viernes, julio 18, 2014

SOBRE LA ANTIGÜEDAD DE ACEUCHAL

¿Fue Aceuchal alguna vez un poblado romano, incluso un poblado megalítico? Desde luego, el material básico para ser esto último no le falta. Más bien le sobra. El paraje situado a las afueras del pueblo, entre la ermita de San Isidro y la carretera de Almendralejo, ofrece abundante material de esta clase. El lugar se conoce con el nombre de Las Piedras. De éstas, la más famosa es la llamada Piedra del Librito, que recuerda vagamente la forma de un libro cerrado.

Aceuchal tuvo, como bien recordarán los más viejos del lugar (o sea, mis contemporáneos) una construcción ciclópea de carácter megalítico, como fue el desaparecido puente del "Arroyo'l Prao", que semejaba una especie de dolmen de tres cuerpos (o más, ya no recuerdo bien) No sé si existe algún testimonio fotográfico del rupestre y rudimentario puente. Atravesarlo constituía un serio peligro, especialmente si el arroyo iba crecido con las tormentas del otoño. Todavía recuerdo la noche que tuvimos que cruzarlo, mi madre y yo, siendo niño, para alcanzar la calle de Santa Marta, desde el Llano de Postrera. Por debajo del puente discurría un caudal tumultuoso y rugiente aquella noche.
Mi pie derecho resbaló un poco y gracias a que mi madre me sujetó fuertemente no caí a las aguas embravecidas. Este es el recuerdo más vivo que tengo de ese Aceuchal megalítico: el puente del Arroyo El Prao.

Pero reitero la pregunta con que daba comienzo esta entrada. ¿Fue alguna vez Aceuchal un poblado romano?  Eso parece una conjetura probable si tenemos en cuenta ese curioso documento histórico que se conserva en el Museo Arqueológico de Madrid y que se conoce como "el ladrillo de Aceuchal". Se trata de una pieza cuadrangular de cerámica en la que está grabado un crismón (especie de logotipo con el anagrama de Cristo) Además del crismón están grabadas en el barro cocido las palabras del primer verso del libro V de La Eneida de Virgilio:

  Interea medium Aeneas iam classe tenebat

(Entre tanto, Eneas con su flota ya ocupaba la alta mar)
¿Por qué precisamente este verso? Mi opinión es que se trata de una elección aleatoria, arbitraria. Probablemente esas piezas decorativas eran fabricadas en serie. En ellas, aparte del símbolo cristiano inequívocamente representativo de la pertenencia a esta religión, se añadía un detalle de cultura, como era la cita virgiliana. Puede que la colección de estas piezas decorativas incluyera, precisamente, el primer verso de cada uno de los cantos de la Eneida, es decir, 12 versos en total.
Sea como fuere, el hallazgo de dicha pieza arqueológica, precisamente en Aceuchal, nos da pie a suponer que este lugar de la Lusitania romana, cuya capital era, como sabemos, Emérita Augusta, fuese un "vicus", o aldea, de cultura y civilización cristiano romana.
Se supone que en esta población, como en las restantes de la Hispania romana, se hablaba el latín. Siendo así, nada tiene de particular que la Eneida fuese, como libro de aventuras que es, una de las lecturas preferidas por una comunidad latino parlante.
Pero el nombre de Aceuchal es, sin duda, posterior. Aceuchal procede de Acebuchal (escrito también Azebuchal o Azauchal) lo que significa "terreno abundante en acebuches". El acebuche es, como sabemos, una especie de olivo bravío, u olivo silvestre. El nombre probablemente data de la Alta Edad Media. Pero, ¿cuál sería el nombre del poblado romano al que perteneció la inscripción? No lo sabemos a ciencia cierta. Lo que sí sabemos es que el nombre latino que corresponde al de acebuche es "oleaster" ¿Se llamaría así el nombre latino del lugar? ¿Por ejemplo, Oleastrium?  A mí me gusta pensar que así fue y por ese motivo he adoptado el nombre gentilicio de "Oleastrensis" (oleastrense) en la sociedad de latinistas GLL a la que pertenezco desde hace varios años
Ya lo saben mis paisanos piporros, nuestro nombre más antiguo podría ser el de 'oleastrenses'. Ese presunto "vicus" hispanorromano donde se encontró el ladrillo del crismón pudo llamarse "Oleastrium". Pero, si no es así, no pasa nada. Sigue siendo verdad que el nombre latino que corresponde a la palabra acebuche es 'oleaster' (2ª declin.) Pero, si no fue un 'vicus' (aldea) pudo ser simplemente, una 'villa', o casa de campo; una posesión de alguna familia pudiente, cristiana y culta.
Si la vegetación espontánea o autóctona pudo ser el acebuche, la vegetación inducida, característica  del lugar, es ahora el ajo. También, se cultivan la vid, el olivo y los cereales. Me dicen que el ajo piporro se exporta a varios lugares de Europa y que se puede comprar este producto incluso en los almacenes Harrod de la city londinense.*

El ajo es, pues, el producto característico del pueblo. El pueblo tiene un monumento al ajero. Representa a un vendedor pregonando la mercancía portando a los hombros la característica ristre. Hay otro monumento, dedicado a la gran trabajadora que fue la "Señá Gabina", qua diariamente hacía a pie el camino de Aceuchal a Almendralejo, y viceversa, para vender en el industrioso y rico pueblo vecino, capital de Los Barros, los productos de 'recovería' piporros.

Por último, transcribo el texto en latín del verso de Virgilio grabado en el ladrillo y acompaño esta transcripción con la fotografía del histórico documento.

INTEREA MEDI / VM AENEAS IAM / CLASSE TENE / BAT
                                   (Verg. Aen. 5.1)
(Entre tanto, Eneas con su flota ocupaba ya la alta mar)

________   

* Con la denominación de origen, por supuesto, Aceuchal (Spain)


miércoles, julio 02, 2014

EL ARCO DE LA MONCLOA O LA VICTORIA DE LA INTELIGENCIA


Vengo manteniendo desde hace años que la inscripción latina de la fachada oeste del Arco de la Moncloa (también conocido como Arco de la Victoria) manifiesta una disidencia sutil con respecto al franquismo y es que marca una diferencia entre los vencedores y los que no vencieron en aquella ocasión. De un lado se menciona a las armas que aquí resultaron vencedoras, y, del otro, a la inteligencia cuya victoria se remite a un futuro: la mente que, indefectiblemente (iugiter) ha de vencer. Traducida con la pulcritud que requiere esa sutileza (el artífice de la misma fue Pedro Laín Entralgo) se puede entender el texto de la forma siguiente: A LAS ARMAS AQUÍ VENCEDORAS• LA INTELIGENCIA, QUE, INDEFECTIBLEMENTE, HA DE VENCER • ESTE MONUMENTO • D(EDICA) • D(ONA) • D(A) Luego la victoria que este monumento conmemora NO es la de la inteligencia, sino la de las armas. La de la inteligencia se remite al futuro. Es una manera ciertamente sutil de desmarcarse del vencedor. ¿Fue el atisbo de esta sutileza (de la que pudieron advertir al dictador algunos de sus asesores incondicionales que supieran latín) lo que influyó para que éste se mostrara desdeñoso y reacio a refrendar con su presencia la inauguración oficial del monumento? ¿O fue el barrunto, por parte del dictador, de que ciertos intelectuales de la antigua Falange (Laín, Tovar, Ridruejo, etc.) no eran ya acreedores a la confianza del Régimen? Ridruejo, que pertenecía a este grupo, ya había discrepado abiertamente del dictador. El desmarque de Ridruejo convertía en sospechosos al resto de los componentes del grupo.

A donde quiero llegar es a lo siguiente: Cuando se habla de eliminar todos los monumentos conmemorativos del franquismo, se suele incluir entre ellos el Arco de la Moncloa. Ahora bien, la inscripción de Laín salva al monumento de ser destinado al derribo; ya que es, más bien, un precioso e inteligente testimonio de la disidencia con el régimen. Los intelectuales no se incluían entre los vencedores, sino entre los vencidos. La victoria de la inteligencia, es decir, de la democracia, estaba reservada al futuro.

La victoria de las armas era la de aquellos energúmenos que habían proferido el “¡muera la inteligencia!”, como Millán Astray y los de su calaña, los enemigos recalcitrantes de la intelectualidad. Aquellos a los que Unamuno había advertido con su profético "¡Venceréis pero no convenceréis!". Así pues, el Arco de la Moncloa es el arco que augura la futura victoria de la Inteligencia y debería reconocerse como tal. Su inauguración podía ser oficial a partir de 1978, y debió hacerse efectiva tras promulgarse la Constitución de la nueva etapa democrática.

La renuencia a inaugurarlo por parte del régimen es una prueba a favor de la conservación de un monumento, que el propio dictador nunca estimó como verdadero exaltador de la presunta proeza de las armas, cuando la inteligencia no se consideraba partícipe de esa victoria.

De modo que el monumento debe ser excluido del número de los símbolos franquistas. Es, más bien, un símbolo de la oposición al régimen por parte de aquellos que, en los primeros momentos, habían colaborado con él.

martes, julio 01, 2014

PREDICCIONES


En todas las épocas se ha procurado escudriñar el porvenir a través de las llamadas artes “mánticas” (del griego “manteýo” = adivinar). Y en todas las épocas ha habido quienes desprecien y desconfíen de predicciones, al menos sin un fundamento científico que pueda darnos una garantía de credibilidad. Hoy, por ejemplo, las predicciones de carácter meteorológico se fundamentan en datos, comprobables por medio de satélites artificiales u otros artilugios similares, por ciertas observaciones y cálculos que pueden permitirnos confiar en que los sucesos predichos se produzcan. L’art de prédire, al que se refería el poeta Apollinaire, en uno de sus Calligrammes, es tan viejo como el mundo. Pero, también, en todas las épocas ha tenido sus incrédulos y sus detractores. Ya observaba Cicerón  que Catón había dicho admirarse de que “un harúspice, al ver a otro, no se riese (en complicidad por la superchería que ambos practicaban) (De div. 2.51-52) No obstante, “de toda la vida del mundo” hay adivinos, pitonisas, quirománticos y echadores de cartas. Los poetas, por su parte, tienen cierta presunción de conocer el porvenir y hay algunos que blasonan de ello: el ya citado Apollinaire escribía en su poemario más arriba citado: tu vois que flambe l’avenir, / sache que je parle aujourd’hui / pour announcer au monde entier / que en fin est né l’art de prédire (tú ves que flamea el porvenir: sabe que yo hablo hoy [aquí] / para anunciarle al mundo entero / que  ha nacido por fin / el arte de predecir)

Apollinaire blasonaba de un descubrimiento que era tan viejo como el mundo. ¿Qué otra cosa hacían los harúspices, pitonisas, sibilas, quirománticos y demás, que vivir del cuento de adivinar el futuro? El don de la profecía lo dispensaba el dios Apolo. Ya lo dijo Tiresias, según cuenta Horacio en sus Sátiras: “Divinare etenim magnus mihi donat Apollo” (S. 2.5.60) (El gran Apolo me ha concedido el don de adivinar)

Y es verdad que la facultad adivinatoria se puede rastrear a posteriori en muchos poetas que parecen haber tenido el pálpito o el barrunto de algo trágico relacionado con su propio futuro. Este parece ser el caso de Lorca y el de Miguel Hernández. De este último son los versos que en otras ocasiones he traído a colación: “Sabe / que me iré por el sendero, / muy pálido y muy ligero, / y que me iré muy temprano./ Tal vez no esté todavía / el sol en el meridiano”.

La ciencia de los oráculos era, en buena medida, aleatoria. Para curarse en salud, los adivinos y pitonisas solían dar respuestas de doble sentido, ambiguas. Bien distanciando las palabras de manera que fuese posible interpretarlas en un sentido o en el sentido opuesto: “Ibis....redibis.... non .... morieris... in proelio”  (Irás... volverás... no ... morirás en la batalla) Los antiguos se daban cuenta de esta ambigüedad y procuraban poner al descubierto la superchería. Así en el siguiente ejemplo:

Aio te, Aeacida, Romanos vincere posse

Aparte que decir de algo que es posible es distinto de afirmar que vaya a realizarse. En la frase anterior se afirma tan sólo la posibilidad de que algo sea, no de que vaya a ser.

Digo que tú, hijo de Eaco, puedes vencer a los Romanos.

Pero la posibilidad de la victoria no descarta, igualmente, la posibilidad de la derrota. Además, la frase original latina es ambigua por otra razón: tanto el pronombre “te” como el adjetivo “Romanos” pueden ser interpretados como sujeto y complemento directo, respectivamente, o a la inversa. Es decir, que “te” sea el objeto directo y “Romanos” el sujeto de “vincere” (Digo que tú...puedes vencer a los Romanos... Digo que los Romanos pueden vencerte a ti)

En cuanto a las predicciones en el sentido de la meteorología, los antiguos se guiaban por la observación de la naturaleza y la concatenación de ciertos fenómenos. Este método ha seguido practicándose habitualmente hasta nuestros días, sobre todo por el hombre del campo. En la antigüedad fue el único método empleado. Esas experiencias de los campesinos las recogió Virgilio en sus inmortales Geórgicas. Los preceptos allí reunidos constituyen una buena muestra de lo que fue esa ciencia meteorológica en mantillas. El campesino antiguo, según se desprende del texto virgiliano, era un asiduo observador del cielo y, en particular, del sol y de la luna. Es sorprendente la capacidad predictiva y el grado de fiabilidad que Virgilio atribuye, por ejemplo, a la observación del sol: “Solem, quis dicere falsum / audeat? (¿Quién osará desmentir al sol?) De las peculiaridades que acompañan a su orto y a su ocaso se pueden desprender una serie de predicciones del tiempo: el sol, como el viejo fraile del barómetro, puede indicarnos el tiempo ventoso, o lluvioso y es, para el labrador que sepa guiarse por sus señales, el más seguro pronóstico del tiempo.

Pero no sólo como indicador de calmas y tormentas, de borrascas o bonanzas climáticas; el sol es también, ocasionalmente, anunciador de catástrofes y revueltas civiles. Así como algunos recuerdan que hubo un fenómeno visible en el cielo, de color rojizo, por los días de julio en que dio comienzo la rebelión militar del 36, también se dio en Roma, poco antes o después de las Idus de marzo del 44 a.C. un eclipse de sol, indicio del magnicidio. Era la conmoción de la propia Naturaleza ante el asesinato de César. Dice Virgilio, refiriéndose al sol, conmovido por esta efemérides:

 Ille (sol) eti(am) exstincto miseratus Caesare Romam
 cum caput obscurâ nitidum ferrugine texit
 impiaque (ae)ternam timuerunt saecula noctem
                                                  (G. 1.466-8)

(él (= el sol) también, compadecido de Roma por la muerte de César, cubrió de oscura herrumbre su brillante faz, y la impiedad de  los tiempos sintió el pavor de la noche a perpetuidad)


La Naturaleza misma se alteraba con la tragedia y manifestaba su conmoción mediante esos fenómenos celestes. Porque, a diferencia del hombre actual, el antiguo era, más que hoy, solidario con la Naturaleza.