lunes, enero 30, 2012

DON LUIS MORENO MAYORAL, PADRE ESPIRITUAL Y PROFESOR EN SAN ATÓN

En esta síntesis, en forma de caricatura, expreso a mi manera la fórmula fisonómica que corresponde a los rasgos del que fuera director espiritual del Seminario a comienzos de los años 50 del siglo pasado. Don Luis Moreno Mayoral era, si no me equivoco, cacereño, de Valdemorales. Además de director espiritual fue mi profesor de Latín en el 3º ó 4º curso de Latinidad.


Don Luis conocía mis secretos de adolescente, mis tentaciones y mis caídas: nada del otro mundo. Estábamos muy controlados los seminaristas, sobre todo en el aspecto de nuestras relaciones con el exterior. Sabíamos que nuestra correspondencia podía ser leída por la Superioridad, pues las cartas que recibíamos de nuestros familiares y amigos se nos entregaban abiertas. Bien es verdad que la mayoría de ellas no eran leídas. Mi tío Jerónimo me escribía con frecuencia y en algunos sobres, bien planchaditos, flamantes, me solía enviar, de cuando en cuando, para mis pequeñas necesidades de escolar, algunos billetes de cinco pesetas, cobrados recientemente de su paga de militar.


Estas ayudas me permitían, a veces, adquirir algunos libros cuyos títulos me resultaban atractivos. Recuerdo que uno de ellos fue el titulado Psicología del amor, de Paul Jagot. Debí haber consultado con el director espiritual si podía tener este libro en mi cuarto y leerlo en tiempo libre. No lo hice, pero hubo quien le sopló a Don Luis que yo tenía el tal libro. Y Don Luis me llamó a 'capítulo'. Debió revisar el libro a conciencia, pues tardó en devolvérmelo. Al final, me lo devolvió, pero ahora no recuerdo si me hizo, o no, algunas advertencias sobre el particular. Como me lo devolvió, supongo que no encontró en él ninguna doctrina reprobable. La verdad es que el libro era completamente inocuo. Ahora que lo releo, con cierta curiosidad, recordando el episodio del chivatazo (el autor del mismo creo que ya no está en el mundo de los vivos) entresaco algún que otro párrafo que podía muy bien suscribir incluso el más exigente mentor espiritual:


El hombre mejor dotado, el mejor situado, si permanece sujeto a las debilidades pasionales, es un coloso de pies de arcilla que el eventual vértigo dispensado por alguna hábil aventurera puede arrastrar, en un resbalón espantoso, hasta el atolladero de los bajos fondos.


Había una referencia a algo que era habitual entre adolescentes en pugna con su propia sexualidad. Me refiero a la llamada polución nocturna, la emisión involuntaria del semen durante el sueño. Decía el libro a este respecto:


Como la persistencia en la extravagante pretensión de estrangular manifestaciones cuya incoercibilidad se condiciona uno mismo tiende a acelerar progresivamente el retorno del espasmo onírico, éste se reproduce, en algunos sujetos, con bastante frecuencia para alterar considerablemente los mecanismos psiconerviosos y el potencial energético. Se venden aún libros donde se asegura que el derrame espontáneo en el curso del sueño es inofensivo. Esos peligrosos tratados extravían cada año algunos centenares de jóvenes a quienes se trataba de detener en la pendiente de las decadencias (1) Y añade, en nota a pie de página: consunción cerebral, astenia, tisis, etc.




Como se puede ver, era un libro totalmente compatible con la doctrina sobre el particular que se podía considerar la ortodoxa en un centro para la formación de jóvenes seminaristas.

sábado, enero 28, 2012

LA VIRGEN TIROLESA

(Recuerdos de los tiempos q'allá van)




Don Francisco Caballero García fue prefecto del Seminario de Badajoz. Lo era cuando yo dejé ese centro, convencido de que Dios no me llamaba por el camino del sacerdocio. Don Francisco había estudiado en Roma, en el Colegio Español, los últimos años de Teología. De Roma había traído algunas curiosidades y souvenirs, entre ellas una imagen de la Virgen, muy estilizada, que solíamos admirar y celebrar por su traza novedosa, futurista, tan adelantada a la de los cánones convencionales de la imaginería religiosa a la que estábamos acostumbrados. En imágenes como ésta, el arte religioso adquiría un aire de modernidad que le daba un nuevo atractivo. La elegancia y la espiritualidad de la imagen nos cautivaba, especialmente a los que teníamos inclinaciones artísticas. Recuerdo que el poeta Francisco Cañamero se inspiró en la imagen y la celebró en un poemilla. Poemilla que, como gran parte de la obra de Cañamero, supongo que se habrá perdido. En ese poema, o poemita, se describía la imagen como "encerrada entre líneas verticales". Incluso a mí me estimuló esas 'inclinaciones artísticas' a las que me he referido anteriormente y le pedí permiso a Don Francisco para llevar la imagen a mi habitación y copiarla en sus rasgos esenciales. El resultado de aquella copia (aún lo conservo) es la figura que acompaña estas líneas. Hay que decir que la advocación con que en el Seminario y, particularmente, en el círculo de las amistades de Don Francisco Caballero, se conocía esta imagen era la de La Virgen Tirolesa.


Otra muestrecilla del arte religioso más 'in', o más 'chic', del momento, era una estampa en colores en la que se representaba, esquemáticamente, la tempestad en el lago Tiberíades, cuando la barca en la que iba Jesus con algunos discípulos estaba a punto de zozobrar. La pintura, de colores muy chillones en papel satinado, evoca el momento en el que interviene Jesús, en ademán de calmar las olas, ante el temor de sus discípulos que le avisan aterrados: Domine, salva nos, perimus!. (¡Señor, sálvanos que perecemos!)*


Traigo hoy aquí aquellas viejas estampas, así como el dibujito esquemático que me inspiró la colorista imagen. Desde luego, mi reproducción de la estampa en colores no traslada con fidelidad los vivos, alegres tonos de la pintura original. Sólo da una idea de la misma.


_____


* Naturalmente que los apóstoles no se expresarían en latín sino en arameo, que era la lengua nativa de Cristo. Pero los seminaristas utilizábamos preferentemente el latín de la Vulgata.

lunes, enero 23, 2012

MIGUEL HERNÁNDEZ Y LOS CUATRO ELEMENTOS

*Día ventoso, dibujo de Sancha

La filosofía de la naturaleza que cultivaron los primitivos poetas y filósofos griegos se interesó, desde el principio, por el origen del mundo: de dónde nació todo, de dónde procede. Natura, en latín, viene de ‘nascor’, nacer; y su correspondiente en griego, fysis, viene de ‘fyo’, engendrar. Los primeros filósofos (que, por cierto, escribían en verso) atribuyeron el principio de todos los seres, el arjé, bien por separado, bien mancomunadamente, a unos elementos primarios, los llamados cuatro elementos: el agua, el aire, el fuego y la tierra. Dice uno de esos filósofos, llamado Empédocles:
Escucha, ante todo, cuáles son las cuatro
raíces, o principios de todas las cosas:
el fuego, el agua, la tierra y el aire inmenso en lo alto
.

De esta doctrina se hizo eco el poeta romano Lucrecio en su poema De rerum natura:

Hay quienes piensan que de cuatro cosas todo puede
tener su origen: del fuego, la tierra, el aire y el agua
.

Miguel Hernández, desde muy joven en contacto directo con la naturaleza, se siente parte de ella y puede sentirse identificado con cada uno de esos ‘cuatro elementos’ a los que nos hemos referido. Examinemos algunos ejemplos.

El aire.- Bien en un sentido lúdico (en broma) o bien en un tono más trascendental, aunque de manera metafórica, el poeta se siente identificado con este elemento en su aspecto dinámico. Veamos sendos ejemplos:

El día que sientas un gran viento sobre las casas de Cox, que se lleve las tejas, di: “Ahí viene Miguel”... Además, ya sabes tú que uno, yo por ejemplo, tengo mucho aire natural y me llevo los papeles del suelo cuando paso andando...” (Carta a Josefina, O.C., p. 2.448)

Esto que aquí se dice en tono lúdico, pero dando a entender que el poeta se siente partícipe de ese dinamismo propio del viento, se convierte en una afirmación completamente seria, al tratar el autor de describir la fuerza motriz de la poesía, capaz de impulsar al pueblo a una acción determinada:

Los poetas somos viento del pueblo: nacemos para pasar soplados a través
de sus poros y conducir sus ojos y sus sentimientos hacia las cumbres más
hermosas.
(M.H. Viento del pueblo, Prólogo a Vicente Aleixandre)

El agua.- Es, junto con la tierra, el elemento femenino, nutricio por excelencia. De la evaporación del mar, los lagos y los ríos, se eleva al cielo el agua y de allí desciende en forma de lluvia. En Virgilio (G. 2.325-7) encontramos una magnífica prosopopeya (personificación) por la cual se representa al Cielo como el esposo que copula con la Tierra en una feliz coyunda:

Entonces el padre omnipotente, el Cielo,
desciende al regazo de su feliz cónyuge
con la lluvia fecunda y, unido a su inmenso
cuerpo, alimenta con el suyo, grande, a las criaturas todas
(G. 2.325-7)

El poeta se identifica con el elemento agua en una ocasión, comparándose con el río de su vega natal, el río Segura:

Tú eres una florida y dulce vega
y yo el caudal que la deslumbra y riega
con sus constantes joyas y atenciones
.

¡
Qué bien sufro mi mal, mi bien, contigo,
hecho un Segura de oro caricioso
que tu vega de amor cuida y consuela
!
(HORTELANO –doliente, 219)

El fuego.- El elemento ígneo aparece en la vida del poeta de manera fulminante: en forma de rayo. El acontecimiento que consiste en enamorarse, lo vive el poeta lúcidamente como una premonición de la muerte. Resulta un tanto extraño, pero es así. Y aunque la naturaleza de las metáforas, como recurso poético, nos induzca a pensar que no se trata de un fuego ‘real’, sino de un fuego metafórico, no conviene olvidarse de que el fuego ‘analógico’, figurado, del amor, puede dar lugar a efectos analógicos proporcionales a los producidos por el fuego ‘real’. Se ha dicho, en más de una ocasión, que ‘se puede morir de amor’. En las concomitancias entre el amor y la muerte han insistido machaconamente los poetas desde tiempo inmemorial. Ya Leopardi dejó como prueba sus versos (traídos a colación por mí en anteriores ocasiones):

Fratelli a un tempo stesso amore e morte
ingenerò la sorte
... (Canti, XXVII, 1-2)

(Hermanos engendró a la par la suerte

al Amor y la Muerte)


Y el poeta Virgilio nos describe así el comportamiento de Dido, ardiendo en amor por Eneas:

Se abrasa la infeliz Dido y deambula como loca por toda la ciudad, cual cierva herida por saeta, a la que un pastor hirió estando descuidada entre los bosques de Creta, mientras la perseguía a flechazos, y le dejó, sin darse cuenta, el hierro volador prendido a su carne. Ella, en su huida, atraviesa las cañadas y bosques tebanos, llevando adherida al costado la mortal caña... (Eneida, 4.68-73)


Ese fuego metafórico llega a inspirar al poeta alguna que otra hipérbole como ésta:



No bastan cerraduras ni cementos, /no, a encadenar mi sangre de alquitrán inflamado, /capaz de despertar calentura en la nieve.


El amoroso fuego se aviva con la circunstancia de la guerra y con el viento del pueblo. El poeta también arde literalmente ante la urgencia del amor. Cárceles y fusiles, campañas y ausencias son obstáculo e impedimento frecuente a la consumación de ese amor. Fríos, privaciones, carencias, socavan su salud y le hunden definitivamente en la enfermedad, el verdugo lento, pero seguro, que le han asignado sus enemigos. El ‘carnívoro cuchillo’ metafórico se hace realidad, bajo la forma de un absceso pulmonar.
Llega el momento ya previsto y preconizado por el poeta:


Mas al fin he de vencerte,
ave o rayo secular,
corazón, que de la muerte
nadie ha de hacerme dudar
.



El fuego consume finalmente al poeta, pero sobre todo, los sufrimientos incomportables de las cárceles y la terca, inmisericorde dureza de sus enemigos.

La tierra.-


“Después del amor la tierra;
después de la tierra, nadie”.
(C. y R. de ausencias, 117)



El cuarto elemento, la tierra, participa a la vez del carácter de principio, u origen, y de fin. Es origen y postrimería, principio y ultimidad. Los versos citados en el encabezamiento de estas líneas tienen su contrapartida en otros versos del mismo libro (poema 71):

Después del amor, la tierra;
después de la tierra, todo
. ("Después del amor", ibíd.)



La tierra, pues, está en el principio, como elemento originario: según el mito bíblico, Dios hizo a Adán del barro de la tierra (Gen. 2.7) y el poeta ratifica con su intuición ese texto bíblico, cuando dice de sí mismo:

Me llamo barro aunque Miguel me llame (El rayo..., 15)


La tierra es el elemento femenino de la naturaleza, junto con el agua. El vientre femenino es un símbolo ctónico (griego, ‘cthōn’, tierra). En él se deposita la semilla que dará origen a un nuevo ser. Para el poeta, la tierra presenta el doble atractivo de ser madre y esposa. La siembra y la fecundación, así como el abonado de la tierra son, correlativamente, tareas agrícolas. Y las herramientas de labor están simbolizadas en los genitales masculinos (“el arado y los bueyes”), mientras que el surco es imagen de la vulva.
Con estos prenotandos se entiende mejor que el poeta relacione coherentemente el amor y la muerte, el vientre femenino y la sepultura, el deseo de copular y el de morir:

Mi cuerpo pide el hoyo que promete la tierra,
el hoyo desde el cual daré mis privilegios de león y nitrato
a todas las raíces que me tiendan sus trenzas.
(“Vecino de la muerte”)



Si aquí se alude al deseo de morir, en otros textos análogos se sobreentenderá el deseo de la cópula sexual:


Dame tierra, mujer, dame hoyo, dame paz. -
___


Caudalosa mujer, en tu vientre me entierro,
tu caudaloso vientre será mi sepultura
. (“Hijo de la luz y la sombra”)
__
Lo agrario y lo genésico están íntimamente relacionados en la poesía hernandiana; y lo mismo el amor con la muerte. Tierra de labranza es la mujer y tierra de labor el pecho del poeta enamorado:


...en él se dio el amor a la labranza,
y mi alma de barbecho
hondamente ha surcado
de heridas sin remedio ni esperanza
por las ansias de muerte de su arado.

En fin, la comunión del hombre con el medio rural se da cumplidamente en la poesía de Miguel Hernández. El poeta se integra en las fuerzas genésicas de la Naturaleza mediante su identificación con los
llamados ‘cuatro elementos’.

lunes, enero 09, 2012

¿QUIÉN LES ROBÓ LA SONRISA?


Es un detalle en el que hasta ahora no había reparado: la seriedad que denotan los rostros de los niños que sufrieron el trauma de la ‘guerra civil’. Tiempos todavía nublados por la tragedia reciente. La seriedad se delata en las fotografías que aún conservo de aquellas fechas. Se advierte la ausencia de sonrisa en esos rostros infantiles, la huella delatora de la injusticia padecida: la orfandad. De ahí la expresión grave del rostro, el gesto adusto, como de fastidio. Aquí presento unas fotos a modo de documento probatorio. En ellas aparezco junto a mi hermana, cuatro años menor que yo. Las fotos están tomadas entre los años 1941 (la primera) y 1945 (la segunda).

¿Creen ustedes propia de esa edad (entre 4 y 8 años) la expresión de esos semblantes infantiles? La sonrisa en esos rostros “brilla por su ausencia”, nunca dicho el tópico con mayor propiedad.

Yo no fui “niño yuntero”, pero acompañé más de una vez a mi primo hermano, Antonio, cuatro años mayor, detrás de las mulas y el arado. Antonio era el “niño yuntero” que yo conocí en aquellos años:


Contar sus años no sabe
y ya sabe que el sudor
es una corona grave
de sal para el labrador.

Trabaja y mientras trabaja,
masculinamente serio,
se unge de lluvia y se alhaja
de carne de cementerio.

Era la vida dura y esclava que denunciaba Miguel Hernández, la del trabajo precoz de unos niños obligados a ser hombres antes de tiempo.

Mirando esas fotos se me ocurre una pregunta delatora de una injusticia, aún más grave que la que denunciaba, por las mismas fechas, el poeta Rafael Alberti. También la suya se refería a “los niños de Extremadura”.

Sólo que, en el presente caso, el robo se refiere a una necesidad más vital para un niño que la de los propios zapatos: la necesidad de la sonrisa.

domingo, enero 08, 2012

LIBRITO PÓSTUMO DE PEDRO BELLOSO

Se ha publicado recientemente un librito póstumo de poemas inéditos hasta ahora, cuyo autor es el sacerdote y poeta Pedro Belloso, fallecido hace unos años. De él nos ocupábamos en este mismo blog, en una entrada correspondiente al siguiente enlace. En la breve referencia biográfica que en esa ocasión hacíamos, mencionábamos, entre las obras inéditas, la que ahora se ha publicado y que corresponde al nº 10 de la colección poética ‘eulaliense’, que dirige el también sacerdote y poeta Antonio Bellido Almeida, párroco de la Basílica de Santa Eulalia.

Me ha llegado este librito por mediación del joven profesor universitario Nacho Pavón, paisano de Pedro Belloso y potencial biógrafo del mismo, ya que en la actualidad reúne datos y acumula material para una futura biografía del poeta y ex-párroco de Alange.

Quiero dejar constancia aquí de esta publicación para conocimiento de cuantos estén interesados por la poesía, en general, y en particular por la de este sacerdote extremeño, uno de los varios que integraban el elenco glorioso de la poesía del Seminario pacense en la década de los 40 del siglo pasado: jóvenes con poco más de 20 años por aquellos tiempos. Todos ejercían con ilusión la poesía y todos se habían provisto del correspondiente seudónimo por el que eran reconocidos en la casa común. Sabíamos (sobre todo los que amábamos la poesía) que dichos seudónimos se correspondían con los respectivos nombres propios: Alas Adolfo (Pedro Belloso), Nazario Ortiz (Francisco Cañamero) y Néstor Rodín (Paco, Francisco Sánchez Rodríguez) A ellos se uniría un cordimariano, que adoptó el seudónimo de David Uziel , y que con el tiempo iba a ser uno de los más entusiastas impulsores de la poesía sacerdotal en Extremadura. Me estoy refiriendo a Juan Robles Febré, “cónsul general de la poesía” en Extremadura, diré parafraseando cierta expresión de García Lorca.

El librito que ahora podemos saborear (con ese sexto o séptimo sentido que es el del paladar estético) es una colección de poemitas en torno a la Navidad. Son versos, en general, de arte menor: cuartetas, romances, alguna que otra seguidilla y algunas décimas. Un solo poema de arte mayor, en verso libre.

Todo poesía en tono menor, ligera, alada. El editor, autor del prólogo, cita algunos ejemplos característicos de esta poesía popular, propia de un hombre que convivió muchos años con la gente sencilla, aldeana, de los pueblos que apacentó como pastor de almas. Incluso, en alguna ocasión, se le cuela algún vulgarismo, que el poeta utiliza con benevolente simpatía, aun a sabiendas de que no pertenece a los cánones del lenguaje correcto. Tal es, por ejemplo, el adjetivo desinquieto, que alguna vez escuché en mi propio pueblo, para referirse a un peculiar comportamiento de los niños y que, en la práctica, viene a significar algo así como ‘intranquilo’, ‘inquieto’. El uso popular no distingue ahí que dos prefijos (’des’ e ‘in’, respectivamente) ambos negativos, puedan reforzarse, aunque sea de modo contradictorio (‘des-inquieto’ tendría que significar, más bien, lo contrario de ‘inquieto’. Aquí significa, ‘más que inquieto’).

En fin, poesía entrañable, cercana, popular. Esta poesía genuina la podemos paladear en el nuevo librito de Pedro Belloso, el admirado Alas Adolfo de nuestra
primera juventud.

sábado, enero 07, 2012

CUADERNOS ESCOLARES (II)

Conservo –¡todavía!– dos de los cuadernos de mi época escolar. Ya en otra ocasión reproduje un par de páginas de uno de estos cuadernos, como puede que recuerde alguno de mis lectores. Y, si no, lo recuerdo ahora mediante el correspondiente enlace. Hoy he vuelto a sacar la vieja carpeta del cajón y me fijo en algunos de los poemas que copiaba de un libro que se titulaba (lo recuerdo bien) Versos españoles. Se trata de uno de los más conocidos poemas de Campoamor: “El gaitero de Gijón”. Lo transcribo aquí íntegramente, con los correspondientes descuidos ortográficos (no demasiado graves, a decir verdad) Veo, por la fecha del cuaderno que es del 11 de enero de 1943. Iba a cumplir diez años.
Observo que he escrito el nombre de mi padre, que siempre lo tuve y lo tengo presente, en la memoria, sabiendo, desde muy pequeño, lo que fue la tragedia familiar que marcaría mi vida, a partir de septiembre de 1936.
Escrito con una de las plumillas que se utilizaban en aquella época, la tinta se tomaba de un pequeño tintero que se insertaba en un agujero redondo del pupitre. Más de una vez fui yo el encargado por el maestro, Don Juan Fraile, de renovar la tinta que se elaboraba con polvos y agua en una gran botella.
La escuela estaba en el Pozo de Arriba y salíamos al recreo en la plaza cuadrangular, rodeada por un enrejado, excepto por la parte que da a las viviendas frente a la calle del Medio.
En el año 1945 dejé la escuela para prepararme a ingresar en el Seminario de Badajoz. El ingreso fue en 1946, tres años después de la fecha en que fue copiado el poemilla de Campoamor.

Nota: Clicar sobre las páginas del cuaderno para agrandar
Ver la poesía en Internet mediante el
enlace siguiente: http://www.los-poetas.com/j/campo 1.htm=EL GAITERO DE GIJÓN

















Nota (bis): En la estrofa II, verso primero, falta la palabra 'que' (¡Pobre!, al pensar que en su casa...)