
La procreación humana es una actividad a la que, desde tiempo inmemorial, se le han encontrado semejanzas con la agricultura. El acto de depositar la semilla en la tierra nos lleva a considerar que ésta es la imagen de la mujer cuando recibe en su vientre el semen masculino. Las semejanzas entre una y otra actividad nos permiten establecer un paralelismo entre ambas, y los actos e instrumentos empleados en cada una de ellas tienen, en la otra, su correspondiente imagen analógica. Así el falo, o miembro viril, tiene como imagen la del azadón, o la reja del arado, que abre el surco de la tierra para en ella depositar esa simiente, que en el caso de la procreación llamamos
semen. Esa secuencia de imágenes correspondientes a cada una de esas actividades nos permite ver a cada una de ellas como alegoría de la otra. De ahí que, por ejemplo, la palabra ‘surco’ admita, en su acepción figurada, el significado de “las partes pudendas de la mujer”
[1]. La alegoría establece una analogía de proporcionalidad entre dos o más metáforas. En este caso, ‘surco’ es a ‘genitales femeninos’ como ‘arado’ es a ‘genitales masculinos’. De esta alegoría se obtienen otros tantos
circunloquios, o
perífrasis, para referirse, mediante un rodeo, a las partes pudendas, viriles o femeninas, evitando su mención directa. Recursos expresivos relacionados con estos últimos son los llamados
eufemismos.
El resultado es que la agricultura queda ligada a la procreación humana por estos vínculos analógicos y esta ligazón constituye uno de los tópicos más arraigados de la tradición literaria universal. En el mundo clásico una de las más antiguas referencias que conocemos del tópico la encontramos en la
Antígona de Sófocles. Creonte dialoga con Ismena, a cuya hermana repudia como nuera, y le dice que Antígona no es la única ‘tierra de labor’ adecuada a su hijo, porque
también pueden roturarse los campos de las demás
(v. 569)
En su poema De rerum natura Lucrecio equipara el coito al acto del laboreo que es la siembra, y advierte que no es bueno que la mujer mueva excesivamente los muslos en el acto, puesto que
Eicit enim sulcum recta regione viaque
vomeris atque locis avertit seminis ictum [2](DRN, 4. 1272-3)
Boccaccio en su
Decamerón (jornada 9ª, novela 10ª) cuenta cómo el truhán Gianni embauca a su compadre Pietro prometiéndole convertir en yegua a la mujer de éste, para que pueda disponer de un animal de carga más para el negocio que comparten. Hace que se desnude la mujer y se ponga a cuatro patas sobre el suelo, luego le va tocando las diversas partes del cuerpo, comenzando por la cabeza y acompañando cada uno de esos tocamientos con el ensalmo ‘haz que este miembro se convierta en el miembro correspondiente de una buena yegua’. Cuando llega al rabo, se levanta él la ropa y “cogiendo la ‘estaca’ y metiéndola rápidamente en el ‘surco’…dijo: “Y que esta ‘cola’ sea una buena cola de yegua”. El marido le interrumpe diciendo que no quiere que su yegua tenga cola y, en ese momento, el ensalmo pierde su efecto, pues no se cumplió la condición que había impuesto el autor del encantamiento y que era que el marido no hablase hasta que no terminara la operación.
Otro genio de la literatura universal, que incide en el tópico, es Shakespeare. En el soneto III aconseja a un hombre joven que se mire a un espejo y que memorice bien los rasgos de su rostro juvenil. Si quiere perpetuarlos, deberá engendrar hijos, pues esa es la única forma eficaz de conseguir el fin propuesto. Seguro que encontrará la pareja con quien realizar su propósito, porque
¿dónde está la mujer, por bella que sea,
cuyo seno virgen[3] desdeñe tu marital cultivo? (vv. 5-6, traducción de L. Astrana Marín)
En la tragedia del mismo autor titulada Antonio y Cleopatra (act. II, esc. II) se insiste en este aspecto agrícola del acto sexual. Agripa se refiere a Cleopatra con estas palabras:
− ¡Real cortesana! Forzó al gran César a acostar en su lecho su espada: él la labró y ella extrajo la cosecha.
(Traducción de L. Astrana Marín)
Los términos señalados en negrita tienen sentido metafórico. El primero de ellos, 'espada', está en sustitución del término real que es el 'miembro viril'. Congruente con esta metáfora, el órgano sexual femenino se llama 'vagina' (que en latín servía para designar la 'vaina', o funda de la espada) Los dos términos siguientes, 'labró' y 'cosecha' corresponden al campo semántico de la agricultura. César puso la 'simiente' en Cleopatra y ella recogió el fruto (Cesarión, o Tolomeo XV, fue el fruto de esa coyunda entre César y Cleopatra)
Mediante este intercambio semántico, “metáforas tales como ‘plantar’, ‘cavar’, ‘labrar’, ‘arar’ para el acto sexual, o ‘arado’, ‘azadón’, ’reja’, para el miembro viril y ‘huerto’, ’pegujar’,’viña’, ‘majuelo’, ‘surco’, ‘rastrojo’, ‘barbecho’, etc., para el sexo femenino, son tópicas”.
[4]Entre los autores de rango universal que han incorporado el tópico tenemos que mencionar a Walt Whitman, quien en su poema titulado “Song of myself” (segmento 24) incide en los símbolos femeninos ‘surco’ y ‘tierra’ junto al masculino de la ‘reja’ y el ‘arado’:
Surcos y tierra húmeda: eso eres tú; la reja firme y masculina del arado, todo cuanto en mí se cultiva y se labra;eres mi sangre fecunda
y tus corrientes pálidas de leche las ordeñas en mi vida.
(Paráfrasis de León Felipe, traduciendo a Walt Whitman)
Dentro de esta línea tradicional del tópico, asimilado por la vía de la experiencia (no libresca) está el caso de Miguel Hernández, familiarizado con las tareas agrícolas desde su niñez. El poeta podía recrear el tópico a partir de sus propias vivencias. Así lo vemos con frecuencia a lo largo de sus escritos. El amor está en él asociado, de manera natural, a la experiencia cotidiana de las faenas agrícolas:
He poblado tu vientre de amor y sementera,
he prolongado el eco de sangre al que respondo
y espero sobre el surco como el arado espera:
he llegado hasta el fondo.
(“Canción del esposo soldado”, de Viento del pueblo)
El poeta se ve a sí mismo como tierra propicia para el amor y recibe en su pecho las faenas penosas del agricultor:
En él se dio el amor a la labranza,
y mi alma de barbecho
hondamente ha surcado
de heridas sin remedio ni esperanza
por las ansias de muerte de su arado
(“Sino sangriento”, Poemas sueltos III, O.C. t. I, pág. 538)
El drama de la mujer célibe, que la sensibilidad de Lorca reflejó en su Doña Rosita la Soltera, o el lenguaje de las flores, o el drama de la mujer estéril (tierra infértil) de Yerma, los refleja Miguel Hernández, ocasionalmente, en las metáforas de la tierra sin arar. Miguel ve a la mujer soltera, aún fértil, como
Labradora que no encuentra yunta para su campo arar
Y en su poema “Vecino de la muerte” dedica su recuerdo, pleno de simpatía hacia aquellas mujeres que murieron célibes contra su propia voluntad:
Las niñas que expiraron de amor por la entrepierna
donde jamás tuvieron un arado y dos bueyes.
El amor y la labranza, como acabamos de ver, comparten campos semánticos, en un recíproco intercambio de imágenes: los términos reales en uno de ellos funcionan como imágenes en el otro. Desde el punto de vista agrario, la vulva es surco y el miembro viril (“la herramienta del macho” que dijera el propio Miguel Hernández) es la reja (como parte) o el arado (como el todo) Y la tierra es mujer en cuyo vientre se deposita la semilla. Tierra madre y esposa. El hombre tiene vocación de semilla y anhela el regazo femenino donde perpetuarse mediante la procreación. La semilla está destinada a caer en la tierra y germinar. Lo expresa el poeta de manera inequívoca cuando solicita a la mujer ese elemento indispensable para llevar a cabo la siembra:
Dame tierra, mujer, dame hoyo, dame paz.
_____
[1] Cf. Lexicon Totius Latinitatis, de J. Facciolati y A. Forcellini: "sulcus ponitur pro pudendo muliebri".
[2] ‘la reja del arado echa fuera del surco / y desvía la semilla de su sitio’
[3] Literalmente ‘unear’d womb (vientre sin roturar). La explicación que ofrece la crítica textual de este pasaje es la siguiente: "as the plough enters into the soil so does the man enter into the woman and sowing it with seed (semen) leads to children as ploughing and sowing the lands lead to crops" (como el arado penetra en la tierra, así penetra el hombre en la mujer, y esta siembra de la semilla (o semen) da lugar al nacimiento de los hijos, como arar y sembrar la tierra dan lugar a la cosecha)
[4] Véase I. Arellano, “Un chiste de Coquin: el epigrama a Floro en El médico de su honra, de Calderón", publicado en las Actas del X Congreso de la AIH (1989), pág. 757 (el trabajo puede localizarse a través
de Google) En la página citada, la nota 10 a pie de página incorpora una cita tomada de la Poesía erótica del Siglo de Oro (Barcelona, Crítica, 1984) La cita dice: − Galán.- ¡Oh, quién fuera su hortelano!
−Dama.- Cuando lo fuera, ¿qué haría?
G.- No dejara en todo el día
el azadón de la mano
(vv. 12-15)
Donde la palabra ‘azadón’ tiene la consabida acepción sexual.