He encontrado recientemente un viejo libro escolar titulado ASÍ QUIERO SER, editado por la recordada editorial placentina Sánchez Rodrigo (editora, asimismo, de las famosas “Rayas”, donde solían aprender la lectura los niños de mi generación y posteriores) y he descubierto en este libro el perfecto libro de educación para la ciudadanía que le gustaba al franquismo. Leyéndolo no se puede menos que sonreír, cada dos por tres, viendo con qué desparpajo trataban de inculcar en los futuros ciudadanos la que, en aquella época, se consideraba una apropiada “educación para la ciudadanía”. Por supuesto que la jerarquía eclesiástica de aquellos tiempos no hubiera puesto reparo alguno a las doctrinas que en ese libro se trataba de imponer a los chicos. Hay páginas de antología, con auténticas perlas didácticas, para modelar el criterio infantil de acuerdo con el Estado totalitario (a propósito: en el libro se define lo que es Estado totalitario, y se da a entender que es el que más se adecua al carácter de la nación española: he aquí la definición que, en recuadro, nos brinda el propio libro:
Un Estado es totalitario cuando en él sólo manda
Se opina con los criterios de la más pura ortodoxia franquista, en asuntos de religión, de democracia, de sumisión al régimen...
El alma española es naturalmente católica
A esta convicción, probablemente, respondía la costumbre de que la gente bautizara a sus hijos como un trámite casi de obligado cumplimiento, a tenor de esa naturaleza. Y la inscripción en el seno de la Iglesia Católica se realizaba sin tener en cuenta la opinión del catecúmeno, ya que se hacía habitualmente cuando éste aún no tenía uso de razón.
(Por supuesto, la tradición continúa por inercia todavía en nuestros días)
Sobre la democracia, se rechazaba de plano. En la página 26 se inserta una imagen de Franco, dibujada por el ilustrador. Y se comienza la página con una distinción entre los términos democracia y demofilia. (El corrector automático me ha subrayado en rojo la palabra, después de habérmela cambiado automáticamente por hemofilia) La demo–filia, señores, viene, como saben los que tienen los primeros rudimentos de griego, de sendas raíces, como son “demo = pueblo, y “filia” = amor (la demofilia quiere decir “amor al pueblo”) En cambio, la “democracia” significa (¡lagarto, lagarto!) “el poder ejercido por el pueblo”. ¿Qué disparate es éste? En la página 27 se dice, tajantemente:
No debemos ser demócratas, sino demófilos.
Y retrotrayéndonos a la página anterior nos aclara:
Se puede ser demófilo y no ser demócrata;
Y es que (en recuadro):
El saber gobernar una nación es una cosa que
sólo conoce el que la ha estudiado y aprendido.
sólo conoce el que la ha estudiado y aprendido.
(Aquí podíamos preguntarnos: ¿Dónde aprendió Franco y dónde estudió la ciencia del gobierno de España?) Sabemos que la práctica de esa ciencia la adquirió principalmente en las kabilas de África. Pero vino preparado de tal modo que su responsabilidad estaba exenta de justificar sus actuaciones ante todo un pueblo representado en un Parlamento. Franco solo gobernaba con poder omnímodo y sólo reconocía la existencia de dos instancias superiores a él, instancias que, por lo demás, consistían en sendas entelequias llamadas Dios y la Historia. El texto didáctico enmarcaba en un recuadro lo que Franco mismo había proclamado al respecto:
El Caudillo sólo es responsable de sus actos
Dios, por boca de sus representantes en la Tierra, hizo llamar Cruzada al genocidio puesto en marcha por su ‘elegido’. Y la Historia, manipulada por los Vidal, los La Cierva y los Moa, no haría otra cosa que encumbrar al personaje.
Esta era la “educación para la ciudadanía” que mejor convenía a los propósitos de un dictador y de sus secuaces.
La que hoy se ha pretendido adaptar a esta interminable Transición y que ha recibido el rechazo incondicional, severo, de la Jerarquía eclesiástica*, que sigue todavía siendo uno de los poderes fácticos del llamado Estado de derecho.
* Me refiero a la Educación para la ciudadanía. Rechazada por la actual Jerarquía eclesiástica.