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Santa Teresa, por Bernini |
Hoy tengo la osadía de presentar a mis pacientes lectores, un tema nada frívolo: el que aborda las relaciones entre los tres términos que encabezan esta entrada. El más placentero de esos términos es, sin duda, el tercero que vendría a entenderse como el contrapunto del primero, una especie de consolación que nos haga más llevadero el trance ineludible que a todos nos aguarda.
Dice, a este propósito, Rubén Darío:
Nada mejor para cantar la vida,
y aun para dar sonrisas a la muerte,
que la áurea copa donde Venus vierte
la esencia azul de su vida encendida.
(Canto errante, “Balada en honor de
las musas de carne y hueso”)
O sea, el placer carnal constituye, según Rubén, un lenitivo y, en cierto modo, un recurso que nos ayuda a afrontar con optimismo ese aspecto negativo y sombrío con el que, a menudo, se nos presenta la idea de morir. El caso es que la similitud entre el orgasmo y la muerte se ha convertido en un referente de la literatura universal, en un tópico literario del que pueden obtenerse testimonios, a través de diversos autores de distintas épocas. Lo de comparar con la agonía y con la muerte el momento del climax sexual, que culmina en el orgasmo, constituye un tópico literario que viene de antiguo. Los franceses llaman al orgasmo petite mort (“pequeña muerte”) Y en este sentido se pronuncian con cierta reiteración los poetas, a través de las diversas épocas y países. Citaremos, por más próximo, a nuestro Miguel Hernández, con el verso rotundo de su “Muerte nupcial”:
Expiramos del todo ¡Qué absoluto portento!
A partir de cierto momento, el acto sexual se parece más y más a la agonía y su culminación, el orgasmo, equivale a la expiración. Los versos de Baudelaire, reflejando esos momentos, dicen:
L’amoreux pantelant incliné sur sa Belle
a l’air d’un moribond caressant son tombeau.
(De Fleurs du mal, “Hymne à la Beauté”)
(El amante, acezando encima de su amada,
parece un moribundo que acaricia su tumba)
Jadeos, suspiros, gemidos, acompañan al ritual de la sexualidad, todo lo cual contribuye a reforzar esa semejanza que se da entre el climax sexual y la agonía. Como dice Mauclair: la volupté est une agonie au sens le plus rigoureux du mot* (“el placer sexual es una agonía en el sentido más riguroso de la palabra”). Es lo que se expresa en un pareado latino citado por D’ Annunzio en su Vergini delle Roccie:
Spectarunt nuptas hic se mors atque voluptas:
unus, fama ferat quem quo, vultus erat.
Lo que interpretamos de la siguiente manera:
La muerte y el placer viéronse aquí casados:
un mismo rostro – dicen – tenían los desposados
Éxtasis, muerte, orgasmo
Quienes han experimentado el éxtasis místico nos revelan que es como una experiencia anticipada de la muerte. Citaré aquí algo de lo que entrevió mi dilecta amiga Dalila Pereira da Costa, la filósofa portuguesa fallecida en 2 de marzo pasado. De su libro A força do mundo (traducido al francés con el título de L’ expérience de l’ êxtase) copio estas palabras (p. 59):
Mas, que ser asumimos no êxtase? Aquele que aquí todos nós procuramos, o único que dá alegria na vida: o que se assemelha à morte.
Pero ese éxtasis, anticipo vivido de la muerte, tiene también una extraña y sorprendente semejanza con el orgasmo. Recordemos la imagen famosa en la que Bernini plasmó el arrobo místico de Teresa de Jesús. El rostro de la santa recuerda el de una persona en el trance del orgasmo. Si a todo ello añadimos el testimonio de San Buenaventura, tendremos el cuadro más inopinado, pero a la vez, más completo, de que el éxtasis equivale a un episodio erótico. Según se desprende del testimonio de San Buenaventura, lo que les pasa al místico (o mística) es que sienten un orgasmo durante el éxtasis, con derrame seminal, en el caso de los varones. Dice San Buenaventura (la cita la he visto en G. Bataille):
In spiritualibus affectionibus carnalis fluxus liquore maculantur**
O sea, “en los trances espirituales (= los éxtasis) se manchan con el líquido del flujo carnal”. Que ‘se corren’, vaya, como vulgarmente se dice.
Por todo esto (que la vida me ha ido enseñando por extraños vericuetos) cuando ahora, con la experiencia de los años, me acuerdo de aquellas charlas edificantes del bueno de Don José García, vicerrector del Seminario de Badajoz, me dan ganas de contrastar mis propias experiencias con aquellas pláticas suyas, a menudo tan impactantes. Y me acuerdo de que, según su opinión, los que tuvieran un temperamento demasiado...‛erótico’ (él pronunciaba esta palabra como si la escribiera entre comillas) no servían para el sacerdocio. Y nos citaba, en confirmación de sus afirmaciones, un texto en latín, sacado de algún documento eclesiástico, al respecto. Recalcaba mucho la palabra latina que no correspondía al tipo del seminarista ideal. Esa palabra era libidinosi, que Don José pronunciaba troceándola minuciosamente en cada una de sus sílabas: li-bi-di-no-si. Así, silabeándola.
Ahora bien, querido Don José: Todos los místicos fueron unos grandes eróticos. Y la libido no es mala en sí. Es buena para la procreación, y a este fin la ha creado la Naturaleza (Deus sive Natura) Incluso para que avancen las ciencias se necesita una cierta dosis de libido, una libido ‘sui generis’ cual es la llamada ‘libido sciendi’, una especie de apetito de saber, muy análogo al apetito sexual. La Filosofía no es más que una especie de ‘filía’. Ortega lo advirtió en su momento con no poco gracejo: "la meditación es ejercicio erótico, el concepto rito amoroso". Y, en otro lugar, insiste en la metáfora sicalíptica: "El pensamiento siente una fruición muy parecida a la amorosa cuando palpa el cuerpo desnudo de una idea".
Para qué seguir. La vida nos alecciona y, a la postre, resulta nuestra mejor maestra. Y la lección, en este caso, es que, por extraño y sorprendente que pueda parecer, hay puntos en común entre esos tres términos en apariencia dispares: el éxtasis, la muerte y el orgasmo.
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* Cit. por J. Evola en Métaphysique du sexe, (Payot, París) , p. 119
** Cf. G. Bataille, El erotismo, (Tusquets, Barcelona) p. 311