jueves, noviembre 22, 2007

Adiós a Antonio Chorot, sacerdote

Con motivo del fallecimiento de Antonio Chorot, sacerdote, Canónigo Emérito de la Catedral de Badajoz, publiqué, hace unos días, en estas páginas, una breve evocación en la que recordaba mis tiempos de estudiante en el Seminario de Badajoz, allá por los comienzos de la década de los 50, cuando D. Antonio Chorot, padre, era profesor de Matemáticas en el Centro de la Cañada de Sancha Brava. El sacerdote ahora fallecido, hijo del profesor, estaría por aquellas fechas en los cursos de Teología. El dibujo que acompaña estas líneas quiere evocar los rasgos fisonómicos de aquel Chorot juvenil. Por aquellas fechas dibujé las caricaturas de varios compañeros y profesores. Casi todos los dibujos primeros fueron a parar a los propios retratados. De algunos he tratado después de recuperar la fórmula fisonómica primera, no siempre con fortuna.
Los Chorot, padre e hijo, ya fallecidos, serán siempre recordados por mí con respeto y afecto. Quiero consignarlo aquí y dejar constancia de ello.


He recibido un comentario a mi anterior escrito, que traslado a este de hoy. Mi comunicante me lo envió ayer, pero lo dirigió como comentario a otro escrito distinto. Para redireccionarlo a este sitio me he visto obligado a rehacer el escrito anterior y englobar el comentario anónimo en mi propio comentario. Se trata, según puede colegirse, de un nieto de mi antiguo profesor de Matemáticas. Desde aquí le doy las gracias.

sábado, noviembre 17, 2007

Sobre las Puertas del Sueño

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La fábula sobre las puertas del sueño (Odis. XIX, 562-8) la pone Homero en boca de Penélope, hablando con Ulises, al que ha acogido en su casa en calidad de forastero, sin haberlo reconocido tras el regreso de Troya.
Virgilio recoge esa fábula (En. VI, 893-8) reproduciendo casi literalmente las palabras de Penélope. ¿Por qué trae a colación el poeta romano este concreto pasaje de la Odisea?
Pues, según el antiguo comentarista Servio, la cosa está bien clara: Virgilio quiere dar a entender que todo lo que ha visto Eneas, a partir de su entrada en la cueva del Averno, ha sido solamente un sueño. Tanto el emotivo encuentro con su padre Anquises, como la fugaz visión de Dido, que no contesta a la justificación que Eneas hace de su huida de Cartago: todo ha sido una mera representación onírica.
Este inesperado desenlace, que el poeta de Mantua nos ofrece del episodio de la visita de Eneas al mundo de ultratumba, ha producido cierta perplejidad entre algunos comentaristas de la Eneida. Así el Prof. R. G. Austin en su edición comentada del canto VI, (Oxford Clarendon Press) encuentra sorpresivo ese desenlace, por inesperado, y se extraña de que habiendo entrado Eneas y la Sibila en el inframundo por un determinado lugar supuestamente real (una cueva) salen, sin embargo, de allí de forma un tanto extraña y por un sendero irreal…(The Gates of Sleep come now as a total surprise. Just as Aeneas and the Sibyl entered the underworld mysteriously and imperceptibly, so they leave it by a strange and unsubstantial path)
La interpretación de Servio no parece convencer al profesor Austin. Sin embargo, es la más plausible. El hecho de que todo fuese un sueño no le quita importancia a la visión de Eneas (none the worst for it that it was a dream) Así se entiende mejor que el profesor Austin escriba que “el asunto constituye uno de los enigmas de Virgilio, lo que en nada menoscaba su interés”. Desde luego, para los antiguos, los sueños tenían mayor importancia que para nosotros.
Por lo demás, en la literatura romana, existía algún precedente del encuentro con los antepasados a través del sueño. Cicerón había descrito en “El sueño de Escipión” (libro VI De Re Publica) el encuentro de Escipión Emiliano con su difunto abuelo Escipión el Mayor. En cuanto a la imperceptible transición, sin solución de continuidad, de la narración en clave de realidad a la clave onírica hay, aparte de la Eneida, algunos ejemplos más en la Historia de la Literatura Universal. Así, por ejemplo, se dan ciertas analogías de situación en el descenso de Don Quijote a la cueva de Montesinos y la bajada de Eneas a los infiernos. Las cosas que Don Quijote vio en la famosa cueva fueron también visiones oníricas, por más que él creyese que las vio en plena vigilia. Confiesa, sí, que se quedó dormido allá abajo, pero que, al poco, se despertó y vio todo lo que contó después a los que quedaron arriba. Cuando estos lo sacaron, todavía estaba en pleno sueño, como se puede colegir por el reproche que les hace por haberles interrumpido una visión tan agradable: “Dios os lo perdone, amigos, que me habéis quitado de la más sabrosa y agradable vida y vista que ningún humano ha visto ni pasado” ( II parte, cap. XXII)
En el famoso clásico de la literatura infantil Alicia en el País de las Maravillas, la protagonista se queda dormida junto a su hermana, que leía un soporífero libro, sin ilustraciones. La transición de la vigilia al sueño es imperceptible: lo real y lo imaginario empalman en un hecho que la niña ve como natural, aunque sea verdaderamente insólito: un conejito blanco que consulta un reloj de bolsillo y corre musitando “¡Se hace tarde!”. Alicia lo sigue y se mete, tras él, en un agujero. Y, tras avanzar unos metros, viene la caída en una sima. Y todo lo que ya conocemos por el fantástico relato de Carroll. Vemos, pues, que existen elementos comunes en estos relatos de base onírica: transición imperceptible del estado de vigilia al del ensueño, localización subterránea, vuelta al estado de vigilia y a la percepción de la realidad.
La puerta marfileña es el único acceso que puede permitir el encuentro entre los vivos y los muertos. Es la puerta del Sueño-Mentira. La puerta córnea es la que se abre a la Muerte. Por ella penetramos cuando morimos y eso ocurre sólo una vez (statutum est hominibus semel mori, Ep. Ad Hebraeos, IX, 27) Luego se torna impracticable. Se supone que es la puerta del Sueño-Verdad. El comercio entre muertos y vivos sólo es posible a través de la ebúrnea puerta. Y si la vida es sueño, cabría esperar que la muerte sea la verdadera vida. Eso es lo que le dice a Escipión Emiliano su abuelo difunto, Escipión Africano el Mayor:
Lo que vosotros llamáis vida es muerte. Los que de veras viven son éstos que de las ataduras del cuerpo, como de una prisión, se han liberado (R.P. VI, 14)
Por eso, cuando el poeta Estacio pide a su padre difunto que venga a verle por la puerta de cuerno, la puerta de la Verdad, le está pidiendo lo imposible. Porque esa puerta, una vez que se atraviesa, ya no vuelve a abrirse más para el difunto. Es el vivo el que tiene que atravesarla, una sola vez, y morir consiste en atravesar su dintel. Sólo la ebúrnea puerta es practicable para los vivos. Aquellos cuya vida es sueño.


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* Dibujo de John Tenniel, primer ilustrador de Alice in Wonderland.

jueves, noviembre 15, 2007

La puerta falsa

Las viviendas de los pueblos solían tener antiguamente una puerta trasera, opuesta a la puerta principal; y esa puerta, por lo general, se abría a zonas menos transitadas, que daban a ejidos y corralizas. Por dicha puerta solían salir los animales de carga y de labor, que vivían en sus cuadras y establos, cerca de los dueños, de los que los separaban sólo unos metros de patio o de corral.
Tradicionalmente se llamaba a esa puerta la “puerta falsa”, aunque fuese tan verdadera como la puerta principal.
He querido recordar este concepto, cada vez más en desuso en las poblaciones rurales y prácticamente desconocido en las ciudades y en las nuevas poblaciones, pues me va a servir para explicar una vieja alegoría (la alegoría consiste en una representación de algo mediante una serie de comparaciones correlativas, por ejemplo, ‘vida’ es a río como ‘muerte’ es a ‘mar’. Así en los conocidos versos de Jorge Manrique: “nuestras vidas son los ríos / que van a dar a la mar/ que es el morir”, tenemos un ejemplo típico de esta analogía de proporcionalidad : la vida es con respecto al río lo que el mar es con respecto a la muerte)
La vieja alegoría a la que aquí vamos a referirnos principalmente tiene como autor al poeta griego Homero. En La Odisea (XIX, vv. 562-8) se refiere el poeta a “las puertas del Sueño”, entendido éste en su doble sentido de ‘sueño temporal’ (que sería la vida) y ‘sueño eterno’, que sería la muerte. Dice Homero que “son dos las puertas del Sueño: una de marfil, por la que salen los sueños falsos, o engañosos; y, la otra, de cuerno, por la que salen los sueños verdaderos.
La razón por la que el poeta dice que esas puertas están hechas, cada una, de esos precisos materiales es una razón poética, basada en sendos juegos de palabras. Se trata de una artimaña lingüística que toma como pretexto el hecho de que existe parecido fonético (lo que se llama ‘paronomasia’) entre el vocablo griego que significa “marfil” (‘elefante’) y el vocablo griego que significa “engañar” (‘elephaíromai’) Y, paralelamente, se da también semejanza fonética, o paronimia, entre los vocablos que significan “cierto” y el vocablo que significa “cuerno”. Es como si comparásemos el vocablo griego “keratos” (‘cuerno’) con el vocablo latino “certum” , que nada tienen que ver, en realidad; pero que tienen cierta similitud fonética entre sí (‘keratos’ / ‘kertos’).
La puerta de marfil (‘elephas’) sería la puerta falsa (repárese en que incluso entre el vocablo griego 'elefas' y el español 'falsee' existe coincidencia de letras, bien que en orden distinto. La puerta de cuerno sería la puerta verdadera. La primera nos franquea la entrada falsa al ultramundo (al mundo de los muertos) a través del sueño. La segunda nos franquea la entrada al mundo verdadero de la muerte. La comunicación entre los muertos y los vivos tiene lugar cuando éstos atraviesan la puerta marfileña, o ebúrnea, de los sueños.
Hasta aquí, en sustancia, el contenido de la alegoría homérica.

miércoles, noviembre 07, 2007

Más sobre el tópico de los "mil" y los "cien"

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Cuando recientemente me refería a este tópico literario, dejé bien claro que no me parecía censurable su empleo (consagrado por el uso que de él han hecho muy estimables autores de todos los tiempos) Y aduje el aforismo latino que dice abusus non tollit usus (el abuso no quita el uso) Es decir, por el hecho de que en ocasiones se pueda abusar de su empleo, no hay que suprimir el recurso de manera radical.




No es el uso lo que se pretende corregir, sino el abuso. Y este comienza a notarse cuando el topico literario se emplea con tanta frecuencia que se convierte en muletilla.
Cuando se ve el pastiche, cualquier tópico, sea el que fuere, pierde por completo su efectividad.

El hecho de que poetas de la talla de un Fray Luis de León o un San Juan de la Cruz hayan usado el recurso (a veces, incluso con cierta insistencia) no resta ni un ápice de mérito poético a la obra de estos autores. Claro que, paritariamente, el hecho de que, a imitación de ellos, echemos mano de ese mismo recurso, no significa que podamos equipararnos a ellos en la calidad de la poesía.

Uno de mis poetas favoritos es Rubén Darío. Releyendo estos días sus versos (en la selección que preparó, hace unos años, Pere Gimferrer) he ido comprobando que el consabido tópico del número redondo (cien, mil, etc.) está usado, a lo largo de su obra poética con una frecuencia que podría parecer excesiva. Sin embargo, la calidad de la obra poética rubeniana resulta fuera de toda duda, aunque a lo largo de la misma puedan aislarse ciertos tranquillos que, dada la excelencia general de su obra, no se hacen visibles en el conjunto. Uno de esos tranquillos es esa sinécdoque del número redondo a la que recientemente nos hemos referido en este blog (Ver ¿Todo a mil, o todo a cien? 27-10-2007)

Daré a continuación un ramillete de ejemplos espigados a lo largo de su obra poética, desde Azul… hasta el Poema del otoño y algunas de las composiciones posteriores recogidas bajo el apartado de Poesía dispersa.

Desde el primer libro en el que se percibe ya su voz inconfundible, (Azul...) nuestro poeta emplea la síntesis poética del número redondo (“gloria y consagración de lo redondo”, dijo, si mal no recuerdo, Miguel Hernández) Comenzaré transcribiendo unos versos del poema “Invernal”, de Azul…

Dentro, la ronda de mis mil delirios,
las canciones de notas cristalinas,
unas manos que toquen mis cabellos,
un aliento que roce mis mejillas,
un perfume de amor, mil conmociones,
mil ardientes caricias

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¡Oh bello amor de mil genuflexiones:
(“Divagaciones”, PP)
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La cena esperaba. Quitadas las vendas
iban mil amores de flechas tremendas
en aquella noche de Carnestolendas
.
(“El faisán”, PP)
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Llegaban los ecos de vagos cantares
y se despedían de sus azahares
miles de purezas en los bulevares.
(ibid.)
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Y la luna empezaba en su rueca de oro
a hilar los mil hilos de su manto sedeño
.
(“Marina”, PP)
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Hay mil cachorros sueltos del León Español.
(“A Roosevelt”, VIII de CVE)
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Mientras en las revueltas extensiones
Venus y el Sol hacen nacer mil rosas
.
(“Marina”, OP de CVE, XX)
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la Poesía
es la camisa férrea de mil puntas cruentas
que llevo sobre el alma

“Melancolía”, de OP en CVE, XXV)
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al clamor de las robustas
cien bocinas del pampero, yo saludo a las ciudades
de la mar,
con sus costas erizadas de navíos,
con sus ríos
donde mil urnas colmadas su riqueza han de volcar

(“Desde la Pampa”, CE)
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Primero, revestidos de cien plumajes varios,

sobre las mil cabezas de la turba apiñada;

más de un millón de flechas oscurecía el sol.
(“Tutecotzimí”, CE)
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Bajaban mil deleites de los senos
hacia la perla hundida del ombligo

(“La bailarina de los pies desnudos”, CE)
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Fuera pastor de mil leones
y de corderos a la vez
.
(“Antonio Machado”, CE)
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Pasan furias haciendo gestos,
pasan mil rostros descompuestos
;
(“Santa Elena de Montenegro” PO)
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Sus mil visiones de fornicaciones
(“La Cartuja”, en CA y OP)
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Aprendió mil gracias y hacia mil juegos...
...y con mil querellas dieron testimonio
de lo que sufrían
...
(“Los motivos del lobo”)
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El tesoro divino da
allí mil hechizos y mil
sueños
...
(“Balada de la bella niña del Brasil”)
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...cien cosas ha hecho, mil cosas ha escrito...
(“Simón el Bobito”, en PD)
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pues mil nobles lenguas diciendo van
que han sido ganadas en noble lid
...
(“Balada laudatoria a Don Ramón María del Valle-Inclán”, en PD)

En fin, la enumeración aunque bastante completa, no es exhaustiva. A propósito, hemos suprimidos algunos ejemplos del Canto a la Argentina y, desde luego, de toda la producción poética anterior a Azul...

¿Abuso? Desde luego, no. El tópico pasa desapercibido las más veces, diluido y como arropado en la gran riqueza verbal y en la calidad poética (emoción, colorido, armonía, ritmo... todo ese caudal de belleza que atesora la obra lírica del gran poeta de Nicaragua, al que Ortega** llamara “el indio divino domesticador de palabras”.


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* Rubén Darío, retrato por Daniel Vázquez Díaz.


** Por supuesto Ortega y Gasset, no el actual presidente de Nicaragua.