miércoles, enero 23, 2008

Aceuchal revisitado

Esas palmeras altísimas que se alzan como guardianes erguidos junto a la Cruz de los Caídos, en Aceuchal, son (si no me equivoco) del género llamado Washington. Son palmeras septuagenarias, casi tan viejas como yo. ¡Cuánto han crecido, desde que yo pasaba junto a ellas, enfilando la calle del Medio camino de la escuela! En el muro de la parroquia de San Pedro Apóstol que corresponde a la capilla del Sagrario, estuvo durante algunos años la lista que recordaba, con nombres y apellidos, a los caídos de Aceuchal (bien entendido que nos referimos a los “caídos por Dios y por la Patria"). Recuerdo que el entonces alcalde, Horacio Valcárcel, cuando pasaba por la acera donde estuvo la tienda de Manganés y, después, la barbería de Domingo Robles, alzaba la mano levemente, en un gesto de patriótico homenaje a los supuestamente caídos por las más nobles de las causas. ¿Hubo caídos en Aceuchal “por Dios y por la Patria”? Yo no recuerdo a ninguno, claro que por entonces era muy pequeño. Y los contemporáneos de aquellos caídos ya se han muerto todos… o casi todos. Me gustaría haber podido comprobar la existencia de cada uno de los caídos que figuraban en la pared de la iglesia. Si hubo caídos de Aceuchal, todos debieron caer en el frente, con el fusil en la mano, defendiendo aquellas nobles causas. Los otros caídos de Aceuchal cayeron junto a las tapias del cementerio y sus nombres no figuraron nunca en ningún sitio público. Fueron, sencillamente, asesinados con alevosía, inermes y sin opción a defenderse. Los propietarios pudieron respirar tranquilos de que, en lo sucesivo, nadie les iba a molestar con el reparto de tierras entre los jornaleros. Dios y la Patria fueron las excusas con que se justificó el aborto de la reforma agraria que postulaba la República.



Otros recuerdos me vienen a la memoria.- Fui monaguillo con el cura Trenado y el sacristán, señó Lorenzo Moreno. Este me endosó un quehacer que le correspondía a él: el de darle cuerda al reloj de la torre. Subía con miedo por aquellas empinadas (y oscuras) escaleras, sobre todo, el primer tramo que iba desde el coro a la tabluna. Los escalones, de bordes desgastados, eran propicios a los resbalones. Había serio peligro de descalabrarse, sobre todo bajándolos con la rapidez que yo lo hacía, impulsado por el miedo. Un abuso más, con que un mayor delegaba en un subordinado la obligación que a él le incumbía y por la que cobraba.


El coro.- Desde el coro se podía repicar las campanas: dobles, vísperas, aleluyas… En el coro había un órgano viejo, que no funcionaba. Le faltaban muchas de las trompetas que algún desaprensivo habría robado para venderlas por chatarra. También había dos armonios: uno más grande, que no funcionaba, y otro más pequeño. Este era el que tocaba Fernando Muñoz. El señó Lorenzo canturreaba un latín macarrónico en los entierros. Y, en el mismo idioma, a ritmo de pasodoble, cantaba el credo de la misa: Patrem omnipotentem factorem caeli et terrae, visibilium omnium et invisibilium…Luego, en las misas de réquiem, el “Dies irae” tenía ritmo de vals una especie de vals de la muerte: Dies irae, dies illa / solvet saeclum in favilla/ teste David cum sybilla…
Después del señó Lorenzo, estuvo de sacristán Domingo Flores. Y cuando éste murió le sucedió en el cargo mi compañero de monaguillo, Antonio el de señá Antoñita. Yo había ido ya a estudiar al Seminario.
Cuando venía de vacaciones, naturalmente, seguía prestando servicios gratuitos a los cultos de la Parroquia (cultos no es aquí lo contrario de incultos, claro). En el año 50 supimos en el Seminario que nuestro párroco, D. Antonio Trenado se había tirado a un pozo. Sin duda, debido a un trastorno mental. Mi paisano Rodríguez Flores, también por entonces seminarista, lloriqueó un poco, por compromiso. Yo me mantuve impasible. Contra los designios de Dios no hay nada que hacer.
Luego vendría Don Carmelo, bonachón, tranquilote. Yo abandoné el Seminario en el verano del 52. Pero procuré seguir cumpliendo con los preceptos de la Santa Iglesia Católica y Apostólica. Iba a misa, confesaba, comulgaba y participaba de novenas y demás prácticas religiosas.
Me gustaba oír los cantos de las jóvenes en el coro. Todavía recuerdo muchas de las letras y las canciones que por entonces cantaban las solistas más representativas de aquel conjunto musical. Carmen Blans (casi todo el mundo decía Blas) cantaba un motete impregnado de melancolía cuya letra creo recordar (por lo menos, en parte): Bálsamo suave, si estamos tristes, / si a ti clamamos, gracia y perdón,/ vital aliento, si moribundos ... Y resumía, tras enumerar ese cúmulo de perfecciones: Todo lo tiene, Madre querida, / todo lo tiene tu corazón...
Flora González cantaba aquello de Tiene el corazón sagrado/ de mi divino Jesús/…
¿Y Juani Muñoz? La letra de uno de los solos que cantaba Juani comenzaba así: Con la fe del alma mía, / con todo mi corazón, / te ofrezco, Virgen María, mi fervorosa oración./ Virgen de mi amor y guía / de mi alma que espera en ti./ Y guía de mi alma que espera en ti./ Madre mía, madre mía, / vuelve tus ojos a mí. Tú que sabes la amargura / del que implora sin consuelo, / tú que alumbras, Virgen pura, / la senda que lleva al cielo: / vuelve hacia mí tu mirada / y alégrese mi alma en ti. / Y terminaba con el recordatorio: Madre mía, madre mía, / vuelve tus ojos a mí.
En la novena del Carmen, Juani cantaba un motete en latín que decía: Flos Carmeli, vitis florifera, splendor caeli, virgo puerpera singularis. Mater mitis et viri nescia, Carmelitis da privilegia. Stella maris, Stella maris! Traduzco: Flor del Carmelo, vid floreciente, esplendor del cielo, virgen singular, habiendo parido. Madre apacible, sin haber conocido varón. Otorga a los carmelitas tus favores. Estrella del mar. Estrella del mar.
A Juani también correspondía entonar otra canción a la Virgen del Carmen: Rosa entre las rosas, flor entre las flores del monte Carmelo, iris de los iris de paz y de amores... Sin duda, Aceuchal era en aquellos tiempos un pueblo devoto...y sentimental. Y la parroquia, refugium peccatorum y consolatrix aflictorum, paño de lágrimas de tantas frustraciones, soledades y desamores...




¡Cuántos recuerdos, Santo Dios! Habría para seguir así un buen rato.
Pero tengo que cortar aquí.

El fin de la Transición (I)

Para su conveniente difusión en los medios internacionales, he enviado al magazine “Ephemeridis”, que se edita íntegramente en latín, un artículo sobre la Transición española, que ha salido con fecha 19 de enero de 2008.
Aquí ofrezco ahora la traducción castellana de ese documento. Si alguno de los lectores de este blog quiere cotejarla con el documento original en latín puede hacerlo mediante la siguiente referencia:






También se puede consultar en el blog en latín sobre Zafra


http://www.alcuinus.net/zafra/scriptum.php?id=182

SOBRE LA TRANSICIÓN ESPAÑOLA, NOMBRE CON EL QUE SE DESIGNA EL PASO DE LA DICTADURA A LA DEMOCRACIA (I)

La palabra Transición en su misma noción etimológica significa cierto movimiento, o paso, de un lugar a otro, de una situación a otra. Así se llama la acción de ir, o mejor, de trasladarse de A a B. Pero en su sentido político, o cívico, se denomina con esta palabra el tiempo de acomodación por el que el pueblo español avanzó hacia la democracia, tras haber sufrido la dictadura. Este avance convino que se hiciera pasito a paso y con cautela y, en consecuencia, hubo que avanzar poco a poco. Su duración se ha prolongado más de cinco lustros.
Muerto el dictador español el día 20 de noviembre de 1975, el cambio de la situación pública que deseaba la mayoría de los españoles dio comienzo. Se postulaba que este cambio se realizara pacíficamente, sin enfrentamientos, pactado incluso por ambas partes, tanto la vencedora como la vencida, entre los que habían sobrevivido a la guerra civil y las generaciones posteriores.
Para instaurar la convivencia democrática se echaban en falta ciertas normas, o leyes, pactadas por ambas partes de los vencedores/vencidos, hubieran vivido, o no, aquella situación. (Nótese que la palabra latina victorum tiene varios significados en latín, según se considere genitivo de plural del sustantivo “victor” (vencedor) o del mismo caso del participio “victus” (vencido) o incluso del participio de igual forma del verbo “vivere” (vivir) Por tanto, la misma palabra puede significar tres cosas: de aquellos que vencieron; de aquellos que fueron vencidos; y de aquellos que vivieron (vivan, o no, en la actualidad)
La Transición tuvo un precio.- El partido de la derecha, en cuyas manos estaba el poder que, por la fuerza de las armas, el dictador había usurpado, pretendía deponer este poder no sin condiciones. Pero en una democracia bien constituida el poder corresponde al pueblo y a él hay que devolverlo para que tenga legitimidad.
La legitimidad la da el pueblo. Pues el poder sin legitimidad no es válido y la legitimidad sin poder es ineficaz.
Había que repartir el poder al pueblo, que había sido despojado de él por los que apoyaron la dictadura. Pero en esta redistribución del poder la derecha se aseguraba la parte proporcional que le tocaba, con el valor añadido de la legitimidad. Así aconteció que el partido del pueblo (no el que hoy se denomina a sí mismo Partido Popular, sino aquel al que le corresponde el poder por derecho propio) ganó poder con el cambio y, a la otra parte, a la derecha, se la recompensó con la legitimidad. Mediante esta especie de operación de compraventa la Transición debió llamarse propiamente transacción.
Así con la moneda de la legalidad democrática se hubo de adquirir poder de parte de los herederos de la dictadura por parte del pueblo que había sido despojado de ese poder y traicionado.
Por fin, los herederos de la dictadura consentían, al parecer, en que los vencidos y sus sucesores fuesen copartícipes del poder, con tal de que a ellos les fuera lícito gozar de la legitimidad democrática. De esa parte alícuota del poder cedido a los vencidos el pago fue la adquisición de la legitimidad para los vencedores. Una operación a todas luces ventajosa para éstos.
Por lo demás, con esta transacción la derecha obtenía otro beneficio y es que la impunidad se revestía de legalidad. Los regímenes dictatoriales, cualesquiera que sean, antes de resignar el poder procuran asegurarse la amnistía.
Así pues, no hubo lugar a reparar daños ni a reclamar castigos. Sí que es cierto que, después de haber pasado tantos años, cualesquiera castigos habían prescrito y los delitos quedaban enjuagados con la impunidad.
Aunque nadie había sido llevado a juicio, acusado de delito de alta traición, ni hubo pleito alguno por los homicidios que se cometieron, no obstante, aún parecía intolerable criticar al dictador y, mucho menos, vituperarlo. Como si el régimen se protegiera a sí mismo con una guardia pretoriana.
Así en el texto de la Constitución se echa en falta una condena explícita de aquel régimen que tiñó a la patria de luto y de sangre, y apartó a los españoles de la democracia por casi cuarenta años. De esta manera la transición democrática silenció la tiranía aquella atroz y cruenta sobremanera.
Hubo que poner cuidado para que no volviese la dictadura. Intentos, ciertamente, no faltaron, como aquel, ridículo en extremo, en el que el papel de histrión lo representó el teniente coronel de la Guardia Civil (!) apellidado Tejero, irrumpiendo en el Parlamento pistola en mano y vociferando:

__ ¡Quieto todo el mundo!
O, más ridículo todavía:
__ ¡
Se sienten, coño!
Todo lo cual, sin duda, cae de lleno en el género del esperpento *


___


* Esperpento, género literario creado por Ramón del Valle-Inclán, implica lo grotesco: la fealdad añadida al ridículo.

martes, enero 22, 2008

El fin de la Transición (II)

SOBRE LA TRANSICIÓN ESPAÑOLA, NOMBRE CON EL QUE SE DESIGNA EL PASO DE LA DICTADURA A LA DEMOCRACIA (II)






La derecha está ahora prendida de la añoranza de la Transición. Pero la meta de esta transición es la democracia, no la marcha perpetua hacia la democracia.
La transición española ya debería haber concluído hace tiempo y, sin duda, hubo una fecha que debió ser señalada con piedrecita blanca y que fue la más apropiada para que se pusiera fin a la transición. Esa fecha fue el 20 de noviembre de 2002, día en el que se condenó en el Parlamento español, solemnemente y por unanimidad, la dictadura, con el consenso de ambas partes, la vencedora y la vencida, la derecha y la izquierda; la primera en el gobierno y, la segunda, en la oposición por aquellos días.
La fecha que antaño fuera infausta para el Régimen (el llamado Día del Dolor) resultó ser, además, nefasta: a la conmemoración de la muerte del fundador de la Falange (ocurrida un 20 de noviembre de 1936) se había de unir, 39 años más tarde, la del fallecimiento del propio dictador (20 de noviembre de 1975) Como si las Erinias vengadoras hubiesen designado esa fecha para decretar la ruina de la dictadura. Por contraste, esa fecha luctuosa para la dictadura resultaba jubilosa para la democracia. Así los hados parecían indicar “más claro que la luz del mediodía”, que esta fecha era la más apropiada para señalar el fin de la transición y el inicio de la plena democracia. Así lo quiso el destino y, así, la sangre derramada de los mártires de la República dio, por fin, los más abundantes frutos de la libertad.
Sólo que posteriormente la derecha ha dado marcha atrás y se ha replegado de nuevo hacia su acostumbrado refugio de la dictadura. Este retroceso se hizo patente en el Parlamento europeo, cuando el legado español por parte de la oposición, Sr. Mayor Oreja, rehusó condenar la dictadura franquista, por cuanto que –alegó—“gracias a ella el marxismo no se apoderó de la Europa meridional”.
Está por ver si, en el caso de haber triunfado la República, el marxismo se hubiera, o no, apoderado de España. En cambio, es muy cierto que, con la victoria de Franco, el fascismo se apoderó de la Europa meridional, Portugal incluido.
Ahora es tiempo ya de borrar por completo las huellas de la dictadura, como conviene a una democracia mayor de edad. Para que ésta se consolide y fortalezca, es preciso que los verdaderos demócratas, a la derecha y a la izquierda, convengan en admitir determinadas condiciones que se consideran comunes a todos los demócratas, tales como éstas:
1) La dictadura se opone a la democracia y es su mayor enemiga, por tanto, debe ser condenada y rechazada por los verdaderos demócratas.
2) Conviene acabar con los vestigios de la vieja dictadura, por ejemplo, los nombres de los generales rebeldes que se dieron a las calles y plazas por todas partes en España; y sus efigies y estatuas retirarlas de los lugares públicos, para que sus fechorías no se recuerden a perpetuidad, o parezcan dignas de recordarse. Lo que se hizo a la medida y el arbitrio de la dictadura debe deshacerse al arbitrio y la medida de la democracia.
Estas reivindicaciones mínimas debieron plantearse al principio de la transición, para que en verdad ésta se pudiera llamar democrática. Lo que en su día se aplazó, ahora, después de consolidada la democracia, debe exigirse.
La explícita condena de la dictadura se echa en falta también en el texto de la Constitución, lo que parece más grave y difícil de entender. Sólo se comprende si se tiene en cuenta que el texto de la Constitución fue alumbrado al inicio mismo de la Transición (1978) Hubo que transigir, por pacto con los legisladores de parte de la derecha, quienes, seguramente, hubieran rechazado esta cláusula, en el caso de que se hubiera propuesto su inclusión por parte de los jurisperitos del lado de los vencidos.

lunes, enero 14, 2008

Los amores de Eneas

Como héroe, Eneas tiene, sin duda, una categoría moral superior a la de los héroes griegos: a la de Ulises, Aquiles y a todos los demás líderes de la Ilíada. Quiso Eneas, como Don Quijote, “hacer bien a todos y mal a ninguno” y a ese fin procuró siempre “enderezar sus intenciones”. Si hizo daño, fue sin querer, como en el caso de la decepción de Dido. ¿Quiénes, sino los dioses, tuvieron la culpa de que Eneas no se quedara para siempre en Cartago, practicando la caza con la primera dama del país y explorando las cuevas de la comarca, que tan sugestivas maravillas encerraban? Los dioses fueron los únicos responsables de aquella amorosa ruptura. Esto es lo que siempre quiso explicarle Eneas a Dido, después de zarpar del muelle de Cartago; y la mejor ocasión para hacerlo hubiera sido cuando ambos se volvieron a ver en el Hades, esa enorme cueva subterránea que siempre solemos visitar en nuestros sueños. Pero Dido estaba resentida y esquiva, predispuesta a no creer ya nunca más en Eneas. Mala suerte para nuestro héroe, tan buen hijo como buen padre y, presumiblemente, buen esposo.
Porque Eneas era, ante todo, buena persona. ¿Qué quería decirle Eneas a Dido, cuando la vio ya en el reino de los muertos, cuando tuvo confirmación expresa de lo que hasta entonces habían sido vagas noticias del suicidio de la reina fenicia? Pues le habría dicho algo verdaderamente hermoso, las palabras que a una enamorada siempre le hubiera gustado oir y que desmentirían que él, Eneas, fuese un vulgar seductor. Y esas palabras eran: “Dido, yo te amaba de veras, pero una fuerza inexorable, la del destino, me arrancó de tu lado”.
Era verdad. Tras la pérdida de sus respectivos esposos (muerto Siqueo y Creúsa desaparecida) ambos eran libres para amarse y unirse en nueva coyunda. Pero los dioses habían dispuesto las cosas de otra manera, tenían otros planes. Fue el encuentro del Hades una buena ocasión para reconciliarse, pero Dido, rencorosa, rehusó el diálogo: ya para qué.
Pobre Eneas, “el piadoso”, en la caracterización de Virgilio. Buen hijo (que lo diga Anquises), padre ejemplar (preguntádselo a Ascanio, o si lo preferís, a Iulo, que de ambas maneras puede llamarse el nieto de Anquises y de Venus) y tanto el uno como el otro os darán inmejorables referencias.
Quiso Eneas justificarse pero no quiso escucharle Dido. Pero oigamos las palabras mismas del héroe, aunque tengamos que aguardar un momento a que la Sibila nos sirva de intérprete:
__ Infelix Dido, verus mihi nuntius ergo
venerat exstinctam ferroque extrema secutam?
Funeris, heu, tibi causa fui? Per sidera iuro
per superos et si qua fides tellure sub ima est,
invitus, regina, tuo de litore cessi
. (Aen. VI, 456-60)

(¡Desventurada Dido! ¿Luego era verdad la noticia que me dieron de que estabas muerta y te habías quitado la vida con un puñal? ¿Yo fui, ay de mí, la causa de tu muerte? Por los astros te juro, por los dioses y todo lo que bajo la tierra exista digno de creerse, que fue contra mi voluntad el tener que marcharme de tu país…)



No, no fue Eneas un vulgar seductor o un rompecorazones. Fueron los dioses y sobre todo las diosas, confabuladas, las que tramaron la perdición de Dido. Ésta pudo oir la justificación de Eneas, pero hizo oídos sordos, despechada, y optó por perderse entre las sombras del Hades con el difunto Siqueo.


Y, además, Eneas tenía todavía mucha vida por delante: le esperaba en Italia la que iba a ser su tercera esposa, Lavinia.



Dido comprendió que Eneas en el Hades era tan forastero como lo fue en Cartago. Que algún día, inexorablemente, volverían a encontrarse en el mismo lugar, pero que, por el momento, con un vivo no tenía nada que hacer.









domingo, enero 13, 2008

Qué entiendo por teocracia




En general, entiendo por teocracia cualquier forma de credo religioso entreverado de política, comprometido con el poder temporal. La teocracia consiste fundamentalmente en eso, en asociar la religión al poder político, ampliando las respectivas zonas de influencia, la una a cuenta de la otra.
El cristianismo fue primero sólo religión. El de las catacumbas era genuino, lo que diríamos químicamente puro. ¿Quiere esto decir que para seguir siéndolo tendría que haber seguido en la clandestinidad? De ninguna manera. Fue, sin duda, un importante avance para la democracia que se legalizase su práctica, por cuanto con ello se reconocía un derecho democrático cual era la libertad de culto: a nadie se le impedía profesar abiertamente sus creencias. En este sentido la disposición que promulgara Constantino el Grande fue un suceso fausto para la democracia más que para la religión. Como lo hubiera sido en la época de los Reyes Católicos el que se considerase legal el judaísmo o la religión de Mahoma. El Edicto de Milán supuso un avance en el sentido de la democracia, quiero decir, en orden a su eventual implantación; no que en otros aspectos se tratara de regímenes democráticos por el mero hecho de haber implantado estas medidas.
La libertad religiosa siempre es deseable en una sociedad desarrollada y en este aspecto la disposición de Constantino fue un suceso fausto. Pero, por otro lado, iba a resultar a la postre perjudicial para el cristianismo y la iglesia primitiva, no el hecho de su legalización, sino el de su posterior oficialización, al hacer suyos el Estado los símbolos cristianos: así la cruz, con el lábaro, se convirtió en emblema militar. A partir de ahí la Iglesia se contamina del poder político.
Los inconvenientes que de ahí se siguen para la pureza doctrinal se hacen sentir en las décadas y centurias subsiguientes. De ahí se desprenden, como corolarios, las cruzadas, las guerras santas y las órdenes religiosas integradas por quienes hacían compatibles la cruz y la espada; los religiosos que eran, a la vez, caballeros, “mitad monjes y mitad soldados”, milicia mixturada de religión, que todavía la Falange joseantoniana exaltaba como ideal político.
La teocracia es de ascendencia vetero-testamentaria: en el Arca de la Alianza tenemos el símbolo supremo del pacto entre Dios Yavéh y el pueblo judío.
Cristo procuró desglosar su doctrina de la política. Ya advirtió claramente a sus compatriotas aquello de “mi reino no es de este mundo” (Ioann. 18.36). No era el Mesías que esperaban los judíos para que los rescatara del poder romano. Se desmarcó de la política con aquel “dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” (Mt. 22. 17-22) Puso a cada uno en su sitio.
La teocracia pretende aunar poder y religión, política y credo religioso. Augusto mismo, el emperador romano, asumió en su persona el supremo poder civil y el religioso, al constituirse “imperator et pontifex”. Pura teocracia.
En todas las épocas la teocracia ha actuado en el mismo sentido de asociar el poder político a la religión. Así el islamismo es teocrático y admite la guerra santa como dogma de fe. Hay un pasaje del Corán que me recuerda el “no te mato yo, te mata Dios” con el que algunos matones del franquismo pretendían cohonestar y justificar sus atropellos. El pasaje coránico, traducido al latín, dice: “Et non tu enecavisti eos, sed Allah enecavit eos, nec tu detrudens detrusisti, sed Allah detrusit” (8.12-17) (No los mataste tú, sino fue Alá quien los mató; ni tú, al quitarlos de en medio, los quitaste del medio; sino que fue Alá quien los quitó del medio)

La teocracia pervive hoy acaudillada por algunos jerarcas eclesiásticos que, democráticamente, como Dios manda, se manifiestan contra el gobierno, legítimamente constituido, de la democracia española.

lunes, enero 07, 2008

DEMOCRACIA Y TEOCRACIA

Se cumple hoy una semana desde la más reciente manifestación que el episcopado español ha promovido contra el gobierno de la nación democráticamente elegido. La democracia ha hecho posible este tipo de protesta que con el régimen de Franco no les hubiera estado permitida: la dictadura no admitía críticas a su propio sistema.
Pero dejemos de hacer conjeturas sobre situaciones improbables. Los señores obispos toman de la democracia lo que les conviene, en este caso el derecho a protestar. Por lo demás, la democracia les importa un bledo, ya que, como se sabe, su sistema de gobierno preferido no es la democracia sino la teocracia. ¿Qué es eso de que ‘el poder procede del pueblo’? Esta es la herejía básica de la democracia. El poder procede de Dios: he aquí la doctrina ortodoxa que la Iglesia siempre ha profesado. Y el sistema que se basa en este principio recibe el nombre de teocracia.
La Iglesia, aliada con el poder desde Constantino, inaugura este sistema de gobierno con un prodigio espectacular, la aparición de un meteoro celeste en el firmamento que tenía la forma de una cruz luminosa (al final parece que sólo fue un sueño del emperador Constantino) . Lo refiere el obispo Eusebio de Cesarea en su biografía del referido mandatario (28-30). En esa visión se dio a entender a Constantino cuál era el emblema que había de adoptar para ganar la batalla que iba a librar con su rival Majencio. En torno a la cruz emblemática podía leerse el mensaje de la divinidad al emperador: “In hoc signo vinces” (Con esta insignia vencerás). Si non è vero è ben trovato: Si no es verdad, al menos bien contado sí que está.
Eusebio de Cesarea, confesor y, por ende, confidente de Constantino, fue el primer obispo que compartió poder con el emperador. Con esa primera simbiosis de la Iglesia con el poder temporal se inaugura la teocracia de signo cristiano.
La teocracia se ha desarrollado a lo largo de la historia en alianza con el poder temporal. Los autos de fe de la Inquisición son el ejemplo más característico de su modus operandi. La teocracia incorpora la religión al poder para legitimarlo en nombre de Dios. Así Franco, el hombre “providencial”, como se le adjetivó desde el estamento eclesiástico, fue “Caudillo por la gracia de Dios”, según se hacía constar en las monedas. Esta inscripción, presuntuosa donde las haya, es probablemente de inspiración eclesiástica. Por lo menos está en línea con los plácemes y bendiciones de aquellos jerarcas de la Iglesia (los Gomá y Tomás, los Pla y Deniel) que bautizaron con el nombre de “Cruzada” la sublevación militar del 36. Cohonestaron así unos crímenes que, más que para defender una causa religiosa, sirvieron para mantener una situación de injusticia social y retrasar la incorporación del país a la vanguardia de los países desarrollados.
Ante la actual beligerancia de sus eminencias reverendísimas frente al Estado de derecho y antes de enzarzarse en discusiones estériles, ese Estado deberá tener en cuenta que democracia y teocracia son incompatibles por principio: discrepan radicalmente acerca del origen de la legitimidad del poder.
Pero es que, además, la teocracia no se aviene con la misma doctrina de Cristo, que ya dejó bien claro aquello de que “mi reino no es de este mundo” (Ioann. 18.36) Y que dio, en otra ocasión memorable, una lección bien clara a quienes querían inmiscuirlo en la oposición al gobierno. Fue cuando le plantearon la cuestión de si hay que pagar, o no, tributo al César. Cristo pidió que le mostraran una moneda y preguntó de quién era la efigie y la inscripción que en ella aparecían. Le contestaron:
_ Del César.
A lo que él replicó:
_ Dad, pues, al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios (Mt. 22.17-22; Luc.20.22-25)
La teocracia en política representa lo obsoleto, lo anacrónico, lo superado: el pasado, en fin. Nunca la democracia deberá comprometer el poder recibido del pueblo con ningún credo religioso, o confesional.
Sabemos por la historia que en épocas pasadas, la Iglesia se alió con el poder para someter y sojuzgar. Funesta alianza que tanta sangre ha costado a lo largo de los siglos.
Ayer domingo (06-01-08) publicaba El País una viñeta de El Roto que representa la figura de Franco emergiendo, sonriente, de entre las valvas de la mitra de un obispo. El Roto ha acertado a sintetizar en un simbolismo vigoroso, la situación involutiva planteada por la Iglesia española.
Ya sólo faltaría apelar al milagro: que sus señorías fuesen en procesión al Valle de los Caídos y, ante la tumba del dictador, dijeran aquello de “¡Levántate y anda!”.
Si no lo hacen es porque saben que no va a funcionar.






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Las ilustraciones corresponden a una moneda de la época de Tiberio (probablemente como la que le enseñaron a Cristo) y la viñeta de El Roto (En El País, 6 de enero de 2008) a la que aquí se hace alusión.

miércoles, enero 02, 2008

Tengo un griego en mi PC




*Timeo Danaos et dona ferentes (Verg. A. 2.49)



Una vez más se ha tergiversado la historia, no sé si por malicia o por ignorancia. Resulta que ahora se le llama “troyano” a cierto tipo de virus que se infiltra en el ordenador, utilizando el famoso timo del caballo, aquella idea prodigiosa de la estrategia helénica, de la poliorcética (arte de ataque y defensa de las ciudades) que no patentó Ulises porque aún no se había abierto la oficina de Suiza.
Los actuales descendientes del de Ítaca se disfrazan de “troyanos”, pero son en realidad griegos, dánaos, aqueos o aquivos, según los variados heterónimos con que suelen denominarse. Quizás para ganarse nuestra confianza, se atribuyen el papel de víctimas. “Soy un troyano”, nos dicen. No: sois en realidad griegos, dánaos, aqueos o aquivos.El ordenador es vuestro moderno caballo. Sois maestros del mimetismo, virtuosos del camuflaje. Es el mismo truco del ladrón que se disfraza de policía o del terrorista que se viste de guardia civil o de cura. Son ardides propios de Ulises, el doloso, el fementido, el falsificador, el mago del transformismo y de la simulación. Toda aquella puesta en escena de Sinón, el pelasgo (otro apelativo que viene a confirmar esa variopinta personalidad del griego, esa ‘politropía’ de la que fue ejemplo y paradigma Ulises; esa mise en scène, a la que acabo de referirme) fue un ardid de Ulises. Idea suya fue lo del caballo, como también lo de Sinón, un consumado actor, dejándose coger y contándole a los troyanos todo aquel cuento de la traición de los suyos. ¿No es una calumnia llamar ‘troyano’ a un virus cuando lo del caballo de Troya fue una artimaña de la perfidia griega? Los griegos lo que tenían es mucho teatro: grandes trágicos, sí (Esquilo, Sófocles, Eurípides) y excelentes cómicos (Menandro y Aristófanes). Eso de que la vida es teatro ya lo habían visto ellos antes que nadie. Platón habló ya de la vida como teatro en su doble dimensión de tragedia y comedia. Y ya en épocas tardías de la cultura griega esta doble dimensión se redujo a una sola: la de la comedia.
El caso es que la simulación y el disfraz, el engaño como recurso, era muy propio de los griegos. El mismo Aquiles fue un travesti, ya que se vistió de mujer para no ir a la mili. Por cierto, ahora que lo pienso, lo del caballo de Troya puede que fuera una sugerencia de Aquiles. Como sabemos, éste había sido educado por el centauro Quirón, sabio, sí; pero que aunaba en su persona la naturaleza humana y la equina. Esa doblez constitutiva ¿no se la inculcaría al discípulo? Ulises y Aquiles; los dos fuertes, los dos astutos, los dos…griegos.
Y Homero poniéndolos por las nubes. Llamando a Ulises ‘divino’ (‘theoídes’ y ‘díos’) No así Virgilio, descendiente de Eneas, un troyano precísamente, que supo de qué pie cojeaba el griego y cuál era la debilidad del talón de Aquiles. El otro presunto héroe, invulnerable por artes mágicas. Así cualquiera.
Virgilio no puede alabar la astucia y la crueldad de los héroes homéricos. Los epítetos que aplica a Ulises demuestran bien a las claras que no le parece un personaje digno de alabanza, más bien, todo lo contrario. He aquí algunos de esos epítetos: falso (‘pellax’), cruel (‘dirus’), feroz (‘saevus’), duro (‘durus).
No, no es justo llamar ‘troyanos’ a esos virus invasores. Y, sobre todo, atribuirles la autoría del engaño del que fueron víctimas. Tal trueque de papeles me recuerda algo de la reciente historia de España. Los verdaderos rebeldes reclamaron para ellos la condición de patriotas y su delito de rebeldía lo proyectaron sobre los que se mantuvieron fieles a la República. El exterminio de éstos se justificó, en múltiples ocasiones, como el castigo merecido por el delito de “auxilio a la rebelión”.
Es lo mismo que llamar ‘troyanos’ a los que urdieron la estratagema del caballo de Troya.



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* Siento miedo hacia los griegos incluso cuando nos hacen regalos (Eneida, 2.49)