Ilust
ración de G. Doré para El Quijote (parte 1ª,cap. XXXIV) ______ "Nihil sub sole novum" (Eclesiastés, 1.10)
Cuando hablamos de los “novios de la muerte” pensamos, invariablemente, en los así nombrados por antonomasia, los soldados del cuerpo militar de la Legión. Como sabemos, este cuerpo fue fundado, hacia 1920, por uno de los mandos militares destinados a la zona de Marruecos, el entonces comandante Millán Astray. Pero la palabra ‘legión’ era, como también sabemos, mucho más antigua, de la época romana; e incluso la psicología del legionario, especialmente en su rasgo más esencial y característico, como es el “amor a la muerte”, no constituía ninguna novedad en la historia de la milicia. Ya hubo “novios de la muerte” en la antigüedad; de lo que expresamente hay constancia por el testimonio poético de Lucano, el poeta cordobés, sobrino de Séneca y autor del poema sobre la guerra civil entre César y Pompeyo, poema conocido como la Farsalia. Los rasgos típicos del legionario, particularmente el del amor mortis, están suficientemente descritos en sendos pasajes de los libros IV y VI, respectivamente, del citado poema. Se refiere, el primero de ellos, al legionario Vulteyo; y, el segundo, al legionario Esceva. Nada mejor que acudir a los textos correspondientes para apercibirnos de que en ambos personajes se dan los rasgos característicos que configuran el perfil psicológico del legionario: la querencia de la muerte. Como el poema en cuestión ha sido magníficamente traducido por mi gran amigo (por desgracia, ya desaparecido) Antonio Holgado*, echaré mano de esa traducción que, por cierto, recibió el Premio Nacional de Traducción (1985).
En el primero de estos pasajes, Vulteyo, legionario de César, arenga a las tropas estimulándolas para el combate. Y las enardece descubriéndoles ese atractivo insospechado de la muerte:
‘He arrojado fuera mi vida, camaradas, y estoy, todo entero, empujado por los aguijones de la muerte inminente: es un delirio. Sólo a quienes ya roza la cercanía del destino les es dado conocer lo que los dioses ocultan a quienes han de vivir, para que puedan seguir viviendo: que morir es una felicidad’. (Farsalia, IV, vv. 516-520)
La proximidad de la muerte agudiza el deseo de entrar en contacto con ella, como si de una amada se tratase.
El segundo pasaje corresponde, como ya queda dicho, al libro VI, donde el legionario Esceva, también del bando cesariano, mata antes de morir, no sin declararse a su manera “novio de la muerte”:
‘
Que reciba su castigo cualquiera que esperó el sometimiento de Esceva. Si de esta espada pretende la paz el Magno, que humille sus enseñas, rindiendo homenaje a César.¿O es que me consideráis semejante a vosotros e indeciso ante el destino? Vuestro amor a Pompeyo y a la causa del senado es menor que el mío a la muerte’. (id. ibid., VI, vv. 541-546)
Este fanatismo de la muerte, propio de ciertas individualidades, corresponde a la tipología en la que también podría encuadrarse el espíritu del legionario. Una vez más, resulta comprobada la sentencia del Eclesiastés, “nada hay nuevo bajo el sol”, citada en el epígrafe.
Llegados a este punto resulta oportuno recordar el episodio que tuvo lugar en el paraninfo de la universidad salmantina, con ocasión de celebrarse el llamado Día de la Raza (hoy se llama Día de la Hispanidad) el 12 de octubre de 1936. Ese día, a tenor del clima de guerra que ya se vivía en España, se pronunciaron unas palabras violentas contra el separatismo vasco y el catalán. La falta de sindéresis del orador y, especialmente, del fundador de la Legión, presente en el acto, no reparó en el detalle de que se hallaban también presentes, en el mismo, un vasco, el rector de la universidad, D. Miguel de Unamuno; y un catalán, el obispo Pla y Deniel. El episodio es de sobra conocido y se ha comentado ampliamente en numerosas ocasiones. Se puede mirar en Google alguna de estas versiones, por ejemplo, la que proporciono
aquí.Por último, quiero hacer algunas observaciones a propósito del conocido himno que ha venido a ser el más representativo del talante legionario. Si bien, según se afirma, el himno oficial de este cuerpo es el que comienza con las palabras “Soy valiente y leal legionario”. La letra y música del “Novio de la Muerte” parece que fue originariamente la de un antiguo cuplé, que luego se adoptó como segundo himno oficial de la Legión.
Del análisis de esta otra versión del himno adoptado, se desprende que el auténtico legionario era un perfecto desconocido en el momento de su ingreso en el cuerpo militar:
Nadie en el tercio sabía
quién era aquel legionario,
tan valiente y temerario
que a la Legión se alistó.
A pesar de que “nadie sabía su historia”, se adivinaba que el recién llegado venía afectado por una fuerte conmoción espiritual, algo así como una desesperación que le movía a alistarse a ese determinado cuerpo militar:
Nadie sabía su historia,
mas la Legión suponía
que un gran dolor le mordía
como un lobo el corazón.
Respondiendo a las preguntas de quienes se interesaban por averiguar su origen y procedencia, el recién incorporado declaraba:
Soy un hombre a quien la suerte
hirió con zarpas de fiera;
soy el novio de la muerte
que va a unirse en lazo fuerte
con tan leal compañera.
Y, a partir de esas declaraciones, los propios legionarios descubren que el desconocido es el modelo en el que deben mirarse, como el dechado de las virtudes con las que ellos mismos tienen que identificarse, en tanto que legionarios: los novios de la muerte.
El amor mortis (un Leitmotiv de la literatura universal) no parece, sin embargo, que pueda justificar, en ningún caso, el grito “necrófilo” (Unamuno dixit) que alguien profiriera un día en el paraninfo de la universidad de Salamanca: “¡Viva la muerte!”**.
Porque, como ya nos hizo ver el propio Unamuno, esa desaforada proclama equivale a decir: “¡Muera la vida!”.
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* Véase M. Anneo Lucano, Farsalia, Biblioteca Clásica Gredos, Madrid, 1984
** Para mi sorpresa, he descubierto que el poeta Luis Álvarez Lencero, a quien tengo en gran estima, suscribió la chocante paradoja en su poema titulado "La cosecha", del libro HOMBRE (1961): Viva la muerte hermanos Ser simiente es preciso (...) (El poeta no utiliza signos de puntuación: ni comas ni signos de admiración, etc. Sólo excepcionalmente, cuando no queda más remedio, utiliza el signo de interrogación. Y entonces, sólo al término de la frase. Es la norma que sigue en todo el libro)