En definitiva, el hecho de derramar lágrimas, con ocasión de sucesos venturosos, viene a denotar una característica de la naturaleza humana. Me he ocupado del asunto en un artículo más extenso que se publicó en la revista Encontros-Encuentros y que lleva por título “La nostalgia del Paraíso en la poesía” (1). Lo incluí posteriormente en mi libro De la Vida a la Teoría, publicado hace unos años (2)
Es un hecho palmario el que enunciamos en el título de este artículo. Los seres humanos, por el hecho de serlo, tenemos una cuenta pendiente con la felicidad, estamos ‘vocados’ a ella (si no ya ‘abocados’) de una manera irrenunciable.
Este compromiso nuestro con la felicidad parece que lo llevamos impreso en los genes. De él se han dado varias interpretaciones teóricas, acaso la más antigua sea la de Platón. Su teoría de la reminiscencia tiene numerosos adeptos, entre ellos, muy conspicuas figuras de las letras universales. Una de éstas es el portugués Camões, que demuestra haber entendido muy lúcidamente la teoría platónica de la reminiscencia. El ser humano tiene, según ella, una experiencia innata de la felicidad. Dice el épico portugués:
Este compromiso nuestro con la felicidad parece que lo llevamos impreso en los genes. De él se han dado varias interpretaciones teóricas, acaso la más antigua sea la de Platón. Su teoría de la reminiscencia tiene numerosos adeptos, entre ellos, muy conspicuas figuras de las letras universales. Una de éstas es el portugués Camões, que demuestra haber entendido muy lúcidamente la teoría platónica de la reminiscencia. El ser humano tiene, según ella, una experiencia innata de la felicidad. Dice el épico portugués:
Mas, ó tu, terra de Glória,
se eu nunca vi tua essência,
como me lembras na ausência?
Não me lembras na memória
se eu nunca vi tua essência,
como me lembras na ausência?
Não me lembras na memória
senão na reminiscência
(Mas, oh tú, tierra de gloria,
si yo nunca vi tu esencia,
¿cómo es que siento tu ausencia?
No te añoro en la memoria
sino en la reminiscencia)
Esa ‘reminiscencia’ no es otra cosa que la memoria innata de la felicidad. Así lo explica el escritor espiritualista José Mª Cabodevilla:
Si entendemos la felicidad como una privación es porque en algún momento, de hecho o de derecho, fuimos felices. ¿Cuándo? Por debajo de la memoria personal debe existir una memoria más honda, la memoria de la especie, esa que guarda el recuerdo de un paraíso anterior a toda historia y prehistoria. ¿En qué vida astral, en qué remotísimas entrañas maternas supimos que existe la felicidad? (3)
Las lágrimas que brotan en nosotros ante cualquier encuentro esporádico con la felicidad nos remiten a esa cuenta pendiente, despiertan en nuestra alma la nostalgia inmarchitable del Paraíso perdido. La felicidad ocasional nos trae el recuerdo de la felicidad absoluta por la que secretamente suspiramos.
Puede que sea la huella de Dios, su impronta inconfundible. Porque, en el fondo, −no lo olvidemos− Dios no es otra cosa que la concreción del Bien Absoluto, o también, el Bien Supremo.
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(1) Encontros–Encuentros, Olivenza, 1989, nº 1, pp. 69-83
(Mas, oh tú, tierra de gloria,
si yo nunca vi tu esencia,
¿cómo es que siento tu ausencia?
No te añoro en la memoria
sino en la reminiscencia)
Esa ‘reminiscencia’ no es otra cosa que la memoria innata de la felicidad. Así lo explica el escritor espiritualista José Mª Cabodevilla:
Si entendemos la felicidad como una privación es porque en algún momento, de hecho o de derecho, fuimos felices. ¿Cuándo? Por debajo de la memoria personal debe existir una memoria más honda, la memoria de la especie, esa que guarda el recuerdo de un paraíso anterior a toda historia y prehistoria. ¿En qué vida astral, en qué remotísimas entrañas maternas supimos que existe la felicidad? (3)
Las lágrimas que brotan en nosotros ante cualquier encuentro esporádico con la felicidad nos remiten a esa cuenta pendiente, despiertan en nuestra alma la nostalgia inmarchitable del Paraíso perdido. La felicidad ocasional nos trae el recuerdo de la felicidad absoluta por la que secretamente suspiramos.
Puede que sea la huella de Dios, su impronta inconfundible. Porque, en el fondo, −no lo olvidemos− Dios no es otra cosa que la concreción del Bien Absoluto, o también, el Bien Supremo.
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(1) Encontros–Encuentros, Olivenza, 1989, nº 1, pp. 69-83
(2) Editora Regional de Extremadura con la colaboración de Caja Badajoz, Zafra 2001, pp. 151-166
(3) Cf. José Mª Cabodevilla, Feria de utopías, BAC, Madrid 1974, p. 119
(3) Cf. José Mª Cabodevilla, Feria de utopías, BAC, Madrid 1974, p. 119