Ya he contado aquí en otra ocasión (11-7-2010) a cuál de las dos fuentes de Arias Montano me refiero, la de Buitrago del Lozoya, en Madrid, o la de Aracena, junto a la llamada Peña de Arias Montano, en la sierra de Huelva. Siempre se creyó que las estrofas sáficas latinas que el biblista de Fregenal compuso se referían a esta última fuente. Hubo que padecer algunas equivocaciones, tanto en la adecuada transcripción del poema montaniano, como en la gratuita suposición de que la celebrada fuente era la de la Peña de Aracena.
Hasta que el doctor Don José María Maestre y, posiblemente, su maestro Don Juan Gil, tomaron cartas en el asunto y se pudieron aclarar, por fin, los varios enigmas que encerraba la oda “ Pro incolumitate fontis Ariae Montani”.
El primero fue el de recuperar para el santoral el nombre de un santo descatalogado que figura en la segunda estrofa de la oda. Se trata de San Audito, santo del que “numquam audivimus” (o sea, más bien, San Inaudito). Este santo tuvo su correspondiente monasterio, durante la época medieval, en Buitrago, en la provincia de Madrid. Cuando ya sus frailes se aburrieron y se marcharon de allí, el edificio fue adquirido por el Cardenal Cisneros, para utilizarlo como residencia de verano de los estudiantes de Alcalá. Un Montano bastante joven residió allí como estudiante y durante ese tiempo, aprovechando los ratos libres, pudo excavar una fuente y componer unos versos en latín, pidiéndole a la Virgen protección para esa fuente, que él mismo había cavado con la ayuda de un azadón.
Una vez puesta en funcionamiento la fuente, nada mejor que dedicársela a la Virgen, con el propósito de ponerla bajo su protección:
Cuida tú, Virgen, de mi amada fuente
que, hace poco, mis manos excavaron
de la gravosa azada con el duro
diente de bronce.
La estrofa siguiente presentaba un problema de transcripción en la primera palabra del verso 4º, el adónico. Quienes habíamos antes tropezado en ella leíamos un presunto “lúgier”, que, según las trazas, podría ser la forma pasiva del infinitivo activo de un posible “lugĕre”. La solución no era satisfactoria, puesto que el verbo latino “lugēre” pertenece a la segunda conjugación y su infinitivo presente pasivo, en la forma correcta, sería “lugerier”. Pero, claro, esta forma no encajaba métricamente en el adónico. Y pese a la muy improbable existencia de una forma ‘alotrópica’, no atestiguada por lo demás en los autores clásicos, de un verbo “lugĕre”, de la 3ª, dimos por hecho que el tal verbo pudo existir en la imaginación de Montano, como un sustitutivo de “lugēre”. Pero la verdad es que no se trataba de la manida metáfora de que “las fuentes lloran”. Antes de que el profesor Maestre nos sacara de nuestro despiste, los que habíamos leído “lúgier” no habíamos reparado que el presunto acento prosódico (inexistente en latín) no era más que el llamado ‘signo de nasalidad’ (que sustituye a la ‘n’ o la ‘m’ en la grafía medieval y renacentista de estas letras) y que lo que habíamos tomado por una ‘l’ no era otra cosa que la llamada ‘i’ longa. En resumen, que en vez de ‘lúgier’, lo que allí debía leerse era ‘iungier’. Y, siendo esto así, no se trataba de ninguna especie de llanto por parte de la presuntamente llorosa fuente. Sencillamente, era que el agua de la poza sobre la que cae el chorro que mana, quiere que continúe esta unión incesante entre el uno y la otra:
Mira, fluyendo de la roca viva,
precipitarse, trémulas, sus ondas;
y el líquido del fondo cómo quiere u-
nirse al que cae.
Esta segunda traducción, por mi parte, se permitía esa especie de cabriola métrica que consiste en hacer una sinalefa entre el sáfico y el adónico siguiente, floritura de la que hay suficientes ejemplos en los poetas que cultivan el verso eólico: ... - Iove non probante u- / xorius amnis (Hor. C.2.19); o, simplemente, partir una palabra en sílabas que corresponden al sáfico y al adónico siguiente: ... neque purpura ve-/ nale nec auro (ibi. 2.16) Finalmente, un verso dudoso de Catulo (11.11):
... Gallicum Rhenum† horribilesque † ulti-
mosque Britannos.
Por último, la estrofa 8ª presentaba la dificultad de interpretar correctamente la forma “crepet”, del verbo de la 1ª “crepare”. Ninguno de los traductores hasta ese momento habíamos logrado interpretar ese “ruido” que debería asustar a las culebras o serpientes venenosas cuando se acercaran a la fuente, el ruido que debería ahuyentarlas del lugar. “Crepare” es el ruido que hace algo al estallar, por ejemplo, un globo elástico, una vejiga (vesica displodens) . Si la primera culebra que se aproxima a la fuente estalla o revienta, como un triquitraque, las otras que merodeen por el lugar se espantarán y se alejarán para siempre.
Este es el sentido del verbo “crepare” (que también puede referirse al ruido de la ventosidad). Yo traduje, cautelosamente, el “crepet” por “un crujido suene”, sin determinar el origen de ese presunto “crujido”. Se trataba del ruido que podría producirse al reventar la propia culebra, antes de tocar las aguas protegidas por la divinidad.
Se me ocurre que si a Montano le hubiera dado por redactar su verso de otro modo, por ejemplo, este:
impetat lymphas pereat crepando
donde “crepet” se puede interpretar por “rumpatur” (es decir, ‘perezca estallando’)la cosa hubiera sido más fácil de entender. La construcción sería métricamente correcta y además, semejante a otra que se da en una estrofa anterior (“tegat inminendo”, v. 23)
En fin, todo esto es, naturalmente, “a toro pasado”. Lo cierto es que hasta que salió a la luz el magistral estudio de Maestre (en una memorable jornada celebrada en la Peña, donde tuvo lugar su brillante exposición) no se aclararon, de una vez por todas, las interpretaciones, no del todo correctas, de la oda montaniana.
Desde aquel día ya no existe la menor sombra de duda sobre la correcta transcripción e interpretación de la oda “Pro incolumitate mei fontis" (Por la preservación de mi fuente) Mía, decía Montano, porque la había excavado él, pero menos suya que la de la Peña de Aracena, porque ésta formaba parte de una finca de su propiedad. Esta fuente era verdaderamente suya, porque la finca donde se encuentra la había comprado él.
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NOTA: El estudio del profesor Dr. José Mª Maestre se publicó en las Actas que llevan por título BENITO ARIAS MONTANO Y LOS HUMANISTAS DE SU TIEMPO (Mérida, 2006) vol. I, pp. 413-476)
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NOTA: El estudio del profesor Dr. José Mª Maestre se publicó en las Actas que llevan por título BENITO ARIAS MONTANO Y LOS HUMANISTAS DE SU TIEMPO (Mérida, 2006) vol. I, pp. 413-476)