Y, por último, (y aquí viene bien aquello de “last but not least”, último pero no menos importante) vaya en este lugar mi recuerdo afectuoso y agradecido para mi amigo el poeta Benito Acosta, cura en Málaga, autor del libro Oráculos para días inciertos, libro de versos, publicado en dos pequeños volúmenes, correspondientes a los números 7 y 8 de los Poemarios Kylix, que hace años editaba el benemérito Robles Febré, en Badajoz.
Viene aquí a cuento eso de los “oráculos”, en consonancia con la tradición apolíneo-sibilina de la poesía.
¿Cuáles serán esos “días inciertos” de los que nos habla el poeta? Posiblemente, aquéllos en los que sentimos flaquear la fe. Tiempos de prueba y de aflicción. La poesía nos conforta, sobre todo, a través de las enseñanzas de los oráculos poéticos y proféticos que se pueden consultar a través de la lectura del Libro Sagrado.
Benito es de los curas que en los tiempos de la sumisión al franquismo supieron plantar cara a quienes pensaban que la Iglesia estaba ahí para justificar las tropelías del régimen, para cohonestar todos sus abusos y atropellos. El primero y más grave de los errores cometidos por las jerarquías eclesiásticas de la época fue bendecir el levantamiento militar franquista al que se calificó con el apelativo de “Cruzada”. Los intereses de la religión se hicieron coincidir con los intereses de los ricos y así la propaganda que se montó a partir de esa burda mentira se pudo alimentar de consignas como “por Dios y por España”.
Benito decidió no seguir las pautas “generales” que seguía el clero más veterano, en este sentido de apoyar a un régimen que, desde sus comienzos, había secuestrado la voluntad popular y suprimido las libertades democráticas. En un pequeño prólogo que Benito pone al II libro de sus Oráculos (donde me hace el honor de dedicarme un poema) explica así las razones de su negativa a sumarse a los aduladores y los sumisos al régimen:
Pero tuvo que pasar un tiempo para que yo viera la crueldad de la Guerra Civil, la posibilidad de otras soluciones y, sobre todo, el manejo de las ideologías y la religión para justificar represalias y tan larga dictadura sin futuro.Y mi despertar fue un indignado despertar, una rebelión contra toda aceptación silenciosa de la injusticia.
Viene aquí a cuento eso de los “oráculos”, en consonancia con la tradición apolíneo-sibilina de la poesía.
¿Cuáles serán esos “días inciertos” de los que nos habla el poeta? Posiblemente, aquéllos en los que sentimos flaquear la fe. Tiempos de prueba y de aflicción. La poesía nos conforta, sobre todo, a través de las enseñanzas de los oráculos poéticos y proféticos que se pueden consultar a través de la lectura del Libro Sagrado.
Benito es de los curas que en los tiempos de la sumisión al franquismo supieron plantar cara a quienes pensaban que la Iglesia estaba ahí para justificar las tropelías del régimen, para cohonestar todos sus abusos y atropellos. El primero y más grave de los errores cometidos por las jerarquías eclesiásticas de la época fue bendecir el levantamiento militar franquista al que se calificó con el apelativo de “Cruzada”. Los intereses de la religión se hicieron coincidir con los intereses de los ricos y así la propaganda que se montó a partir de esa burda mentira se pudo alimentar de consignas como “por Dios y por España”.
Benito decidió no seguir las pautas “generales” que seguía el clero más veterano, en este sentido de apoyar a un régimen que, desde sus comienzos, había secuestrado la voluntad popular y suprimido las libertades democráticas. En un pequeño prólogo que Benito pone al II libro de sus Oráculos (donde me hace el honor de dedicarme un poema) explica así las razones de su negativa a sumarse a los aduladores y los sumisos al régimen:
Pero tuvo que pasar un tiempo para que yo viera la crueldad de la Guerra Civil, la posibilidad de otras soluciones y, sobre todo, el manejo de las ideologías y la religión para justificar represalias y tan larga dictadura sin futuro.Y mi despertar fue un indignado despertar, una rebelión contra toda aceptación silenciosa de la injusticia.
Y esta rebelión, como una consecuencia natural de la propia honradez, le costaría indisponerse con los poderosos capitostes de los pueblos en los que ejerció su ministerio sacerdotal, entre ellos, el mío. Se granjeó el afecto y la simpatía de la gente sencilla y humilde, pero se enajenó las voluntades de los mandamases influyentes. Y esto le costó las deportaciones sucesivas a diversos pueblos de la provincia pacense, como otros tantos avisos y correctivos a los que sus superiores eclesiásticos (conchabados con el poder) le sometían. Llegaron a “aislarlo”, (en su sentido etimológico más riguroso) confinándolo a un departamento militar de las Islas Chafarinas o por ahí. Benito soportó estoicamente (con el estoicismo de los cristianos más auténticos) todas estas vejaciones.
Ese fue su gran mérito y esa su heroicidad, merecedora de nuestra gratitud y nuestro reconocimiento.
Ese fue su gran mérito y esa su heroicidad, merecedora de nuestra gratitud y nuestro reconocimiento.
Ojalá que mi pueblo, Aceuchal (no responsable, desde luego, como colectividad, de las decisiones de quienes por aquellas fechas detentaban el poder) tributase a nuestro hombre el homenaje de gratitud que, sin duda, merece.