viernes, febrero 29, 2008

UNA POSIBLE INTERPRETACIÓN DE LA INSCRIPCIÓN LATINA DE MONCLOA

Bueno, pues el caso es que existe una traducción diríamos oficial de esta inscripción. Se puede consultar en Google, pulsando la siguiente dirección:








La traducción es la siguiente: A LAS ARMAS QUE HAN VENCIDO AQUÍ, LA MENTE, QUE VENCERÁ SIEMPRE, HA DEDICADO COMO REGALO ESTE MONUMENTO.
El quid del asunto estaba en el empleo, inusitado, del adverbio latino jugiter. Parece ser que su sentido más aproximado sería incesantemente. Aquí traduce la versión oficial siempre. Aun admitiendo esta versión como la más ajustada a las intenciones del autor de la inscripción, del análisis interpretativo de ésta podemos deducir que:



a) La inteligencia reconoce y aprueba la victoria de las armas.
b) La inteligencia juzga que esa victoria es digna de honores y que, merecida mente, debe ser ensalzada con un monumento.
c) A la victoria de las armas se sumará, en lo sucesivo, para siempre, la victoria de la inteligencia.

Tal vez fue esa la intención del autor de la inscripción. Comoquiera que fuese, lo que no puede negarse es que:
a) La victoria de la inteligencia no coincidió en el tiempo con la victoria
de las armas: quedó rezagada con respecto a la victoria de dichas armas.
b) De donde podemos inferir que las armas vencedoras sólo vencieron, no
convencieron, tal como había predicho Unamuno.
c) La victoria de las armas no fue la victoria de la inteligencia. Una y otra
no servían a la misma causa. Significativamente, la causa vencedora


manifestó en memorable ocasión, en Salamanca, su aversión por la inteligencia, en general, y los intelectuales, en particular.
Por último, podemos afirmar con Lucano que:
La causa vencedora plugo a los dioses; la vencida, a Catón* (Fars. I, 128)
___
* Catón favorecía a la causa de la República, la causa de los vencidos.
La causa vencedora fue, en su tiempo como en el nuestro, la dictadura.


Con el tiempo, sin embargo, la causa vencedora sería la democracia.

sábado, febrero 23, 2008

¿Una inscripción con mensaje cifrado?

Entre los monumentos del franquismo que están llamados a perdurar (sin que existan amenazas fundadas de que la llamada Memoria Histórica solicite su demolición) está el llamado Arco de la Victoria, en la Moncloa de Madrid. En la década de los 60, cuando yo iba a la capital para examinarme por libre en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Complutense, tuve que pasar, en muchas ocasiones, a pie o en autobús, junto a este monumento. Y, en más de una, me detuve a leer la inscripción latina que señala la dedicatoria por la que se justifica la ciclópea construcción. Dice textualmente:



ARMIS HIC VICTRICIBVS
MENS JVGITER VICTVRA
MONVMENTVM HOC
D.D.D.
(A las armas aquí vencedoras, la inteligencia, que conjuntamente ha de vencer, este monumento (D)a, (D)ona, (D)edica)



A simple vista, el texto no parece desentonar en absoluto con la grandiosidad del monumento. Pero, cuando se intenta ahondar en el sentido profundo del mismo, advertimos cierto desajuste inquietante, revelador de contradicciones entre los dos elementos que tradicionalmente, en literatura, han sido objeto de contraste y oposición, a saber, las armas y las letras. Y no deja de ser llamativo que, mientras se reconoce paladinamente la victoria de las armas, se remita al futuro el triunfo de la inteligencia (MENS), que parece que debería ser coetáneo con el triunfo de las armas. El adverbio JVGITER (conjuntamente) parece sugerir que ambos triunfos debieran ir parejos; pero la realidad es que el participio VICTURA (referido, evidentemente, a MENS) pospone la victoria de la inteligencia, que llegará, sí, pero que, por lo pronto, aún está por venir.
Tal parece ser la mente del autor de la inscripción. ¿Quién sería el sutil ingenio que ideó de la sibilina frase? En alguna ocasión he pensado que bien pudiera ser Antonio Tovar el que redactara la inscripción. El gran lingüista que sirvió de intérprete al Caudillo en el famoso encuentro que éste tuvo con Hitler en Hendaya. No sabemos, a ciencia cierta, quién redactó la inscripción exaltando la victoria franquista, ni si le traicionó el subconsciente o fue intencionado su desglose de las dos victorias presuntamente exaltadas en el monumento; una, la de las armas, ya realizada; la otra, la de la inteligencia, aún por realizar.
Ese triunfo, presentido, de la inteligencia, sirve para desmarcarlo del triunfo de las armas y está en perfecta consonancia lógica con el unamuniano “venceréis, pero no convenceréis”. Inevitablemente, tenemos que recordar el episodio de Salamanca, en el que el energúmeno de Millán Astray gritó "¡Muera la inteligencia!", lo que provocó la valiente y acertada réplica de Unamuno. Pues, como sutilmente se reconoce en la inscripción, las armas han vencido; pero la inteligencia, no. Y es ésta, la inteligencia, la que reconoce la victoria de su competidora y rival, la fuerza.
Pues, por una vez más, la fuerza de la razón procura desmarcarse aquí de la razón de la fuerza.

Libertad de opinión

Las opiniones apologéticas sobre el franquismo, en la nueva línea que la emisora de los obispos viene fomentando, tienen generosa acogida en las páginas de opinión de nuestro periódico regional HOY que, en este sentido, a partir especialmente de sus más recientes directores (exceptuamos al siempre recordado Teresiano, más ecuánime en este punto, a nuestro modo de ver ) parecen dar cancha, con cierta predilección, a determinadas ideas que, con la mayoría de edad de la democracia, creíamos definitivamente superadas. Sendos artículos de opinión publicados en el citado diario (16-02-2008) y firmados, respectivamente, por Antonio Antúnez Trigo y Francisco Pilo Ortiz, están en línea con ese discurso apologético al que aludíamos al comienzo de este artículo.
En el primero de estos escritos (“El hombre que nunca existió”) su autor apela al recurso de la ironía, simulando adherirse a la iniciativa que trata de borrar el nombre de Franco y sus efigies de los muchos lugares, instituciones y emplazamientos en los que dicho nombre se prodigó por toda la geografía española. Pero, claro, consecuentemente, aduce que habrá que eliminar también lo positivo que aportó a Extremadura. Así los pantanos y las tierras de regadío que, por iniciativa del Caudillo, se pusieron en marcha en los varios “planes” que tuvo el personaje en otras tantas regiones de España. Es de recordar, a este propósito, el ingenioso chiste que circuló sobre estos planes en el XXV aniversario de la terminación de la guerra. La señora del Caudillo habría solicitado del Papa el divorcio, y el Santo Padre se habría mostrado extrañado de que un matrimonio tan católico hubiera tomado esa decisión. Al preguntar el Papa cuál era la causa grave para solicitar la separación, doña Carmen Polo habría contestado:
__ Es que, Santidad, mi marido tiene un plan en Badajoz, otro en Jaén, otro en Zaragoza. Y hace 25 años que está liado con la Victoria y no la suelta.
El Sr. Antúnez Trigo termina su irónico alegato apuntando que, “al menos para algunos”, Franco fue un hombre “que nunca existió”.
Por suerte o por desgracia (según se mire) existió. Pero sus merecimientos históricos no estuvieron a la altura de los honores que se le tributaron. Su poder lo obtuvo por un golpe de Estado y ejerció una dictadura represiva sobre el país durante casi cuarenta años. El apelativo “del Caudillo”, que numerosas poblaciones se vieron obligadas a soportar, se fue suprimiendo, empezando por el nombre de la propia ciudad natal del dictador, El Ferrol, que, tan pronto como pudo, se sacudió el tristemente célebre sobrenombre.
En cuanto a los alegatos del Sr. Pilo, son subsidiarios de las conocidas tesis de su casi homónimo, Pío Moa. Según Pilo, “Yagüe fue un militar que sirvió a la República” y que, junto con Franco, “fueron utilizados por ésta para luchar contra el PSOE, en el golpe de Estado que este partido llevó a cabo en 1934…” En cuanto a Mola, parece que fue el más dispuesto a sublevarse contra la República, por lo de la “sanjurjada”, pero después colaboraría, junto a Franco y Yagüe, en sofocar el “golpe de Estado de 1934”; que, por lo visto, fue el precursor del posterior golpe definitivo contra la República, en 1936, en el que los tres personajes intervinieron activamente en liquidar la democracia (Mola no tuvo tiempo, aunque dejó bien claro, desde el primer momento, cuál era su línea de acción: implantar el terror)
Peregrino, el discurso del Sr. Pilo. Porque han de saber ustedes que el PSOE, en 1934, intentó acabar con la República, implantando una dictadura de la izquierda. Y a este maquiavélico plan se opuso la democracia de la derecha, levantándose en pie de guerra con un golpe de Estado como Dios manda, por las armas, viéndose forzada, muy a su pesar, a implantar una dictadura. Yagüe y sus conmilitones no tuvieron más remedio que cargarse a todos los sospechosos de poder organizar en el futuro otro golpe de Estado como el de 1934. Eso es ser patriotas de pro.

viernes, febrero 15, 2008

Castelao, gallego de la diáspora

Murió en Buenos Aires, hace ahora 58 años. Ciertamente reconocido, agasajado y bien acogido en su patria de adopción, tanto por el paisanaje de procedencia gallega como por el resto de la población cosmopolita de la ciudad porteña. Antes había tenido que sufrir el exilio interior (fue deportado a Badajoz en 1934) y vivir fuera de su Galicia natal, hasta su recalado definitivo en la capital bonaerense, en 1940, con una estancia en París (1946-7) como representante del gobierno republicano en el exilio.

Sus restos reposan actualmente en Santiago de Compostela, en el panteón de gallegos ilustres. La foto de su sepultura podemos verla en el blog de José María Lama, “Las piedras del río”, correspondiente a la fecha


http://josemarialama.blogspot.com/2007/12/castelao.html
Castelao es una de las figuras más representativas de la cultura gallega. Dotado del fino humor característico de las gentes de su tierra, destacó especialmente en el terreno del dibujo y la caricatura.

Cultivó el género narrativo y el ensayístico, en lo literario, pero, sin duda, es en el terreno de las artes plásticas (la pintura y el dibujo) donde su genio brilla a mayor altura.

Sus colecciones de estampas tituladas Galicia mártir y Atila en Galicia constituyen un formidable documento gráfico de la represión que la sublevación franquista llevó a cabo en su propia tierra. Se comprende que durante toda la larga etapa de la dictadura el nombre de Castelao estuviese especialmente proscrito en Galicia: sus libros y sus dibujos constituían la más eficaz denuncia de la barbarie con que esa dictadura aplicó la represión en todas las tierras de España.

Esas estampas de la persecución política en Galicia son impactantes, sobrecogedoras. No sólo es el dramatismo de las escenas que pinta, sino que los títulos elegidos para cada una de esas escenas añaden una carga afectiva a cada estampa: así la que representa unos niños ante el cadáver de su maestro asesinado, lleva por leyenda “a derradeira lección do mestre” (la última lección del maestro); otra que nos muestra a una mujer arrodillada ante un ‘cruceiro’ lleva el siguiente pie: “queiman, rouban, asesinan no teu nome!” (¡queman, roban y asesinan en tu nombre!); el tema de la mujer violada junto al cadáver del marido se repite al menos en dos ocasiones. En una, se ve a una mujer en el suelo, con signos de haber sido violentada, y el cadáver del esposo atado al tronco de un árbol. El pie del dibujo dice: “Todo pol-a Patria, a relixión e a familia”.El fondo del dibujo lo constituye el pelotón de fusilamiento, alejándose entre el boscaje, una vez realizada su tarea. En otra estampa con el mismo motivo, la mujer violada está en pie, con desgarraduras en el vestido; en el suelo yace el cadáver del marido, del que sólo se le ven los pies. El texto que acompaña al dibujo es el del grito desesperado de la mujer: “¡Cobardes, asesinos!”. En la pared de la habitación los facinerosos han dejado una pintada: “¡Arriba España!”.
Castelao ha descrito vigorosamente las páginas más negras del franquismo en Galicia.



martes, febrero 05, 2008

La derecha como opción democrática






De cara a las próximas elecciones la derecha, como opción democrática, tendría más oportunidades (‘chances’, se diría también, con palabra extranjera de significado bien conocido) si de una vez por todas entendiera que debería enterrar su pasado franquista y se atreviera resueltamente a condenar la dictadura. Aquello que una fecha memorable, por capicúa, pero también por estar pregnante (es decir, preñada) de un trascendente simbolismo histórico, como fue la fecha del 20-N-02, ocurrió en el Parlamento español, cuando se condenó por unanimidad la Dictadura (toda dictadura y, por ende, la de Franco, la más ominosa, la más negra, la más nefasta de las dictaduras del siglo XX en España) Aquel día el PP ganó credibilidad democrática, aunque fuese un poco por carambola. Porque condenó con la boca chica y a regañadientes. La condena de la Dictadura y, consecuentemente, del franquismo, la forzó el PSOE, en la oposición por aquel entonces. El PSOE puso aquel día a parir al PP, entre la espada y la pared del sinsentido democrático, ante la incompatibilidad dialéctica “dictadura/democracia”. Aquel día la democracia, como las parturientas, salía de cuentas. La condena de la Dictadura (que debió ser gemela con el nacimiento de la Democracia) fue extraída con forceps, como en los partos difíciles. Pero hubo condena y, con ella, el PP adquirió en esa fecha su cuota de credibilidad democrática.
Lástima que años después (5 de julio de 2006) el Sr. Mayor Oreja lo echara todo a perder en el Parlamento europeo, negándose a refrendar la condena del franquismo. En esa tesitura continúa el PP y esa tesitura le resta credibilidad democrática.
Por esta vez, rectificar no fue de sabios, sino de zotes empedernidos. Lo sentimos, Sr. Mayor Oreja, pero hizo usted ese día un flaco favor a su partido en el terreno de la credibilidad democrática.
Fíjese que no se les pide que pongan al Caudillo de vuelta y media. O que le dediquen insultos tan viscerales y carpetovetónicos como el que le dedica cierto personaje de la novela autobiográfica La costumbre de vivir, de José Manuel Caballero Bonald. No hace falta llegar tan lejos. Con admitir que se cometió delito de lesa patria en el llamado Alzamiento Nacional, que se reprimió a mansalva a seres inocentes, que se secuestró la libertad y los derechos cívicos durante casi 40 años, que se manejó una propaganda descarada que monopolizó el patriotismo…etc. ya sería suficiente.
No, señores. Por ese camino se cierra el paso a la democracia. Es de lamentar, créanme, que ustedes parezcan no entenderlo.
Les va a costar unas cuantas legislaturas más, a ese paso, ganar las elecciones.
Sean sensatos y háganme caso. Posiblemente, por esa vía que me atrevo a sugerirles, incluso yo sería capaz de cambiar mi intención de voto.

viernes, febrero 01, 2008

ACEUCHAL NO FUE UNA EXCEPCIÓN

Desde luego, Aceuchal no constituye una excepción en el método represivo que la reacción fascista generalizó en todas aquellas zonas de la península sobre las que impuso su dominio con relativa facilidad y donde apenas halló resistencia. Situado en las cercanías de la ruta seguida por los Yagüe, los Castejón y demás golpistas, los destacamentos militares de los sublevados no tuvieron necesidad de personarse en estas zonas aledañas a su recorrido que, por lo demás, sabían suficientemente controladas por los paramilitares armados de la derecha, con los que mantendrían comunicación en todo momento.
Lo que allí ocurrió hace ahora 71 años fue, más o menos, lo que ocurrió en tantos y tantos pueblos de España por aquellos días. Se tergiversaron las verdaderas intenciones de la República, que aspiraba a implantar un sistema de gobierno más justo y solidario en lo social, y se hizo fracasar el proyecto, presentándolo como un plan para la desintegración de España, fomentado por un presunto enemigo exterior: el Comunismo de procedencia soviética.
Una parte del Ejército (institución pública a la que se suele confiar la misión de defender a la patria contra agresiones exteriores) se solidarizó con esta visión deforme de la realidad y decidió alzarse en armas contra la parte más débil, aunque más numerosa, que había expresado inequívocamente su voluntad a través de las urnas. Se demonizaron las reivindicaciones proletarias, identificándolas con el desorden, el ateísmo y la venta de la patria a potencias extranjeras. La Iglesia y el estamento religioso se consideraron las víctimas principales de ese presunto caos social que supuso la República, por lo que su causa se sumó a la causa que defendían los ricos, los otros perjudicados en sus intereses económicos. Dios y la Patria forman, a partir de ahí, una dualidad oportunista y artificiosa, en la que Dios representa los intereses de la Iglesia y, la Patria, los intereses de los ricos. Los jerarcas eclesiásticos bendicen el llamado Alzamiento Nacional como una Cruzada y exaltan la figura del Caudillo como hombre providencial y salvador de la Patria... Todo lo demás, ya se sabe.
El exterminio del elemento popular de la República (el Frente Popular) se justifica por la amenaza que supone para la conservación de esos pilares básicos que son la religión (Católica, por supuesto) y la Patria (patrimonio) En Extremadura, las izquierdas resignaron de inmediato el poder local (¿con qué medios lo iban a defender?) y las derechas asumieron ese mando. A medida que avanzaban las tropas rebeldes por la Vía de la Plata, esta presencia militar, o su mera proximidad, justificaba las actuaciones ilegales de la derecha, en el sentido de prender, encarcelar y asesinar a quienes se hubieran señalado como afectos a la República. La estrategia militar, en coordinación con las organizaciones paramilitares de “los suyos”, confió la retaguardia a esos paramilitares, quienes procuraron deshacerse cómodamente del enemigo; aunque, eso sí, cuidando muy mucho de contabilizar esas ejecuciones en el capítulo de los “hechos de guerra”.Este esquema es repetitivo y, desde luego, no es privativo de Aceuchal. Era lo que ocurría en la mayor parte de las poblaciones rurales de España.
De modo que, hasta ahí, todo normal. La culpa fue de la guerra. Ya se sabe, la guerra es una situación excepcional, anómala, mala, en la que ocurren cosas horribles, muertes de seres inocentes, sobre todo. A veces, un mal necesario para que se restablezca el bien. Por más que, ya nos enseñaban los curas en el Seminario que non sunt facienda mala ut eveniant bona (no hay que hacer el mal para obtener como resultado el bien) Pero esto es una regla y, como se sabe, todas las reglas tienen su excepción. Hay guerras “santas” y una de ellas, por lo visto, fue la guerra civil española. El estamento eclesiástico la santificó llamándola “Cruzada”. Había dos cosas que eran sagradas y que había que defender a toda costa: la religión (católica, por supuesto) y la propiedad privada. Ambas estaban en peligro. Razones más que suficientes para justificar una guerra.
Las poblaciones extremeñas quedaron a merced de los elementos de la derecha, autorizada por el mando rebelde, del que recibían licencia para matar. Licencia que, en ocasiones, podría venir investida de mandato, de orden inapelable, según los informes que del presunto culpable diesen los enlaces locales.
Lo de las cruces de los caídos (“por Dios y por España”) fue el Leitmotiv de la propaganda del régimen, empeñado, desde luego, en cohonestar el delito de rebeldía y de alta traición, que fue el Alzamiento, justificándolo como una acción protectora de la Iglesia y conservadora de los valores patrios. El sofisma era que todos los caídos del franquismo habían caído “por Dios y por España”, tanto los religiosos como los civiles. Y esos caídos se habían dado en todas las poblaciones españolas y, por tanto, en todas había que levantar un monumento, la Cruz de los Caídos, y relacionar nominalmente los nombres de esas presuntas víctimas en los muros de las iglesias.
El aparato de la propaganda franquista pretendía demostrar que ellos, los afectos a la causa noble, habían recibido un daño proporcional al que habían causado con sus represiones, con el mérito añadido de que sus muertos lo habían sido por patriotismo y religiosidad y, los del bando contrario, por traición. Eran los muertos “sin honor y sin recuerdo”, de los que hablaba Foxá, refiriéndose a los paseados que cayeron en Madrid a manos de los facinerosos de las Brigadas del Amanecer. Pero muertos “sin honor y sin recuerdo” hubo desproporcionadamente muchos más del lado contrario. Sin honor y sin recuerdo (al menos, oficial) durante cuarenta años o más.
No, Aceuchal no es una excepción. Fue una víctima más, en el corazón de la Tierra de Barros, entre aquellos que soñaron con unas mejores condiciones de vida para ellos y sus conciudadanos.