jueves, marzo 27, 2008

DE NUEVO LA INSCRIPCIÓN DEL ARCO DE LA VICTORIA

(De la traducción a la hermenéutica)

Prometí volver a ocuparme de la inscripción latina del Arco del Triunfo, en la madrileña zona de la Moncloa, tan pronto como recibiera copia del artículo “Les emplois de 'iugis' et de 'iugiter' dans la latinité tardive”, firmado por Claude Moussy, e incluido en Latin vulgaire et latin tardif, Actes du 4e Colloque International sur le Latin vulgaire et tardif, Caen, 2-5 sept. 1994, coord. par Louis Callebat, (1998) pp. 237-249
Ayer recibí fotocopia de este artículo, enviada por el Servicio de Reprografía de la Biblioteca Nacional de Madrid. Leído el trabajo, el contenido del mismo viene a confirmar lo que, más o menos, ya sabíamos sobre el particular. El adjetivo ‘iugis’ ya era utilizado por Plauto y lo emplearon en la época clásica autores como Cicerón, Salustio y Horacio. El significado del adjetivo viene a ser ‘inagotable’, y se dice, en propiedad, del agua que brota de un manantial. De ese significado primario se deducen los significados afines de ‘constante’, ‘permanente’, ‘perpetuo’, ‘perenne’...
El adverbio derivado de ese adjetivo es ‘iugiter’ (que aparece en la inscripción de referencia) y su primera datación la encontramos en Séneca (Natur. Quest. 4.2.20.4) lo que nos mueve a sugerir que nuestro filósofo pudiera ser el creador del derivado correspondiente a ‘iugis’, aunque el hecho de que no exista constancia escrita de esa palabra antes de su empleo por Séneca no signifique que no se hubiera utilizado anteriormente por otros autores.
Y vayamos ya a las traducciones propuestas de la inscripción. La primera es la que pudiéramos llamar oficial y la encontramos en la reseña que sobre el monumento podemos ver en la Wikipedia:








Dice: A las armas que han vencido aquí, la mente, que vencerá siempre, ha dedicado como regalo, este monumento.
El ‘siempre’ traduce aquí al adverbio latino ‘iugiter’. (También hubiera podido decirse ‘permanentemente’, ‘perennemente’, ‘perpetuamente’...) Aunque es aceptable tal como está.
La traducción que se propone en el blog de Leguina es la siguiente: A las armas victoriosas, espíritu que siempre ha de vivir da y dedica este monumento. (http://www.joaquinleguina.es/arco-de-triunfo) Suponemos que falta el artículo ‘el’ delante de ‘espíritu’. La novedad de esta interpretación es que traduce el participio ‘victura’ como si fuera del verbo ‘vivere’ (vivir) , no del verbo ‘vincere’ (vencer)
Es una interpretación posible, pero menos probable, por las razones que en comentarios anteriores hemos aducido: el campo semántico de ‘vencer’ (establecido por el adjetivo ‘victricibus’, referido a las armas, atrae a su significado al participio ‘victura’ como procedente del mismo campo semántico (‘que ha de vencer’).
No obstante (y aquí está la ambigüedad, bien fortuita, bien intencionada, a la que también hemos hecho alusión en comentarios precedentes) se podría considerar válida la interpretación de ‘victura’ como participio de ‘vivere’ (vivir), teniendo en cuenta que las armas que vencieron se habían pronunciado, en memorable ocasión, hostiles a la inteligencia, con el famoso exabrupto de Millán Astray en la Universidad de Salamanca (“¡muera la inteligencia!”)
La posibilidad de esta interpretación viene a confirmar el carácter sibilino de la inscripción al que nos hemos referido en anteriores ocasiones, asimilándolo a las respuestas ambiguas de los oráculos. De donde se echa de ver que los escritos que tienen ese carácter oracular, o sibilino, requieren no sólo de traducción, si han de ser trasladados a otro idioma, sino también de ‘hermenéutica’, es decir, de interpretación.
El texto de la inscripción se nos plantea en el viejo contexto dialéctico de la oposición entre las armas y las letras. Éstas, en nombre de la inteligencia, brindan un homenaje a las armas vencedoras (los intelectuales rinden pleitesía a los militares, representados, respectivamente, por sendas metonimias: las letras de aquellos, a las armas de éstos)
El triunfo presente corresponde a las armas, pero la inteligencia augura para sí misma el triunfo futuro, el que ha de ser constante y duradero. Ese vendrá después y será perenne, inmarcesible. Mediante el adverbio ‘iugiter’ se denota el carácter persistente, indefectible, de esa victoria de la inteligencia; frente a esa otra victoria de las armas, que es, de suyo, aleatoria, ocasional y pasajera.
Recapitulando, la primera traducción que dábamos del texto de la inscripción, en la que vertíamos ‘iugiter’ por ‘conjuntamente’, era menos acertada por cuanto que, pese a tener en cuenta que esa palabra latina, derivada del adjetivo ‘iugis’, está emparentada con la raíz ‘iung-‘ (de donde, también, la voz española ‘yugo’) , el significado que predomina es el de ‘continuidad’ temporal, más que espacial.*
Finalmente, yo propondría una traducción un tanto anacrónica (por cuanto incluiría un término de hoy para unos conceptos más añejos) y consistiría en traducir ‘iugiter’ por ‘imparablemente’. O sea, podría redactarse en estos términos: A las armas vencedoras en este lugar, la inteligencia, que imparablemente ha de vencer, DEDICA, DA, DONA este monumento.
La inteligencia se impondrá, por fin, allí donde lo irracional triunfó de modo pasajero.


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*C’est surtout dans l’expression de la continuité temporelle, de la durée, que iugis et les formes apparentées se sont répandues dans l’usage à partir de l’époque impériale. Iugis ne présente pas une riche polysémie: qualifiant un substantif comme aqua, signifie “/qui coule / / sans interruption/” (art. cit. p. 238)

miércoles, marzo 12, 2008

La ley del silencio

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La Constitución de 1978 fue redactada, como todos sabemos, por un equipo formado por juristas de diversa procedencia política, entre ellos algunos provenientes del sistema cuyo relevo se preparaba, para sustituirlo por otro de signo democrático. El franquismo se iba a arrumbar, discretamente, al desván de los objetos inservibles.
La Constitución, en preparación, representaba el nuevo ordenamiento jurídico de la vida política que la sociedad demandaba, radicalmente incompatible con aquel del que se trataba de salir. La democracia iba a sustituir a la dictadura y este relevo había que hacerlo sin traumas, procurando no incomodar a quienes habían sido sus incondicionales y no estaban dispuestos a consentir la menor descalificación del sistema a reemplazar. Mucho menos, el anatema puro y duro del mismo. Nada que pudiera molestar a quienes, habiendo detentado el poder, estaban aún en condiciones de retenerlo por la fuerza.
De modo que no hubo condena explícita del sistema a sustituir. La democracia se inició, pues, con el permiso de la dictadura ¿Cómo se iba a cometer la indiscreción de condenar abiertamente el sistema que había tenido esa deferencia suprema de condescender con el nuevo sistema que iba a desbancarlo?
El texto de la Constitución omite cualquier referencia al sistema que ella venía a sustituir. Los casi cuarenta años de ilegitimidad y de ausencia de democracia se silencian en el documento como si nunca hubieran existido. La llamada transición consistió, en gran medida, en silenciar ese largo periodo durante el cual el pueblo español estuvo privado de democracia. ¿Se hubieran atrevido los padres de la Constitución a redactar una cláusula, más o menos, en estos términos?
"El Estado Español que, a partir de ahora, abraza el sistema democrático, condena la dictadura pasada, como sistema ilegítimo de gobierno, incompatible con la democracia".




Semejante cláusula hubiera hecho saltar por los aires el consenso y algunos juristas de la comisión afectos al franquismo (como Fraga) hubieran salido a la desbandada.
No era el momento ni la oportunidad. Y, sin embargo, ningún sitio más adecuado que el texto constitucional para dejar constancia del auténtico espíritu democrático que debe inspirar a una sociedad que se estime a sí misma.
De haberse admitido esa cláusula, u otra redactada en parecidos términos, no hubiera habido necesidad de que la oposición, en el año 2002 (20 de noviembre) planteara al gobierno del PP, a modo de “prueba del algodón”, o Jura de Santa Gadea, la condena de la dictadura. En tal aprieto el PP condenó, a regañadientes y para salir del apuro. Y pasó la prueba del algodón con éxito.
Sólo que después (¡lástima!) dio marcha atrás en el Parlamento europeo. En este foro internacional el Sr. Oreja se rajeó, por no decir se rajó.
Nuestra Constitución nació condicionada a no abjurar expresamente de la dictadura. Sus com-padres de filiación franquista quisieron hacerla invulnerable (como Tetis a Aquiles) sumergiéndola en las aguas del Leteo, es decir, de la amnistía. Desde entonces es el talón en el que nuestra democracia muestra su debilidad.




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* En la foto superior, los Padres de la Constitución.




De izquierda a derecha (en pie): Gabriel Cisneros,




José P. Pérez Llorca y Miguel Herrero y R. de Miñón.




(sentados) : Miguel Roca Junyent, Manuel Fraga




Iribarne, Gregorio Peces Barba y Jordi Solé Tura.

sábado, marzo 08, 2008

AMBIGÜEDADES

El lenguaje de los oráculos era con frecuencia deliberadamente ambiguo. El oráculo solía responder con evasivas y circunloquios, con palabras de doble sentido, todo ello para no ser cogido en mentira, y así sus respuestas podían tener más de una interpretación, incluso podían significar una cosa y su contraria. Un par de ejemplos de estas respuestas con truco se conoce desde la antigüedad. Uno es el de la respuesta que la sibila dio a Pirro al consultarle sobre el resultado de la guerra que pensaba emprender contra los romanos:
_ Aio, te Aeacida, Romanos vincere posse.
Frase que puede entenderse como:
_Digo que tú, descendiente de Eaco, puedes vencer a los romanos.
Aparte de que afirmar la mera posibilidad de un resultado no compromete a nada, en la frase de este ejemplo es posible tomar los acusativos te y Romanos, alternativamente, como sujeto o como complemento directo. De modo que lo mismo podría traducirse la frase, también, como:
-Digo, descendiente de Eaco, que los romanos pueden vencerte.
Otro ejemplo de ambigüedad reside en separar por medio de pausas los términos de la frase, de manera que la ilación se debilite:


Ibis.....redibis.....non.....morieris.....in....proelio



(Irás…volverás…no….morirás…..en…la…batalla)

El “no” puede entenderse aplicado al “volverás”; pero, por esa misma ambigüedad, se podría entender aplicado a “morirás” (“no morirás en la batalla”; o, bien, “¿Volverás? No. Morirás en la batalla)
Con el texto de la inscripción del Arco de la Victoria, en Moncloa, que hemos glosado en días pasados, ocurre algo parecido. La ambigüedad, ya sea intencionada o fortuita, reside, en este caso, en que la palabra ‘victura’ puede tomarse como participio de futuro del verbo ‘vincere’ (vencer’), pero también cabría tomarlo por participio de futuro del verbo ‘vivere’ (‘vivir)
Es cierto que, si nos inclinamos por una o por otra opción, debemos razonar por qué lo hacemos. Una razón muy a tener en cuenta la podemos explicar por el campo semántico. Veamos algún ejemplo que nos lo aclare:

­victurosque dei celant, ut vivere durent
felix esse mori
(Luc. B.C. 4.519-20)

(A los que van a vivir, los dioses les ocultan, para que persistan en su afán de vivir, que morir es la felicidad)

El campo semántico al que pertenecen los vocablos ‘victuros/ vivere’ hace que quede descartada automáticamente la posibilidad de que el participio ‘victuros’ sea, en este caso, del verbo ‘vincere’ (vencer), y sí del verbo ‘vivere’ (vivir)
En cambio, en el ejemplo de la inscripción, nos inclinamos por considerar que el participio de futuro ‘victura’ (referido a ‘mens’) corresponda ahora al campo semántico de ‘vincere’ (vencer) que ya aparece contenido en el adjetivo precedente, ‘victricibus’.
Otro ejemplo, esta vez tomado de Cicerón (Philip. 4.12.11)
_ Agitur enim non qua condicione victuri, sed victurine simus an cum supplicio ignominiaque perituri.
(Se trata, pues, no bajo qué condiciones vamos a vivir, sino si vamos a vivir o vamos a perecer con torturas y deshonor)
El campo semántico, en este caso, nos sitúa ahora frente al contraste, o el dilema, de vivir o perecer entre suplicios y deshonras. No cabe duda de que el participio ‘victuri’ corresponde ahora al futuro del verbo ‘vivere’.
Por tanto, aunque posible, la traducción del sintagma ‘iugiter victura’ de la inscripción de Moncloa, según la interpretación que se propone en el blog de Leguina, “que perennemente ha de vivir”, es menos probable que la que dice “que perennemente ha de vencer”. Así como las armas han vencido antes, la inteligencia vencerá siempre.
Es por esta razón que la propuesta que hemos hecho, en nuestra particular hermenéutica de la inscripción, creemos que permite sostener la hipótesis de que el autor de la misma quiso desmarcarse de la victoria militar y confiar en la futura victoria de la inteligencia.


miércoles, marzo 05, 2008

LAS ARMAS Y LA INTELIGENCIA

(Ritornello)

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El Arco de la Victoria, en la Moncloa madrileña, es uno de los pocos monumentos del franquismo que puede ser asumido sin escrúpulo por la democracia, debido precisamente al texto de la inscripción latina que días atrás hemos glosado. En él, la inteligencia (aborrecida y proscrita por quienes habían empuñado aquellas armas) les dedica a éstas (evitando hacerlo directamente a quienes las esgrimieron) el monumento; no sin insinuar la propia victoria futura; victoria que ha de alcanzarse de forma constante y perdurable (jugiter)
La victoria de la inteligencia no será la del que vence, simplemente, sino la del que, además, convence. El triunfo de la inteligencia es la democracia.
Este monumento lo otorga la inteligencia (mens) en usufructo a la causa victrix, que es la dictadura; pero es recuperable, en la posteridad, por la causa victa de antaño: la República, la democracia. Pues, por el hecho de ser monárquica, no es menos democrática nuestra democracia. Ya los romanos contemplaban la existencia de una posible regali re publica (República real, es decir, auspiciada y tutelada por un rey) (Cic. R.P., 3.47.14)
El Arco de la Victoria es una parte de la Ciudad Universitaria (la Sede de los Estudios Matritenses), fundada por la munificentia regia (probablemente, se refiere a Alfonso XIII, en cuyo reinado se puso en marcha la Ciudad Universitaria, 1927), según viene a decir la otra inscripción del monumento; por legado real, su propietaria legítima es la Universidad Madrileña. Debe, pues, revertir a las manos de su dueño y donante, que lo cedió a las armas victoriosas, pero que puede ahora reclamarlo, con todo derecho, una vez desaparecida la dictadura. ¿A quién sino al donante debe revertir la propiedad de la donación? Con la democracia, la causa victrix es la inteligencia (mens)
Y los dioses, a quienes plugo la causa victrix de antaño, la dictadura, que se aburran en el Olimpo. Mientras Catón ─ el buen republicano ─ se recrea en el triunfo de la democracia, su causa preferida.



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* Busto de Catón de Utica, el republicano que se opuso a las dictaduras de su época y, particularmente a la de Julio César.

domingo, marzo 02, 2008

Y por último...

Volviendo a la inscripción de marras y a los escrúpulos de interpretación que plantea (al menos, que me ha planteado a mí) tengo que declarar lo que sigue. El adverbio iugiter es prácticamente inexistente en la época de la literatura clásica. Está, sin embargo, documentado el adjetivo iugis (en Plauto, con el significado de ‘inagotable’ ‘manante’, y en Cicerón y en Salustio, y en Horacio, con el mismo sentido, aproximadamente) En cambio, la utilización del adverbio ‘iugiter’ es, más bien, de época posclásica, correspondiente al latín tardío y medieval. Su significado puede ser el de (‘siempre’, ‘constantemente’, ‘ininterrumpidamente’…)
Personalmente, la memoria de esa palabra latina estaba, en mi caso, ligada a una oración de la liturgia que memoricé de tanto oirla, IVGITER, ‘constantemente’, en mis tiempos del Seminario. La oración decía: Deus, qui nobis sub sacramento mirabili passionis tuae memoriam reliquisti, tribue, quaesumus ita nos Corporis et Sanguinis tui sacra mysteria venerari ut redemptionis tuae fructum in nobis iugiter sentiamus, qui vivis et regnas in saecula saeculorum (Dios, que nos dejaste bajo un sacramento maravilloso el recuerdo de tu pasión, concédenos, te rogamos, que veneremos los sagrados misterios de tu Cuerpo y de tu Sangre, de manera que sintamos perpetuamente en nosotros el fruto de tu redención. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos)
Posteriormente, navegando por Internet, he topado con un título que juzgo vendría al pelo acerca del asunto que me interesa. Se trata de un trabajo de Claude Moussy titulado “Les emplois de ‘jugis’ et de ‘jugiter’ dans la latinité tardive”, publicado en las Actes du IVme Colloque International sur le Latin vulgaire et tardif” (Caen 2-5 sept. 1994. Coord. Louis Callebat, 1998, ISBN 3-487-10045-2 pp. 237-249)
Bueno, todo esto me hubiera servido para dar a mis escritos sobre la inscripción del Arco de la Victoria una mejor base científica. La interpretación del texto de la inscripción nos revela en él todavía cierta incoherencia de fondo.
Esa “inteligencia” (MENS) que siempre ha de vencer, en lo sucesivo, tras la victoria de las armas, y que les dedica y regala a ellas este ciclópeo arco, rematado por una cuadriga de bronce, ¿es la misma inteligencia cuya muerte pedía Millán Astray? ¿No será otra inteligencia, más en consonancia con los ideales que inspiraron el Alzamiento, no será, más bien, una Intelligentzia de tantas?
La inteligencia que inspiró la República estaba, en su mayoría, relegada al exilio; o en la cárcel, o bajo tierra. Y no es verdad, de esa afirmación, más que su victoria, la de la inteligencia de verdad, estaba reservada al futuro. Eso de que la inteligencia siempre ha de vencer sólo es verdad si se entiende: a la larga (in the long run).
La victoria de la inteligencia es la democracia.