Esas palmeras altísimas que se alzan como guardianes erguidos junto a la Cruz de los Caídos, en Aceuchal, son (si no me equivoco) del género llamado Washington. Son palmeras septuagenarias, casi tan viejas como yo. ¡Cuánto han crecido, desde que yo pasaba junto a ellas, enfilando la calle del Medio camino de la escuela! En el muro de la parroquia de San Pedro Apóstol que corresponde a la capilla del Sagrario, estuvo durante algunos años la lista que recordaba, con nombres y apellidos, a los caídos de Aceuchal (bien entendido que nos referimos a los “caídos por Dios y por la Patria"). Recuerdo que el entonces alcalde, Horacio Valcárcel, cuando pasaba por la acera donde estuvo la tienda de Manganés y, después, la barbería de Domingo Robles, alzaba la mano levemente, en un gesto de patriótico homenaje a los supuestamente caídos por las más nobles de las causas. ¿Hubo caídos en Aceuchal “por Dios y por la Patria”? Yo no recuerdo a ninguno, claro que por entonces era muy pequeño. Y los contemporáneos de aquellos caídos ya se han muerto todos… o casi todos. Me gustaría haber podido comprobar la existencia de cada uno de los caídos que figuraban en la pared de la iglesia. Si hubo caídos de Aceuchal, todos debieron caer en el frente, con el fusil en la mano, defendiendo aquellas nobles causas. Los otros caídos de Aceuchal cayeron junto a las tapias del cementerio y sus nombres no figuraron nunca en ningún sitio público. Fueron, sencillamente, asesinados con alevosía, inermes y sin opción a defenderse. Los propietarios pudieron respirar tranquilos de que, en lo sucesivo, nadie les iba a molestar con el reparto de tierras entre los jornaleros. Dios y la Patria fueron las excusas con que se justificó el aborto de la reforma agraria que postulaba la República.
Otros recuerdos me vienen a la memoria.- Fui monaguillo con el cura Trenado y el sacristán, señó Lorenzo Moreno. Este me endosó un quehacer que le correspondía a él: el de darle cuerda al reloj de la torre. Subía con miedo por aquellas empinadas (y oscuras) escaleras, sobre todo, el primer tramo que iba desde el coro a la tabluna. Los escalones, de bordes desgastados, eran propicios a los resbalones. Había serio peligro de descalabrarse, sobre todo bajándolos con la rapidez que yo lo hacía, impulsado por el miedo. Un abuso más, con que un mayor delegaba en un subordinado la obligación que a él le incumbía y por la que cobraba.
El coro.- Desde el coro se podía repicar las campanas: dobles, vísperas, aleluyas… En el coro había un órgano viejo, que no funcionaba. Le faltaban muchas de las trompetas que algún desaprensivo habría robado para venderlas por chatarra. También había dos armonios: uno más grande, que no funcionaba, y otro más pequeño. Este era el que tocaba Fernando Muñoz. El señó Lorenzo canturreaba un latín macarrónico en los entierros. Y, en el mismo idioma, a ritmo de pasodoble, cantaba el credo de la misa: Patrem omnipotentem factorem caeli et terrae, visibilium omnium et invisibilium…Luego, en las misas de réquiem, el “Dies irae” tenía ritmo de vals una especie de vals de la muerte: Dies irae, dies illa / solvet saeclum in favilla/ teste David cum sybilla…
Después del señó Lorenzo, estuvo de sacristán Domingo Flores. Y cuando éste murió le sucedió en el cargo mi compañero de monaguillo, Antonio el de señá Antoñita. Yo había ido ya a estudiar al Seminario.
Cuando venía de vacaciones, naturalmente, seguía prestando servicios gratuitos a los cultos de la Parroquia (cultos no es aquí lo contrario de incultos, claro). En el año 50 supimos en el Seminario que nuestro párroco, D. Antonio Trenado se había tirado a un pozo. Sin duda, debido a un trastorno mental. Mi paisano Rodríguez Flores, también por entonces seminarista, lloriqueó un poco, por compromiso. Yo me mantuve impasible. Contra los designios de Dios no hay nada que hacer.
Luego vendría Don Carmelo, bonachón, tranquilote. Yo abandoné el Seminario en el verano del 52. Pero procuré seguir cumpliendo con los preceptos de la Santa Iglesia Católica y Apostólica. Iba a misa, confesaba, comulgaba y participaba de novenas y demás prácticas religiosas.
Me gustaba oír los cantos de las jóvenes en el coro. Todavía recuerdo muchas de las letras y las canciones que por entonces cantaban las solistas más representativas de aquel conjunto musical. Carmen Blans (casi todo el mundo decía Blas) cantaba un motete impregnado de melancolía cuya letra creo recordar (por lo menos, en parte): Bálsamo suave, si estamos tristes, / si a ti clamamos, gracia y perdón,/ vital aliento, si moribundos ... Y resumía, tras enumerar ese cúmulo de perfecciones: Todo lo tiene, Madre querida, / todo lo tiene tu corazón...
Flora González cantaba aquello de Tiene el corazón sagrado/ de mi divino Jesús/…
¿Y Juani Muñoz? La letra de uno de los solos que cantaba Juani comenzaba así: Con la fe del alma mía, / con todo mi corazón, / te ofrezco, Virgen María, mi fervorosa oración./ Virgen de mi amor y guía / de mi alma que espera en ti./ Y guía de mi alma que espera en ti./ Madre mía, madre mía, / vuelve tus ojos a mí. Tú que sabes la amargura / del que implora sin consuelo, / tú que alumbras, Virgen pura, / la senda que lleva al cielo: / vuelve hacia mí tu mirada / y alégrese mi alma en ti. / Y terminaba con el recordatorio: Madre mía, madre mía, / vuelve tus ojos a mí.
En la novena del Carmen, Juani cantaba un motete en latín que decía: Flos Carmeli, vitis florifera, splendor caeli, virgo puerpera singularis. Mater mitis et viri nescia, Carmelitis da privilegia. Stella maris, Stella maris! Traduzco: Flor del Carmelo, vid floreciente, esplendor del cielo, virgen singular, habiendo parido. Madre apacible, sin haber conocido varón. Otorga a los carmelitas tus favores. Estrella del mar. Estrella del mar.
A Juani también correspondía entonar otra canción a la Virgen del Carmen: Rosa entre las rosas, flor entre las flores del monte Carmelo, iris de los iris de paz y de amores... Sin duda, Aceuchal era en aquellos tiempos un pueblo devoto...y sentimental. Y la parroquia, refugium peccatorum y consolatrix aflictorum, paño de lágrimas de tantas frustraciones, soledades y desamores...
Después del señó Lorenzo, estuvo de sacristán Domingo Flores. Y cuando éste murió le sucedió en el cargo mi compañero de monaguillo, Antonio el de señá Antoñita. Yo había ido ya a estudiar al Seminario.
Cuando venía de vacaciones, naturalmente, seguía prestando servicios gratuitos a los cultos de la Parroquia (cultos no es aquí lo contrario de incultos, claro). En el año 50 supimos en el Seminario que nuestro párroco, D. Antonio Trenado se había tirado a un pozo. Sin duda, debido a un trastorno mental. Mi paisano Rodríguez Flores, también por entonces seminarista, lloriqueó un poco, por compromiso. Yo me mantuve impasible. Contra los designios de Dios no hay nada que hacer.
Luego vendría Don Carmelo, bonachón, tranquilote. Yo abandoné el Seminario en el verano del 52. Pero procuré seguir cumpliendo con los preceptos de la Santa Iglesia Católica y Apostólica. Iba a misa, confesaba, comulgaba y participaba de novenas y demás prácticas religiosas.
Me gustaba oír los cantos de las jóvenes en el coro. Todavía recuerdo muchas de las letras y las canciones que por entonces cantaban las solistas más representativas de aquel conjunto musical. Carmen Blans (casi todo el mundo decía Blas) cantaba un motete impregnado de melancolía cuya letra creo recordar (por lo menos, en parte): Bálsamo suave, si estamos tristes, / si a ti clamamos, gracia y perdón,/ vital aliento, si moribundos ... Y resumía, tras enumerar ese cúmulo de perfecciones: Todo lo tiene, Madre querida, / todo lo tiene tu corazón...
Flora González cantaba aquello de Tiene el corazón sagrado/ de mi divino Jesús/…
¿Y Juani Muñoz? La letra de uno de los solos que cantaba Juani comenzaba así: Con la fe del alma mía, / con todo mi corazón, / te ofrezco, Virgen María, mi fervorosa oración./ Virgen de mi amor y guía / de mi alma que espera en ti./ Y guía de mi alma que espera en ti./ Madre mía, madre mía, / vuelve tus ojos a mí. Tú que sabes la amargura / del que implora sin consuelo, / tú que alumbras, Virgen pura, / la senda que lleva al cielo: / vuelve hacia mí tu mirada / y alégrese mi alma en ti. / Y terminaba con el recordatorio: Madre mía, madre mía, / vuelve tus ojos a mí.
En la novena del Carmen, Juani cantaba un motete en latín que decía: Flos Carmeli, vitis florifera, splendor caeli, virgo puerpera singularis. Mater mitis et viri nescia, Carmelitis da privilegia. Stella maris, Stella maris! Traduzco: Flor del Carmelo, vid floreciente, esplendor del cielo, virgen singular, habiendo parido. Madre apacible, sin haber conocido varón. Otorga a los carmelitas tus favores. Estrella del mar. Estrella del mar.
A Juani también correspondía entonar otra canción a la Virgen del Carmen: Rosa entre las rosas, flor entre las flores del monte Carmelo, iris de los iris de paz y de amores... Sin duda, Aceuchal era en aquellos tiempos un pueblo devoto...y sentimental. Y la parroquia, refugium peccatorum y consolatrix aflictorum, paño de lágrimas de tantas frustraciones, soledades y desamores...
¡Cuántos recuerdos, Santo Dios! Habría para seguir así un buen rato.
Pero tengo que cortar aquí.
Pero tengo que cortar aquí.