martes, julio 29, 2008

INSÓLITO

Y, hablando de ordeñarse, es lo que vemos en el you-tube anexo, en el que una señora, camarera al parecer, va por las mesas de los clientes, obsequiando sorpresivamente a éstos con el néctar lácteo de sus pechos de parida. Por razones argumentales de peso, como son el hambre y la necesidad, vimos que la recordada directora de cine que fue Pilar Miró introdujo en su película “El crimen de Cuenca” una escena de gran impacto, en la que uno de los acusados, más bien acosado por el hambre, mamaba del pecho de su mujer, que por entonces amamantaba a su hijo. No recuerdo muy bien el argumento, pero sí lo patético de la escena.
En este caso no hay nada de patetismo. El hecho de que una joven señora vaya por las mesas de una cafetería añadiendo a las tazas de ¿café? de los clientes un poco de su propio jugo lácteo, más bien parece una extravagancia provocadora. Nadie, por educación, parece mostrar repulsa a la acción de la dama nodriza. Hay una cliente que hace el ademán de impedir a su ¿marido? que ingiera el líquido que la joven señora ha depositado liberalmente en la taza de él. A otros parecen habérseles despertado sus viejos hábitos, olvidados, de la lactancia. Todo resulta tan insólito, extravagante y surrealista.
La gente se queda atónita, incapaz de reaccionar. La sorpresa impide cualquier reacción.
Si la escena durara un poco más, probablemente brotaría algún que otro comentario jocoso:
− ¡Camarera! Mi café está muy negro. ¿Sería tan amable que me pusiese un chorrito más de su rica leche? Gracias.



Memoria de Aceuchal

Había muchas tradiciones en Aceuchal que no sé si con los años se habrán ido perdiendo. Aparte de las folklóricas (culinarias, festivas, etc.) las había de carácter costumbrista, social. Una de éstas era la de la cita diaria, al anochecer, de los enamorados. Dependiendo del grado de confianza, estas citas tenían lugar a la puerta de la casa de la novia, en el mejor de los casos o, lo más frecuente, en el recinto de la ermita de la Soledad, sitio común del encuentro de las parejas que aún no habían cogido confianza. Otro buen sitio de encuentro, particularmente los domingos, era el de Las Piedras, carretera arriba pasado el cuartel, en dirección de Almendralejo.
Esas piedras piporras saben mucho de lides amorosas y callan mucho también de lo que saben: “Si las piedras conversaran”… diríamos, modificando la vieja melodía del tanguero. Allí muchos paisanos se entregaban al amoroso ejercicio, un poco al resguardo, a la recacha, de las piedras y… de las distancias. No faltaban los mirones que se ocupaban de espiar a los demás, desatendiendo las propias obligaciones. Pero es que había cosas, y casos, que saltaban a la vista. Un día me llamó la atención mi entonces novia y hoy esposa de otro, sobre ciertos movimientos sospechosos que provenían de una pareja situada cien metros más allá. El faldón de la chaqueta del varón se movía de manera rítmica, perceptible desde lejos, y pudimos darnos cuenta de que ella tocaba la zambomba. Y otro día, al cruzarse la pareja con nosotros, mi novia, que era muy dada a la guasa y a la chunga, me comentó con un guiño:
─ Recuerdo florido.
Ciertas prácticas de tipo erótico eran corrientes en aquellos tiempos, siempre que no implicaran riesgo de embarazo. Hoy día supongo que los preservativos habrán facilitado mucho las cosas y habrán arrumbado las viejas prácticas. Pero, in illo tempore, era habitual que los mozos, al anochecer, acudieran a la cita puntualmente con la novia, tras una jornada de trabajo, las más veces, fatigoso. Y no era raro escuchar, como a mí me ocurrió en cierta ocasión, esta breve conversación entre dos mozos en una esquina:
− ¿A dónde se va?
A lo que el otro contestó, en el tono resignado del que tiene cierta obligación ineludible:
− ¡Onde va uno a : a ordeñase!
______


* Foto tomada de la web del Ayuntamiento de Aceuchal. Un grupo de piporros y piporras junto a la ¿Piedra El Librito?. Distingo a Campos (el del cigarro) y a Agustina, hoy marido y mujer. En la parte más alta reconozco a un tal Cipri, que vivía en la calle Postrera Baja. Un tipo fortachón al que yo le envidiaba la musculatura.En la parte derecha de la foto, (con cofia y delantal blancos) ¿no aparece Rosita, la de La Alberca, hermana de Antonio, el que casó con Aurora Ramos?. Conozco de vista a dos o tres personas más, de las que ahora no recuerdo los nombres.

sábado, julio 26, 2008

El amor y la labranza

La procreación humana es una actividad a la que, desde tiempo inmemorial, se le han encontrado semejanzas con la agricultura. El acto de depositar la semilla en la tierra nos lleva a considerar que ésta es la imagen de la mujer cuando recibe en su vientre el semen masculino. Las semejanzas entre una y otra actividad nos permiten establecer un paralelismo entre ambas, y los actos e instrumentos empleados en cada una de ellas tienen, en la otra, su correspondiente imagen analógica. Así el falo, o miembro viril, tiene como imagen la del azadón, o la reja del arado, que abre el surco de la tierra para en ella depositar esa simiente, que en el caso de la procreación llamamos semen. Esa secuencia de imágenes correspondientes a cada una de esas actividades nos permite ver a cada una de ellas como alegoría de la otra. De ahí que, por ejemplo, la palabra ‘surco’ admita, en su acepción figurada, el significado de “las partes pudendas de la mujer”[1]. La alegoría establece una analogía de proporcionalidad entre dos o más metáforas. En este caso, ‘surco’ es a ‘genitales femeninos’ como ‘arado’ es a ‘genitales masculinos’. De esta alegoría se obtienen otros tantos circunloquios, o perífrasis, para referirse, mediante un rodeo, a las partes pudendas, viriles o femeninas, evitando su mención directa. Recursos expresivos relacionados con estos últimos son los llamados eufemismos.
El resultado es que la agricultura queda ligada a la procreación humana por estos vínculos analógicos y esta ligazón constituye uno de los tópicos más arraigados de la tradición literaria universal. En el mundo clásico una de las más antiguas referencias que conocemos del tópico la encontramos en la Antígona de Sófocles. Creonte dialoga con Ismena, a cuya hermana repudia como nuera, y le dice que Antígona no es la única ‘tierra de labor’ adecuada a su hijo, porque

también pueden roturarse los campos de las demás
(v. 569)



En su poema De rerum natura Lucrecio equipara el coito al acto del laboreo que es la siembra, y advierte que no es bueno que la mujer mueva excesivamente los muslos en el acto, puesto que



Eicit enim sulcum recta regione viaque
vomeris atque locis avertit seminis ictum
[2]
(DRN, 4. 1272-3)

Boccaccio en su Decamerón (jornada 9ª, novela 10ª) cuenta cómo el truhán Gianni embauca a su compadre Pietro prometiéndole convertir en yegua a la mujer de éste, para que pueda disponer de un animal de carga más para el negocio que comparten. Hace que se desnude la mujer y se ponga a cuatro patas sobre el suelo, luego le va tocando las diversas partes del cuerpo, comenzando por la cabeza y acompañando cada uno de esos tocamientos con el ensalmo ‘haz que este miembro se convierta en el miembro correspondiente de una buena yegua’. Cuando llega al rabo, se levanta él la ropa y “cogiendo la ‘estaca’ y metiéndola rápidamente en el ‘surco’…dijo: “Y que esta ‘cola’ sea una buena cola de yegua”. El marido le interrumpe diciendo que no quiere que su yegua tenga cola y, en ese momento, el ensalmo pierde su efecto, pues no se cumplió la condición que había impuesto el autor del encantamiento y que era que el marido no hablase hasta que no terminara la operación.
Otro genio de la literatura universal, que incide en el tópico, es Shakespeare. En el soneto III aconseja a un hombre joven que se mire a un espejo y que memorice bien los rasgos de su rostro juvenil. Si quiere perpetuarlos, deberá engendrar hijos, pues esa es la única forma eficaz de conseguir el fin propuesto. Seguro que encontrará la pareja con quien realizar su propósito, porque



¿dónde está la mujer, por bella que sea,
cuyo seno virgen
[3] desdeñe tu marital cultivo?


(vv. 5-6, traducción de L. Astrana Marín)

En la tragedia del mismo autor titulada Antonio y Cleopatra (act. II, esc. II) se insiste en este aspecto agrícola del acto sexual. Agripa se refiere a Cleopatra con estas palabras:



¡Real cortesana! Forzó al gran César a acostar en su lecho su espada: él la labró y ella extrajo la cosecha.



(Traducción de L. Astrana Marín)


Los términos señalados en negrita tienen sentido metafórico. El primero de ellos, 'espada', está en sustitución del término real que es el 'miembro viril'. Congruente con esta metáfora, el órgano sexual femenino se llama 'vagina' (que en latín servía para designar la 'vaina', o funda de la espada) Los dos términos siguientes, 'labró' y 'cosecha' corresponden al campo semántico de la agricultura. César puso la 'simiente' en Cleopatra y ella recogió el fruto (Cesarión, o Tolomeo XV, fue el fruto de esa coyunda entre César y Cleopatra)

Mediante este intercambio semántico, “metáforas tales como ‘plantar’, ‘cavar’, ‘labrar’, ‘arar’ para el acto sexual, o ‘arado’, ‘azadón’, ’reja’, para el miembro viril y ‘huerto’, ’pegujar’,’viña’, ‘majuelo’, ‘surco’, ‘rastrojo’, ‘barbecho’, etc., para el sexo femenino, son tópicas”.[4]

Entre los autores de rango universal que han incorporado el tópico tenemos que mencionar a Walt Whitman, quien en su poema titulado “Song of myself” (segmento 24) incide en los símbolos femeninos ‘surco’ y ‘tierra’ junto al masculino de la ‘reja’ y el ‘arado’:

Surcos y tierra húmeda: eso eres tú; la reja firme y masculina del


arado, todo cuanto en mí se cultiva y se labra;eres mi sangre fecunda


y tus corrientes pálidas de leche las ordeñas en mi vida.



(Paráfrasis de León Felipe, traduciendo a Walt Whitman)





Dentro de esta línea tradicional del tópico, asimilado por la vía de la experiencia (no libresca) está el caso de Miguel Hernández, familiarizado con las tareas agrícolas desde su niñez. El poeta podía recrear el tópico a partir de sus propias vivencias. Así lo vemos con frecuencia a lo largo de sus escritos. El amor está en él asociado, de manera natural, a la experiencia cotidiana de las faenas agrícolas:



He poblado tu vientre de amor y sementera,
he prolongado el eco de sangre al que respondo
y espero sobre el surco como el arado espera:
he llegado hasta el fondo.




(“Canción del esposo soldado”, de Viento del pueblo)



El poeta se ve a sí mismo como tierra propicia para el amor y recibe en su pecho las faenas penosas del agricultor:

En él se dio el amor a la labranza,
y mi alma de barbecho
hondamente ha surcado
de heridas sin remedio ni esperanza
por las ansias de muerte de su arado

(“Sino sangriento”, Poemas sueltos III, O.C. t. I, pág. 538)

El drama de la mujer célibe, que la sensibilidad de Lorca reflejó en su Doña Rosita la Soltera, o el lenguaje de las flores, o el drama de la mujer estéril (tierra infértil) de Yerma, los refleja Miguel Hernández, ocasionalmente, en las metáforas de la tierra sin arar. Miguel ve a la mujer soltera, aún fértil, como



Labradora que no encuentra yunta para su campo arar

Y en su poema “Vecino de la muerte” dedica su recuerdo, pleno de simpatía hacia aquellas mujeres que murieron célibes contra su propia voluntad:



Las niñas que expiraron de amor por la entrepierna
donde jamás tuvieron un arado y dos bueyes
.



El amor y la labranza, como acabamos de ver, comparten campos semánticos, en un recíproco intercambio de imágenes: los términos reales en uno de ellos funcionan como imágenes en el otro. Desde el punto de vista agrario, la vulva es surco y el miembro viril (“la herramienta del macho” que dijera el propio Miguel Hernández) es la reja (como parte) o el arado (como el todo) Y la tierra es mujer en cuyo vientre se deposita la semilla. Tierra madre y esposa. El hombre tiene vocación de semilla y anhela el regazo femenino donde perpetuarse mediante la procreación. La semilla está destinada a caer en la tierra y germinar. Lo expresa el poeta de manera inequívoca cuando solicita a la mujer ese elemento indispensable para llevar a cabo la siembra:



Dame tierra, mujer, dame hoyo, dame paz.




_____



[1] Cf. Lexicon Totius Latinitatis, de J. Facciolati y A. Forcellini: "sulcus ponitur pro pudendo muliebri".
[2] ‘la reja del arado echa fuera del surco / y desvía la semilla de su sitio’
[3] Literalmente ‘unear’d womb (vientre sin roturar). La explicación que ofrece la crítica textual de este pasaje es la siguiente: "as the plough enters into the soil so does the man enter into the woman and sowing it with seed (semen) leads to children as ploughing and sowing the lands lead to crops" (como el arado penetra en la tierra, así penetra el hombre en la mujer, y esta siembra de la semilla (o semen) da lugar al nacimiento de los hijos, como arar y sembrar la tierra dan lugar a la cosecha)
[4] Véase I. Arellano, “Un chiste de Coquin: el epigrama a Floro en El médico de su honra, de Calderón", publicado en las Actas del X Congreso de la AIH (1989), pág. 757 (el trabajo puede localizarse a través
de Google) En la página citada, la nota 10 a pie de página incorpora una cita tomada de la Poesía erótica del Siglo de Oro (Barcelona, Crítica, 1984) La cita dice:



Galán.- ¡Oh, quién fuera su hortelano!


−Dama.- Cuando lo fuera, ¿qué haría?




G.- No dejara en todo el día


el azadón de la mano
(vv. 12-15)




Donde la palabra ‘azadón’ tiene la consabida acepción sexual.

jueves, julio 03, 2008

La traducción del poema anterior




La Venus del espejo, por Velázquez



Para completar lo escrito en el blog sobre el poema que abre el libro 4º de las Odas de Horacio, voy a poner aquí una traducción propia, sin someterme estrictamente a ninguna estrofa concreta ni verso de los modelos que la métrica y la versificación española tienen catalogados.
En latín, el poema horaciano en cuestión está escrito en dísticos formados por un verso más largo (que es un asclepiadeo mayor, en este caso) y otro más corto (que es un gliconio o glicónico)







Después de cotejar algunas traducciones (Lorenzo Riber, Fernández Galiano, Vicente Cristóbal, etc.) pongo aquí mi personal versión del texto latino:

Intermissa Venus diu… (Hor. C. IV
, 1)
(Traducción con algunas variantes de ayer a hoy)

Después de larga tregua,
¿de nuevo vuelves contra mi tus armas?
¡oh, Venus, combativa!
Déjame, te lo ruego, te lo imploro:
Ya no soy el que era,
cuando la buena Cínara
era la reina de mis pensamientos.
Tú, la madre implacable
de los dulces deseos,
¡deja de someterme
a tus blandos preceptos!
Mira que estoy ya duro
para estos menesteres,
porque ando cerca ya del medio siglo. Vete
a donde te reclaman
los blandos ruegos de la gente joven.
Mucho más oportuna-
mente a la casa irás de Paulo Máximo,
tu pavón * en pomposa comitiva
de inmaculados cisnes; si es que buscas
corazones propicios a tus fuegos.
Pues él es noble y apuesto,
y no se corta haciendo la defensa
de los reos que temen por su suerte**;
y, mozo de mil mañas,
muy lejos llevará tus bélicas insignias.
Y cuando, prepotente,
menosprecie las dádivas de algún rival rumboso,
te hará marmórea estatua,
bajo dosel de cítrica madera,



en los predios vecinos
de los Albanos lagos.
Allí incienso abundante
por tu nariz aspirarás.
Y te deleitarás con los sonidos
de la lira y la flauta berecintias,
mezclados con canciones,
sin que falte tampoco la zampoña.
Dos veces en el día,
tu deidad alabando,
tiernos niños y niñas



la tierra golpearán con triple salto,
y con sus blancos pies



imitarán la danza de los Salios.***
A mí ya no me atrae
ni la moza ni el mozo,
ni la esperanza de una mutua entrega,
ni competir haciendo libaciones,
ni mis sienes ceñir de flores nuevas.

Pero, ay, Ligurino, ¿por qué,
por qué por mis mejillas



rueda, a veces, una furtiva lágrima?
¿Por qué mi lengua, tan locuaz de suyo,
cae, a veces, en mutismo vergonzoso?

En mis sueños nocturnos,
unas veces te apreso; otras, te sigo,
a ti que vas volando
por el Campo de Marte,
o por sobre las aguas, a ti, que eres conmigo
tan duro y tornadizo y cambiante
.

_____
* "Pavón de Venus es, cisne de Juno" (Góngora, Fabula de Polifemo y Galatea, v. 104)



** Parece deducirse, por este verso, que el oficio de este Paulo Máximo era el de abogado.



*** Los Salios, antiguos sacerdotes romanos, en sus procesiones ejecutaban saltos ('salire' = saltar)

miércoles, julio 02, 2008

Intermissa Venus diu...

El Nacimiento de Venus, de Sandro Boticelli




Hoy me despierto pensando en estos versos de Horacio, el poeta romano. Versos del comienzo de la oda primera del libro cuarto. Unos versos de humor agridulce, en los que el poeta, ya cincuentón, interpela a la diosa del placer sexual y del amor, que parece volver a la carga contra él, a tan ‘avanzada’ edad. ¡Horacio se consideraba viejo a los 50 años!
¿Otra vez mueves guerra, /contra mí y movilizas tus legiones/ después de larga tregua?/ ¡Oh,Venus, reina de los corazones!/¡Por favor, deja, deja / de acosarme con tus incitaciones! (Intermissa Venus diu / rursus bella moves? Parce, precor, precor)


En su apóstrofe a la diosa del amor, el poeta le pide que elija, para sus batallas, a personas más adecuadas para esas lides, como son, en general, los jóvenes. Y, concretamente, le sugiere que vaya, en su carroza tirada por cisnes, a casa de Paulo Máximo, el joven y exitoso abogado que está en la edad más propicia para recibirla con todos los honores. Porque, dice:

A mí no me apetece ya/ amor de hembra ni efebo, /y no tengo esperanza/ de ser correspondido,/ ni de competir bebiendo/ ni de ceñir mis sienes con flores nuevas…

Como puede deducirse, en aquellos tiempos se hacía a todo, al amor heterosexual y al homosexual, especialmente a través del trato con los efebos. Y parece que Horacio lo veía como la cosa más natural.

El poeta rechaza, pues, ‘a su edad’, las solicitaciones de Venus. Y, sin embargo, a pesar de todo lo dicho, viene a sincerarse confesando tener un amor de signo homosexual.

Pues, a pesar de pedir a la diosa del amor que se vaya con sus huestes a otra parte, después de rogarle que lo deje tranquilo y en paz, a pesar de todo...

-¿Por qué, Ligurino, una lágrima furtiva resbala por mis mejillas?¿Por qué mi palabrería cae, de pronto, en un profundo silencio? Todavía sueño contigo, sueño que te tengo cogido, o que voy tras ti volando por sobre las verdes praderas del Campo de Marte y por encima de las aguas te persigo, a ti, tan desdeñoso e inconstante…