sábado, marzo 31, 2007

LAS ALAS DEL FRANQUISMO

Toda metáfora puede ser el principio de una alegoría y este es el caso de la que da título al presente artículo. Si hemos equiparado el franquismo con un ave, podemos completar la alegoría diciendo que, en el presente caso, las alas que lo impulsaron y lo hicieron ganar altura para poder planear a sus anchas sobre el solar español, fueron la Falange y la Iglesia. Alas tienen los insectos, las aves y algunos mamíferos (el murciélago), pero alas poderosas que permitan un vuelo sostenido las tienen, entre las aves terrestres, principalmente las rapaces: el águila, el cóndor, el buitre… Imagine el lector, según sus simpatías o antipatías hacia el fenecido régimen, la figura del ave que mejor lo represente, a su juicio. Desde el águila imperial, de tanto abolengo histórico en la heráldica universal, hasta el buitre carroñero tenemos donde elegir. Para los perdedores en la guerra civil el franquismo es como el buitre prometeico, que en este caso se alimentó durante cuarenta años del cadáver de la España vencida, encadenada, privada de libertad.
El franquismo tomó impulso ascensional gracias a la Falange, de un lado y, del otro, a la Iglesia. La primera le proporcionó la doctrina política que sirvió, sobre todo, para paliar la absoluta inopia doctrinal de un régimen carente de ideología política, ciego y sordo a las aspiraciones de mejora social que motivaba a la clase proletaria; empeñado únicamente en mantener el “statu quo” en lo referente a una más equitativa distribución de los bienes de producción, lo que hubiera permitido el acceso de los menos favorecidos económicamente a los bienes superiores de la cultura y el espíritu.
La Falange, al menos sobre el papel, incluía algunas de estas preocupaciones en sus puntos programáticos (recuerdo, por ejemplo, aquello de "todos los que lo merezcan tendrán acceso incluso a los estudios superiores") La letra de estas y otras disposiciones por el estilo sonaba muy bien, pero en la práctica todo venía a quedar en buenos propósitos. El aspecto doctrinario de la Falange interesaba al régimen sólo de cara a la galería. De hecho, quienes en los primeros momentos del levantamiento militar se enrolaron en las filas de la Falange tenían como objetivo inmediato contribuir a eliminar al enemigo político. Ser falangista consistía, sobre todo, en pertenecer al cuerpo paramilitar que en la retaguardia se ocupaba de eliminar al adversario político, antes de que pudiera alcanzar las trincheras, o sea, todavía inerme e indefenso.
Ni el régimen ni el falangismo militante se tomaron verdaderamente en serio el corpus ideológico joseantoniano. Lo que sí se tomó en cuenta fue lo de "la dialéctica de los puños y las pistolas", que el fundador preconizara en un momento de arrebato oratorio. Pero aun así, se le interpretó torcidamente, ya que no cabe tal dialéctica frente a un adversario desarmado.
Personalmente, tras haber leído los escritos del fundador, me inclino a creer en la probidad intelectual de su pensamiento que, en la práctica, quedó descalificado por los hechos de sus presuntos correligionarios. A la Falange auténtica la desacreditaron, para los restos, aquellos facinerosos de primera hora. De ahí que haya resultado vano cualquier intento posterior de resucitar una presunta “falange auténtica”. Aparte del fundador, ha habido muy pocos falangistas auténticos. Los que de veras lo fueron, como Ridruejo, hubieron de apostatar de aquella falange espúrea, o aliviar sus remordimientos con “descargos de conciencia”, como el íntegro Laín Entralgo.
En cuanto a la otra “ala” del franquismo, casi es preferible no hablar. La redención social del proletariado que demandaban los nuevos tiempos topó con la incomprensión del estamento eclesiástico, propiciando el desencuentro con el pueblo. La situación empeoró debido al radicalismo de los más exaltados, imbuidos del principio marxista que considera la religión como “el opio del pueblo”. Los sabotajes contra instituciones religiosas que los más extremistas llevaron a cabo ante la ineficacia de un gobierno que no supo atajar estos desmanes, se cargarían en la cuenta de la causa popular, propugnada por un socialismo mayoritariamente moderado. Así, cuando sobrevino la rebelión militar, la izquierda en bloque, entre los que se encontraban no pocos creyentes, cayó bajo el anatema político y religioso, que en principio sólo alcanzaba al materialismo marxista. Todos quedaron marcados por el mismo denominador común denigratorio de “rojos”.
La rebelión militar se colgó los galones de la salvaguarda de la religión y surgió la consabida entente Iglesia-Estado. La sublevación militar contó con las simpatías y las bendiciones del estamento eclesiástico. El alzamiento se revistió de ‘cruzada” y en los muros de las iglesias se grabaron los nombres de los “caídos por Dios y por España”. La medida se aplicó a todos los pueblos de la geografía española, incluidos aquellos en los que no hubo ni un solo muerto de derechas y sí muchos de izquierda. Con lo cual éstos quedaron, de una parte, tildados de réprobos y, de la otra, de antiespañoles. A la muerte se añadió el oprobio.
Esa deuda histórica de la jerarquía eclesiástica con el pueblo español aún sigue pendiente, en nuestra opinión. La Iglesia, dispensadora de perdón, no ha considerado pertinente pedirlo en el presente caso
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miércoles, marzo 14, 2007

VIRGINIA (mamá)

Murió hace ahora diez años. Si viviera habría complido ya los 101 años. De los casi 92 que estuvo en el mundo, 61 los pasó viuda. Su viudez comenzó un 10 de septiembre de 1936. La partida de defunción de su marido, asentada seis años después del óbito, en el juzgado de Aceuchal, da como causa del fallecimiento la siguiente: “a consecuencia de la pasada guerra”. Mi padre no había estado en ningún frente. Había hecho el servicio militar a la patria entre 1926-1929, en Sevilla. Cuando las tropas de Yagüe, Asensio y Castejón pasaron por Extremadura, dieron licencia para matar (quizás más bien impusieron, como norma que había que cumplir a rajatabla, la mano dura) delegando esta función en los grupos paramilitares de derecha, que se habían hecho cargo de la autoridad en los municipios.Por regla general, estos grupos no sacaban la cara por nadie que se considerase sospechoso de connivencias con la izquierda. Era preferible seguir estrictamente la consigna de aquellos militares, dispuestos a no dejar eventuales enemigos en la retaguardia, aunque estuvieran desarmados. No hacerlo así podía resultar sospechoso de no colaboración con la causa militar. Nada más cómodo y expeditivo (y cobarde) que matarlos, aprovechando la ocasión de que estaban, precisamente, indefensos.
Virginia estaba en su cuarto mes de gestación cuando fusilaron a su marido. Su hija Eloísa nacería cinco meses después.
¿Cómo fue la vida de mamá a partir de aquel aciago 10 de septiembre? Supongo que tremendamente amarga. Le habían quitado a su marido y habían dejado huérfano a su hijo de tres años y a la criatura que estaba por nacer (nacería en el transcurso del año siguiente). Mamá tuvo que ponerse a coser por las casas y pudimos ir tirando gracias a las familias de los terratenientes que le daban trabajo.
A principios de los años 40 mamá estuvo seriamente enferma con anemia. Recuerdo que le inyectaban un compuesto de hígado de vaca fresco (es decir, algo de la plaza de abastos, pero hecho química) Tenía un olor especial aquel medicamento, que aún hoy día reconocería si volviera a olerlo. Creo que se llamaba Hepatrat. Fue entonces cuando temí seriamente por la vida de mamá y prometí (¡con no más de nueve años!) guardar celibato de por vida si mi madre se curaba. Lo que yo no podía prometer era no enamorarme y esto llegaría fatalmente con el tiempo. En el año 1945 estuve de monaguillo y fue por entonces cuando el párroco habló a mi madre de llevarme a estudiar al Seminario. En él ingresé al año siguiente, tras haber superado con facilidad las pruebas de ingreso. Y de allí saldría seis años después, entre otras razones porque “el amor corría el peligro de equivocar sus caminos”.
Y me puse a trabajar de profesor de Latín, con 19 años, en el colegio de San Antonio, en Almendralejo. Los alumnos mayores eran casi de mi edad. Uno de ellos fue Pedro Baquero, que (según me han dicho) ha muerto recientemente de un ataque cardiaco fulminante.
De mamá recuerdo muchas cosas admirables. Sobre todo, que cantaba con muy buen oído. Tenía un abundante repertorio de canciones de su mocedad, supongo que eran las que sonarían en los bailes de su época. A fuerza de oirlas, esas canciones se me grabaron en la memoria y ahora las recuerdo de vez en cuando. Todo un repertorio que abarca parte de los años veinte y treinta del siglo pasado. En varias ocasiones me he entretenido en hacer el recuento de esas canciones y en ir anotando la letra que recuerdo de las mismas. Algunas he conseguido encontrarlas por Internet, como la de “Abuelita, ¿qué horas son?”.
Gracias a esas melodías el recuerdo de mamá sigue vivo y se renueva cada vez que, sin saber por qué, aflora a mi memoria, un día u otro, alguna de esas canciones.

martes, marzo 13, 2007

ESTE BLOG...

Este blog puede, de un día para otro, presentar alteraciones que consistan, no ya en la incorporación de un nuevo escrito, sino en la modificación de cualquiera de los demás que ya figuran en él, incluyendo la eliminación de alguno de ellos.
De sabios es rectificar, dice un viejo aforismo, aunque, como apostillaba un antiguo profesor mío, es de más sabios no tener que hacerlo. Así he matizado afirmaciones, he sustituido viñetas o caricaturas por otras que me parecían más acertadas, he suprimido, incluso, algún artículo que pudiera lastimar a terceras personas o que, simplemente, no llegaba a convencerme. Varios han sido los motivos que me indujeron a manifestar mis opiniones en esta especie de nuevo foro que es Internet. Uno de ellos la necesidad de ‘catarsis’ que la puesta a punto de la convivencia democrática requería, a fin de hablar, desde una plataforma común de confianza y de sinceración, con quien suponemos nuestro otro interlocutor democrático de la oposición. Es (entre otras cosas) el ejercicio del derecho a enjuiciar la larga etapa, ya superada, de la Dictadura, desde la normalización de la democracia restaurada, la democracia que la Segunda República trató de establecer y que se frustró con la sublevación de unos militares desleales que se adueñaron del Estado y convirtieron la “cosa pública” en “cosa nostra”. Y a esto lo llamaron “patria”, obligando al exilio, a la cárcel o a la muerte, a una parte muy considerable de los españoles.
Se trata del derecho a opinar libremente, largamente negado a los vencidos durante la Dictadura y aplazado después espontáneamente, de manera cautelar, durante la llamada ‘transición’, con el fin de consolidar una democracia que echaba a andar con paso todavía vacilante, tras el entumecimiento de casi cuarenta años de inactividad política.
Pues bien, parece que todavía no es bastante. Quizás la generación perdida de la posguerra, hoy ya septuagenaria u octogenaria, debería haber seguido callando y aguantar hasta que hubiera desaparecido el último superviviente. Porque, por lo visto, el propósito de cerrar heridas de los “hunos” implicaba la intención aviesa de abrir las de los “hotros”. Las dos Españas volvían a enzarzarse en una nueva pugna, ahora de tipo dialéctico. De nuevo aparecieron los enfrentamientos con ocasión de algunas reivindicaciones por parte de los vencidos, que no tuvieron la oportunidad, en su momento, de honrar a sus familiares caídos en el frente, o eliminados en la retaguardia. La publicación en los periódicos, con un retraso de casi 70 años, de esquelas de familiares asesinados o muertos en campaña durante aquellos años (y los que siguieron a la proclamación de la paz) provocó, entre los herederos de las víctimas del bando vencedor, una reacción similar: publicar esquelas de familiares fallecidos en el frente, o a consecuencia de crímenes imputables a los grupos revolucionarios de la izquierda. De modo que, lo que pretendía ser una compensación por el silencio y la ignominia que cayó sobre los familiares de los vencidos, frente a las honras públicas que se tributaban a los “caídos por Dios y por España”, se convirtió en motivo de nuevas reivindicaciones por parte de los familiares de los vencedores, lo que dio lugar a fenómenos como la llamada “guerra de las esquelas”.
No ha llegado la derecha a comprender que los perdedores de la guerra no tuvieron ocasión de honrar a los suyos hasta que el advenimiento de la democracia les deparó esa oportunidad. Por supuesto, es la misma libertad que ellos tienen de hacerlo, tanto de forma pública como privada. ¡Ay de los vencidos, si se hubieran atrevido a hacer honores públicamente a sus muertos!
En fin, que en el terreno de la normalización política, dentro de la democracia, los progresos de esa normalización se ven con frecuencia impedidos por los resabios de una derecha recalcitrante. Lejos de progresar, retrocedemos a posturas que se revelan cada día más inconciliables. Los recientes acontecimientos revelan que se hacen cada vez más profundas las diferencias y que se agrandan las incompatibilidades.
El odio hacia un presidente democráticamente elegido nunca se ha hecho tan patente como ahora. Hay movilizaciones espectaculares que pretenden dar la impresión de que existe un desacuerdo mayoritario con el presidente del gobierno español, contra el que se agitan patrióticamente banderas que son de todos los españoles, junto a consignas que son, pese a su algarabía, claramente minoritarias.
La excarcelación de un terrorista (execrable, ciertamente, el terrorista, no la excarcelación, hecha por razones humanitarias y con el correspondiente refrendo jurídico) ha sido interpretada como debilidad, como connivencia del poder hacia el propio terrorismo, como traición a la patria. De poco han valido que se alegasen razones humanitarias, aunque estén contenidas en la misma doctrina evangélica del perdón, que se ha predicado siempre desde el sector que se alió con la cruz, ya desde la época de Constantino el Grande. Ni ha sido tenido en cuenta aquel precepto humanitario y sabio que Don Quijote diera a Sancho al entrar en el gobierno de la ínsula Barataria: “Si acaso doblares la vara de la justicia, no sea con el peso de la dádiva, sino con el de la misericordia” (cap.XLII, 2ª parte)
Las fuerzas reaccionarias de la derecha toman bríos. La cohesión democrática se debilita, por otra parte. De todos modos esperamos que las urnas digan, en su momento, su veredicto.
Aunque no sería la primera vez que, incluso habiendo hablado las urnas, esas fuerzas reaccionarias han impuesto la razón de la fuerza. El ejemplo al canto lo tenemos en el fatídico 1936.
Si la derecha sigue arrogándose, como en otro tiempo, la exclusiva de salvaguardar la unidad de España, el golpismo puede encontrar pretextos para volver a intervenir.

domingo, marzo 11, 2007

LA COMBA Y EL CORRO

(Recuerdos de la infancia)

Si vuelvo, en el recuerdo, a la época de la niñez y me sitúo con la memoria en la calle Santa Marta, de Aceuchal, puedo recordar a las niñas que eran por entonces mis vecinas. Y, especialmente, la hora del atardecer cuando todas las chavalas de la calle se reunían para jugar al corro o saltar a la comba. Aunque el repertorio de canciones no pasaba quizás de la media docena, ahora en la distancia del tiempo, me parece que ese repertorio era mucho más abundante del que yo acierto a recordar. Con frecuencia, las letras de estas canciones incluían frases mal asimiladas, por haberlas aprendido mal, o porque las letras en sí eran un poquito disparatadas. Vamos con algunos ejemplos:
Por la carretera Reyes
cuatro mocitas van
y la que va en el medio
hija de un capitán,
sobrina de don Félix,
teniente coronel…etc.

Si hubiera dicho un número ‘impar’ de mocitas se comprendería que una de ellas cayera justo en medio del grupo; pero ¿cuál será la que va en el medio cuando son, como en este caso, cuatro? Nadie reparaba entonces en este tipo de pamplinas. Era así y sanseacabó. Como tampoco había inconveniente en admitir la posibilidad de que alguien fuera a Francia a comprar ‘hilo portugués’:
De Francia vengo, señores, de por hilo portugués,
y en el camino me han dicho que tres hijas tiene usté.
- Si las tengo o no las tengo, eso no le importa a usté
… etc.

Y las cosas que uno podía encontrar dentro de una manzana eran realmente fabulosas:
Yo me comí una manzana,
¡qué manzana tan sabrosa!,
dentro la manzana había
el correo de Piadosa (¡)
había una cigarrera,
hablando con su soldado,
y al tiempo de despedirse
se agarraron por la mano.
adiós cigarrera hermosa,
adiós, soldado valiente,
contigo me casaría
a la hora de la muerte…


También 'al levantar una lancha' uno podía llevarse sorpresas:

Al levantar una lancha
una jardinera vi,
regando sus lindas plantas
y al momento la seguí.


Es posible que lo que ahora nos parece un poco absurdo se debiera, en parte, a que las letras estuviesen viciadas por haber entendido mal las frases. Suele ocurrir con las letras. En este sentido, mi amigo Miguel ha recordado que la letra del himno de la Virgen de Guadalupe, Patrona de Extremadura, solía malentenderse, especialmente en aquel pasaje que dice:
Somos los hijos del gran Pizarro,
los hijos somos de Hernán Cortés,
y en nuestro pecho noble y bizarro
un alma late que fuego es.
La deformación consistía en que se cantaba de esta manera:
Somos los hijos del gran Pizarro,
Los hijos somos del gran Cortés,
Y en nuestro pecho noble y pizarro
Un almanaque que fuego es.



A la puerta está la ronda, sí, sí,
que yo rondaré primero
clavellina colorada nacida en el mes de Enero… ,
En vez de decir “clavellina colorada” se decía “la gallina colorada”, como si tal cosa. Más ejemplos:
Soy el farolero de la puerta ‘l Sol,
cojo mi escalera y enciendo el farol,
después de encendido me pongo a cantar
y siempre me sale la cuenta cabal.

Pero, o yo oía mal, o juraría que las niñas decían:

“y siempre me sale la cuenta cagá”.

Apenas había letra de copla o coplilla que no estuviera lastrada con algún gazapo prosódico. El mismo Cara al sol, estaba gramaticalmente viciado (aparte de sus otros vicios de fondo) Y donde los poetas azules habían escrito 'impasible el ademán', los cazurros prosélitos de la camisa azul y el 'cangrejo' bordado canturreaban: 'imposible el ademán'.

Otra copla de corro infantil:

A un capitán sevillano siete hijos le dio Dios
y tuvo la mala suerte que ninguno fue varón.


Es natural, pues no eran siete hijos, sino siete hijas. Si alguna hubiera sido varón hubiera sido un transexual.

Era aquella una época todavía muy respetuosa con los padres, a los que algunos hijos hablábamos de usted (me incluyo porque yo también lo hice durante algún tiempo)
Papá, mamá, ¿quiere usté que vaya
un poquito a la alameda, (bis)
con los hijos de Merino (bis)
que llevan rica merienda?
Al tiempo de merendá (bis)
se perdió la más pequeña.(bis)
Su papá la anda buscando,
calle arriba y calle abajo,
¡dónde la vino a encontrar,
en una sala metida,
hablando con su galán,
diciéndole ‘prenda mía’,
contigo me he de casá
aunque me cueste la vía!
Una paloma volaba
y al volar su pico abría,
ella parecía que hablaba
pero yo no la entendía, etc.

La niña, a pesar de ser “la más pequeña”, se conoce que estaba muy adelantada para su edad, pues ya tenía su galán con el que se veía a escondidas. ¡Qué precocidad!

¡Todo ahora se ve tan lejano, tan irreal!
Un recuerdo agradecido para aquellas niñas piporras que nos hicieron amables y amenas las tardes cuando éramos unos críos, en aquellos duros tiempos de la posguerra.



jueves, marzo 08, 2007

EL FLAMENCO Y EL FOLKLORE







El martes, 6 de marzo, estuvo conferenciando en el Seminario Humanístico de Zafra (filial de la Asociación de Escritores Extremeños) el más Grande de los emeritenses vivos, Félix de nombre. Ya sabéis: el autor sabio de Blanco spirituals o de Los rubáiyátas de Horacio Martín, por no citar más que dos de sus más conocidos títulos poéticos. Su charla amena, interesante, estuvo sazonada de anécdotas personales, de vivencias indelebles de su infancia en Mérida. El auditorio escuchó con atención y con visible interés la voz cálida y profunda del maestro.
No faltó la referencia al flamenco, ese filón de la sabiduría popular que en palabra ya consagrada, aunque extraña, se denomina folklore. Sabiduría condensada en coplas, en sentencias, en refranes. Paremias griegas, adagios latinos, pliegos de cordel, trovas de juglares (con laúd o con guitarra). Tampoco faltó la mención de Paco de Lucía, el gran virtuoso de la guitarra flamenca.
Citó Félix algunas de esas coplas de las que dijo Machado (Manuel)
A todos nos han cantado
en una noche de juerga
coplas que nos han matado…

Coplas que apuntan directo al corazón, esas coplas sabias del folklore, del que dijo el mismo poeta


Es el saber popular
que encierra todo el saber:
que es saber sufrir, amar,
morirse y aborrecer.
Y la copla esta vez decía:
El reloj está en la torre;
el mochuelo, en el olivo;
en mi corazón, la pena:
cada cosa está en su sitio
.



El texto popular encierra una suprema ironía, dando la impresión de que reina un profundo orden y de que existe una gran normalidad, por el hecho de que se comprueba que cada cosa está en su sitio. Pero la paradoja real es que hay algo que está donde no debería estar, pues lo justo, lo ideal y lo deseable es que en el corazón no esté la pena sino la alegría, el contento, la felicidad. Si está la pena, ocupa, sí, un sitio adecuado, pero un sitio donde habitualmente no debiera estar; lo que, en el fondo, constituye un desorden, puesto que, en ese sitio, dentro de un orden ideal, debería estar el gozo, la alegría, la dicha... No la tristeza. La pena está ahí suplantándolos, usurpándoles el puesto.



Un día escuché una de estas canciones que se nos graban en la memoria, porque barruntamos en ellas hondas experiencias dolorosas:
No te deseo más castigo
que el que te acuestes con otro
y estés soñando conmigo.


Aviso y advertencia que el amante comunica a quien le amó y después le sustituyó por otra persona.
Son letras sabias, las de las canciones de este tipo.
Pero hay también letras poco acertadas, a veces tontas o absurdas. Aunque tuvieran, en su momento, un éxito indiscutible. La letra de El emigrante, la famosa canción que popularizó Valderrama, constituye un buen ejemplo de lo que decimos. El emigrante manifiesta su deseo de recordar, durante su ausencia, la blanca dentadura de su amada, convertida en fetiche, en objeto sagrado:
Tengo que hacerme un rosario
con tus dientes de marfil
.

¡No lo dirás en serio! ¿Qué quieres, cariño, que tenga que ponerme dentadura postiza?
El folklore flamenco tiene también una cierta propensión al autobombo, a la presunción. Se piropea a sí mismo, presume, alardea, se ufana. Quizás de ahí proviene lo de ‘flamenquear’.¡Muy flamenco estás tú, niño! Muy infatuado, muy sobre sí. Un pelín más de la cuenta ‘poseídos’, algo endiosados, estos flamencos y flamencas no tienen abuela. Se nota que tienen esa orfandad de nacimiento. Un ejemplo de canciones de este tipo:
No hay majeza ni tronío
que igualen a mi majeza.
De los pies a la cabeza
llevo rumbo y señorío.
¡Que soy del barrio Triana
flamenca como ninguna!
tengo la gracia gitana,
vivo orgullosa de mí…
etc.


Este tipo de autoafirmación presuntuosa es, a mi manera de ver, uno de los puntos flacos del flamenco.
Y, no obstante, en ciertos aspectos, parece consustancial con él.

sábado, marzo 03, 2007

EN BUSCA DEL CONSENSO PERDIDO

Una cosa tengo bien clara en lo que atañe a la concordia entre los españoles, a la normalización de la convivencia entre los mismos, tras la fatal crisis de la unidad que tuvo como resultado el enfrentamiento civil. Y esa cosa es que los perdedores tenían derecho a ser resarcidos, a recibir compensación, siquiera de índole moral, por la parte que se alzó con el poder por medio de las armas. La guerra produjo daños y pérdidas por ambas partes, pero, por la de los vencidos, unos traumas adicionales, algo así como unos daños psicológicos permanentes sobre el “ego” de la conciencia nacional; y ese daño requería ser reparado, en la normalización de la convivencia democrática, a través de una catarsis colectiva que nos preparase para afrontar la nueva situación. Esta puesta a punto requería cierta dosis de paciencia y buena voluntad por parte de tirios y troyanos. Ello pasaba por el reconocimiento de los propios errores por ambas partes, de los excesos y atropellos que por uno y otro lado se cometieron; pero también, y sobre todo, de algo muy especial que consistía (y consiste) en revisar desde la óptica común del planteamiento democrático (con el que se supone implícitamente que estamos todos de acuerdo) lo que de particularmente erróneo e inaceptable tuvo la situación pasada, enjuiciada desde este punto de vista democrático, en el que se supone que existe unanimidad por ambas partes. Claro que esta vía dialéctica conduce, indefectiblemente, a la condena del franquismo, es decir, de la situación superada; y esta condena del franquismo (verdadera prueba del algodón del talante democrático de un partido) a propuesta del partido socialista entonces en la oposición, fue la que en el Parlamento español, en el año 2002, puso al PP contra las cuerdas. Por fortuna, en aquella ocasión el PP no pudo sustraerse a la evidencia y aceptó refrendar la condena democrática del franquismo, acuerdo importante para partir de una base común. Pero, por desgracia, con posterioridad ha dado marcha atrás y ha rehusado, inconsecuentemente, mantener esta condena a nivel internacional en el parlamento europeo. Ahora bien, esto constituye un contrasentido y una ruptura del consenso democrático en un punto vital: no se puede ser demócrata sin el rechazo explícito de lo que fue esencialmente antidemocrático, como lo fue el franquismo. Y no caben subterfugios ni componendas de que puede darse un franquismo evolucionado, converso a la democracia, lo que sería teóricamente el PP. La democracia tiene que rechazar el franquismo, como éste, en su larga andadura, rechazó aquélla: son visceralmente incompatibles. Claro que abjurar del franquismo supone renunciar a las propias raíces, tratándose del PP, y esto requiere una ‘metanoia’, o cambio de criterio mental muy difícil de lograr. Es, por lo demás, obvio que la condena del franquismo conlleva la revisión crítica de sus dogmas políticos y el desmantelamiento de los tópicos con los que justificó su presunta “salvación de España”. Todo lo cual supone para muchos de los adictos a aquel régimen una renuncia intolerable. Que estas reivindicaciones no se plantearon durante la transición, de acuerdo. Importaba entonces más afianzar una democracia valetudinaria, todavía expuesta a sustos como el del 23-F. Pero que la salud democrática de España necesitaba de reparación y catarsis desde la maltrecha izquierda, nadie lo podría negar. Y en ello estamos. ¿Habrá la generosidad suficiente, por parte de la derecha, para hacer estas concesiones que reparen, siquiera en parte, el largo secuestro de la voluntad popular que propició el franquismo?

viernes, marzo 02, 2007

EL INTERNAUTA NO TIENE QUIEN LE ESCRIBA

Parafraseando el conocido título de la novela de García Márquez, se podría decir lo mismo de aquellos que mantienen sus “blogs” abiertos a comentarios (bien que, como en mi caso, condicionados a la aprobación del propio “blogger”) y, sin embargo, nunca, o muy rara vez, reciben comentarios de lectores. Ya recordé, a este propósito, en cierta ocasión, aquellos versos demoledores con que el poeta hispanorromano Marcial fulminaba a un detractor suyo:
Versiculos in me narratur scribere Cinna:
Non scribit cuius carmina nemo legit

(Se dice por ahí que un tal Cinna escribe versillos contra mí:
No escribe aquel cuyos versos nadie lee)


Hubo, en aquella ocasión, un benévolo lector que se aventuró (eso sí, embozado en el anónimo, a escribirme -¡en Latín!- diciéndome, como para darme ánimos, que había alguien que me leía: él) Bueno, algo es algo: alguien NO es nadie. Ya puedo afirmar que escribo porque, al menos, uno me lee.
Hubo, sin embargo, una ocasión en la que al abrir el correo me encontré con la sorpresa de tener, de golpe, nada menos que 68 comentarios a uno de mis artículos, Abrí, con cautela, algunos de ellos, al azar, y me encontré que todos estaban en inglés y que me proponían leer sus propios “blogs”. Desde entonces suelo eliminar sistemáticamente los susodichos comentarios, sin molestarme en abrir las correspondientes misivas.
La verdad es que no me importa demasiado hacer en solitario esta travesía, en la que mi distracción, casi exclusiva, es anotar mis divagaciones en este “cuaderno de bitácora”. A veces escudriño las olas, quizás con la secreta esperanza de ver flotando la botella en la que me llega el mensaje de algún amigo que me necesita.




GUERRAS DE RELIGIÓN

Ahora que reparo en ello, casi todas las llamadas “guerras de religión” que en el mundo han sido han servido de tapadera a otras causas, aparte de las propiamente religiosas. El motivo de la religión ha sido, con frecuencia, un buen pretexto para justificar una guerra,aunque el motivo oculto haya sido otro.
Así, por ejemplo, la guerra contra el turco, que culminó en la batalla de Lepanto (ocasión de la manquedad de Cervantes) y que dio a los cristianos la preponderancia naval en el Mediterráneo, fue una “guerra de religión”. Tal se consideró en aquellos tiempos, y aun en los nuestros. Refiriéndose al Mediterráneo, dijo el poeta Adriano del Valle:
Con naumaquias sacras
se cristianizó.
Lepanto fue una de esas naumaquias. La Guerra Civil española también se pretextó “guerra de religión”, o “guerra santa”, por quienes la “bautizaron” pomposamente como “Cruzada”. Y en nuestros días, la llamada Yihad islámica (quam horroris causa nomino) también es una “guerra de religión”, más bien una “guerrilla” que golpea acá y allá, con sus fanáticos adeptos dispuestos a inmolarse como víctimas, con tal de sembrar el terror. Con golpes espectaculares, a veces, como el de las Torres Gemelas. Siempre habrá kamikazes dispuestos a morir por el emperador, siempre habrá suicidas heroicos, decididos a inmolarse por una causa religiosa. Catecúmenos del fanatismo, persuadidos de antemano de que, con su sacrificio personal, ganarán el Paraíso: “Tantum religio potuit suadere malorum”, como dijo el poeta romano Lucrecio: a tanto mal pudo ser inductora la causa religiosa.
En la Guerra Civil española hubo matones que se dejaron persuadir de que eran el brazo ejecutor de la justicia divina:
– “No te mato yo, te mata Dios” (cuentan que decía un conocido matón de aldea, en uno de estos pagos extremeños) ¿Quién le inculcaría a aquel botarate que su acción homicida era el medio a través del cual se manifestaba la voluntad divina?
Hay cierto tipo de fans que practican lo que los germanos llaman el Todesfanatismus (el fanatismo de la muerte) Hoy son relativamente fáciles de reclutar, sobre todo entre los prosélitos del Islam. Su utilización con fines terroristas está, como sabemos, a la orden del día, sobre todo en los países de Oriente Medio. Y, por lo que se ve, hay bastantes voluntarios de esa religión, dispuestos a inmolarse.
¡Que Dios – o Alá, tanto da– nos libre de ellos!