domingo, diciembre 17, 2006

EXEQUIAS PÓSTUMAS DE UNA REPUBLICANA

El sábado 16 de diciembre se ha celebrado un acto en el cementerio de Zafra, organizado por los miembros de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica. Un acto laico, sin responsos ni oraciones. Hubo, sí, un sustitutivo de este tipo de ceremonias, no menos digno ni edificante, como fue la interpretación musical de una conocida pieza de Pau Casals, el Cant dels Ucells, que resonó en el recinto con la devota unción de una oración. Fue emotivo pensar que, al cabo de 70 años, la memoria recuperaba el recuerdo de aquella joven mujer, asesinada sin piedad, como otras tantas víctimas de aquella represión brutal, que empleó la estrategia de deshacerse del enemigo potencial antes de que éste pudiera incorporarse a la resistencia. Fue el pueblo indefenso uno de los principales objetivos bélicos: Era más fácil y cómodo eliminar al enemigo en la retaguardia que esperar a que tratara de incorporarse a filas. Fue el juego sucio de la guerra. Previsión, dirán algunos; pero en realidad, felonía y cobardía.
La sepultura de Nieves González Gomato está en la parte antigua del cementerio zafrense, junto a un ciprés, en el suelo, semioculta por el pavimento de la acera que discurre paralela a la pared de los nichos. En el tronco de ese ciprés, alguien ha adosado un pequeño fanal con unas flores y un retrato de la mártir republicana. Ahora se ha añadido una losa de mármol con una inscripción que conmemora el acto y exalta la memoria de esta víctima y, por extensión, de aquellas otras cuyos restos descansan en fosas comunes, las más veces en lugares ignorados o desconocidos.
Queremos pensar que en la ceremonia de ayer se ha honrado la memoria de esos difuntos carentes de honras fúnebres, cuyo rastro se perdió para siempre. Que con este homenaje se haya hecho realidad la profecía del salmista:


Exultabunt ossa humiliata (Se alegrarán los huesos humillados)


Al menos, los de esta difunta ya tienen una lápida y unas exequias aunque con un retraso de setenta años.

miércoles, diciembre 13, 2006

YO VIVÍ EL GREGORIANO


Fue durante mi época de seminarista –parte de la niñez y de la juventud– entre los años 46 y 52 del pasado siglo.
Mi vida estuvo por aquellos años pautada, sometida a regla. Y, simbólicamente, esa pauta se concretaba, se materializaba, en el tetragrama de la música gregoriana. El clero se divide convencionalmente, como se sabe, en secular y regular. Éste último es el que vive recluido en los monasterios, conventos y cenobios: los frailes y las monjas. El otro es el de los curas. Se llama secular porque estan destinados a convivir con los seglares, en el mundo, que llaman también el siglo.
Los seminaristas (llamados también levitas, en recuerdo de la tribu de Levi, padre de una casta sacerdotal) éramos clero regular destinado a convertirse, en su día, en clero secular. Claro que, a menudo, esta secularización ocurría en el sentido de “colgar los hábitos”.
Vivíamos, pues, en tanto que recluidos en el cenobio del Seminario, monacalmente; como clero regular, reglados por la disciplina y pautados por el simbólico tetragrama, medievalizados en cierto sentido (el tetragrama y la “cuaderna vía” constituyen las respectivas pautas, musical y poética, del medievo)
Y, desde luego, nuestra relación con Dios estaba calcada en el sistema de la sociedad eril: amo (Señor) y siervo (el creyente). Dios es, por antonomasia, el Señor. La definición del catecismo del P. Ripalda no podía ser más explícita: “Dios es un señor infinitamente bueno, sabio, poderoso, principio y fin de todas las cosas”. Es decir, Dios estaba en la categoría de los señores, bien que en una posición relevante o preeminente con respecto a ellos, por ser infinitamente bueno, sabio, poderoso, etc.
Y los siervos servíamos a este “señor” a cambio de protección, como en la Edad Media los siervos de la gleba servían a sus respectivos señores.
Todos los textos litúrgicos de esta visión medieval de la religión (obligación contractual de unos siervos con un señor) se inspiran primordialmente en los Salmos: en ellos se pide reiteradamente protección al Señor contra los enemigos. Se vive, obsesivamente, una situación de acoso, de asedio, que requiere constantemente invocar la defensa de un protector.
Y bien, el Gregoriano. La vida del seminarista estaba reglada, pautada, cuadriculada, de la mañana a la noche: maitines, laudes, vísperas y completas. Cuatro, el número medieval por excelencia. Cuatro, o múltiplos de cuatro. Estas eran las llamadas “horas canónicas”, de las cuales unas eran “menores” (prima, tercia, sexta y nona) y otras mayores (las que van dichas en primer término)
Cuatro son, también, las estaciones del año. Y cada una de ellas va jalonada por los correspondientes tiempos litúrgicos: Adviento, Navidad, Epifanía, Cuaresma, Pasión, Pascua, Ascensión, Pentecostés. Y, según cada fase, un himno litúrgico: Creator alme siderum (Creador providente de los astros), Rorate, caeli, desuper (Rociad, cielos, de lo alto), Audi, benigne conditor (Oye, Hacedor benigno), Vexilla Regis prodeunt (Salen las banderas del rey), Ad regias Agni dapes (Al regio festín del Cordero), Veni, Sancte Spiritus (Ven, Espíritu Santo)…
Y tantos otros himnos cuyas melodías daban su peculiar tonalidad al tiempo y cuyas letras venerables habían sido compuestas por los padres y doctores más preclaros de la Iglesia: San Ambrosio, Santo Tomás de Aquino. De este último hay que destacar dos himnos especialmente relacionados con la Eucaristía: Lauda, Sion, Salvatorem (Alaba, Sion, a tu salvador) y Adoro Te devote, latens Deitas (Te adoro con devoción, deidad oculta) Aunque la autoría de este último se ha puesto alguna vez en tela de juicio <http://www.hottopos.com/mirand8/devote.htm>
Las tardes de los domingos, al regreso del paseo, íbamos a la capilla a cantar las vísperas. Especial protagonismo solía tener en esta ceremonia Don José Rodríguez Cruz, el administrador. Él solía dar la pauta en el canto de los Salmos que, alternadamente, se modulaban desde los bancos de uno y otro lado de la capilla.
Aún me parece ver la figura rechoncha y simpática de Don José, entonando con unción aquello de:
Inclina cor meum, Deus, in testimonia tua
(Mueve mi corazón, Dios mío, a dar testimonio de Ti)












lunes, diciembre 11, 2006

MATERILE, -RILE, -RILE

Mi amigo Francisco Croche de Acuña, cronista oficial de “Sevilla, la Chica”, tiene, entre sus múltiples actividades, un programa en Radio Zafra en el que se emiten coplas que fueron exitosas en su día, coplas del pasado. Los destinatarios de estas canciones son, como es de suponer, personas de “cierta edad”, más bien de la llamada tercera generación o, como se dice convencional y humorísticamente, carrozas.
Modestamente, yo creo poseer un amplio repertorio de canciones de este tipo, desde las canciones que cantaban en los corros infantiles las niñas de mi pueblo, pasando por las canciones de juventud de mi generación y las que, de la suya, oí cantar a mi madre.
Hoy quiero repasar aquí una de las canciones del repertorio infantil, escuchadas y aprendidas de mis “vecinitas” de la calle Santa Marta, en Aceuchal, por los años 40 del siglo pasado. Los niños éramos los espectadores de aquellas espontáneas actuaciones en que las féminas desplegaban, un poco precozmente, las artes de seducción femeninas. Los niños (galanes en ciernes) interrumpíamos a menudo nuestros propios juegos para prestar atención a aquellas representaciones. La coquetería innata de las niñas se ejercitaba ya entonces, enviando alusiones, más o menos explícitas, a esos futuros galanes, implicándonos en el juego. Esto ocurría particularmente con la canción del “matarile,-rile,-rile”, en la que las niñas se daban de ojo para elegir a sus preferidos y trasmitirles, de forma lúdica, sus preferencias. El juego comenzaba designando a la niña para la que se iba a destinar la futura pareja masculina (ni remotamente se pensaba entonces en las parejas homosexuales).
La letra de la canción se puede encontrar en Google, pero la versión piporra incluía algunas variantes. Por ejemplo, después de designar a la protagonista del juego, por turno, y preguntarle “¿qué oficio de va usté a dar?” (y que solía ser, invariablemente, el de “bordadora de la reina”) se le preguntaba “con quién la va usté a casar”. Aquí las chavalas, tras haberse puesto de acuerdo con la interesada, citaban el nombre del amiguito preferido, que solía estar entre los espectadores del juego
A mí me hacía tilín Juana, la de Señá Felisa Parra. Y ella me correspondía. Así que, cuando llegaba la ocasión, ella mandaba un recadito a sus compinches en el juego y la respuesta a aquella pregunta era, en mi caso:
– Con Juanito, el de Virginia, materile, etc.
Pero un día hubieron de torcerse las cosas porque intervinieron los celos. Hubo un malentendido y mi futurible pareja se enfadó:
– Ahora no me quieres a mí, ahora quieres a Frasca (Frasca era una hija de Señá Concepción, La Peseta)
A partir de entonces, cuando llegaba el momento de designar futuro marido y tocaba el turno a Juana, yo tenía que resignarme a escuchar, con decepción:
– Con Antonio, el de Señá Antoñita, materile…
Y con Antonio, el de Señá Antoñita terminó casándose, en la realidad, Juana García Parra, hija de Casto y de Felisa, uno de mis primeros amores infantiles.






(Dibujo a pluma reproducido de una ilustración de la dibujante Pili Blasco)




domingo, diciembre 03, 2006

BOCETOS Y PERFILES (II)

1. JACINTO PARADA.- ¿Para cuándo un homenaje a este gran profesional y mejor amigo que es Jacinto, D. Jacinto? Yo nunca olvidaré que estuve tres meses encamado, allá por el año 56 (¡hace justo ahora medio siglo!) y que él me estuvo inyectando la estreptomicina dos veces por semana sin cobrarme un duro.¡Gracias, Jacinto!

2. DON MANUEL, EL BOTICARIO.-
Cuando yo era un chaval de 8 ó 9 años (todavía conservo algunos cuadernos escolares de aquel tiempo) pasaba a diario por la calle del Medio, camino de la escuela que regentaba D. Juan Fraile en el Pozo de Arriba. Al pasar a la altura de la farmacia de D. Manuel Abad, leía invariablemente el parco letrero en letras góticas que había por encima de la puerta de la botica. Decía “Farmacia del Licenciado M. Abad”. Pero como las letras eran algo ringorrangas y, además, la palabra “licenciado” estaba en abreviatura (Lcdo) y el nombre Manuel se indicaba sólo con la M inicial, yo leía aquel extraño letrero de la siguiente manera:
Farmacia del locomobad.
Algunas veces pedía en el establecimiento, por encargo de mi madre, una botella de agua de Mondariz. Entonces se solía pronunciar esta palabra como llana: Mondáriz. Don Manuel siempre me corregía:
– Mondariz será Mondáriz cuando nariz sea náriz.


3. JAIME MILLÁN.- Era padre de cuatro hijos, que yo recuerde: Mercedes, Matilde, Jaime (que era pelirrojo) y Tere. Lo recuerdo siempre con su puro en la boca y sus gafas de culo de vaso.
Los Millán eran varios hermanos terratenientes: Marcial, Jaime, Luis…
Mi tío Jerónimo me contaba que Jaime tuvo una Harley Davidson, una moto de alta cilindrada que era la admiración (y la envidia) de los piporros de aquel tiempo.








4. FRANCISCO MÁRQUEZ.- Vivía en la calle Santa Marta, como yo. Era pastor, como su padre, y le gustaba componer versos. Pastoreo y poesía suelen ir con frecuencia unidos desde tiempo inmemorial. Lo atestigua una larga tradición bucólica que va desde Teócrito a Miguel Hernández, pasando por Virgilio. Es lo que se llama la literatura pastoril, con sus Títiros y Melibeos, sus Salicios y Nemorosos.
Luego se hizo fraile de la orden de los Hermanos Fossores de la Misericordia. Son frailes sepultureros que se especializan por vocación en esa obra de misericordia que consiste en enterrar a los muertos. Y, además, se dedican a rezar por ellos. Suelen morar en residencias anexas a los camposantos. Por este motivo, Francisco escribió una vez un poema en el que desmentía poéticamente aquel sombrío verso de Bécquer:
¡Dios mío, qué solos
se quedan los muertos!
Francisco advertía :

¡que ya no se quedan
tan solos los muertos!

Ya octogenario, todavía me
envía versos por Navidad.

Un saludo, amigo Curro.








5.FRANCISCO PRIETO.- Esta es con mucho la mejor síntesis fisonómica que yo he conseguido en mi vida. También era él el único varón de los cuatro retoños que tuvieron sus padres. Las hembras, si recuerdo bien, eran Teresa, Isabela y Victoria. Esta última y su marido, Pedro Baquero, fueron compañeros míos de correrías en aquella feliz época en la que los piporros ennoviados íbamos a tomar el sol a Las Piedras: “Recuerdo florido”, como diría mi ex, que tenía bastante sentido del humor.
¡Dichosa edad y dichosos tiempos aquellos…, como decía Don Quijote.

6. Y, POR ÚLTIMO, EL AUTOR ENTONCES Y EL AUTOR AHORA


(1956)

























                                                   







                                                                                     (1996)














martes, noviembre 28, 2006

PRÁCTICAS LITÚRGICAS




“Yo guardo con amor un libro viejo…”
(M. Menéndez Pelayo)


“Con amor” no sé, pero lo guardo. Entre otras razones porque lo adquirí con dolor. Tuve que adquirirlo porque su tenencia se consideraba obligatoria, indispensable para cumplir con las obligaciones de un buen seminarista. El libro titulado Prácticas litúrgicas era como un anticipo del breviario, de lectura preceptiva para los clérigos, una de las penitencias cotidianas que éste debía cumplir de por vida. En función del breviario, el clérigo podría definirse, quevedescamente, así: "érase un hombre pegado a un devocionario".

Don José Rodríguez, el administrador, era intransigente en este punto: había que adquirir a toda costa este imprescindible adminículo, regulador minucioso de la vida litúrgica del seminarista: maitines, laudes, vísperas y completas, según el tiempo respectivo: Adviento, Navidad, Cuaresma, Pasión, Pascua, Pentecostés y vuelta a empezar.

Lo malo era la endémica situación precaria del seminarista y su familia. ¿De dónde sacar las 25 pesetas que costaba el libro? Mi paisano R.F. tenía un tío cura, pero yo no tenía tanta suerte. Como vi que él solucionaba su problema indicándole al administrador que cargara el precio del libro en la nómina de su tío, yo tuve la peregrina idea de decirle al administrador que cargara en la nómina de mi párroco la cantidad que yo debía pagar por el ejemplar mío. Cuando mi párroco se enteró, trenó y aun tronó, poniendo el grito en el cielo (una de las pocas cosas que el hombre hubiera podido poner allí) . Llamó urgentemente a mi madre y la conminó a reintegrarle el dinero lo antes posible. Mi madre, viuda, ganaba el sustento de su familia cosiendo por las casas. Reunir las 25 pesetas le hubiera supuesto cinco o más días de trabajo, no sé. El caso es que para mí el libro de las Prácticas litúrgicas (que aún conservo) es un libro “sagrado”, porque siempre irá unido al recuerdo indeleble del sufrimiento de mi madre.

jueves, noviembre 23, 2006

EL RETORNO DE PACHECO





Sin duda, lo más representativo de la poesía extremeña durante la segunda mitad del siglo pasado (tan próximo aún) lo constituye la trilogía formada por Valhondo, Pacheco y Lencero. Ya alcanzado el Olimpo de la fama, sus nombres y sus efigies han pasado a formar parte del paisaje urbano: así lo han entendido las autoridades municipales de Badajoz que les han erigido un monumento conjunto a los tres inmortales, lo que en el callejero pacense se conoce como la Rotonda de los Poetas. Tuve la suerte de que los tres me honraran con su amistad y, de uno de ellos, Lencero, a quien conocí antes que a los otros dos, he publicado algunos trabajos periodísticos que, posteriormente, se han incluido en mi libro De la Vida a la Teoría.
Hoy nos toca hablar especialmente de Pacheco, a propósito de un inédito suyo de juventud, que acaba de dejar de serlo. Este escrito corresponde al diario que, “para entretener su afán”, escribió el poeta con motivo de una reclusión temporal suya en un nosocomio, en este caso, el Hospital Provincial de Badajoz. Fue allá por la primavera de 1942 y tenía entonces el poeta veintiún años. Enfermedad y poesía van con frecuencia asociadas, no sabemos por qué extraño destino. Pero hay casos de todos conocidos: ahí están, entre otros, Juan Ramón y Verlaine, y algunos más que en este momento no recuerdo, con sus estancias en sanatorios, hospitales y demás “palacios de invierno”, como los llamaba Verlaine.
Pacheco nos relata el día a día en uno de estos alojamientos para dolientes en los que la muerte se deja ver a diario. Y, junto a la muerte, su contrapunto más denodado y animoso, lo que se corresponde con el amor y la vida. Esto último personificado en la doncella, el otro personaje del alegórico título del relato. Personaje este último encarnado en la figura de una monja joven y hermosa de la que el poeta, como no podía por menos, se enamora hasta la médula. Ya tenemos el argumento y las dramatis personae principales. El título de esta historia verdadera, bien que literaturizada, es decir, injerta en lo ficticio, lo aporta el autor del estudio introductorio que sirve de prólogo al relato. Y este autor no es otro que Luis Alfonso Limpo, periodista, bibliotecario, poeta a ratos, historiador y oliventino. Algunos de estos títulos los comparte con Pacheco, su paisano. Y no es la primera vez que ambos aparecen en un libro cogidos del brazo. Ya lo han hecho al menos en otra ocasión, si bien invertidos los papeles: el del prologuista y el del autor del libro. Hay un título nefando de Limpo, de cuyo nombre no quiero acordarme (del libro, no de Limpo) en el que el tandem reaparece bajo los respectivos heterónimos con los que, en ocasiones, los poetas recatan pudorosamente su faceta más humanamente cínica e ignominiosa. Recalco lo de humanamente. Si no admitimos que todos somos un poco Diógenes el del tonel, estaremos mermando nuestra humanidad en una de sus dimensiones esenciales.
Y volvemos a la publicación. El estudio de Limpo que acompaña al relato de Pacheco se publica exento, como separata. Suponemos que esta medida estará justificada por alguna razón que, de momento, no acertamos a entender bien. Sea ella la que fuere, lo cierto es que el estudio de Limpo constituye un ponderado trabajo de crítica literaria. Reconoce defectos en el escrito primerizo de Pacheco, pero exalta en el mismo virtudes esenciales que lo peraltan, haciendo que se perdonen aquellos defectos. Limpo muestra un fino sentido crítico, apoyado en amplias lecturas y sus juicios sobre el autor nos parecen acertados y convincentes. Contribuyen a hacernos la lectura mucho más interesante y, desde luego, más provechosa. Y arrojan una luz definitiva para la captación del poema colofonario “La hora esmeralda”. Un claro ejemplo de cómo el poeta incorpora la vida a la literatura. El título de su primer libro poético, “Ausencia de mis manos”, nos revela su verdadera motivación, cuando conocemos el episodio biográfico que el poeta nos declara en su diario, episodio corroborado más tarde por él mismo, en conversación con el profesor Viudas Camarasa, responsable de la edición crítica de la poesía completa de Pacheco. “Elemental, querido Watson”, como diría Sherlock Holmes. Son las manos del poeta las que se resienten de la ausencia de su idolatrada monja, manos añorantes de los contactos furtivos que, fugazmente, podría tener con la hermana, cuando esta le administraba las medicinas o le arreglaba el embozo. Y aún hay una metáfora inquietante en ese poema de título un tanto sospechoso: “La hora esmeralda”. Ya sabemos que la esmeralda es de color verde, verde esperanza, no seamos mal pensados. Pues bien esa metáfora inquietante se refiere a la “espada”, un símbolo poético de carácter fálico, como ha estudiado el profesor extremeño Miguel Garci-Gómez, en su estudio sobre el romance lorquiano “Preciosa y el aire”:




El viento, hombrón, la persigue
Con una espada caliente
*.



Pacheco en su poema hace afirmaciones audaces y turbadoras sobre sus avances en este sentido:

Sobre el opaco vidrio manchado de pureza
mis espadas rasgaron tus íntimos temblores,
se estremeció tu carne queriendo ser de vida
y libélulas negras en un beso de miedo
te cerraron el alma.


Sólo el plural “espadas” nos hace corregir nuestra suposición primera para concluir que el instrumento a que aquí alude el poeta no es, por esta vez, un símbolo cifrado del falo, sino algo que lo sustituye, en este caso, las manos. Hay “espadas como labios”, que dijera Aleixandre, y hay manos como espadas, como cuchillos que, según Lorca, penetran finos por las carnes asombradas y se paran "en el sitio / donde tiembla enmarañada / la oscura raíz del grito". La espada como símbolo fálico puede sustituirse por cualquier otro instrumento afilado y cortante, por ejemplo, el cuchillo, o la faca. Dice Adriano del Valle:


Quiero esconder en tu liga,
Carmen, abierta, mi faca.**



Claro que no sabemos (ni, en realidad, nos importa demasiado saberlo) hasta dónde pudo llegar la osadía del poeta joven y la condescendencia caritativa de la joven monja. Lo que sí sabemos es que en esa edad casi adolescente la fantasía erótica es muy grande y puede convertir un simple roce involuntario en un abrazo consumado. Cito un pasaje de un relato breve de Ramón Gómez de la Serna:


Roto el tocino, que es como una ascensión de la que lo salta, como si partiese
con la hélice encendida en vueltas, la niña se quedó exhausta, acabada, con el
pecho lleno de latidos, como después de una carrera loca y, sin poder más se
sentó en el banco de los dos amigos, que se quedaron turbados como si la
hubiesen recibido en los brazos
. (R. Gómez de la Serna, “La tormenta”, en
La novela corta española, Edit. Aguilar, Madrid, 1952, p. 730-1.


Las cursivas son nuestras)

Y aquí ponemos punto final a esta reseña. Recomiendo vivamente al lector que se haga, a ser posible, con un ejemplar de esta curiosidad bibliográfica, en la seguridad de que quedará complacido. Y que se dé prisa en hacerlo porque el libro (los dos libritos,que se entregan conjuntamente) por no ser venal y ser una edición limitada a un reducido número de ejemplares, va a agotarse en un plazo muy breve.




** Véase A. del Valle, OBRA POÉTICA COMPLETA, Edit. Nacional (1977) pág. 107

martes, octubre 24, 2006

DIÁLOGOS SOCRÁTICOS A PROPÓSITO DE LA MEMORIA HISTÓRICA (II)

Escena: Un lugar del Pozo de Arriba en Aceuchal (Badajoz), hacia 1942. Un grupo de chicos sentados en el suelo, frente a la casa solariega del s.XVIII, que estuvo habitada por Fernando Argueta.
Personajes:
. Dexítero (mozalbete)
. Aristerós (niño)
. La sombra de Sócrates
. Voz en
off de Jantipa, increpando a Sócrates DEXÍTERO: – Mi familia siempre ha sido de derechas
ARISTERÓS: – ¿¡?
LA SOMBRA DE SÓCRATES: – Con esos antecedentes se supone que tú también serás de derechas.
D. – ¿Yo? Naturalmente: de derechas hasta los huesos.
S. – Ahora dime, Dexítero, tú ¿cuántas manos tienes? (Si estás, como parece, normalmente constituido)
D. – Tengo dos manos, míramelas.
S. – Y ¿cómo haces cuando quieres referirte a cada una de ellas en particular? ¿No empleas, acaso, el término “derecha” para referirte a la que corresponde a ese lado de tu cuerpo, e “izquierda” a la que corresponde al otro lado?
D. – Necesariamente, así es, Sócrates.
S. – Y, correlativamente, puesto que gozas de integridad física, tendrás que admitir que tienes un ojo derecho y un ojo izquierdo, una oreja derecha y una izquierda, etc. Luego, en tu cuerpo, hay miembros que corresponden a una parte derecha y, otros, a una parte izquierda; por más que tú te declares fervorosamente partidario de una de esas partes, con menosprecio de la otra. Con esto quiero hacerte entender que no eres, como tú dices, “de derechas hasta los huesos”, sino que tienes huesos “de izquierda” y huesos “de derecha”.
D. – No me refería a la fisiología, Sócrates, sino a la política. Quiero decir que soy decidido partidario de la ideología que ha resultado ganadora en la reciente guerra civil.
S. – ¿Cuál es esa ideología? ¿Qué valores políticos defiende? Porque, sin duda, si es políticamente correcta (y fíjate que la palabra “correcta” está semánticamente emparentada con “derecha”) se ordenará a la consecución del “bien común”, aspirará a beneficiar al conjunto del cuerpo social, no sólo a una de las partes de ese conjunto, ya sea a la izquierda o a la derecha.
Ahora bien, la política de la “derecha” ha actuado de manera insolidaria, defendiendo sólo sus propios intereses y privilegios, lo que ha provocado la enemistad y la irritación de la parte menos favorecida, y esto ha dado lugar a la reacción violenta de los más exaltados de esa parte. Se ha originado la discordia civil, ante todo por la llamada “lucha de clases”: los pobres contra los ricos. Las instituciones eclesiásticas, o las religiosas, y sus ministros han tomado decididamente partido por los más favorecidos económicamente. Y en esta tesitura y en este enfrentamiento una parte del ejército, violando su juramento de lealtad a la República (es decir, al estado de derecho, constituido por ley) ha tomado partido también por los ricos.
Ha habido, a mi entender, un error atroz por parte de quienes han mutilado el cuerpo de la patria. Al neutralizar a la izquierda se ha producido, lamentablemente, la manquedad del pueblo español. De esto tendrán que responder, ante Dios y ante la historia, quienes han apoyado el levantamiento franquista.
VOZ EN OFF DE JANTIPA LLAMANDO A SU MARIDO:

– ¡Sócrates! Déjate de monsergas y vente a comer, que está la mesa puesta y tus hijos tienen que ir al gimnasio.

domingo, octubre 22, 2006

Un desahogo permitido ("La brigada del amanecer")

Entre mis papeles guardé mucho tiempo un poema del admirado Agustín de Foxá, recortado de las páginas del ABC, allá por los años 50, titulado “La brigada del amanecer”. La libertad de desahogo era entonces privativa del bando vencedor, de modo que el poeta falangista podía explayarse a sus anchas en una magnífica soflama, la del poema citado más arriba, en la que el genial escritor anatematizaba las fechorías de un grupo de matones que se dedicaba a hacer “sacas” por su cuenta, quizás con la anuencia de los responsables del Frente Popular. Como quiera que fuese, tales desmanes eran, a todas luces, odiosos y execrables. Nos unimos al anatema de aquellos facinerosos que hace Foxá, no sin advertir, en aras de la justicia histórica, que, mutatis mutandis, algo muy similar hubiera podido decirse de ciertos grupos de falangistas que constituían otras tantas brigadas de matones. En este caso las víctimas no tenían en sus casas, seguramente, vitrinas “con abanicos de óperas antiguas”, ni “espadas de panoplia”, ni “marfiles”. Eran pobres jornaleros, menestrales o artesanos de aquellos que Jorge Manrique llamaba “los que viven por sus manos”. Así que el anatema de Foxá podía perfectamente aplicarse a los correligionarios del prócer falangista. Transcribimos aquí el poema íntegro, aplicándolo, como las misas, por la intención de cuantos cayeron a manos de las “otras” brigadas del amanecer


La brigada del amanecer
Subían con el alba...
como piratas de nocturnas voces,
-patillas y fusiles- encendidos,
odio en el dril y el corazón saltando.
Cercaban las angustias de las casas,
la intimidad de lechos y de alcobas,
y ya era la escalera
cascada de palabras y de luces.
Y el ascensor, posándose en su hueco,
como un grito que queda en la garganta.
Y un revolver de Cristos con alfombras,
de paños y juguetes, libros, rosas,
espadas de panoplia, con marfiles.
Y allí la ropa tenue, blanca o rosa,
de la muchacha, con olor a novia.
Y el tiragomas del hermano muerto,
la almohada de la niña con su lazo,
la sábana nupcial, y la vitrina
con abanicos de óperas antiguas;
la violeta secada en la novela,
el rizo, el primer diente en orla de oro,
los lentes del difunto padre, helados
con el vago recuerdo de sus ojos.
¡Todo -furia infernal- todo lo tierno
se rompía en sus dedos sin pasado!
Asesinaban los borrosos muertos,
supervivientes en pequeñas cosas.
Rasgaban con las duras bayonetas
los lienzos con las Vírgenes pintadas,
las copias, inocentes, de Murillo,
cuyos corderos presidieron sueños,
fiebres, suspiros, besos y agonías.
Era la horda cargada de intemperie
fumando en un balcón de Reyes Magos
junto a la palma de un domingo antiguo.
Se llevaban al pálido muchacho
(de latín y de novia), y la escalera
repetía el sollozo de la madre
ululando en la noche sin faroles.
Y abajo estaba el auto, y la siniestra
sonrisa del "paseo" hacia la muerte.
Hacía un polvo y un yeso de cipreses,
para tirar en un solar la carne
que abrigaron la madre las hermanas,
para llenar de hormigas una boca
que bebió dulce leche y tibios besos.
Era la horda del alba, la manchada
y descompuesta y verde; entre dos luces,
entre luna y aurora, con la sangre
como un aceite sobre el mono infame.
¡Brigada de las tres de la mañana!
¡Maldita seas, enemiga nuestra!
Violadora de cándidos secretos,
cuando el reloj del comedor sonaba
evocando las cenas familiares.
¡Las casas sin honor y sin recuerdos
maldicen vuestra sangre vagabunda!

Agustín de Foxá, Conde de Foxá
(De la Real Academia Española)

De la caja de Pandora a la olla exprés

En un reciente artículo publicado en El País (14-10-2006) titulado “Memoria, justicia y convivencia”, el autor, Ramón Jáuregui, se planteaba la cuestión de si hay “deudas pendientes” que saldar con los perdedores de la Guerra Civil y, en caso positivo, si “debemos abrir la caja de Pandora de tan delicados y apasionados recuerdos”.
Si aceptamos de entrada el símil de la caja de Pandora, lo más sensato es dejarla cerrada. Pero si dejamos por un momento a un lado los símbolos de la vieja mitología y preferimos apelar a otros, más acordes con los tiempos que corren, podemos comparar el recipiente que ahora se trata de abrir a una olla exprés, aquella en la que se contiene la sustancia de la que va a nutrirse nuestra futura convivencia. La democracia ha estado cociendo pacífica y pacientemente desde que, en 1978, se aderezó con los ingredientes de la nueva constitución. Se ha esperado un tiempo, más que prudencial, para abrir esa olla-exprés, sin que su contenido, en ebullición, nos explote y nos abrase. Pero hay, por fin, que abrirla, pues los españoles todos, sin excepción, vamos a sentarnos a la mesa de la participación, vamos, por fin, a tomar en común esa comida de hermandad y de convivencia que es la democracia.
De esa mesa participativa estuvieron excluídos, durante el franquismo, los españoles del bando perdedor y sus familiares y herederos. Y ahora, al incorporarse a ella, recuerdan, inevitablemente, las penurias padecidas.
“Deudas pendientes” es, naturalmente, otra metáfora de valor simbólico. Estamos en el terreno de las analogías. La lógica de esas secuencias metafóricas, que son las alegorías, nos obliga a admitir que, si hay “deudas pendientes”, sin duda habrá unos acreedores y unos deudores. ¿Quiénes son unos y quiénes son otros? ¿Serán, acaso, los que se sientan en la filas de la “derecha” los deudores, y los que se sientan en las filas de la “izquierda” los acreedores? No, no. La alegoría no nos sirve, no se trata de deudas personales. Además, la derecha podría igualmente plantear reivindicaciones y protestas si se le intenta hacer responsable de los “platos rotos” de la guerra. Las reivindicaciones hay que plantearlas, desde luego, en términos de equidad democrática. La derecha presenta también sus reclamaciones y, junto a ella, puesto que hicieron causa común, la iglesia saca a relucir sus mártires. Y así los, por un lado, acreedores se convierten en deudores, y viceversa. No se trata de ponerse a contar muertos (que, sin duda, hubo más del bando de los perdedores) No se trata de exigir cuentas a nadie en particular. Por eso cuando oigo decir a alguien:
–¿Qué me vienen ahora con cargos a cuenta de los desastres de la guerra civil, si yo no había nacido?
Yo le suelo contestar. Nadie te está pidiendo cuentas ni responsabilidades de aquello. Sólo que, como descendiente y heredero de uno u otro bando, sea el de los vencedores o el de los vencidos, tendremos que admitir los errores por parte de unos y de otros, y reconocer las culpas respectivas. No se trata de culpas personales, sino colectivas.
Lo que los herederos del bando perdedor piden de la generosidad del bando ganador es que nadie se moleste porque ahora se esté procurando buscar los huesos de unos seres queridos que no tuvieron en su día sepultura ni honras fúnebres, para procurarles, aunque sea fuera de tiempo, honores póstumos. Y que desde la libertad de la democracia se pueda proclamar la ilegalidad de la dictadura, sus atropellos y sus desmanes, justificados desde unas cuantas falacias y simplificaciones como la de que todos los republicanos fueron marxistas, o quemaiglesias, o matacuras. La guerra civil no fue una “cruzada” sino una rebelión militar contra el pueblo español. La dictadura fue una forma de gobierno ilegal, adoptada contra la voluntad popular expresada en las urnas, etc.etc.
Todos los que participan del sistema democrático, todos los que se sientan a la mesa hogareña que es la patria común, deberían compartir unos cuantos axiomas fundamentales de la democracia y uno de ellos es la condena de la dictadura y, consiguientemente, del franquismo.
Este consenso fundamental puede ser el comienzo de una alternativa política en la que la derecha vuelva a tener futuras oportunidades.
No, desde luego, con la política de intoxicación que últimamente se está desarrollando desde algunos medios de comunicación.
Y no señalo a nadie por si PECO.

sábado, octubre 21, 2006

La culpabilidad en el inicio de la Guerra Civil

Los exégetas de la Historia afectos a la causa vencedora, en su deseo de justificar a quienes promovieron el levantamiento militar del 18 de Julio (1936) tienden a desviar toda la responsabilidad y la culpabilidad cargándola sobre los vencidos. Es la estrategia de los tergiversadores a lo Pío Moa, que ya se inicia desde los primeros días de la rebelión militar, llamando “rebeldes” precisamente a quienes fueron las víctimas de esa rebelión. Según esta singular teoría, la culpabilidad de la Guerra Civil es achacable, en primera instancia, a todos los afectos a la causa republicana. La ejecución de muchos de los represaliados, pertenecientes al bando fiel a la República, se justificó paradójicamente por el delito de “auxilio a la rebelión”. ¿Qué rebelión? Pues, cuál había de ser: la que dio lugar a que se produjese la salvadora reacción militar.
Según esta sabia explicación, la Guerra Civil no la iniciaron los militares sublevados el 18 de Julio del 36, sino los levantiscos sediciosos de la llamada “revolución de Asturias”, en 1934. Ahí estuvo, según la peregrina tesis de Moa, el verdadero inicio de la Guerra Civil, no en la disciplinada, planeada y justa conspiración militar de Mola, Franco, Queipo y demás salvadores de la Patria.
Tal estrategia exculpatoria se aplica, incluso, a sucesos puntuales que tradicionalmente han contribuido a desprestigiar ante la opinión mundial la legitimidad del Alzamiento, por ejemplo, la muerte de García Lorca. Ahora, al cabo de los años, se descubre el pastel: la muerte del gran poeta se debió a rivalidades entre la familia del propio Lorca. Incluso el infame Trescastro, ya saben, el que le metió los tiros “por allí”, estaba emparentado con el poeta. Y no hablemos de las bajas entre anarquistas y otros revolucionarios que actuaban por libre, y que fueron eliminados por elementos de la izquierda.
No, señores. La responsabilidad de la Guerra Civil recae plenamente sobre unos militares que habían jurado lealtad a la República, es decir, a la Patria. Y que dejaron de considerar a ésta como un conjunto de ciudadanos a proteger, para tomar partido por un sector de la sociedad que mantenía una situación de injusticia, opuesta al logro del bienestar general, que era el principal objetivo de la república, noción implícita en el mismo concepto contenido en esa palabra.
Las algaradas, las revueltas, los desmanes y los excesos, que los hubo, debieron ser corregidos de muy distinta manera. El mayor de los Séneca, con muchos siglos de anticipación, denunció lo absurdo de una solución como la que los militares sublevados pusieron en práctica en 1936: “Quis, ut seditiones leniret, turbavit rem publicam?” (Contr.2.6.4.23) (¿Quién, para aplacar revueltas, trastornó el orden constitucional?) Es como si, para aplacar el dolor de cabeza, aplicáramos el expeditivo remedio de cortar la cabeza. Los desórdenes de una república que iniciaba su andadura, inexperta por tanto, no debieron atajarse eliminando el sistema, y, sobre todo, a sus partidarios; ya que ello supuso remediar los desórdenes particulares con otro desorden aún mayor como es la dictadura. Es cierto que la República, o el orden constitucional, nacía con una cierta tara congénita, debido a sus propias carencias. Defectos corregibles con la instrucción y la cultura. Uno de esos defectos congénitos de la segundogénita república era, precisamente, la falta de instrucción y de cultura, a la que difícilmente tenía acceso la clase proletaria. Lo he escrito ya en otro lugar y en otra lengua (la antigua lengua de los romanos)
: “Una república inculta no puede subsistir” (http://ephemeris.alcuinus.net/folia.php?id=46)
Esa falta de cultura, precisamente, dio lugar a ciertas torpezas y desmanes que hoy lamentamos quienes vemos la segunda república como la gran oportunidad que tuvo España de ser una de las adelantadas entre las demás naciones de Europa. Y esas torpezas y desmanes servirían para justificar la implacable represión que vendría después: lo que podríamos llamar el desquite de los ricos.
Enumeraré algunas de estas torpezas que creo haber intuido cuando sólo tenía tres años de edad. En mi pueblo, mi padre me llevaba con él algunas veces al ayuntamiento, donde trabajaba como auxiliar de oficina. Recuerdo haber visto en el zaguán de la Casa Consistorial muchos aparatos de radio amontonados. Eran como objetos de lujo, confiscados a los ricos. ¿Quién pudo mal-aconsejar a aquellos pobres socialistas primarios tan rudimentaria medida para corregir la desigualdad social? ¡Privar a los ricos de sus receptores de radio, uno de los más ufanos indicadores de su nivel de vida!
Mis queridos socialistas pobretones: ¡Dejad a los ricos disfrutar de sus bienes, mientras vosotros lucháis por adquirirlos para disfrutarlos también, como ellos!
Pero, claro, los pobres infelices pensaban con cierto rencor, que aquellos “objetos de lujo” se habían adquirido a costa de los salarios de miseria que ellos percibían.
Fue un error garrafal. Y aún sería mayor el error de meter en la cárcel a cierto número de propietarios y terratenientes (¿bajo qué acusación?) Y error gravísimo la enemiga contra los curas y los frailes. Y las quemas de algunas iglesias y conventos. Pero, ¿dónde estaba el Gobierno, que no protegía a sus votantes de la comisión de todas estas torpezas que, a la larga, iban a justificar el implacable desquite? ¿Por qué consintieron que se desprestigiara así el buen nombre de la República, palabra que de suyo implica disfrute participativo de los bienes comunes, lo que los ingleses tradujeron un día con la palabra equivalente de Commonwealth?
Sí: las torpezas de ciertos republicanos mal aconsejados echaron a perder el invento de la república. Y sobre esas torpezas se pudo levantar todo el tinglado de la propaganda fascista: salvación de la patria, defensa de la religión, cruzada, bla, bla,bla...
Los ricos habían salvado su patrimonio y habían conjurado, para largo, el peligro de una República que amenazaba sus privilegios.

LA MATERIA DEL SUEÑO

He decidido editar mi propio blog, o cuaderno de bitácora, que titulo “La materia del Sueño”. Desde que se inventó la navegación (denostada por los antiguos en un tópico que se ha hecho famoso) ha habido, sucesivamente, argonautas, astronautas e internautas. Estos últimos no son los menos osados. Hoy navegar por Internet es tan necesario como ayer lo fue navegar por el mar.
Los sueños, como las utopías, no tienen consistencia real. Pero también se ha dicho que “las utopías de hoy son las realidades de mañana”. Los sueños pueden considerarse también utopías con vocación de realidad. Fue el premio Nobel Martin Luther King el que inmortalizó su, en principio utópico, sueño de conseguir la igualdad de derechos para los de su raza, en aquella célebre frase “I’ve a dream”, en la que manifestaba sus propósitos.
Lo que pasa con los soñadores es que no suelen caer bien a los demás, sea por envidia o porque sus planes chocan con los intereses creados, como en el caso de King. José, el famoso soñador bíblico, fue vendido por sus hermanos. Luego se abrió camino como futurólogo en Egipto, triunfó y ayudó generosamente a los suyos.
El sueño se convierte en el símbolo por antonomasia de lo irreal. En la práctica, a la vida, real, suele contraponerse el sueño, irreal. Sólo el espíritu barroco, desengañado de la realidad, se atreve a identificar la vida con el sueño: “somos de la misma materia de los sueños”, dice Shakespeare por boca de Próspero, en La tempestad. “La vida es sueño”, es la fórmula por excelencia del desengaño barroco.
Uno de mis actuales sueños-utopía es contribuir a la reconciliación de esas dos Españas antagónicas de que hablaba Machado (Antonio). ¿No habría manera de ponerse de acuerdo entre los herederos de los dos bandos que se enfrentaron en la guerra civil?
¿No se podrán acercar posturas, de modo que cada una de las partes admita los propios errores y los condene?
Pero esto es difícil. Requiere no poca generosidad por ambas partes. No obstante, ¿por qué no intentarlo?