viernes, agosto 26, 2011

¿REMODELAR LA CONSTITUCIÓN?

Hay que reconocer, de entrada, que el texto constitucional de 1978 ha quedado, en muchos aspectos, obsoleto, o si se prefiere, anticuado. Aceptable, en general, para la fase inicial de la democracia que con él se estrenaba oficialmente, y que enseguida comenzó a denominarse Transición, se aceptaba como el código político más adecuado para un país que acababa de salir de una Dictadura y que requería un cierto periodo de acomodación a la democracia. La voluntad de convivencia en paz aparcó, por el momento, el planteamiento de reivindicaciones, sin que tal aplazamiento significara la renuncia definitiva a las mismas: no se priva de libertades durante cuarenta años a un pueblo sin que éste, al recuperar la libertad, emplee una parte de la misma en denunciar los abusos sufridos y en demandar, en la medida de sus posibilidades, la consiguiente reparación de los daños padecidos.

Es obvio que después de 33 años de Transición se considere la conveniencia de modificar la Constitución de 1978, pero ahora resulta que la única modificación que se plantea en estos días, con carácter de urgencia, es una modificación que se justifica por motivos exclusivamente económicos, para estabilizar la economía con no sé qué medidas de urgencia y, sobre todo, ponerla a salvo de los tiburones de la especulación. Según parece, en principio, los líderes de los respectivos partidos mayoritarios están de acuerdo en modificar el texto constitucional únicamente en este punto; por lo visto la cuestión económica es lo que tiene prioridad en este momento y todo lo demás es secundario, aplazable indefinidamente como ha venido siendo hasta ahora. Así la remodelación a fondo del texto constitucional puede seguir esperando ad Kalendas Graecas. El 30 de febrero, vaya.

Tenemos una constitución hecha a la medida del vencedor de la guerra civil. En la redacción de su texto se procura ser circunspecto y evitar todo aquello que pudiera molestar a quienes han accedido a negociar el pacto democrático, plasmable en ley, que va a llamarse, solemnemente, Constitución. La derecha negocia desde una posición de ventaja, rechazando cualquier cláusula que pudiera poner en entredicho la legalidad del régimen subyacente, desde el que se parte: el régimen del 18 de julio.

En la redacción del texto constitucional de 1978 no podía figurar una cláusula que condenara explícitamente ese régimen, por más que toda ley de carácter democrático (y esa, a pesar de sus deficiencias, lo era) supone la condena implícita de la dictadura, o el franquismo, en este caso. Era una ley sui generis, que se hacía desde el propio régimen y hubiera resultado absurdo que los representantes del mismo reconocieran su ilegalidad.

Pero ahora la Constitución remodelada partiría de una situación democrática legal, y la condena de la dictadura, o del franquismo, debería ser explícita. Tirios y troyanos, rojos y azules, deben reconocer que aquel régimen nacido del 18 de julio fue un crimen de lesa patria, en el que unos militares se alzaron contra un gobierno legítimo, traicionaron a su propio país, solicitando la ayuda de potencias extranjeras como Alemania e Italia, infligieron estragos en poblaciones de la propia nación y, sobre todo, se deshicieron del disidente político indefenso, asesinándolo a mansalva en la retaguardia.

La nueva redacción del texto constitucional debería incluir una condena explícita del franquismo. Es una formalidad exigible en un documento que se supone refrendado por un consenso democrático. Toda omisión en este sentido podría considerarse sospechosa de connivencia o simpatía con una etapa que fue, en muchos aspectos, funesta para España.

Hay omisiones en el texto constitucional vigente que hay que reparar, como sería la de la anulación de los juicios sumarísimos por parte de los tribunales militares franquistas (ahí está todavía el ejemplo de Miguel Hernández, cuya condena por un tribunal militar no ha sido aún anulada por el Tribunal Supremo, al que los familiares del poeta apelaron. La petición de estos ha sido, de hecho, denegada)

Cuando se acometa la remodelación de la Constitución, que sea para introducir esas reformas en profundidad que el texto de nuestra Ley de Leyes está demandando. Si los dos partidos mayoritarios están de acuerdo, como parece, en introducir, por motivos económicos una reforma parcial de la Constitución, habrá que plantearse la necesidad de esas otras reformas de mayor calado que dicho texto requiere. Por lo demás, los partidos llamados mayoritarios no representan necesariamente, hoy por hoy, a la mayoría del pueblo español. Y actuar basándose únicamente en el consenso de los partidos mayoritarios, saltándose el protocolo de una consulta popular, podría incurrir, incluso, en inconstitucionalidad.

Si se reforma ahora la Constitución alegando motivaciones económicas urgentes, se perderá la oportunidad de acometer una reforma a fondo de la misma. Y otra oportunidad no se dará, probablemente, en mucho tiempo.

* Remito a una antigua entrada donde se alude a la 'ley del silencio', o mejor, 'pacto de silencio' con el que se consiguió sacar adelante aquella primera constitución con la que se perpetró la transición a la democracia


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NOTA: Esta entrada estaba escrita desde hace varios días y en fase de revisión. En el telediario del mediodía de hoy se ha hecho pública la noticia del acuerdo entre el PP y el PSOE por el que se ha resuelto modificar el texto constitucional en el sentido que apuntábamos más arriba. Es la política de los hechos consumados.

jueves, agosto 11, 2011

LA TRANSICIÓN, O EL PRETÉRITO IMPERFECTO

La Transición es la verdadera encarnación del pretérito imperfecto. El cuento de la Democracia en España comienza así: “En el principio fue la Transición. Y de ahí no hemos pasado”. Se suponía que esa transición era el trecho que debíamos de andar para proceder de la dictadura a la democracia, para llegar a ésta. Un periodo de rodaje y acomodación, hasta habituarnos a la nueva forma de convivencia en libertad y adaptar nuestra visión de la oscuridad a la luz; que, por fin, nos iba a permitir contemplar la verdad y, sobre todo, poder expresarla en libertad.
Pero, después de haber transcurrido más de 30 años caminando hacia esta meta, comprobamos que nuestro itinerario no pasaba de ser el de un círculo vicioso: girábamos en torno a la democracia sin lograr alcanzarla nunca. En el principio de esta ‘transición’, los españoles conseguimos acompasar nuestra andadura política evitando las aceras: acertamos a proscribir temporalmente las palabras ‘derecha’ e ‘izquierda’ para caminar juntos por el ‘centro’. Y este buen propósito nos hizo, por el momento, aparcar viejas reivindicaciones. Los transeúntes parecíamos ir por el buen camino y aplazábamos esas reivindicaciones para mejor momento. Pero, claro, había que dar algunos pasos en pro de las libertades. Uno de ellos era el de la legalización de los partidos políticos. ¿Recuerdan ustedes la que le armaron a Suárez con ocasión de la legalización del partido comunista? El feliz invento del centro comenzó a hacer aguas y las ‘viejas glorias’ se pusieron a conspirar, como de costumbre. Y vino el 23F, que nos hizo abandonar el centro y ocupar las respectivas aceras, por si los tanques de Miláns y Cíª. La transición se mantuvo, de momento, con la mediación del rey y el apoyo de unos militares ya evolucionados a la democracia (el ejemplo de Gutiérrez Mellado es digno de mención en este caso)

Pero estábamos con la Transición, alabada como modélica, sobre todo por una derecha que no quería oír hablar de reivindicaciones. Había que enterrar el pasado y no exhumarlo en forma de esqueletos esparcidos por descampados y cunetas, o junto a tapias de cementerios. Y había que olvidarse de empañar la fama del Glorioso Movimiento Nacional, que liberó a España del Comunismo Internacional, etc. ¿La condena del franquismo? Ya pueden olvidarse de ella los que circulan por la acera de la izquierda: Por ahí no pasarán los que avanzan por la otra acera. A quién se le ocurre ir por la izquierda cuando lo preceptivo para avanzar es la derecha. No. El franquismo no se condena. No es sólo que forma parte de la historia, es que constituye la razón de ser de la derecha, la razón histórica, por lo menos, y hasta la razón de la sinrazón. Ni siquiera la razón democrática puede obligar a una parte de los españoles a la apostasía política del franquismo. Si hay que ‘maquillar’ la historia se maquilla, con tal de salvar la razón histórica del franquismo. Unos cuantos botones de muestra: el llamado ‘golpe de Estado’ no lo inició Franco, sino que se inicia con la revolución de Asturias de 1934. La guerra civil se inició contra la voluntad de los militares, que advirtieron a los responsables de la izquierda para que no la promovieran, ya que la iban a perder, como de hecho sucedió. Algo así como: ‘¡vosotros lo habéis querido!’.

Los apologetas y apologistas del franquismo, los seudohistoriadores, Moa, Jiménez Losantos y demás, han venido a contar la ‘historia del franquismo’ de manera que no moleste a sus incondicionales. Estos apologistas tienen infiltrados incluso en la Real Academia de la Historia, y ahí está el Diccionario biográfico para dar fe de lo que afirmamos.
La reconciliación no puede llevarse a cabo sobre la base de la no condena del franquismo. Menos sobre la justificación de un golpe de Estado que llevó a efecto la sistemática eliminación del contrario, justificando, o pretendiendo justificar, como “hechos de guerra” los crímenes cometidos en la retaguardia. En las partidas de defunción de los represaliados suele figurar como la causa de la muerte la de “choque con la fuerza pública”. O bien, el fallecido murió “a consecuencia de la pasada guerra”.

La democracia a la que creíamos que nos llevaba la Transición no es la auténtica Democracia, sino la de mentirijillas, el sucedáneo. Al tratar de vadear las arenas movedizas del franquismo, la transición dejó de avanzar hacia la democracia y se estancó en un impotente piétinement sur place: el coche comenzó a patinar en el atolladero. Ahí seguimos. Esperando una reparación de la injusticia. Siquiera una reparación moral.

Mientras no se procure esta reparación moral, la reconciliación y, con ella, la democracia seguirán, indefinidamente, en punto muerto.

jueves, agosto 04, 2011

ECO DE UNOS VERSOS DE HOMERO (ODIS. I, 161-2)

Leyendo, a salto de mata, una antología titulada Latim Renacentista em Portugal, de la que es autor el emérito profesor de la Universidad de Coimbra Américo Costa Ramalho, me encuentro un epitafio de Diogo Pires, humanista del siglo XVI, a un amigo suyo, de apellido Silva, que murió en la campaña de Alcazarquivir, la infortunada aventura en la que pereció también el rey Don Sebastián, emprendedor de la campaña. El breve epitafio consta de tres dísticos elegíacos (o sea, seis versos, tres hexámetros y tres pentámetros) y, en él, el autor lamenta la muerte de su amigo Silva. Pues bien, el segundo de esos dísticos, me trae a la memoria el recuerdo de unos versos del canto primero de la Odisea, concretamente, los versos 161-2. Esos versos bullían en mi memoria desde que nuestro antiguo profesor de griego, Don Carlos Nieto, allá por los lejanos años 50 del pasado siglo, nos propuso como textos a estudiar para ese curso, los cantos I y VI del citado poema homérico. Y, sin duda, la causa de que retuviera en la memoria los referidos versos era la semejanza de mis propias circunstancias con las del personaje en cuyos labios ponía Homero las palabras que tocaban mi fibra sentimental. Eran las palabras con las que Telémaco, el hijo de Ulises, evocaba a su padre, al que creía muerto. Yo sabía que el mío lo estaba, pero, como Telémaco, no sabía dónde habían ido a parar sus huesos. Telémaco dudaba si esos huesos de su progenitor estarían en la tierra o en el mar. Yo sospechaba que los del mío estaban en algún lugar del cementerio de Aceuchal, a donde llegarían por su propio pie los presos del Rincón, la madrugada del 10 de septiembre de 1936, para ser fusilados junto a las tapias del cementerio.

Los versos de Homero los puse como encabezamiento de la oda alcaica latina que hace años compuse en recuerdo de mi padre. Corresponde esta composición a la entrada de este mismo blog, fechada el 2 de mayo de 2007 *. Allí el lector los verá escritos en su idioma original y traducidos por mí.

En cuanto a los versos latinos de Diogo Pires, en honor de su amigo Silva, los transcribo ahora aquí, acompañándolos de la correspondiente traducción. He resaltado en negrita los versos que evocan el pasaje de Homero. Aquí los pongo para que los vea el curioso lector:

Sylvae, qui in acie Africana cum Sebastiano rege periit, epit.


Sylva, tuum regem qui bella in dira secutus,
occidis (heu) lacrimis altera causa meis.
Sive solo quocumque iaces, seu mersus ab undis
volveris huc, illuc
: hoc breve carmen habe.
Quam bene, qui nostrae fueras pars optima gentis,
dum cadit infelix patria, Sylva, cadis
!

A Silva, que murió en el ejército de Africa junto al rey Sebastián, epitafio

(Silva, que siguiendo a tu rey a una cruel guerra, / has perecido, ¡ay!, una causa más para mis lágrimas; / ya sea que estés tirado en cualquier solar, o que, entre las olas, / éstas te volteen de acá para allá: recibe este pequeño poema en tu honor. / ¡Qué honrosamente has muerto, tú que eras la parte mejor de nuestra gente! / Caes, Silva, cuando cae nuestra infortunada patria)




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* Clicar aquí

miércoles, agosto 03, 2011

FUEGO AMIGO, DE JUAN C.FERNÁNDEZ CALDERÓN

Aunque hace ya dos meses, o más, que vio la luz el más reciente libro de Juan Carlos Fernández Calderón, titulado Fuego amigo, la verdad es que hasta hace muy poco no he tenido la oportunidad de leerlo. Hoy lo he visto expuesto en el estante de novedades de la Biblioteca Municipal y me he apresurado a sacarlo en préstamo. (Generalmente, no compro los libros que publican los amigos. Espero que me los regalen. Eso sí, en ese caso, procuro corresponderles en especie, con algún fruto de mi cosecha. El género que cultivo preferentemente es el ensayo y así practicamos el intercambio de géneros: el poético, el narrativo, el histórico... En mi caso, la moneda de cambio es del género ensayístico)

Bueno, a lo que voy. Lo que quiero decir, ante todo, a propósito de Fuego amigo es que es un relato ágil y vivaz, que no tarda en enganchar nuestra atención y que mantiene en vilo nuestro interés desde el principio hasta el fin. Creo que el jurado que le concedió el premio Hontanar de Narrativa, hace unos meses, ha sabido apreciar estas cualidades y otras que podrían señalarse: economía de medios, soltura en la dicción, junto al oportuno toque detallista que da verosimilitud a la narración. Y, por último, ese desenlace que nos desvela la clave del título del relato. Título paradójico, pero muy a propósito para poner de relieve el carácter trágico de aquel enfrentamiento fratricida. Contar el final de la novelita, el inesperado desenlace, creo que en ningún caso debe hacerse y mucho menos en éste. Ahí se concentra la intriga del relato, que se viene acumulando desde el comienzo mismo de la narración. Ese ‘fuego amigo’ es, de alguna manera, una versión de lo que se entiende, con otras palabras, por ‘daños colaterales’. Son expresiones, según veo en Internet, puestas en circulación por el ejército de los Estados Unidos a propósito de la guerra del Vietnam.

Los ‘daños colaterales’ se dieron de manera muy especial en la guerra civil española. Por efectos del ‘fuego amigo’ cayeron muchos de los que pretendieron, con la mejor voluntad, socorrer al contrario. El ‘fuego amigo’ frustra los buenos propósitos, en este caso, del proletario y presunto izquierdoso que responde por el nombre de Ojedita. Hubo quienes, en uno y otro lado, arriesgaron su vida por ayudar humanitariamente al del otro bando. Desde el bando rebelde, esto constituía un delito tipificado por ellos como ‘auxilio a la rebelión’. El fuego amigo se encargó, en este caso, de frustrar los buenos propósitos del fiel Ojedita. Por su parte, el terrateniente Don Julio Tarifa no se percató, hasta el último momento, de que ‘había moros en la costa’.

En fin, recomiendo vivamente al lector que se solace leyendo el libro, merecidamente premiado, de Juan Carlos Fernández Calderón.