Lucano, el gran poeta cordobés sobrino de Séneca, escribió un poema que él tituló Bellum civile (Guerra civil) pero que, con el tiempo, vendría a ser más conocido con el nombre de Farsalia, en memoria de uno de los episodios de aquella guerra. Un latinista extremeño, por desgracia ya fallecido, mi gran amigo Antonio Holgado, ha sido uno de los grandes estudiosos de este poema del que publicó una de las mejores traducciones que existen en español. Por ella su autor mereció el Premio Nacional de Traducción que recibió en 1985, tres años antes de su muerte. La traducción fue publicada en la colección de Clásicos Gredos, en 1984.
Hoy traigo aquí a colación el poema de Lucano porque, en no pocos aspectos, a mi modo de ver no baladíes, tanto en el título como en el contenido, el poema lucáneo me parece una prefiguración de la gran “farsa” que fue nuestra guerra civil española. Por lo pronto, entre “farsa” y Farsalia existe ya una coincidencia de principio.
Se ha dicho de la Farsalia que es un poema “sin héroes” y “sin dioses”, a diferencia de otros poemas épicos de la literatura clásica, como por ejemplo la Ilíada, o la Eneida. No vemos en la Farsalia héroes como un Eneas, un Aquiles o un Héctor. Y es que no hay guerras civiles épicas. ¿Cómo pueden considerarse épicas, o heroicas, guerras civiles como la de César y Pompeyo, o la de Franco y sus secuaces contra la República, cuando en ellas se “otorgó legalidad al crimen? (Luc. B.C. 1.2)
Más relaciones entre la Farsalia y la farsa de la guerra civil del llamado Glorioso Alzamiento Nacional y hasta Cruzada. Comienza el poema de Lucano con el siguiente verso hexámetro y parte del segundo:
Bella per Emathios plus quam civilia campos
iusque datum sceleri canimus...
(guerras más que civiles cantamos, libradas en las llanuras de Emathia,
y el crimen investido de legalidad...) *
El primer verso se podría referir a España cambiando sólo la palabra Emathios por Hispanos, sin que el cambio afectara al hexámetro. El segundo verso le cuadra a la guerra civil española, en particular lo de “se otorgó legalidad al crimen”. En cuanto a la expresión “más que civiles”, cabría decir que resulta exacta en la medida en que intervinieron en ella las potencias extranjeras de Alemania e Italia; podríamos decir que de manera oficial (con participación de su máquina militar) En cambio, la intervención de las llamadas brigadas internacionales a favor de la República tuvo carácter voluntario.
Todo el aparato épico con el que se quiso exaltar la guerra civil española tiene hoy un aspecto de farsa. Uno de los exaltadores de la presunta epopeya fue José Mª Pemán en su Poema de la Bestia y el Ángel. La “bestia” estaba encarnada en el “rojo”, es decir, el sectario del comunismo. Y el “ángel” (¿cómo no?) en los sublevados que se habían alzado por la causa buena. La Farsalia española puede entenderse mejor trasponiendo las letras de esa palabra de manera que la “l” ocupe el lugar de la “r”, y viceversa: La Falsaria.
Pero sigamos con el paralelismo: como en el poema de Lucano, también aquí “la causa vencedora complació (o complugo) a los dioses” (victrix causa deis placuit), pero la causa vencida complació (o complugo) a Catón (es decir, a los que estaban de parte de la República). Catón era un republicano íntegro y un verdadero patriota.
Y, por último, también en la Farsalia auténtica hubo “novios de la muerte” (tipo Millán Astray) a los que sólo les faltaba gritar “¡Viva la muerte!”. El amor de Millán Astray por la muerte era émulo del amor del legionario Esceva, en el poema de Lucano, amor declarado por el mismo Esceva, con ocasión de morir matando a Aulo, del bando de Pompeyo. Las palabras del legionario fueron en aquella ocasión: “Vuestro amor a Pompeyo y a la causa del senado es menor que el mío a la muerte”*. Esceva es un legionario, un “novio de la muerte” en toda la plenitud de la expresión. El otro legionario, también “novio de la muerte”, es (¿cómo no?) del bando cesariano. Su nombre es Vulteyo. Para éste es preferible el suicidio a morir a manos del enemigo. En una enardecida arenga (B.C. IV, 519 y ss.) intenta persuadir a los suyos a que se den muerte a sí mismos, antes de caer en las manos del enemigo. He aquí las palabras de Vulteyo, según la traducción de Antonio Holgado: “He arrojado fuera mi vida, camaradas, y estoy, todo entero, empujado por los aguijones de la muerte inminente: es un delirio. Sólo a quienes ya roza la cercanía del destino les es dado conocer lo que los dioses ocultan a quienes han de vivir, para que puedan seguir viviendo: que morir es una felicidad”. Naturalmente, tanto Vulteyo como Astray eran en esto generosos: preferían hacer felices a los demás antes que a sí mismos. Sólo si la situación lo requería, o si no había más remedio, procuraban “amar a la muerte, antes que temerla”. La letra de una de las canciones patrióticas de aquellos tiempos decía, aludiendo a la patria:
Que por verte temida y honrada
contentos tus hijos irán a la muerte.
(Pese al contrasentido de que, una vez muertos, ya no podrían verla temida y honrada, ni de ninguna otra manera)
Claro que, referidos a la guerra civil, estos versos no tienen sentido: todos éramos hijos de la misma patria. Por eso las guerras civiles todas son luchas cainitas: fratricidas.
La causa vencedora se hizo con el monopolio del concepto de patria. Se expolió a los compatriotas no sólo de la patria, sino también de la vida.
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* Doy la traducción de Antonio Holgado