Alegoría del Árbol de la Ciencia en
la sede del CSIC de Madrid
La localización mítica del Árbol de la Ciencia estuvo en el Paraíso Terrenal, el primer Jardín Botánico de la historia de la Humanidad. Hubo en ese mismo jardín otro árbol, que fue el Árbol de la Vida. De los frutos de este árbol nuestros ancestros, Adán y su costilla, no llegaron a comer nunca. El relato del Génesis lo deja bien claro. Para desdicha suya y nuestra, nuestros primeros padres concentraron su interés en el Árbol de la Ciencia, al que solía trepar el Maligno, bajo la forma de una serpiente. Y ésta, como nos cuenta el relato bíblico, indujo a Eva a comer del fruto prohibido. El Demonio persuadió a Eva de que, si comían el fruto de aquel árbol, serían como Dios, conocedores del Bien y del Mal.
El corazón / que tenía en la escuela / donde estuvo pintada / la cartilla primera, /¿está en ti, /noche negra?
(Frío, frío, / como el agua / del río)
(...)
Pero mi corazón / roído de culebras, / el que estuvo colgado / del árbol de la ciencia, / ¿está en ti, / noche negra?
(Caliente, caliente, /como el agua / de la fuente)
(...)
Es muy posible, en efecto, que pase inadvertido a los demás que cuantos se dedican por ventura a la Filosofía, en el recto sentido de la palabra, no practican otra cosa que el morir y el estar muertos (Fed. 64 a.4-6) *
Unamuno, por su parte, explica la paradoja con estas palabras: “Como el filósofo antes que filósofo es hombre, necesita vivir para poder filosofar y, de hecho, filosofa para vivir”.
O sea, que el fruto del conocimiento, que se obtiene del Árbol de la Ciencia, nos confirma que, en realidad, la pérdida del Paraíso consistió en la pérdida de la posibilidad de saborear el fruto más deseable: el del Árbol de la Vida.
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NOTA: En la novela de Baroja El Árbol de la Ciencia, IV parte, cap. III, titulado “El árbol de la ciencia y el árbol de la vida”, se compendia lo más sustancial del pensamiento barojiano al respecto.
* La traducción del texto de Fedón es de Luis Gil Fernández