domingo, diciembre 17, 2006

EXEQUIAS PÓSTUMAS DE UNA REPUBLICANA

El sábado 16 de diciembre se ha celebrado un acto en el cementerio de Zafra, organizado por los miembros de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica. Un acto laico, sin responsos ni oraciones. Hubo, sí, un sustitutivo de este tipo de ceremonias, no menos digno ni edificante, como fue la interpretación musical de una conocida pieza de Pau Casals, el Cant dels Ucells, que resonó en el recinto con la devota unción de una oración. Fue emotivo pensar que, al cabo de 70 años, la memoria recuperaba el recuerdo de aquella joven mujer, asesinada sin piedad, como otras tantas víctimas de aquella represión brutal, que empleó la estrategia de deshacerse del enemigo potencial antes de que éste pudiera incorporarse a la resistencia. Fue el pueblo indefenso uno de los principales objetivos bélicos: Era más fácil y cómodo eliminar al enemigo en la retaguardia que esperar a que tratara de incorporarse a filas. Fue el juego sucio de la guerra. Previsión, dirán algunos; pero en realidad, felonía y cobardía.
La sepultura de Nieves González Gomato está en la parte antigua del cementerio zafrense, junto a un ciprés, en el suelo, semioculta por el pavimento de la acera que discurre paralela a la pared de los nichos. En el tronco de ese ciprés, alguien ha adosado un pequeño fanal con unas flores y un retrato de la mártir republicana. Ahora se ha añadido una losa de mármol con una inscripción que conmemora el acto y exalta la memoria de esta víctima y, por extensión, de aquellas otras cuyos restos descansan en fosas comunes, las más veces en lugares ignorados o desconocidos.
Queremos pensar que en la ceremonia de ayer se ha honrado la memoria de esos difuntos carentes de honras fúnebres, cuyo rastro se perdió para siempre. Que con este homenaje se haya hecho realidad la profecía del salmista:


Exultabunt ossa humiliata (Se alegrarán los huesos humillados)


Al menos, los de esta difunta ya tienen una lápida y unas exequias aunque con un retraso de setenta años.

miércoles, diciembre 13, 2006

YO VIVÍ EL GREGORIANO


Fue durante mi época de seminarista –parte de la niñez y de la juventud– entre los años 46 y 52 del pasado siglo.
Mi vida estuvo por aquellos años pautada, sometida a regla. Y, simbólicamente, esa pauta se concretaba, se materializaba, en el tetragrama de la música gregoriana. El clero se divide convencionalmente, como se sabe, en secular y regular. Éste último es el que vive recluido en los monasterios, conventos y cenobios: los frailes y las monjas. El otro es el de los curas. Se llama secular porque estan destinados a convivir con los seglares, en el mundo, que llaman también el siglo.
Los seminaristas (llamados también levitas, en recuerdo de la tribu de Levi, padre de una casta sacerdotal) éramos clero regular destinado a convertirse, en su día, en clero secular. Claro que, a menudo, esta secularización ocurría en el sentido de “colgar los hábitos”.
Vivíamos, pues, en tanto que recluidos en el cenobio del Seminario, monacalmente; como clero regular, reglados por la disciplina y pautados por el simbólico tetragrama, medievalizados en cierto sentido (el tetragrama y la “cuaderna vía” constituyen las respectivas pautas, musical y poética, del medievo)
Y, desde luego, nuestra relación con Dios estaba calcada en el sistema de la sociedad eril: amo (Señor) y siervo (el creyente). Dios es, por antonomasia, el Señor. La definición del catecismo del P. Ripalda no podía ser más explícita: “Dios es un señor infinitamente bueno, sabio, poderoso, principio y fin de todas las cosas”. Es decir, Dios estaba en la categoría de los señores, bien que en una posición relevante o preeminente con respecto a ellos, por ser infinitamente bueno, sabio, poderoso, etc.
Y los siervos servíamos a este “señor” a cambio de protección, como en la Edad Media los siervos de la gleba servían a sus respectivos señores.
Todos los textos litúrgicos de esta visión medieval de la religión (obligación contractual de unos siervos con un señor) se inspiran primordialmente en los Salmos: en ellos se pide reiteradamente protección al Señor contra los enemigos. Se vive, obsesivamente, una situación de acoso, de asedio, que requiere constantemente invocar la defensa de un protector.
Y bien, el Gregoriano. La vida del seminarista estaba reglada, pautada, cuadriculada, de la mañana a la noche: maitines, laudes, vísperas y completas. Cuatro, el número medieval por excelencia. Cuatro, o múltiplos de cuatro. Estas eran las llamadas “horas canónicas”, de las cuales unas eran “menores” (prima, tercia, sexta y nona) y otras mayores (las que van dichas en primer término)
Cuatro son, también, las estaciones del año. Y cada una de ellas va jalonada por los correspondientes tiempos litúrgicos: Adviento, Navidad, Epifanía, Cuaresma, Pasión, Pascua, Ascensión, Pentecostés. Y, según cada fase, un himno litúrgico: Creator alme siderum (Creador providente de los astros), Rorate, caeli, desuper (Rociad, cielos, de lo alto), Audi, benigne conditor (Oye, Hacedor benigno), Vexilla Regis prodeunt (Salen las banderas del rey), Ad regias Agni dapes (Al regio festín del Cordero), Veni, Sancte Spiritus (Ven, Espíritu Santo)…
Y tantos otros himnos cuyas melodías daban su peculiar tonalidad al tiempo y cuyas letras venerables habían sido compuestas por los padres y doctores más preclaros de la Iglesia: San Ambrosio, Santo Tomás de Aquino. De este último hay que destacar dos himnos especialmente relacionados con la Eucaristía: Lauda, Sion, Salvatorem (Alaba, Sion, a tu salvador) y Adoro Te devote, latens Deitas (Te adoro con devoción, deidad oculta) Aunque la autoría de este último se ha puesto alguna vez en tela de juicio <http://www.hottopos.com/mirand8/devote.htm>
Las tardes de los domingos, al regreso del paseo, íbamos a la capilla a cantar las vísperas. Especial protagonismo solía tener en esta ceremonia Don José Rodríguez Cruz, el administrador. Él solía dar la pauta en el canto de los Salmos que, alternadamente, se modulaban desde los bancos de uno y otro lado de la capilla.
Aún me parece ver la figura rechoncha y simpática de Don José, entonando con unción aquello de:
Inclina cor meum, Deus, in testimonia tua
(Mueve mi corazón, Dios mío, a dar testimonio de Ti)












lunes, diciembre 11, 2006

MATERILE, -RILE, -RILE

Mi amigo Francisco Croche de Acuña, cronista oficial de “Sevilla, la Chica”, tiene, entre sus múltiples actividades, un programa en Radio Zafra en el que se emiten coplas que fueron exitosas en su día, coplas del pasado. Los destinatarios de estas canciones son, como es de suponer, personas de “cierta edad”, más bien de la llamada tercera generación o, como se dice convencional y humorísticamente, carrozas.
Modestamente, yo creo poseer un amplio repertorio de canciones de este tipo, desde las canciones que cantaban en los corros infantiles las niñas de mi pueblo, pasando por las canciones de juventud de mi generación y las que, de la suya, oí cantar a mi madre.
Hoy quiero repasar aquí una de las canciones del repertorio infantil, escuchadas y aprendidas de mis “vecinitas” de la calle Santa Marta, en Aceuchal, por los años 40 del siglo pasado. Los niños éramos los espectadores de aquellas espontáneas actuaciones en que las féminas desplegaban, un poco precozmente, las artes de seducción femeninas. Los niños (galanes en ciernes) interrumpíamos a menudo nuestros propios juegos para prestar atención a aquellas representaciones. La coquetería innata de las niñas se ejercitaba ya entonces, enviando alusiones, más o menos explícitas, a esos futuros galanes, implicándonos en el juego. Esto ocurría particularmente con la canción del “matarile,-rile,-rile”, en la que las niñas se daban de ojo para elegir a sus preferidos y trasmitirles, de forma lúdica, sus preferencias. El juego comenzaba designando a la niña para la que se iba a destinar la futura pareja masculina (ni remotamente se pensaba entonces en las parejas homosexuales).
La letra de la canción se puede encontrar en Google, pero la versión piporra incluía algunas variantes. Por ejemplo, después de designar a la protagonista del juego, por turno, y preguntarle “¿qué oficio de va usté a dar?” (y que solía ser, invariablemente, el de “bordadora de la reina”) se le preguntaba “con quién la va usté a casar”. Aquí las chavalas, tras haberse puesto de acuerdo con la interesada, citaban el nombre del amiguito preferido, que solía estar entre los espectadores del juego
A mí me hacía tilín Juana, la de Señá Felisa Parra. Y ella me correspondía. Así que, cuando llegaba la ocasión, ella mandaba un recadito a sus compinches en el juego y la respuesta a aquella pregunta era, en mi caso:
– Con Juanito, el de Virginia, materile, etc.
Pero un día hubieron de torcerse las cosas porque intervinieron los celos. Hubo un malentendido y mi futurible pareja se enfadó:
– Ahora no me quieres a mí, ahora quieres a Frasca (Frasca era una hija de Señá Concepción, La Peseta)
A partir de entonces, cuando llegaba el momento de designar futuro marido y tocaba el turno a Juana, yo tenía que resignarme a escuchar, con decepción:
– Con Antonio, el de Señá Antoñita, materile…
Y con Antonio, el de Señá Antoñita terminó casándose, en la realidad, Juana García Parra, hija de Casto y de Felisa, uno de mis primeros amores infantiles.






(Dibujo a pluma reproducido de una ilustración de la dibujante Pili Blasco)




domingo, diciembre 03, 2006

BOCETOS Y PERFILES (II)

1. JACINTO PARADA.- ¿Para cuándo un homenaje a este gran profesional y mejor amigo que es Jacinto, D. Jacinto? Yo nunca olvidaré que estuve tres meses encamado, allá por el año 56 (¡hace justo ahora medio siglo!) y que él me estuvo inyectando la estreptomicina dos veces por semana sin cobrarme un duro.¡Gracias, Jacinto!

2. DON MANUEL, EL BOTICARIO.-
Cuando yo era un chaval de 8 ó 9 años (todavía conservo algunos cuadernos escolares de aquel tiempo) pasaba a diario por la calle del Medio, camino de la escuela que regentaba D. Juan Fraile en el Pozo de Arriba. Al pasar a la altura de la farmacia de D. Manuel Abad, leía invariablemente el parco letrero en letras góticas que había por encima de la puerta de la botica. Decía “Farmacia del Licenciado M. Abad”. Pero como las letras eran algo ringorrangas y, además, la palabra “licenciado” estaba en abreviatura (Lcdo) y el nombre Manuel se indicaba sólo con la M inicial, yo leía aquel extraño letrero de la siguiente manera:
Farmacia del locomobad.
Algunas veces pedía en el establecimiento, por encargo de mi madre, una botella de agua de Mondariz. Entonces se solía pronunciar esta palabra como llana: Mondáriz. Don Manuel siempre me corregía:
– Mondariz será Mondáriz cuando nariz sea náriz.


3. JAIME MILLÁN.- Era padre de cuatro hijos, que yo recuerde: Mercedes, Matilde, Jaime (que era pelirrojo) y Tere. Lo recuerdo siempre con su puro en la boca y sus gafas de culo de vaso.
Los Millán eran varios hermanos terratenientes: Marcial, Jaime, Luis…
Mi tío Jerónimo me contaba que Jaime tuvo una Harley Davidson, una moto de alta cilindrada que era la admiración (y la envidia) de los piporros de aquel tiempo.








4. FRANCISCO MÁRQUEZ.- Vivía en la calle Santa Marta, como yo. Era pastor, como su padre, y le gustaba componer versos. Pastoreo y poesía suelen ir con frecuencia unidos desde tiempo inmemorial. Lo atestigua una larga tradición bucólica que va desde Teócrito a Miguel Hernández, pasando por Virgilio. Es lo que se llama la literatura pastoril, con sus Títiros y Melibeos, sus Salicios y Nemorosos.
Luego se hizo fraile de la orden de los Hermanos Fossores de la Misericordia. Son frailes sepultureros que se especializan por vocación en esa obra de misericordia que consiste en enterrar a los muertos. Y, además, se dedican a rezar por ellos. Suelen morar en residencias anexas a los camposantos. Por este motivo, Francisco escribió una vez un poema en el que desmentía poéticamente aquel sombrío verso de Bécquer:
¡Dios mío, qué solos
se quedan los muertos!
Francisco advertía :

¡que ya no se quedan
tan solos los muertos!

Ya octogenario, todavía me
envía versos por Navidad.

Un saludo, amigo Curro.








5.FRANCISCO PRIETO.- Esta es con mucho la mejor síntesis fisonómica que yo he conseguido en mi vida. También era él el único varón de los cuatro retoños que tuvieron sus padres. Las hembras, si recuerdo bien, eran Teresa, Isabela y Victoria. Esta última y su marido, Pedro Baquero, fueron compañeros míos de correrías en aquella feliz época en la que los piporros ennoviados íbamos a tomar el sol a Las Piedras: “Recuerdo florido”, como diría mi ex, que tenía bastante sentido del humor.
¡Dichosa edad y dichosos tiempos aquellos…, como decía Don Quijote.

6. Y, POR ÚLTIMO, EL AUTOR ENTONCES Y EL AUTOR AHORA


(1956)

























                                                   







                                                                                     (1996)