
Robles frisaba en los 30 años cuando se incorporó directamente a la comunidad de los teólogos. Enseguida supimos que había recalado entre nosotros un nuevo pupilo de las musas. Trascendió la noticia al resto de las comunidades.
Recuerdo a aquel Robles juvenil como un tanto friolero, atravesando presurosamente la terraza del Seminario Mayor (primera planta entrando, a la derecha) embozado en su bufanda. Como era de esperar, Robles adoptó, siguiendo la costumbre implantada por los poetas autóctonos, el correspondiente seudónimo. Ya teníamos el recuerdo reciente de Néstor Rodín y de Alas Adolfo, que probablemente aún estaba entre nosotros, como Nazario Ortiz. El recién llegado nos hizo saber que también él había recibido el bautismo en la fuente de Hipocrene, o de Castalia, y que su nombre de pila era David Uziel.
Tuve ocasión de charlar con él de poesía y de poetas y de intercambiar con él algunos artículos de periodistas admirados por mí y de otros, admirados por él. Recuerdo que le mostré varias fotos de poetas, recortadas de los periódicos, y que especialmente mostró su devoción entusiástica por Adriano del Valle. Esta admiración se vería posteriormente confirmada por mí, comprobando que Robles imitaba a del Valle, especialmente en la utilización de la décima. Recuerdo que hablamos de García Lorca (un nombre todavía casi tabú en aquellas fechas) y que me recomendó, como posible lectura para un futuro ministro del Señor, la obra titulada Marianita (sic) Pineda.
Yo ya conocía, sin embargo, por aquel entonces algún que otro de los romances ‘escabrosos’ del granadino, como, por ejemplo, el de “Preciosa y el aire”. Y sabía, por Lucio Molina (cuyo padre tenía un ejemplar de la primera edición del Romancero gitano (1928) que había un romance de contenido altamente peligroso que se titulaba “La casada infiel”.
Robles ejerció el ministerio sacerdotal en algunos pueblos de la diócesis pacense, por ejemplo, en Salvatierra de los Barros.
Pero su apostolado se ejercería, principalmente, a través de la poesía, de la cual fue promotor importantísimo desde su ministerio sacerdotal en la provincia pacense. La poesia religiosa tuvo en él un cultivador fervoroso, colaborando en la fundación de revistas poéticas como ‘Jaire’ y ‘Olalla’. Luego extendió su campo de influencia a la poesía profana, posibilitando que los creadores noveles publicasen sus versos en la colección “Cuadernos poéticos Kylix”, fundada por él.
Trabajó y cinceló el verso con tesón y con empeño, demostrando que también el poeta, si no nace, puede hacerse a fuerza de voluntad.
La lista de sus publicaciones es amplia. Entre sus muchos títulos hay dos expresamente dedicados a la ciudad de Badajoz. Poesía de circunstancias. Quizás sus mejores libros sean los escritos con motivo del IV Centenario de la muerte de San Juan de la Cruz (Fuente que mana y corre) y el dedicado a la commemoración de otra efeméride: la del V Centenario del Descubrimiento de América. Este poemario lleva por título Alta Mira de Gaviotas
Por supuesto que, entre su poesía de circunstancia, también tuvo ocasión de dedicarle algunos piropos a Zafra, a Sevilla la Chica, donde los claretianos tuvieron escuela de Teología en el pasado. Insertamos aquí, a titulo de muestra, una de sus décimas, en esta ocasión dedicada a la
Plaza Chica
La noche en la Plaza Chica
juega entre luz y color,
se recrea con la flor,
con los arcos se abanica.
El limpio jazmín suplica
y es el silencio romanza.
Esta bienaventuranza
que nos sabe a paz divina
la derrama en su hornacina
la Virgen de la Esperanza.
La noche en la Plaza Chica
juega entre luz y color,
se recrea con la flor,
con los arcos se abanica.
El limpio jazmín suplica
y es el silencio romanza.
Esta bienaventuranza
que nos sabe a paz divina
la derrama en su hornacina
la Virgen de la Esperanza.
