor a la labranza,
y mi alma de barbecho
hondamente ha surcado
de heridas sin remedio ni esperanza
por las ansias de muerte de su arado.
En fin, la comunión del hombre con el medio rural se da cumplidamente en la poesía de Miguel Hernández. El poeta se integra en las fuerzas genésicas de la Naturaleza mediante su identificación con los llamados ‘cuatro elementos’.
lunes, enero 09, 2012
¿QUIÉN LES ROBÓ LA SONRISA?
¿Creen ustedes propia de esa edad (entre 4 y 8 años) la expresión de esos semblantes infantiles? La sonrisa en esos rostros “brilla por su ausencia”, nunca dicho el tópico con mayor propiedad.
Yo no fui “niño yuntero”, pero acompañé más de una vez a mi primo hermano, Antonio, cuatro años mayor, detrás de las mulas y el arado. Antonio era el “niño yuntero” que yo conocí en aquellos años:
y ya sabe que el sudor
es una corona grave
de sal para el labrador.
Trabaja y mientras trabaja,
masculinamente serio,
se unge de lluvia y se alhaja
de carne de cementerio.
Era la vida dura y esclava que denunciaba Miguel Hernández, la del trabajo precoz de unos niños obligados a ser hombres antes de tiempo.
Mirando esas fotos se me ocurre una pregunta delatora de una injusticia, aún más grave que la que denunciaba, por las mismas fechas, el poeta Rafael Alberti. También la suya se refería a “los niños de Extremadura”.
Sólo que, en el presente caso, el robo se refiere a una necesidad más vital para un niño que la de los propios

domingo, enero 08, 2012
LIBRITO PÓSTUMO DE PEDRO BELLOSO

Me ha llegado este librito por mediación del joven profesor universitario Nacho Pavón, paisano de Pedro Belloso y potencial biógrafo del mismo, ya que en la actualidad reúne datos y acumula material para una futura biografía del poeta y ex-párroco de Alange.
Quiero dejar constancia aquí de esta publicación para conocimiento de cuantos estén interesados por la poesía, en general, y en particular por la de este sacerdote extremeño, uno de los varios que integraban el elenco glorioso de la poesía del Seminario pacense en la década de los 40 del siglo pasado: jóvenes con poco más de 20 años por aquellos tiempos. Todos ejercían con ilusión la poesía y todos se habían provisto del correspondiente seudónimo por el que eran reconocidos en la casa común. Sabíamos (sobre todo los que amábamos la poesía) que dichos seudónimos se correspondían con los respectivos nombres propios: Alas Adolfo (Pedro Belloso), Nazario Ortiz (Francisco Cañamero) y Néstor Rodín (Paco, Francisco Sánchez Rodríguez) A ellos se uniría un cordimariano, que adoptó el seudónimo de David Uziel , y que con el tiempo iba a ser uno de los más entusiastas impulsores de la poesía sacerdotal en Extremadura. Me estoy refiriendo a Juan Robles Febré, “cónsul general de la poesía” en Extremadura, diré parafraseando cierta expresión de García Lorca.
El librito que ahora podemos saborear (con ese sexto o séptimo sentido que es el del paladar estético) es una colección de poemitas en torno a la Navidad. Son versos, en general, de arte menor: cuartetas, romances, alguna que otra seguidilla y algunas décimas. Un solo poema de arte mayor, en verso libre.
Todo poesía en tono menor, ligera, alada. El editor, autor del prólogo, cita algunos ejemplos característicos de esta poesía popular, propia de un hombre que convivió muchos años con la gente sencilla, aldeana, de los pueblos que apacentó como pastor de almas. Incluso, en alguna ocasión, se le cuela algún vulgarismo, que el poeta utiliza con benevolente simpatía, aun a sabiendas de que no pertenece a los cánones del lenguaje correcto. Tal es, por ejemplo, el adjetivo desinquieto, que alguna vez escuché en mi propio pueblo, para referirse a un peculiar comportamiento de los niños y que, en la práctica, viene a significar algo así como ‘intranquilo’, ‘inquieto’. El uso popular no distingue ahí que dos prefijos (’des’ e ‘in’, respectivamente) ambos negativos, puedan reforzarse, aunque sea de modo contradictorio (‘des-inquieto’ tendría que significar, más bien, lo contrario de ‘inquieto’. Aquí significa, ‘más que inquieto’).
En fin, poesía entrañable, cercana, popular. Esta poesía genuina la podemos paladear en el nuevo librito de Pedro Belloso, el admirado Alas Adolfo de nuestra primera juventud.
sábado, enero 07, 2012
CUADERNOS ESCOLARES (II)

Observo que he escrito el nombre de mi padre, que siempre lo tuve y lo tengo presente, en la memoria, sabiendo, desde muy pequeño, lo que fue la tragedia familiar que marcaría mi vida, a partir de septiembre de 1936.
Escrito con una de las plumillas que se utilizaban en aquella época, la tinta se tomaba de un pequeño tintero que se insertaba en un agujero redondo del pupitre. Más de una vez fui yo el encargado por el maestro, Don Juan Fraile, de renovar la tinta que se elaboraba con polvos y agua en una gran botella.
La escuela estaba en el Pozo de Arriba y salíamos al recreo en la plaza cuadrangular, rodeada por un enrejado, excepto por la parte que da a las viviendas frente a la calle del Medio.
En el año 1945 dejé la escuela para prepararme a ingresar en el Seminario de Badajoz. El ingreso fue en 1946, tres años después de la fecha en que fue copiado el poemilla de Campoamor.
Nota: Clicar sobre las páginas del cuaderno para agrandar
Ver la poesía en Internet mediante el enlace siguiente: http://www.los-poetas.com/j/campo 1.htm=EL GAITERO DE GIJÓN


Nota (bis): En la estrofa II, verso primero, falta la palabra 'que' (¡Pobre!, al pensar que en su casa...)