jueves, junio 28, 2007

Obispos: ¿dictadura o democracia?

Un reciente artículo publicado en El País (2007-26-06) por el catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Zaragoza, Julián Casanova, expone con claridad meridiana la alianza de intereses que se estableció, desde el inicio mismo del llamado Alzamiento Nacional, entre la jerarquía eclesiástica y la jerarquía militar, con la consiguiente demonización de la causa republicana, identificada con el ateísmo y la persecución religiosa. Esta alianza perseguía, como objetivo principal, la justificación del genocidio franquista, elevado al rango de “cruzada” por esa misma jerarquía religiosa. Ese fue el origen de la mentira fundamental sobre la que se basó todo el tinglado del Alzamiento: canonización de mártires del lado de los sublevados y damnatio memoriae (condena de la memoria) para los réprobos caídos del otro lado, identificando la causa política y la religiosa en un frente común que ungía de santidad ambas causas, de manera que, aun las víctimas civiles del bando que representaban los rebeldes eran “caídos por Dios” y, recíprocamente, las víctimas religiosas eran “caídos por España”. Y, unos y otros, por ambas causas. Primera apropiación indebida del patriotismo, por demás abusiva y falaz.
La “causa victrix”, la causa vencedora, comenzó a serlo por obra de la mentira, basada sobre todo en esa interesada confusión que, por un lado, identificaba la causa republicana (la que resultaría ser, a la postre, la “causa victa”, la causa de los vencidos) como responsable de la persecución religiosa, algo que fue siempre una circunstancia accesoria, es decir, no consustancial a la causa republicana. Fue la mentira interesada la que alimentó este mito, explotándolo a su favor, en descrédito de la república.
La mentira fue, desde luego, el arma de guerra más eficaz del franquismo, y su mejor exponente lo constituyeron las soflamas faramalleras de Queipo de Llano, pero también esas consignas y eslóganes, imbuidos de falsedad, como el repetido ‘ad nauseam’ de “Por Dios y por España”.
Mentira también y añagaza propia del régimen franquista, siempre con el beneplácito eclesiástico, fueron las listas amañadas de esos presuntos "caídos", que figuraron en su día en los muros de las iglesias de todos, o casi todos, los pueblos de la nación. Incluidos, desde luego, aquellos en los que no hubo ni un solo muerto de la parte del bando vencedor. Así ocurrió en mi pueblo y en tantos otros en los que no mataron a nadie de derechas. ¿Cómo se confeccionaron aquellas listas, de 15 ó 20 caídos por cada pueblo, unas personas que nadie, o casi nadie, conocía?
En mi pueblo, Aceuchal, pudo leerse durante algunos años, en el muro que da a la Cruz de los Caídos, la correspondiente lista: era la que pretendía borrar de la conciencia ciudadana la otra lista de caídos locales, esos que en el pueblo todos conocían, los muertos “sin honor y sin recuerdo” que diría el falangista (falso falangista) Foxá.
Y todavía pretenden que no siga adelante esa proyectada Ley de la Memoria Histórica. Una ley que muchos llevamos escrita (lo queramos o no) en el propio corazón.

martes, junio 26, 2007

El evangelio según El Roto

Una reciente viñeta de El Roto, publicada en El País (23-06-2007) ha suscitado un breve pero sustancioso comentario de José Mª Lama en su blog Toledanismo lo que, a su vez, ha generado, hasta el momento, una docena de comentarios, sin contar éste que ahora le dedico.
Veamos: si no he entendido mal, los señores obispos no ven con buenos ojos que se introduzca una asignatura, por recomendación estatal, que se propone como objetivo principal la educación para la ciudadanía. Incluso este mismo puede ser el nombre de la asignatura, con sólo poner el título con las iniciales mayúsculas.

¿Qué es lo que no les gusta a los pastores eclesiásticos del mero enunciado de la asignatura en cuestión? Porque los términos 'educación' y 'ciudadanía' no pueden ser, en principio, más ortodoxos y ajustados a derecho. ¿Qué les inquieta, qué les solivianta y encocora hasta el extremo de recomendar la desobediencia civil a sus dirigidos? ¿Es, acaso, malo o inconveniente educar con vistas a hacer del educando un buen 'ciudadano'? No simplemente ‘buena persona’, sino una persona capaz de asumir sus derechos y deberes cívicos, los que le corresponden como miembro integrante de una sociedad, beneficiario y co-responsable de ese bien común que a través de ella puede obtenerse.
La verdad es que no lo entiendo. Me gustaría que me razonaran los motivos que alegan para rechazar que los alumnos sean instruidos en las 'normas de la convivencia democrática'. Porque eso es una aspiración legítima de la democracia y de los demócratas: la aspiración a perpetuarse en su propia legitimidad civil.
Pero, claro, educarse en los principios democráticos conlleva la aceptación de ciertos corolarios como el de la libertad religiosa, la a-confesionalidad del Estado de derecho y cosas así. Y esto supone unos ciertos inconvenientes para el mantenimiento del 'statu quo' católico. De ahí a perder influencia y poder no hay más que un paso. Creo que estoy a punto de entenderlo.
Por lo demás, entiendo que la denostada (aun en mantillas) asignatura sea reconocida como 'hermana' de la fenecida Formación en el Espíritu Nacional. Eso sí, hermana legítima, pues la bastarda sería, en todo caso, la que nació contra todo derecho democrático, como consecuencia de un golpe de Estado.

lunes, junio 25, 2007

El humor escatológico en Miguel Hernández

Es sabido que el término ‘escatológico’ tiene, en castellano, una doble acepción, según se considere emparentado con sendos términos griegos de distinta etimología. Estos términos son, respectivamente, “esjatós” (último) y ‘skatos’ (gen. sing. de skwr = excremento) De ahí que, según el contexto, unas veces se refiere a lo que llamamos “postrimerías” (o ‘ultimidades’) y, otras, a los asuntos que tienen que ver con la micción o la defecación. Es lo que, con sendos eufemismos, se suele llamar también ‘hacer aguas menores’, o ‘ mayores’ (mi amigo Paco Sánchez abreviaba diciendo, según el caso, ‘mayorear’ o ‘minorear’)

El Miguel Hernández que aspiraba a darse a conocer en los círculos literarios del Madrid de los años 30, pretendía demostrar, sobre todo, que estaba en posesión de una técnica literaria y no era, como algunos pudieran suponer, un patán con el pelo de la dehesa. Para ello hizo, con su primer libro publicado, Perito en lunas, una demostración práctica de que podía manejar con soltura los recursos literarios y de que era capaz, con maestría singular, de “eludir el nombre cotidiano de las cosas”, según cierta definición provisional de la poesía que me parece atribuida a Ortega y Gasset.

El presunto rabadán se pitorreaba muy finamente de las aficiones gongorinas de la generación del 27 y simulaba participar de aquellos entusiasmos, imitando paródicamente al poeta cordobés. Fueron pocos los que descubrieron que, en el caso de Miguel Hernández, la imitación de Góngora más bien se encuadraba en el género paródico.

De las octavas de Perito en lunas son de tema escatológico la XII y la XXX, referidas a la defecación. No se incluyeron en este libro otras composiciones sobre el mismo tema, como las que corresponden a los números 22 y 33 de los POEMAS SUELTOS II, (O.C.t. I, Espasa-Calpe, pp.273-87)

Vamos a recordar aquí la XXX de Perito en lunas, titulada “Retrete”, y la 22, de las octavas que no fueron incluidas en el libro anterior. Dice la primera de ellas:

Aquella de la cuenca luna monda
sólo habéis de eclipsarla por completo
donde vuestra existencia más se ahonda,
desde el lugar preciso y recoleto.
¡Pero, bajad los ojos con respeto
cuando la descubráis, quieta y redonda!
Pareja, para instar serpientes, luna,
al fin, tal vez la Virgen tiene una.

Por supuesto, la ‘cuenca luna monda’ es la taza del inodoro. Y el ‘eclipse’ de esta luna ocurre cuando nos sentamos sobre ella. El subsiguiente respeto que se nos recomienda se explica por la analogía que existe entre ciertos cuadros que representaban a la Inmaculada (algunos de ellos pintados por Murillo) debajo de cuyos pies aparece la luna menguante y la diabólica serpiente. La analogía se da por la semejanza de la taza del WC con esa luna y la de la serpiente con las heces.

La otra décima escatológica es la 22 y dice:
Ciñe ajorcas la enagua de puntillas
a los tobillos. Andan viento en popa
y en un motín de rosas las mejillas
últimas desde dentro de la ropa.
Silban sierpes y bajan amarillas,
pero delgadas, asias sobre Europa;
mientras el más que opuesto bello lado
bate palmas de oro limonado.

La mención de las ‘enaguas’ nos indica que se trata de una mujer. Una mujer sentada sobre el inodoro y ocupada en evacuar vientre y vejiga. Son fácilmente deducibles los significados de las expresiones jocosas ‘viento en popa’ y la amarilla orina (‘asias’) descendiendo hacia ‘Europa’ (la taza del WC) Las 'últimas mejillas' son las posaderas rosadas ('un motín de rosas') Y el trasero es ‘el más que opuesto, bello lado’. Su actividad aquí consiste en…'batir palmas' (bisemia, pero aquí no es tocar las palmas, sino algo que recuerda lo que hacen los orífices con los panes de oro)




Miguel se divertía haciendo estéticamente soportable lo antipoético por antonomasia: la descripción de las necesidades corporales. La trasmutación poética era una especie de alquimia que le ayudaba, mediante el humor escatológico, a transformar la realidad desagradable.




lunes, junio 18, 2007

¿La arruga es bella?

(*) Desde el campo de la moda hubo quien, hace años, trató de reivindicar la vejez a través de su faceta convencionalmente menos promocionable: la faceta estética. Y fue entonces cuando se puso en circulación ese eslogan que, contra la opinión general, considera que la arruga es bella. Afirmación desmentida, a cada paso, por el empeño que todo el mundo pone en disimular, por todos los medios que la cosmética pone a nuestro alcance, esa inequívoca señal del envejecimiento que es la arruga, tan pronto como aparece en nuestra piel. El horror hacia la arruga no es, desde luego, privativo del sexo femenino; por más que sí puede decirse que ha sido la mujer quien ha puesto, desde siempre, el mayor empeño en combatir más resueltamente esa contrariedad que denuncia en el rostro el paso del tiempo. Para el ser humano que cifraba el éxito o el fracaso de su vida en agradar al varón, esa señal precursora de la vejez debía alcanzar proporciones de tragedia. De ahí la importancia que la cosmética tuvo siempre, desde antiguo, en el mundo femenino. Por supuesto, también hubo varones coquetos en la antigüedad. Pero constituían la excepción frente a la regla, que suponía a la mujer la interesada, por antonomasia, en el cuidado y acicalamiento de su persona. Ovidio se refiere exclusivamente a las mujeres cuando compone su breve formulario de consejos cosméticos Medicamina faciei femineae (“Cuidados del rostro femenino”) obra que probablemente el autor dejó inconclusa, o bien concibió como de una extensión mayor de la que en la actualidad conocemos (100 versos solamente) Habla ya Ovidio, en este texto, de las arrugas que con la edad pueden aparecer en el rostro femenino y, en plan moralista, comienza peraltando la belleza moral sobre la belleza física, ya que ésta termina, indefectiblemente, arruinándose con la edad:

Certus amor morum est: formam populabitur aetas (v. 45)
( lo seguro es enamorarse de las cualidades morales: la belleza física la arruinará el tiempo)

Con respecto a las arrugas y las manchas del rostro ofrece ya algunos remedios específicos, aportando algunas curiosas recetas cuyos ingredientes especifica detalladamente (vv. 51-66)

De la eficacia de estas recetas no duda en afirmar que la mujer que las utilice tendrá la piel de su rostro “más tersa que la superficie de su propio espejo”:

Quaecumque afficiet tali medicamine vultum
fulgebit speculo levior ipsa suo
(vv. 67-68)

No encontramos, sin embargo, en el breve tratado de cosmética ovidiano, mención alguna de otros remedios empleados en la corrección de las arrugas.

Así, por ejemplo, el que se refiere a la famosa “baba de caracol”, que últimamente hemos visto promocionar mediante la publicidad televisiva. Parece que ya se usaba en la antigüedad como regenerador dermatológico y en este sentido ya lo cita Plinio el Viejo en su Historia Natural (30. 136) Este mismo autor hace referencia a otro de los más nombrados entre los productos antiarrugas que se empleaban en la antigüedad. Se trata de la famosa leche de burra, uno de los cosméticos más acreditados de la época antigua, especialmente por la publicidad que le hicieron algunas de las más célebres bellezas de aquel tiempo, como Cleopatra y Popea. Ya el autor citado anteriormente se refiere en la misma obra (28.183.3-5) a la esposa de Nerón y a su toilette favorita para mantener la piel tersa y bien hidratada: los famosos baños en leche de burra, lo que suponía el mantenimiento de un considerable número de estos animales, a fin de asegurar el suministro del cosmético. Pues, como dice Plinio, “era creencia común que la piel del rostro perdía sus arrugas y se rejuvenecía en su blancura con la leche de burra” (Cutem in facie erugari et tenerescere candore lacte asinino putant…) Tenemos, pues, rescatados, gracias al testimonio de Plinio, dos de los más famosos cosméticos de la antigüedad en el tratamiento de las arrugas: el “lacte asinino” y la “coclearum saliva”, o sea, la leche de burra y la baba de caracol. Junto a estos remedios de la farmacopea primitiva existirían, probablemente, los remedios quirúrgicos, más o menos rudimentarios, para el restiramiento y “planchado” de la piel, lo que hoy se conoce en la cirugía estética con el nombre de lifting. Desde luego, la cirugía estética estaba bastante más adelantada de lo que pudiera creerse en nuestra época, particularmente en lo que se refiere a la odontología. Sabemos por algunos autores latinos, como Marcial, que ya se implantaban dentaduras completas en aquella época. Así, la razón por la que Thais tenía dientes negruzcos, mientras que Lecania los tenía blancos, era que los de aquélla eran suyos naturales y los de ésta última eran comprados (Ep.5.43) En fin, el mantenimiento de la belleza, tanto en el hombre como en la mujer, exigía cuidados costosos y, a veces, sacrificios y molestias. Y, ocasionalmente, alguna que otra práctica repelente. Así el célebre Egnacio, ridiculizado por Catulo, poseía una blanca dentadura y, para lucirla, sonreía, sin venir a cuento, a todas horas. Catulo recuerda que el tal Egnacio es español (“Celtiber”, dice) y que en Celtiberia existe la costumbre de restregarse los dientes y las encías con la orina que cada cual expele cada mañana. De modo que “mientras más lustrados reluzcan tus dientes, es señal de que más los has bañado en orina”.


(*) Secuencia del baño de Popea, según la película de Cecil B. de Mille, El signo de la cruz. El papel de Popea lo encarnó, en esta película, la actriz Claudette Colbert.

viernes, junio 15, 2007

Provisionalidad

Repasando lo escrito hasta hoy en este blog y enmendando algún que otro error, no advertido hasta el momento, me doy cuenta de algo que, en principio, parece resultar característico de toda obra humana, por perfecta que pueda parecernos, y es lo que, en el presente caso, voy a llamar la provisionalidad del texto. El linotipista que se precie aspira a conseguir un texto libre de erratas. Y el escritor, por su parte, un texto libre de errores. En el caso del blogger, el escritor y el linotipista son, por lo general, la misma persona. Y sus erratas vienen a coincidir con sus errores.
Tengo que reconocer, pues, el carácter provisional de los escritos que componen este blog. Ya he advertido alguna vez que los someto a periódicas revisiones y que, cuando lo hago, suelo descubrir alguna nueva incorrección que inmediatamente procuro subsanar.
Por lo demás, nunca he estado completamente de acuerdo con aquello de Juan Ramón Jiménez aconsejando dejar intacto el poema a partir de un cierto número de correcciones:
¡No lo toques ya más,
que así es la rosa!


Creo que el poema y, en general, la obra escrita, debe dejarse abierta a la posibilidad de nuevas correcciones.
Recientemente he corregido el texto de la cita de Descartes que inserté en estas páginas (véase el artículo titulado “¡Ah, los matemáticos!”) Había tomado la cita de un viejo manual de Filosofía, transcribiéndola de memoria, sin comprobar la correcta ortografía francesa. Pues bien, fue una imprudencia por mi parte no hacer esta comprobación, pues hubo acentos mal colocados (circunflejos, agudos, graves…)
Sobre los textos latinos procuro (me va en ello mi profesionalidad como ex–docente de esta disciplina) ejercer la más estricta vigilancia. En el verso, particularmente, suelo mirar con lupa las cantidades y las conexiones sintácticas. Aun poniendo todo el cuidado, sé que algún desliz puede pasar inadvertido. Soy consciente de que el Latín no es mi lengua materna, pese a serlo del español, como suele admitirse convencionalmente.
Por todo ello quiero prevenir al lector de que no tengo inconveniente en admitir la provisionalidad de los textos que aquí se incluyen.
Es la única forma que se me ocurre de curarme en salud para no defraudarlo.
Tómese como una leal advertencia y que, al menos, el posible lector recuerde que le he prevenido. Repito, una vez más, lo dicho en alguna ocasión a este respecto: El que avisa no es traidor.