jueves, abril 09, 2009

La ejemplaridad de la Transición española

“¿Por qué voy a tener que condenar yo el franquismo si hubo muchas familias que  lo vivieron con normalidad y naturalidad?”       (La Voz de Galicia.es, 14-10-2007)

Las palabras de la cita que encabeza estas líneas son la respuesta de Jaime Mayor Oreja a un periodista que le preguntaba por qué esa resistencia del PP a condenar el franquismo.
En primer lugar habría que replicarle al Sr. Oreja que su opinión personal no nos interesa y no es por ella por la que se le pregunta. Lo que nos interesa es la opinión del partido que él representa y del que fue portavoz en el Parlamento europeo. En ese foro internacional fue Mayor Oreja el encargado de representar al PP. Y su actitud fue la de no sumarse a la condena del franquismo por parte de las democracias europeas. Con lo cual desmentía la anterior posición de su grupo en la sesión parlamentaria correspondiente al 20 de noviembre de 2002, en el Parlamento español. El PP se retractaba así, por medio de su representante en el parlamento europeo, de lo que había suscrito años atrás en el parlamento español. Palinodia se llama esa figura.
Ahora bien, la condena explícita e inequívoca del franquismo es, en el caso español, condicio sine qua non, para poder calibrar la rectitud de intenciones de quienes dicen optar por el sistema democrático. Es la consabida 'prueba del algodón'.¿No rehusaban los batasuneros condenar los atentados de ETA? Y con ello daban pruebas de estar a favor de la misma. Pues, mutatis mutandis, no condenar el franquismo es no estar inequívocamente a favor de la democracia.


Esta democracia seguirá siendo rehén de la derecha ideológica mientras el partido, actualmente en la oposición, rehúse condenar explícitamente la dictadura y, concretamente, el franquismo, como su más reciente manifestación histórica.

La derecha ideológica, hoy representada en el PP, hubiera querido una democracia estancada en la Transición de forma permanente: los elogios dedicados a ésta en los que se destaca, principalmente, su ejemplaridad, parecen querer conducir a la conclusión de que la Transición debería convertirse en la forma permanente, y no sólo transitoria, de la democracia española. Ya hay quien habla de una segunda transición, con lo cual parece que el estancamiento puede hacerse consistir en una sucesiva serie de transiciones (tras la 2ª vendría la 3ª, etc) todas tendentes a retardar la definitiva llegada a la Democracia. Es lo que en el idioma galo se llama piétinement sur place: patinar el vehículo en el atolladero. En política más bien significa voluntad de no avanzar: Le piétinement est l'action politique du refus (La acción política del rechazo)

Ahora bien, la Transición fue democracia en rodaje. Y parece razonable que, después de 30 años de rodaje, nuestro vehículo esté en condiciones de dar por terminada esa prueba.

Se aplazaron ciertas reivindicaciones, para facilitar la puesta a punto del vehículo. Así, por ejemplo, lo de las honras póstumas y tardías de las víctimas del franquismo. Tales honras fueron impensables durante la dictadura (hubiera sido como exaltar la rebeldía por parte del perdedor) y se pospusieron durante la Transición (pues podrían ser provocadoras del golpismo latente)

Toda la Transición ha estado condicionada por ese miedo y ese respeto al franquismo larvado, recurrente, amenazador.

La Constitución de 1978 es todavía la constitución de la Transición, no la de la democracia plena. Redactada por juristas de diversa procedencia política, hubo de someterse a la Ley del Silencio, impuesta por los antiguos partidarios del Régimen.

Copio seguidamente unos párrafos tomados del libro de Francisco Espinosa, El fenómeno revisionista o los fantasmas de la derecha española:
El pacto de silencio entre los franquistas reformistas y la izquierda será capitalizado por la derecha, que seguirá siendo su gran beneficiada. El círculo se cerrará el día en que, amparada por una mayoría social que asuma abiertamente el franquismo, la derecha considere que ha llegado el momento de reivindicar públicamente la figura de Franco y su obra, sin temor ni a perder votos ni a causar escándalo alguno.
Es un pronóstico ciertamente inquietante para el futuro de nuestra democracia (la de todos los españoles). La Ley de la Memoria Histórica tiende a evitar que esto suceda. De ahí que haya sido tan mal recibida por cierta derecha recalcitrante. Por eso quienes desean que no se produzca esa eventualidad han propuesto los “13 Puntos Mínimos para el debate de la ley de Memoria”*. En primer lugar figura el de “La condena del régimen franquista”.
Esa condena implicará la demolición de los mitos con los que se pretendió justificar el golpe de estado que suplantó al Estado legítimo.
Es un requisito irrenunciable para una democracia de pleno derecho: la Democracia, con mayúscula.
Transigir con su incumplimiento será prolongar indefinidamente la Transición-Transigencia. La democracia valetudinaria de los vencidos.
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* Pulsar aquí para ver dichos puntos

sábado, abril 04, 2009

A propósito del libro Tiempo al tiempo, de Carlos Sánchez Rodríguez

Carlos Sánchez es un excelente poeta nacido en Aracena (Huelva). En su ciudad natal ha ejercido la docencia como catedrático de literatura española. Y allí continúa, ahora en situación de jubilado.

Estudioso de Montano, tiene varias publicaciones sobre el biblista de Fregenal. Pero, sobre todo, Carlos cultiva la poesía y ha publicado varios libros de carácter poético. El anterior a éste que ahora se edita constituye un homenaje a San Juan de la Cruz y lleva por título Al socio deseado, un verso memorando de una de las liras sanjuanistas (Lira 34, v. 4º del Cántico espiritual)
El libro ahora publicado se titula Tiempo al tiempo, evocando un verso de Antonio Machado ("Proverbios y cantares",II, 51) y se ha imprimido en Zafra, por la acreditada empresa Rayego. Un ejemplar de esta publicación me llegaba hace unos días, dedicado expresamente por el autor, como en anteriores ocasiones. La edición ha estado a cargo de la Asociación Cultural Huebra y ha sido patrocinada por el Excmo. Ayuntamiento de Aracena.
El tiempo, en su triple dimensión de pasado, presente y futuro, es el personaje central de la obra, el eje sobre el que gira el poemario entero.
Desde el instante presente, cimero, se columbran diversas etapas de la vida del poeta: la infancia y la niñez, la juventud (¿fue juventud la mía?) y la madurez, lindante ya con la innegable proximidad de la vejez. La omnímoda presencia temática del reloj contribuye a la ambientación de esas diversas etapas. Así, en la infancia, la estampa que nos viene a la memoria es el recuerdo de la abuela sentada en el patio, haciendo calceta. Hay unos juguetes esparcidos por el suelo (los bolindres, la peonza, los soldaditos de plomo) Se trata de espacios exteriores, como el “Patio” y la “Azotea”. El reloj adopta aquí apariencia de juguete, la más sugestiva para la infancia: el “Reloj de cuco”.
El pasado es el tiempo vivido, dejado atrás. Este carácter de ‘preterición’ que tiene la vida, pasajera por excelencia, afecta también al presente y al futuro. Y es que lo nuestro es pasar, que dijera Antonio Machado ("Proverbios y cantares",I,44) El tiempo se remansa hacia el ayer. Incluso el presente es, según la sibilina definición heideggeriana, “un futuro sido”. O el “aún-no-ser-ya-sido”. Lo expresó de modo más asequible y menos alambicado Jorge Manrique:



Si juzgamos sabiamente
daremos lo no venido
por pasado.

Del reloj como juguete pasamos al reloj como instrumento de cocina. Una modalidad de este último es el reloj de arena, muy apropiado para calcular el tiempo de cocción de un huevo. Más seguro, desde luego, que el método de rezar sucesivamente tres credos, como hacía la abuela. Porque, a veces, se atascaba la memoria, o dudaba en aquello de “padeció debajo del poder de Poncio Pilato”, que acaso era “bajo el poder de Poncio Pilato”. Estas y otras distracciones podrían echar a perder el punto de la receta.
En cuanto al “Reloj de péndulo”, viene a ser como el aprendiz de solfeo, midiendo el tiempo con el compás binario de dos por cuatro (en este poema se evocan sensaciones proustianas, si no la de la famosa ‘magdalena’, sí las del olor a pan tostado y al aromático café)
Las estatuas y efigies conmemoran figuras y personajes que, a menudo, ya pocos recuerdan. Pasan a engrosar las borrosas figuras del pasado. Es el caso de ese mítico personaje que se alude (sin nombrarlo) en el poema “Aniversario”. Intervino en la revolución cubana más importante del siglo pasado, pero no es Fidel Castro. Dejemos que el lector lo adivine.
En el poema “Good bye, Lenin” se glosa la caída del viejo dictador ruso. Y, en el titulado “Estatua ecuestre”, la caída de otro dictador más cercano a nosotros, cuyo nombre se da por sabido y, por tanto, es superfluo mencionarlo:



Soplaron otros aires ­−oh, fábula del tiempo−,
giraron las veletas tornadizas
y un buen día miramos al jinete
pendular entre nubes
− su último alzamiento, desde luego−,
colgado por el cable de una grúa,
sin que le diera tiempo
a bajarse siquiera del caballo
.

En este fragmento, el autor pone en cursiva la frase “oh, fábula del tiempo” dando a entender que se trata de una expresión ajena y conocida. Conocida, desde luego, para quienes recuerden la “Elegía a las ruinas de Itálica”, de Rodrigo Caro. Tampoco vendría mal haber puesto en cursiva la palabra “alzamiento”, por lo que tiene de evidente guiño al lector.
Hay relojes emblemáticos y aquí se citan algunos, como el del Carmen y el de Praga, evocadores de lugares típicos. Quizás echemos de menos el famoso Big Ben inglés, o nuestro castizo reloj de la Puerta del Sol, cuyas campanadas de fin de año nos sirven de pauta para tomar las doce uvas.
Otros relojes, otros computadores del tiempo: el de pulsera, a veces con categoría de joya. Y el de bolsillo. Ambos pueden servir para ‘fardar’. Desde luego, este último le servía al abuelo, muchas veces, para esto.
El “Reloj de estación” preside el momento crucial de las despedidas. El poema va encabezado por los dos primeros versos de la famosa canción de Gilbert Becaud:

Et maintenant que vais-je faire,
de tout ce temps que sera ma vie


El poema dedicado al “Reloj de sol” va encabezado por una cita de Ovidio. Podría ser perfectamente un pentámetro, sólo con invertir el orden de las dos primeras palabras y sustituir la errata “nubilia” por “nubila”.
No podía faltar la alusión a los relojes imperfectos (“Reloj que atrasa”) que son contrafigura de nuestra propia víscera cardíaca, nuestro reloj interno que es el corazón. Reloj que, a veces, da en adelantarse o en atrasarse y que, entonces, necesita de ese aparatito regulador del ritmo que se conoce con el nombre de ‘marcapasos’.
El tiempo pretérito por excelencia es el utópico, o más bien, el u-crónico de la Edad de Oro. La utopía es lo no existente en el espacio, la ucronía lo que no existe en el tiempo (el 30 de febrero) La nostalgia del Paraíso evoca esa utopía y esa ucronía (es anterior al espacio y al tiempo) Hubo una experiencia de la felicidad, antes de que existieran el espacio y el tiempo, según la intuición del gran Camoens:

Mas, ó tu, terra de glória
se eu nunca vi tu essência,
cómo me lembras na ausência?
Não me lembras na memória
senão na reminiscência.




Es el recuerdo del Paraíso perdido, latente en la memoria de la especie.
El otro mito de la felicidad perdida es el de la Edad de Oro. Aquí viene al pelo la evocación de Cervantes y el famoso discurso que Don Quijote ‘endilgó’ a los cabreros.
Es la mítica Aetas aurea que algunos sitúan en el futuro.
Por último, el recuerdo de la muerte. Para un profesional de la literatura el encuentro con la vejez equivale a tomar conciencia de la “vecindad” de la muerte. Miguel Hernández se sentía ‘vecino de la muerte’, no por razones de edad, pero sí por razones de enfermedad y de guerra. Y, sobre todo, por enamorado. Pero el hombre ‘mayor’ (permítase el piadoso eufemismo) siente esa vecindad porque ve que se agota el cupo de años normalmente asignado a una vida. Recordemos el famoso terceto de Quevedo ya en el umbral de la vejez:



Vencida de la edad sentí mi espada,
y no hallé cosa en que poner los ojos
que no fuera el recuerdo de la muerte
.

El poeta siente, a veces, esas insinuaciones, esos ‘guiños’ que hace la seductora, a la que le gustan, sobre todo, los hombres mayores. El santo de Asís la llamó “hermana Muerte”, pero otros la conocen por apelativos menos afectuosos: la Calva, la Pelona, la Huesuda, la Desnarigada…
Con todo, llegará el día en que sucumbiremos a sus 'encantos'. Porque, previsiblemente, ella tiene su encanto especial, un sex appeal irresistible. El amor mortis es una constante de la literatura, desde Lucano y más atrás.
Carlos Sánchez, por el momento, apuesta por la vida y hace muy requetebién. Es preferible pensar en el edamus et bibamus, cras enim moriemur (‘comamos y bebamos, que mañana moriremos’.
Como Ortega y su cita védica, suplicaremos al Dios que preside el Cielo:
Hay muchas auroras que no han nacido todavía. Haz que las veamos, ¡oh, Varuna!.
Y si, entre esas auroras, hay alguna Aurora, mejor que mejor.