Der Krämer (El buhonero) Grabado antiguo
Apuesto a que quedan ya muy pocas personas en Aceuchal que se acuerden del llamado tío de las Tres Campanas, un buhonero chiquito, de grueso bigote blanco, que vendía sus baratijas junto al “Pilá Largo”, como se llamaba antiguamente a la fuente pública que surtía de agua a la localidad. La fuente propiamente consistía en una cámara abovedada, que protegía los caños y que estaba adosada al largo abrevadero de las bestias (de ahí el nombre de ‘Pilá Largo’). En las inmediaciones del Pilá Largo se situaba el buhonero y pregonaba las mercancías que portaba en un cesto apaisado, una canasta o banasta, con las menudencias que eran necesarias para las labores caseras, sobre todo, relacionadas con la costura: agujas, dedales, madejas de lana o de hilo... Lo más divertido era el desenfado y desparpajo con que el avispado viejecillo pregonaba su mercancía: ¡hilo blanco, hilo negro, madejones de hacer media!... Pero, de cuando en cuando, el redomado vejete incluía en su pregón una especie de chiste que causaba regocijo, por lo picaresco, sobre todo entre la clientela femenina. Yo no sé si los lápices estaban también incluidos entre los artículos de la cesta del buhonero. Y si estos lápices eran de dos clases: unos, de mejor calidad, que costarían diez céntimos (o sea, lo que se conocía como la perra gorda) y otros de cinco céntimos, la moneda más pequeña conocida como la perra chica. El caso es que el bribón del buhonero pregonaba su mercancía así:
Apuesto a que quedan ya muy pocas personas en Aceuchal que se acuerden del llamado tío de las Tres Campanas, un buhonero chiquito, de grueso bigote blanco, que vendía sus baratijas junto al “Pilá Largo”, como se llamaba antiguamente a la fuente pública que surtía de agua a la localidad. La fuente propiamente consistía en una cámara abovedada, que protegía los caños y que estaba adosada al largo abrevadero de las bestias (de ahí el nombre de ‘Pilá Largo’). En las inmediaciones del Pilá Largo se situaba el buhonero y pregonaba las mercancías que portaba en un cesto apaisado, una canasta o banasta, con las menudencias que eran necesarias para las labores caseras, sobre todo, relacionadas con la costura: agujas, dedales, madejas de lana o de hilo... Lo más divertido era el desenfado y desparpajo con que el avispado viejecillo pregonaba su mercancía: ¡hilo blanco, hilo negro, madejones de hacer media!... Pero, de cuando en cuando, el redomado vejete incluía en su pregón una especie de chiste que causaba regocijo, por lo picaresco, sobre todo entre la clientela femenina. Yo no sé si los lápices estaban también incluidos entre los artículos de la cesta del buhonero. Y si estos lápices eran de dos clases: unos, de mejor calidad, que costarían diez céntimos (o sea, lo que se conocía como la perra gorda) y otros de cinco céntimos, la moneda más pequeña conocida como la perra chica. El caso es que el bribón del buhonero pregonaba su mercancía así:
¡Lapih a chica! ¡Lapih a gorda!
(Ya sabemos que el plural correcto es ‘lápices’, pero es el caso que, por aquellas fechas, había gente que creía que el plural de ‘lápiz’ era ‘lápih’ (‘loh lápih’, pronunciando la ‘s’ como una ‘h’ aspirada)
Muy festivo, el Tío de las Tres Campanas, iba por Aceuchal de vez en cuando (había cierta periodicidad en sus visitas, como actualmente la hay en los mercadillos, en casi todas las poblaciones. La cesta del Tío de las Tres Campanas era como un modesto anticipo de los actuales mercadillos.
Y su sorna y su retranca contribuían a desarrugar el ceño, a hacer más llevadera y desenfadada la vida hosca y dura de aquellos años de la posguerra.