Juan Ramó
n retratado por Sorolla Había en JRJ como una doble personalidad que, en el aspecto literario, le planteó un conflicto de identidad, lo que se resolvería en lo que se ha convenido en llamar sus épocas literarias. Fundamentalmente suele distinguirse una primera y una segunda época, aunque hay quien distingue todavía una tercera época, a mi juicio, poco relevante. El cambio más importante es, desde luego, el que se da entre la primera y la segunda época.
Sólo a partir de ésta última el poeta cree haber dado con el camino que, en lo sucesivo, le marcará certeramente lo que ha de ser su ruta poética hacia el logro de su auténtica personalidad. Hacer que ésta aflore será el mayor empeño de su vida. Hasta que el poeta no se reconoce en el camino verdadero, considera todos sus escarceos poéticos anteriores con una cierta actitud desdeñosa: para esos escritos reservará el apelativo de borradores silvestres.
Juan Ramón se sentía convivir con un yo espurio, inauténtico, incluso ya encaminada su obra poética por la senda que él consideraba acertada. Todavía en su libro Eternidades (dentro de lo que ya se considera la ‘segunda época’) siente la presencia de ese yo impostor y llega a delatarla, como un aviso al lector:
Yo no soy yo; soy éste
que va a mi lado, sin yo verlo,
que, a veces, voy a ver y que, a veces, olvido:
el que calla sereno, cuando hablo;
el que perdona, dulce, cuando odio,
el que pasea por donde no estoy;
el que quedará en pie cuando yo muera.
(Eternidades, 44)
Hablaba, sin embargo, con la voz sincera del yo auténtico. En cambio el otro Juan Ramón, el de la ‘primera época’, fue más propenso a caer en el artificio y en la insinceridad. Sobre todo, tras ese primer encuentro con la poesía ‘vestida’, aunque fuese vestida ‘de inocencia’. Todavía en esa fase la poesía le resultaba amable; pero, cuando se vistió con el ropaje literario convencional, ya se hizo odiosa. Hasta que prescinde de esas galas literarias y se queda en su esencial desnudez.
Ahí comienza la etapa de la poesía con la que el poeta se siente plenamente identificado. La época del que podríamos llamar Juan Ramón auténtico.
Sin embargo, el otro JRJ fue el poeta que apreciaron algunos de sus contemporáneos de comienzos del siglo XX, y el único que conocieron, especialmente Rubén Darío. Cuando el poeta de Nicaragua murió (6 de febrero de 1916) comenzaba a encontrarse a sí mismo el poeta de Moguer. Se iniciaba, por esas fechas, lo que a raíz de la publicación del Diario de un poeta recién casado se dio en llamar la “segunda época” de JRJ. El Juan Ramón intelectual, metafísico, estaba ‘saliendo del cascarón’, o abandonando la piel de aquella poesía sentimentaloide y enfermiza, en gran parte exudada en sanatorios y establecimientos de convalecientes.
Y es que “el otro JRJ” fue también un poeta, aunque no el poeta que aspiraba a ser el JRJ de las llamadas 2ª y 3ª épocas. Éstas, evidentemente, son posibles porque existe esa época previa de la que el poeta no estaba satisfecho y que consideraba como una especie de tanteo, o escarceo, preparatorio de aquellas otras etapas que le ponen en el camino de su plenitud.
Como he expuesto en trabajos anteriores *, el poeta emprende su camino ascético hacia la plenitud hacia 1915, aunque hay atisbos de que ya vislumbraba su camino desde 1912, fecha de composición, según parece, de los Sonetos espirituales (se publicaron con posterioridad al Diario)
A partir de esa 2ª época, el poeta se eleva a la propia apoteosis, en una especie de fusión mística con la divinidad. La culminación de esa etapa ascética se da en sus libros Animal de fondo y Dios deseado y deseante. Estos libros representan lo que los místicos llamaban la ‘vía unitiva’, el éxtasis que se alcanza en la unión con Dios.
Antes de iniciar su itinerario poético hacia la cumbre, el JRJ juvenil, que aún no había encontrado su voz auténtica, escribió muchas cosas que hubiera después deseado borrar de su obra. Y, en la medida de sus posibilidades, algunas de esas composiciones poéticas trató de hacerlas desaparecer.
El poeta se encargó de suprimir de las antologías algunos de esos poemas, sustituyéndolos por otros que eran más de su agrado. Así se eliminó, por ejemplo, de la primera edición de Las mil mejores poesías, de José Blecua, el poema que se titulaba “Los niños tenían miedo”, una típica muestra de esa poesía ñoña que el poeta llegaría a detestar:
Los niños tenían miedo,
yo no sé lo qué soñaban;
y la noche de diciembre
era cada vez más larga. (cito de memoria)
Los versos siguientes no los recuerdo con toda precisión, pero en ellos se insistía en el desvelo de los niños temerosos. Más o menos, con estas palabras:
Los niños pidieron besos,
más tarde pidieron agua…
y así, en este plan, apurando la situación al punto de que ésta podía derivar hacia lo ridículo. Y, aunque el poeta no lo dice, uno puede fácilmente imaginarlo:
más tarde pidieron hacer pis.
Lo que también sería perfectamente lógico, aunque seguramente menos poético.
Entre estas espiritualidades del Juan Ramón apócrifo creo que podríamos incluir los serventesios, en versos alejandrinos, que narran cierto idilio de dos enamorados junto a un piano:
Nacía gris la luna y Beethoven lloraba
bajo la mano blanca en el piano de ella.
En la estancia sin luz, ella, mientras tocaba,
morena de la luna era tres veces bella.
Teníamos los dos desangradas las flores
del corazón y acaso llorábamos sin vernos.
Cada nota encendía una herida de amores
(el dulce piano intentaba comprendernos)
Por el balcón abierto a brumas estrelladas
venía un viento triste de mundos invisibles;
ella me preguntaba de cosas ignoradas
y yo le respondía de cosas imposibles.
Debía ser un diálogo verdaderamente singular el de los dos atortolados amantes, bien que algo rayano en el absurdo. Pero el sublime arrobo de dos seres cautivados por la música y por el amor parece hacerlos inasequibles al ridículo. No digo ya un piano, aunque humanizado por la prosopopeya, pero ni una persona normal y corriente hubiera podido comprender el galimatías de los amantes, la una preguntando por cosas ignoradas y el otro contestando por peteneras “de cosas imposibles”.
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* Mis estudios sobre JRJ aparecen incluidos en la obra de A. Campoamor Bibliografía general de Juan Ramón Jiménez, Taurus, Madrid, 1983. Remito principalmente a “El aspecto metafísico de la poesía de JRJ” y “El principio de inmanencia en la poesía de JRJ”. Ambos se incluyen en mi libro De la Vida a la Teoría (2001), editado por Caja Badajoz, con la colaboración de la Editora Regional de Extremadura.