lunes, febrero 22, 2010

EL TIRÓN DE OREJA

El portavoz del PP en el Parlamento europeo, Sr. Oreja, mereció un democrático tirón de ídem por revocar en dicho foro internacional lo que su partido había previamente consensuado con la oposición en el Parlamento español, el 20 de noviembre de 2002.

Suponemos que recibiría instrucciones concretas en este sentido por parte de su grupo para revocar en 2006 lo acordado en 2002.

Lo que el PP niega a la democracia y, consecuentemente, se niega a sí mismo como demócrata (en el caso de que lo sea de veras) es esa condenada condena.

Por encima de desencuentros a cuenta de la presente crisis económica, la revocada condena del franquismo reavivó una crisis de confianza que pone en tela de juicio el propio talante democrático del partido hoy en la oposición.

¿Se puede ser de veras demócrata y no condenar el franquismo? That is the question.

La no condena de la Dictadura bien pudo consentirse en la Transición porque era época de transigir. Pero la Transición misma tiene un límite (30 años resulta un periodo de tiempo incluso generoso) Que el texto constitucional aprobado en 1978 omita este trámite denota una parte del precio que la naciente democracia tuvo que pagar a los detentadores del poder del Régimen.

La Constitución de la Transición, aún vigente en la actualidad (menos da una piedra) nació con ese defecto de forma. Fue una constitución que vino al mundo con esa tara de estar mediatizada por el Régimen y ser tributaria del mismo.

La no condena del franquismo fue el pago que el vencido hubo de pagar por la incipiente democracia, que a otros les resultaba gratis. Nuestra legalidad democrática (la de todos) procede, a fin de cuentas, de una graciosa concesión de sus herederos (los del franquismo): vamos a repartirnos libertades, pero a condición de que Franco sea intocable.

Ese indulto forzoso del franquismo es el defecto congénito de nuestra democracia, tributaria de aquella dictadura. Expuesta a recaídas golpistas, atajadas sólo de manera disuasoria cuando el Rey tomó partido por la misma. Y toda vez que el propio rey es un legado del franquismo, su revalidación democrática se la ganó a pulso el 23-F-1981, al ponerse de parte de la legalidad constitucional.

Nuestra democracia tiene, repito, ese defecto congénito de la no condena institucional del franquismo. Esto ha contribuido a ‘ralentizarla’, entre otros detalles, mediante una retirada, remolona y paulatina, de los símbolos del franquismo. Algunos de ellos perduran todavía como testimonios de esa parsimonia democrática. Otros han sido retirados sólo muy recientemente, como el famoso ‘pericuto’ u obelisco de Castejón en Zafra, en la glorieta del mismo nombre, hoy Glorieta Comarcal.

Esta lentitud en retirar los símbolos contrasta con la rapidez que se adoptó en instalarlos en su momento: en todos los pueblos y ciudades de España no faltaron las correspondientes ‘cruces de los caídos’, calles con nombres de los militares rebeldes, monumentos y arcos triunfales.
Estamos en tiempos de crisis, lo sé. Hay cosas probablemente más urgentes en las que ocuparse. Pero ésta sigue siendo una rémora para la convivencia en paz, una convivencia cada día más lejana, por una oposición que últimamente ha redoblado su acritud, atizando infatigablemente la crispación.

El franquismo residual es la lacra de España. Franquismo y democracia son incompatibles. Si aquél no se erradica, será ésta la que, inevitablemente, termine yéndose a pique.

jueves, febrero 11, 2010

EL CONTUBERNIO DE MUNICH


* Brujas dirigiéndose al aquelarre, por Goya


Los funcionarios de antaño, para serlo, teníamos que acreditar adhesión al Régimen y fidelidad a los Principios del Movimiento.
De no cumplir esas condiciones, nunca hubiéramos podido acceder al título profesional. Era preceptivo obtener el título de Instructor del Frente de Juventudes, tras un cursillo en un campamento donde se nos explicaba la doctrina falangista. De modo que éramos franquistas por obligación.
Hubo alguna ocasión en la que fue necesario dar pruebas de esa adhesión y una de ellas se dio en el llamado contubernio de Munich (así lo denominó la prensa oficial) allá por la década de los 60 del pasado siglo.
Unos cuantos intelectuales de dentro y de fuera de España (exiliados estos últimos) se dieron cita en esa ciudad alemana para proponer al Régimen la implantación de un sistema democrático que nos homologase con el resto de Europa.
La prensa del Movimiento, sin tomar en consideración las ventajas que a España le podría reportar la medida, consideró la iniciativa como una ‘conspiración’ y le aplicó el sambenito de “El contubernio de Munich”. A su regreso, los participantes españoles que residían en España fueron considerados desafectos y fueron removidos de sus puestos.
Yo recuerdo que por entonces estaba de maestro en mi pueblo natal y, para demostrar mi compromiso con el Régimen, preparé una lección ocasional, reprobando lo que la prensa nacional había calificado como una ‘conspiración’. Ilustré mi lección con un dibujo de los rasgos fisonómicos del Caudillo.
En verdad, desconocía las buenas intenciones del plan que, desde el exterior, le proponían al Régimen aquellos patriotas: aspiraban, de buena fe, a homologar España con el resto de las democracias europeas. Pero, ¿cómo convencer a quienes venían adoctrinándonos, desde 1940, que “España no estaba preparada para la democracia”?

Por fortuna, mi compromiso con el Régimen concluyó a la muerte del dictador. Desde entonces me sentí liberado de este compromiso. Los periódicos y los noticiarios llevaban varios días ocupándose del delicado estado de salud del Caudillo cuando nos llegó la noticia de su óbito. En las pantallas de televisión apareció un compungido Arias Navarro para comunicar oficialmente el fallecimiento del general. Los funcionarios estábamos oficialmente de luto y se nos recomendó llevar corbata negra. La medida debió de partir del Ministerio de Educación, a través de las delegaciones provinciales.

La muerte del Caudillo le eximía a él de toda responsabilidad penal ante la Ley y, a los funcionarios, de la obligada adhesión.
Franco se había puesto siempre por encima de la Ley, al declararse responsable de sus actos “sólo ante Dios y ante la Historia”. Esto equivalía a considerarse inviolable ante la Ley (eso que, en teoría, debe ser igual para todos) Y así se consignó expresamente en algunos manuales de “educación cívica” de la época. No sólo se puso por encima de las leyes humanas, sino también de las divinas, arrogándose el derecho de matar, contra el precepto del Decálogo.

Ahora, a los 35 años de su muerte, el juez Baltasar Garzón ha tratado de encausar los “crímenes del franquismo”. Pero la muerte del dictador exime a éste de responsabilidad penal. En esto y en la promulgada Ley de Amnistía (1977) basan sus impugnaciones el sindicato titulado “Manos Limpias” y el grupo Falange Española de las Jons, para querellarse con el juez, acusándolo de prevaricación.

Pero la iniciativa de Garzón apuntaba a reparar el daño moral infligido a los damnificados por la Guerra Civil en el bando perdedor. Los caídos del otro lado tuvieron ya sus conmemoraciones y homenajes y sus cruces, legitimadoras de su buena causa: Por Dios y por España.

Sólo “los muertos sin honor y sin recuerdo” (Foxá) permanecieron silenciados durante los cuarenta años de la Dictadura.

La impunidad del franquismo constituye el mayor oprobio y descrédito de la democracia española.


Sólo una derecha crispada y atizadora incansable de crispación, hasta el empecinamiento de no condenar la dictadura (que es lo antidemocrático por definición) impide la reconciliación entre los españoles, negándoles esta señal de buena voluntad democrática.

Si se nos objeta que la derecha accedió una vez a condenar el franquismo en el Parlamento, el día 20-N-02, ese gesto quedó invalidado cuatro años después, por su portavoz en el Parlamento europeo, Sr. Mayor Oreja.

Al recuperar el poder que le otorgaron las urnas en la siguiente legislación, se dio marcha atrás en la condena del franquismo: incluso se justificó éste con el mérito de haber contribuido a ser muro de contención del comunismo en la Europa occidental. Se omitió decir que a costa de pactar con los fascismos europeos de Hitler y Mussolini.

Esa especie de legitimación del franquismo, no desautorizada aún por el PP, desmintiendo a su portavoz, admite una cierta componenda entre dictadura y democracia, en pugna con el sentido común y la lógica. Al antiguo “se puede ser demófilo y no ser demócrata”** , se puede añadir ahora: “Se puede ser demócrata y no condenar el franquismo”. Por lo visto, ambas cosas pueden ser compatibles, a juicio del PP.

Pero la antidemocracia, consustancial con el franquismo no se puede mezclar con la democracia. Y, desde luego, deja en punto muerto la deseable reconciliación entre los españoles.

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miércoles, febrero 10, 2010

La demonización de Zapatero

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En la sección de Cartas al Director (“El País”, 9-II-2010)** se pronunciaba ayer un lector sobre este mismo tema. El asunto viene dando que hablar desde bastante tiempo atrás y arranca, prácticamente, desde la misma toma de posesión del actual presidente del gobierno, a raíz de los atentados del 11-M. El PP ha achacado desde entonces su descalabro electoral a aquel suceso en el que vio una maniobra electoralista y, por tanto, una culpabilidad (que nunca ha podido demostrarse) por parte del partido entonces en la oposición.

La campaña de desprestigio contra el presidente Zapatero arranca desde ahí y se encona más y más cada día, aprovechando cuantas circunstancias adversas se presentan para minar su reputación. Es una verdadera ‘labor de zapa’, la que la oposición practica con Zapatero. La coyuntura de la crisis económica se aprovecha al máximo y, en lugar de arrimar patrióticamente el hombro, se propaga que la solución de la crisis pasa necesariamente por la sustitución del presidente del gobierno. La operación de acoso y derribo contra el actual jefe del Gobierno es evidente, cotidiana, constante. Ciertas emisoras le tienen declarada la guerra y le tiran a degüello a todas horas. Los maulladores gatos de la Intereconomía lo bombardean con SMS, incluso con mensajes intimidatorios: “¡Ríndete! ¡Te tenemos rodeado!” Es la crispación que no cesa.

La irresponsabilidad de esta conducta ciudadana (los mismos que claman contra la implantación de una asignatura que incorpore una recta conciencia democrática en la juventud, la Educación para la ciudadanía) está llegando a extremos repelentes: hasta la demonización del rival político: Zapatero es la personificación del mal. Cuando se alcanza este nivel de descalificación en lo político (lo sabemos por experiencias anteriores) podemos estar acercándonos, por contraste, a la idea de la santificación de la propia causa. Y a la justificación de la guerra como ‘santa’: las consabidas ‘cruzadas’.
Entre el material propagandístico de esa orquestada campaña contra Zapatero, circula un video que me ha llegado recientemente, enviado por un amigo. El título es “¿Se atrevería Zapatero a quitarles el crucifijo?”. Se trata de la filmación de un desfile militar de la Legión, presidida por un enorme crucifijo. Como música de fondo, se oye el himno de los llamados “novios de la muerte”. Los soldados desfilan con sus fusiles al hombro, marcialmente, ante la presencia de la imagen del Crucificado, inspiradora de piedad y de perdón. Y el crispador de turno aprovecha la oportunidad para lanzar la pregunta insidiosa que suena a baladronada: ¿Se atrevería Zapatero, etc?

En primer lugar, Zapatero no ha quitado ningún crucifijo de ninguna parte. La Constitución española en su artículo 16, punto 3, declara que “ninguna confesión tendrá carácter estatal”. Y esta disposición va encaminada, precisamente, a garantizar la libertad religiosa. La Legión forma parte del estamento militar de la nación, integrado en el Estado, constitucionalmente aconfesional. ¿Pretende el insidioso preguntador que todos los legionarios son fervientes católicos? Quizás algunos de ellos pertenezcan a otras confesiones religiosas, o sean, simplemente, ateos. Aquí estamos, sin duda, ante la vieja estratagema de ligar la Iglesia y el Estado, en este caso a través del estamento militar, como en los mejores tiempos del franquismo.

No se prohibe la religión católica ni otra alguna, sino su oficialización. Y en la medida de lo razonable, incluso la Constitución da un trato de privilegio a la religión católica. Pero el Estado y la Iglesia deben desvincularse, por el bien común.
Ya sabemos los males que su antigua alianza acarreó a la Patria, a la madre común.
La pregunta “¿Se atrevería…?”, es insidiosa, tendenciosa, malintencionada. Parece querer sugerir una bravata retadora, que los propios militares no han planteado.

A ese provocador se le podría replicar, invirtiendo los términos de la pregunta:

− ¿Se atreverían los legionarios a quitar a Zapatero?

La cosa es grave, señores ‘crispines’. Porque parece propiamente como si algunos estuvieran deseando que se produjera otro golpe militar como el del 36, que tanta sangre costó a España.

Dejad ya de una p. vez de mezclar Iglesia y Política, catolicismo y patriotismo. Estáis perjudicando a la democracia que debe ser, ante todo, voluntad de convivencia en paz.



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* Copia del Cristo de Velázquez, bordada a punto de cruz por Eloísa, mi hermana. Este cuadro preside mi despacho.
** véase


*** El demonio, según un dibujo original de Apeles Mestres. La reproducción que ilustra esta página es una copia a tinta china realizada por mí en 1952. Sacada de la Enciclopedia Universitas, en la biblioteca del Seminario.