El sastre, por G. Battista Moroni (1529-1578) National Gallery of London

Una reciente encuesta sobre si se debe, o no, reformar la constitución española de 1978 arroja como resultado que el 80% de los españoles pensamos que sí, que debe reformarse. Si la Transición fue el proceso de crecimiento hacia la democracia de un pueblo infantilizado por sus ‘presuntos’ tutores; y la constitución de 1978 fue el primer traje político que los españoles estrenamos tras la muerte del dictador, es de suponer que, después de treinta años, ese traje ya no le siente a la medida del cuerpo a una democracia adulta. Aquella constitución, todavía vigente, bien estuvo para la época, pero los sastres que la confeccionaron tuvieron que atenerse todavía, en gran medida, a los patrones del franquismo. No adaptarse a aquellos patrones de moda hubiera supuesto el tener que seguir mostrando nuestras vergüenzas civiles ante el resto de la sociedad europea. Y aunque el traje, en ciertos aspectos, resultara ridículamente ‘estrecho’, era conveniente no escandalizar demasiado a los ‘mayores en edad, saber y gobierno’, sobre todo en esto último.
Así que nuestra democracia tuvo que vestir todavía con arreglo a ciertas pautas impuestas por el franquismo ‘residual’, ya que, en cierta medida, lo conseguido en el proceso hacia la democracia se debía a determinadas concesiones del mismo.
Fraga, por ejemplo, y alguno que otro más de los llamados ‘padres de la Constitución’, antiguos colaboradores del dictador, no hubieran consentido la más mínima insinuación de condena explícita del régimen. Demasiado se hacía ya con abrir la mano a cierta clase de libertades, como la que supuso el famoso ‘destape’.
La Constitución de la democracia española en su primera andadura está, pues, todavía, condicionada por la dictadura, como si al franquismo y a los franquistas debiéramos el resto de los españoles el favor de que se nos permitiese acceder al sistema democrático y gracias a ellos disfrutáramos de unos derechos que también ellos habían de disfrutar, tras haber detentado el poder durante tantos años.
Condenar la dictadura no era de recibo en la Carta Magna de la Constitución. ¡Hasta ahí podíamos llegar!
Era como si se nos advirtiese: ustedes podrán disfrutar de libertades, menos la de censurar a quienes ejercieron la censura en la época anterior y privaron al pueblo español de libertades durante cuarenta años.
En fin, la idea principal que quisiera aportar en estas líneas es que, en efecto, estoy de acuerdo con lo que de positivo aportó la actual constitución a la consolidación de la democracia en España. Admito que supuso un estimable esfuerzo de voluntad por sacar adelante aquel proyecto de vida cívica, ya desde una perspectiva francamente democrática, dicho sea sin segundas intenciones.
Creo que debiera introducirse en la puesta al día del documento una condena explícita del franquismo. Se puede y se debe hacer porque de ello se seguirían más ventajas que inconvenientes. He aquí enumeradas algunas de las primeras:
a) Se introduciría, con carácter oficial, el consenso acerca de un asunto generador de perpetuas desavenencias entre los españoles.
b) Se evitaría el poner en trance de contradicción consigo misma a la derecha, cosa que ya ocurrió cuando en el Parlamento Europeo (año 2006) el representante de la oposición, Sr. Mayor Oreja, se negó a condenar el franquismo, alegando en abono de ese sistema el mérito de que fue dique de contención para la expansión del comunismo en Europa. Tal actitud invalidó la unanimidad de la condena del franquismo, conseguida en el Parlamento Español el 20 de noviembre de 2002.
c) Se disiparía el recelo y la desconfianza que genera un sistema democrático que pueda tener cualquier asomo de connivencia con el golpismo. ¿Con qué confianza otorgaría el pueblo el poder a quienes podrían emplearlo contra él? Sólo la constitución que incluya una cláusula donde se condene sin paliativos el franquismo puede generar confianza en el sistema democrático que la propugna.
Con respecto a la monarquía constitucional como forma de gobierno somos partidarios de mantenerla, en virtud de los méritos democráticos contraídos por el actual rey de España, Juan Carlos I. El Rey puede ser (lo fue en memorable ocasión) tutor y garante del sistema democrático y eso le confiere, a nuestro juicio, el mérito de la corona vitalicia. Ya Cicerón contemplaba la forma de gobierno que él llamaba ‘regali re publica’ (una ‘república regia’) El rey de España se ganó a pulso, en aquella ocasión, el título de ‘Pater Patriae’, padre de la patria.
Esto es todo, por hoy. *
_______
* Por supuesto, discrepo del actual Presidente del Gobierno, Sr. Zapatero en lo que ha dicho recientemente: “la reforma de la Constitución puede esperar”. Tal espera prolonga, innecesariamente y erróneamente, la Transición.