jueves, diciembre 25, 2014

NUEVAS REFLEXIONES SOBRE LA FUENTE DE ARIAS MONTANO

Ya he contado aquí en otra ocasión (11-7-2010) a cuál de las dos fuentes de Arias Montano me refiero, la de Buitrago del Lozoya, en Madrid, o la de Aracena, junto a la llamada Peña de Arias Montano, en la sierra de Huelva. Siempre se creyó que las estrofas sáficas latinas que el biblista de Fregenal compuso se referían a esta última fuente. Hubo que padecer algunas equivocaciones, tanto en la adecuada transcripción del poema montaniano, como en la gratuita suposición de que la celebrada fuente era la de la Peña de Aracena.

Hasta que el doctor Don José María Maestre y, posiblemente, su maestro Don Juan Gil, tomaron cartas en el asunto y se pudieron aclarar, por fin, los varios enigmas que encerraba la oda “ Pro incolumitate fontis Ariae Montani”.

El primero fue el de recuperar para el santoral el nombre de un santo descatalogado que figura en la segunda estrofa de la oda. Se trata de San Audito, santo del que “numquam audivimus” (o sea, más bien, San Inaudito). Este santo tuvo su correspondiente monasterio, durante la época medieval, en Buitrago, en la provincia de Madrid. Cuando ya sus frailes se aburrieron y se marcharon de allí, el edificio fue adquirido por el Cardenal Cisneros, para utilizarlo como residencia de verano de los estudiantes de Alcalá. Un Montano bastante joven residió allí como estudiante y durante ese tiempo, aprovechando los ratos libres, pudo excavar una fuente y componer unos versos en latín, pidiéndole a la Virgen protección para esa fuente, que él mismo había cavado con la ayuda de un azadón.

Una vez puesta en funcionamiento la fuente, nada mejor que dedicársela a la Virgen, con el propósito de ponerla bajo su protección:

Cuida tú, Virgen, de mi amada fuente 
que, hace poco, mis manos excavaron
de la gravosa azada con el duro
diente de bronce.

La estrofa siguiente presentaba un problema de transcripción en la primera palabra del verso 4º, el adónico. Quienes habíamos antes tropezado en ella leíamos un presunto “lúgier”, que, según las trazas, podría ser la forma pasiva del infinitivo activo de un posible “lugĕre”. La solución no era satisfactoria, puesto que el verbo latino “lugēre” pertenece a la segunda conjugación y su infinitivo presente pasivo, en la forma correcta, sería “lugerier”. Pero, claro, esta forma no encajaba métricamente en el adónico. Y pese a la muy improbable existencia de una forma ‘alotrópica’, no atestiguada por lo demás en los autores clásicos, de un verbo “lugĕre”, de la 3ª, dimos por hecho que el tal verbo pudo existir en la imaginación de Montano, como un sustitutivo de “lugēre”. Pero la verdad es que no se trataba de la manida metáfora de que “las fuentes lloran”. Antes de que el profesor Maestre nos sacara de nuestro despiste, los que habíamos leído “lúgier” no habíamos reparado que el presunto acento prosódico (inexistente en latín) no era más que el llamado ‘signo de nasalidad’ (que sustituye a la ‘n’ o la ‘m’ en la grafía medieval y renacentista de estas letras) y que lo que habíamos tomado por una ‘l’ no era otra cosa que la llamada ‘i’ longa. En resumen, que en vez de ‘lúgier’, lo que allí debía leerse era ‘iungier’. Y, siendo esto así, no se trataba de ninguna especie de llanto por parte de la presuntamente llorosa fuente. Sencillamente, era que el agua de la poza sobre la que cae el chorro que mana, quiere que continúe esta unión incesante entre el uno y la otra:

Mira, fluyendo de la roca viva, 
precipitarse, trémulas, sus ondas;
y el líquido del fondo cómo quiere u-
nirse al que cae.

Esta segunda traducción, por mi parte, se permitía esa especie de cabriola métrica que consiste en hacer una sinalefa entre el sáfico y el adónico siguiente, floritura de la que hay suficientes ejemplos en los poetas que cultivan el verso eólico: ... - Iove non probante u- / xorius amnis (Hor. C.2.19); o, simplemente, partir una palabra en sílabas que corresponden al sáfico y al adónico siguiente: ... neque purpura ve-/ nale nec auro (ibi. 2.16) Finalmente, un verso dudoso de Catulo (11.11):

... Gallicum Rhenum† horribilesqueulti-
mosque Britannos.

Por último, la estrofa 8ª presentaba la dificultad de interpretar correctamente la forma “crepet”, del verbo de la 1ª “crepare”. Ninguno de los traductores hasta ese momento habíamos logrado interpretar ese “ruido” que debería asustar a las culebras o serpientes venenosas cuando se acercaran a la fuente, el ruido que debería ahuyentarlas del lugar. “Crepare” es el ruido que hace algo al estallar, por ejemplo, un globo elástico, una vejiga (vesica displodens) . Si la primera culebra que se aproxima a la fuente estalla o revienta, como un triquitraque, las otras que merodeen por el lugar se espantarán y se alejarán para siempre.
Este es el sentido del verbo “crepare” (que también puede referirse al ruido de la ventosidad). Yo traduje, cautelosamente, el “crepet” por “un crujido suene”, sin determinar el origen de ese presunto “crujido”. Se trataba del ruido que podría producirse al reventar la propia culebra, antes de tocar las aguas protegidas por la divinidad.

Se me ocurre que si a Montano le hubiera dado por redactar su verso de otro modo, por ejemplo, este:
                       impetat lymphas pereat crepando

donde “crepet” se puede interpretar por “rumpatur” (es decir, ‘perezca estallando’)la cosa hubiera sido más fácil de entender. La construcción sería métricamente correcta y además, semejante a otra que se da en una estrofa anterior (“tegat inminendo”, v. 23)

En fin, todo esto es, naturalmente, “a toro pasado”. Lo cierto es que hasta que salió a la luz el magistral estudio de Maestre (en una memorable jornada celebrada en la Peña, donde tuvo lugar su brillante exposición) no se aclararon, de una vez por todas, las interpretaciones, no del todo correctas, de la oda montaniana.

Desde aquel día ya no existe la menor sombra de duda sobre la correcta transcripción e interpretación de la oda “Pro incolumitate mei fontis" (Por la preservación de mi fuente) Mía, decía Montano, porque la había excavado él, pero menos suya que la de la Peña de Aracena, porque ésta formaba parte de una finca de su propiedad. Esta fuente era verdaderamente suya, porque la finca donde se encuentra la había comprado él.
_____  

NOTA: El estudio del profesor Dr. José Mª Maestre se publicó en las Actas que llevan por título BENITO ARIAS MONTANO Y LOS HUMANISTAS DE SU TIEMPO (Mérida, 2006) vol. I, pp. 413-476)

sábado, diciembre 13, 2014

DEL HOMO SAPIENS AL HOMO ECOLOGICVS

El siglo XVIII en Europa se caracteriza por ser el siglo de los naturalistas. En él alcanza su máximo apogeo el estudio y clasificación de las especies zoológicas y botánicas, que se verá incrementado en el siglo siguiente por otros ilustres naturalistas como Cuvier y, sobre todo, Darwin. Pero los fundamentos de las ciencias biológicas tienen lugar en el siglo anterior, con figuras como Linneo y Buffon. Se acomete la ingente tarea de clasificar las especies animales y vegetales; entre las primeras, la especie humana, a la que el naturalista Linneo asigna, en 1758, el distintivo de “homo sapiens”. La honrosa calificación es, desde entonces, aplicable a todo “bípedo implume”, tanto si es verdaderamente sabio como si es un vulgar zote o marmolillo.

Pero el pretendido “homo sapiens” (cosa que no parecieron sospechar los bienintencionados naturalistas dieciochescos) comenzó a convertirse en el gran depredador de la Naturaleza, considerada ésta como abastecedora (despensa) a la vez que habitáculo y residencia de la especie dominante.



El “homo sapiens” ha venido a ser, con el tiempo, el más formidable obstáculo para la conservación de la biosfera. Su ‘sabiduría’ le está sirviendo ahora para tomar conciencia de que el deterioro que a escala mundial está sufriendo el planeta está siendo causado, principalmente, por la nefasta influencia que él ejerce sobre el llamado medio ambiente. El cambio climático es uno de los efectos más perceptibles que tenemos a la vista y cuyas consecuencias no auguran nada bueno. Se advierten sus efectos en todas las latitudes del globo terráqueo: el hielo de los polos se derrite y la fauna que antes se desenvolvía bien en este medio ahora lo hace cada vez con mayor dificultad.



Disminuye la masa arbórea, principal suministradora del oxígeno necesario para la vida, impidiendo el conveniente intercambio del dióxido de carbono facilitado por la función clorofílica; se trastorna y se desequilibra este intercambio con el desproporcionado crecimiento de las combustiones: el mundo está “que arde”, literalmente. Combustiones por tierra, mar y aire, que aceleran el llamado “efecto invernadero”.



Con el invento del fuego, el hombre antiguo tuvo ya el pálpito de que había cometido una transgresión. Prometeo, el favorecedor de la Humanidad, con el robo del fuego traído del cielo, se convirtió en un potencial enemigo de la misma. Y como tal fue castigado a ser encadenado a una roca y a que un buitre le picotease el hígado que, constantemente, se le regenera. Admitamos, pese a todo, que Prometeo fue un bienintencionado y que quiso hacerle un favor a la Humanidad. Quizás el logro prometeico no hubiera sido tan funesto, si el hombre hubiera aprendido antes a utilizar la energía no contaminante: la solar, la eólica, la hidráulica. La utilización de los combustibles fósiles ha resultado ser la más perjudicial para la biosfera. Y ese avance hacia la creciente degradación ambiental está poniendo en entredicho el título que le hacía acreedor al más relevante puesto en la escala zoológica. El “homo sapiens” se viene haciendo merecedor últimamente a ser desposeído de ese título para ser degradado a la categoría de “homo insipiens”. *



Para recuperar su antiguo prestigio en la escala zoológica, para librarse de esa connotación que se ha ido ganando a pulso con su actuación necia y suicida, el hombre tiene que reconciliarse con la Naturaleza y convertirse en una nueva especie regenerada; adoptando y poniendo al día los saludables preceptos que descubrió en sus etapas de mayor lucidez, cuando intuyó que la más adecuada manera de consolidar su sabiduría era la de “vivir en armonía con la Naturaleza”, según el viejo precepto de Zenón que nos ha conservado Diógenes Laercio en sus Vidas de los filósofos: “Fue Zenón quien primero dijo, en su Sobre la naturaleza del hombre, que el objeto principal de la sabiduría es el de vivir de acuerdo con la Naturaleza”**



Este ideal es el que puede llevarle a recuperar la antigua dignidad perdida de “homo sapiens”. Cuando logre esa armonía con la Naturaleza, tras haberse reconciliado con ella, el hombre será acreedor a estrenar su nuevo título en la nomenclatura zoológica: el de “homo ecologicus” y, con él, habrá recuperado su antigua dignidad de “homo sapiens”.
_________
*Ver "Homo insipiens", HOY, 1-6-92 (recogido en ARTÍCULOS DE AYER Y DE HOY, pp. 28-29, autoed. (2014)
** Ver Dióg. Laert. Vita Phil. (7.88.2):(vivir conforme a la Naturaleza) (τὸ  ὰκολούθως  τῇ  φύσει  ζῆν) 

martes, diciembre 09, 2014

EVOCACIÓN DE JORGE LLOPIS

Reproduzco aquí la fotografía de Jorge Llopis, que tomo de la contraportada de uno de sus libros paródicos: La rebelión de las musas. La faz del autor no se corresponde con lo que cabría esperar de su ingenio desenfadado. Sus rasgos delatan una especie de tristeza y gravedad que no casan bien con el tono lúdico y jocoso de sus imitaciones paródicas. Quizás el presentimiento de su cercana muerte ya le rondaba, pues su carrera como autor cómico fue breve y meteórica. Sólo vivió 57 años (1919-1976)


Sus aptitudes para la parodia, o sea, la imitación burlesca, las demostró en dos de sus libros más hilarantes: Las mil peores poesías de la lengua castellana  y el citado más arriba, La rebelión de las musas. Del primero de estos libros he seleccionado la parodia sobre el arpa olvidada, de la conocida rima de Bécquer. La de Llopis creo que se titula “Rima del huevo frito” y dice:

Del salón en el centro la mesa
ostentaba el condumio casero;
y en el plato, de límpida loza,
veíase el huevo.

¡Cuánta clara tenía su clara,
cuánta yema tenía en su pecho,
esperando la mano de nieve
que moje en su centro!

¡Ay,-pensé- cuántas veces el hombre
está frito, cual tímido huevo,
esperando una voz que le diga:
“¡este mes te subimos el sueldo!”

Recuerdo también unos alejandrinos del mismo autor, leídos en no sé qué revista de humor, que decían así:

Con la inquietud a cuestas yo voy por el sendero
con la mano extendida de pasión y ternura,
la frente entre las nubes y el pie sobre el otero
(aunque parezca incómoda esta extraña postura)

Yo subo a la montaña, yo asciendo a la colina,
yo voy entre los vientos en pos del huracán.
Y voy también, a veces, con transbordo en La Encina,
A Cartagena, a Murcia o a Alcázar de San Juan.

Yo busco la respuesta excepcional y rara
que aclare mil ignotos pensamientos arcanos:
quiero saber, ¡demonio!, por qué la vida es cara
y si solución tienen los transportes urbanos.

Yo escucho en el silencio el mensaje postrero
que a las puertas del alma nos envían quizás.
Salgo a ver y resulta que ha llegado el cartero
o ese señor que mira el contador del gas.

Mas, sin duda, en la noche hay una voz que llama
y de repente oímos en la quietud silente:
es Antonio Molina, Deglané o Valderrama,
que a todo meter pone la vecina de enfrente.

Por último, recuerdo ahora unos versos pertenecientes a una parodia de teatro clásico, cuyo título, si mal no recuerdo, era Los Pelópidas:

Ampurias, la de las flores,
que con tus gratos olores
has perfumado mi vida,
Ampurias, patria querida,
Ampurias de mis amores.

No hace falta decir la popular canción que evocan estos versos.

Sirva este recuerdo como un sencillo homenaje al autor desaparecido, que tan sanamente nos hizo reír en otros tiempos, en los que también nosotros éramos jóvenes.