Δυοῖν γὰρ θάτερον ἐστιν τὸ τεθνάναι· (Plat. Apol. Socr. 41.e.1)
En la parte final de La defensa de Sócrates, en la que Platón reproduce los discursos que el maestro hizo en su propia defensa, reflexiona Sócrates acerca de la doble alternativa que, según él, puede ser la muerte: "La muerte puede ser una de estas dos cosas: o bien la ausencia total de sensaciones, como la de un sueño profundo en el que nada se sueña, en el que la eternidad sería como 'una sola noche' (mía nyx) La otra alternativa es que, como también suele creerse, la muerte viniera a ser como un traslado o cambio de residencia de este mundo a otro, el mundo del alma, a donde van a parar quienes amaron la justicia y la verdad y la belleza: los artistas, los poetas, la buena gente, en general. En cualquiera de las dos hipótesis la muerte no es un mal. De modo que el sabio debe afrontarla con ánimo alegre. Sócrates muere con la conciencia tranquila de aquel que cree que ha cumplido con su deber.
De la muerte como sueño profundo nos hablan los poetas. Deseándola incluso, como supremo y definitivo descanso. Así Bécquer:
¡Cuándo podré dormir con ese sueño
en que acaba el soñar! (Rima XLVIII)
En ese mismo profundo sueño piensa Manuel Machado cuando, en su poemita titulado "Morir, dormir" escribe:
- Hijo, para descansar
es necesario dormir:
no pensar,
no sentir,
no soñar.
- Madre, para descansar
morir.
Pero, en la otra alternativa, de las dos que nos habla Sócrates, en la que el alma emigra al reino de la justicia, la verdad y la belleza, también la muerte promete ser un bien, el mayor bien. Imagina Sócrates que en ese mundo donde reina la justicia, la belleza y la verdad, podrá reunirse con poetas como Homero y Hesíodo, y con jueces justos, tales como Eaco, Minos y Radamanto. Jueces que de verdad practican y ejercen la justicia; no como los de esta vida, que no siempre son justos y condenan injustamente, como puede verse en el caso de Sócrates.
Así que, ya sea para ir al cielo que les espera a los que obraron el bien, o para caer en la nada, la muerte no debe asustarnos en ningún caso.Nuestro querido paisano, el poeta extremeño Luis Álvarez Lencero, en su libro Tierra dormida, escrito bajo la fuerte impresión que le causó la muerte de su amigo el poeta Manuel de Monterrey, nos dice en un poema, encabezado por unos versos de Antonio Machado (Yo, para todo viaje, / siempre sobre la madera / de mi vagón de tercera / voy ligero de equipaje")
Cualquier día nos iremos
donde nadie quiere ir:
todos hemos de partir
y nunca regresaremos.
Por más que desesperemos
en la vía esperará
el tren que nos llevará
en un vagón de tercera,
o en segunda, o en primera,
¡Qué más da!
Cuando la campana dé
la hora de la salida
no habrá retraso que impida
abandonar el andén.
En punto saldrá ese tren
que no deja de silbar
y en la estación quedará
nuestra piel arrinconada
para soñar con la nada.
¡Qué más da!
Desnudos nos han parido
y nos iremos desnudos.
¡Para qué con tantos nudos
nos atan el apellido!
La soledad y el olvido
son puertas de par en par
por las que hemos de entrar
a ser pasto del gusano.
Sea más tarde o más temprano,
¡Qué más da!
El título de viajero
ya nos lo dan al nacer,
nadie se queda sin él,
no se compra con dinero.
Ni al rico ni al pordiosero
billetes les cobrarán:
todos pagan por igual
en este largo viaje.
Y no hace falta equipaje...
¡Qué más da!